Larra |
El poeta y dramaturgo de Reus, Joaquín Bartrina (1850-1880), escribió en su día unos versos donde ponía en solfa la actitud peyorativa del ciudadano español respecto a su propio país. Aquella estrofa de tono jocoso rezaba así:
“oyendo hablar a un hombre fácil es
saber donde vio la luz del sol.
Si alaba Inglaterra será inglés,
si os habla mal de Prusia es un francés
y si habla mal de España… es español”.
El último verso lo recogió luego Sánchez Dragó para titular un libro suyo de notable éxito en el que se ocupaba también del mismo asunto.
En 1899 decía Emilia Pardo Bazán:
“Ni el fenómeno del indiferentismo desdeñoso hacia la patria está aquí basado sólo en el regionalismo más o menos separatista; no lo creáis: aunque sea ese síntoma uno de los más aparentes de nuestro estado general de atonía, no hay que achacarle toda la culpa ni quizás el mayor tanto de ella. Por estímulos al fin menos explicables que los del particularismo de las regiones; por egoísmos de clase o de bandería; por ambiciones, intereses y codicias personales y bastardas, se ha prescindido aquí de la patria, y arrojado por la ventana su interés y su honra. Y a veces, aun sin que medien reprobables estímulos, sólo por una especie de inercia que delata el marasmo crónico, se mira aquí la suerte de la patria con frialdad, como algo que no importa, que incumbe sólo a los gobernantes; así, merced a la versatilidad de aquellos cuyas convicciones no se basan en nada reflexivo, hemos pasado de la presunta arrogancia con que nos parapetábamos tras la leyenda, al escepticismo acorchado y burlón que no tardará en renegar hasta de lo pasado desconociendo su eficacia para elaborar lo porvenir”
El deporte nacional hoy, sigue siendo el de asumir con una mezcla de desdén irónico y autocomplacencia los defectos de nuestro país, como si con ello demostrásemos ser muy inteligentes y que juzgamos certeramente las cosas. Hemos permitido que los hispanistas más reputados sean extranjeros, y junto a sus brillantes aportaciones, también hemos dejado que se asienten los criterios sesgados que nos reducen a muñecas faralaes y a toreros, contribuyendo aún más a ese descrédito. Adoptamos la frasecita de “made in Spain” o “Spain is different” con absoluto acomplejamiento. En ningún país ocurre como aquí, donde la propia palabra “España” es un problema y nos afanamos en buscar eufemismos como “Estado” para no herir sensibilidades. Según dónde, sentirse español es poco menos que ser un fascista y sólo sacamos las banderas al balcón cuando hay Eurocopa, donde, ahí sí, somos los mejores, aunque ya ni eso desde que esos comentaristas tabernarios, acodados en la barra del tugurio de Telecinco, también lo ponen en duda. No se trata de hacer patrioterismo barato. Los “naci-onanismos” (como le oí decir a Luis Español, biógrafo, por cierto, de Julián Juderías, el difusor del concepto de “leyenda negra española”), también ha hecho mucho daño. Pero sí se trata de recordarle, no a Merkel, sino a nosotros mismos, que en este país escribió Cervantes y pintó Picasso; que en este país nació la hermosa lengua que hablan más de 500 millones de personas; que en este país de valientes abnegados todos supimos enseñar nuestra nuca a los asesinos y acabar con ellos; que en este país, que no se merece a sus dirigentes, ya siempre se pone el sol pero sale al día siguiente; que en este país, cada día hay un español que quiere vivir. Que quiere vivir “y a vivir empieza”.