Vaya por delante que este es el primer libro de Enrique Villagrasa que cae en mis manos, por lo que la presente reseña forzosamente ha de prescindir de consideraciones acerca de su evolución poética, temas recurrentes de su obra y otras observaciones que acostumbran las recensiones al uso. Grave laguna, tal vez, en el «debe» del crítico pero de la que emerge también el ventajoso rédito de partir sin ideas preconcebidas, con la visión limpia y aséptica de quien mira a los ojos del poema «descarnado».
A estas Mudanzas de la voz (Libros del Innombrable) me gusta aplicarles el marbete de «haikus del pensamiento», aceptando, por supuesto, todas las reservas que puedan tenerse acerca de lo adecuado de tal acuñación. Pero es que, al igual que la mínima expresión del haiku, generada a partir de una estampa lírica a medio acabar pero válida per se, desata en nuestro espíritu la sugestión evocadora de la metáfora, así los poemas de Enrique Villagrasa contenidos en este libro, nos obligan, tras cada lectura, a levantar la vista del papel, elevar la mirada y escudriñar el pálpito del instante efímero de sus versos, «espacio-tiempo contenido / como palabra mágica, / cual paisaje». Si en el kaiku es la Naturaleza la que inspira la metáfora, en estos poemas de Enrique Villagrasa, el ámbito evocador es el propio estallido fugaz del pensamiento.
El gran tema de Mudanzas de la voz es la Nada y a él se sujetan todos los demás. El poeta parte de la idea de que la Nada lo impregna todo. El poema trata de llenar ese espacio vacío pero como su materia prima y él mismo participan de ese nihilismo, «el poeta experimenta en el poema / todas las formas de la nada» que habita «concupiscente / el no ser /» de los versos. La escritura constituye, pues, un ejercicio baldío contra la angustia existencial porque las palabras han sido robadas a «la estirpe del silencio» y la legitimación de la misma sólo obedece a la presencia del miedo, motor del mundo al que el poeta dedica un sobrecogedor poema, que es, significativamente y en contraste con el resto, el más largo de los recogidos en el libro; el miedo es «la fuerza negra de mi poesía», «un inmenso pánico en cada poema». Por eso el poeta, intérprete demasiado lúcido del arcano de la existencia, «nunca tendrá paz» y la poesía es «[…]el pebetero / donde arde [su] pavor: / incienso de [su] religión». El mismo miedo que descarta el asidero esperanzador de la religión porque «el hombre inventa a Dios / escribe rezos para sustentarlo. / El miedo es su apoyo». El culmen de este nihilismo, así como del carácter sugestivo reducido a la mínima expresión, es el poema en el que aparece sola la palabra “coda”. Inserta así, tan exigua en la inmensidad de la página en blanco, esta única palabra es una cruel ironía de la Nada, porque la coda, esos versos que se añaden como remate de un poema, lo que rematan aquí es la página yerma.
Sólo la amistad y el amor, «quicial sobre el que gira» la poesía, parecen, aunque tímidamente, paliar, y no siempre, la crisis metafísica.
La segunda parte del poemario, plantea el tema de la nostalgia de lo no vivido, seguido de una serie de poemas cromáticos con explosión de rojos representados en la rosa, la cereza y el atardecer, que parecen adquirir una unidad hasta el «frío azul» de la rosa, que simboliza la muerte. El tono de este grupo de poemas es más vitalista (aspiración a la belleza), pero parecen boqueadas agónicas que no pueden desasirse del «fracaso trágico del Verbo», ante los «pasmados vitrales» de la existencia. Por eso, en la tercera parte se insta a «dejar de morir en el poema / [para vivir] en el verso de la vida». La infancia, con Burbáguena (Teruel) de fondo como refugio último, y un tono próximo a la rendición, cierran el libro.
A Enrique Villagrasa le invitamos, pese a todo, y egoístamente, a seguir muriendo en el poema. Fogonazos del pensamiento, («pienso luego existo»), sus poemas nos hacen sentir el verso de la vida.
3 comentarios:
Fernando: leído en el Diari, y como dice mi editor: admirable y
genial; y digo yo: ¡buena lectura, vive Dios!, abrazos mil de tu
lector admirado ante tamaña escritura, ha sido pues un honor ser leído por usted
Haces una labor muy bonita dándonos a conocer a muchos poetas. Enhorabuena por ello y por las palabras que te dedica Enrique Villagrasa.
Gracias por tus palabras, Enrique, a todas luces hiperbólicas. Seguimos en contacto.
Tisbe, gracias. Si yo difundo poesía, los poetas la infundan en mí. No sé quién tiene que estar más agradecido. Un beso.
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