Con la crisis económica se están recuperando toda una serie de antiguas obras literarias cuyos contenidos abordan aspectos de la realidad de su tiempo que distan sólo en eso, en el tiempo, que no en las circunstancias, de nuestro oscuro presente. El pasado 20 de noviembre, yo mismo escribí un artículo sobre Luces de bohemia y hace unos pocos días hallé en El País una semblanza de Fernando Savater sobre Charles Dickens, por nombrar sólo dos ejemplos próximos. En ambos escritos se trazan paralelismos desazonadores entre las épocas de estos escritores y la nuestra propia. Y auguro que las voces del pasado seguirán acudiendo para humillar nuestro progreso y para herir el estúpido orgullo del hombre del siglo XXI y su costumbre de mirar al pasado con esa boba curiosidad de quien vuelve los ojos a algo exótico y tras la que, en realidad, se enmascara la prepotente e ignorante conmiseración hacia todo lo que se aparte de la era digital. Habrá que ser, sin embargo, prudentes y no caer en la tentación de manipular esas voces y hacerles decir aquello que no dijeron nunca con el execrable fin de amparar nuestras ideologías en la autoridad de los grandes escritores. Habrá también que moderar los ecos de esas voces para evitarle al lector el constante martilleo del “ya te lo decía yo” de nuestros antecesores y superar sus sombras. Y, finalmente, tendrán que salir a la palestra los escritores de hoy y demostrar con sus creaciones su compromiso con el tiempo que les ha tocado vivir, como hicieran otros antaño.
Miau es una de esas novelas que mantienen, por desgracia, su vigencia. Benito Pérez Galdós la terminó en 1888, en plena Restauración. Narra la tragedia de Ramón Villaamil, funcionario cesante a quien, según la ley de Presupuestos de 1876, que regulaba los sueldos y las condiciones de jubilación de los empleados públicos, sólo le faltaban 2 meses de trabajo para retirarse a los 60 años con 35 de servicios. La cesantía de Villaamil, se alarga intolerablemente hasta el punto de hacer peligrar el sustento de la familia, pese a las maniobras de su mujer, Pura, una de las 3 hermanas “Miaus”, apodadas así por su parecido físico con los gatos, que, no obstante, intenta llevar un nivel de vida superior a sus posibilidades, con desfile por el Teatro Real incluido.
Aunque hoy la cesantía del funcionario ya no existe, el libro sí es representativo del drama del parado cualificado. Villaamil, cuya conducta intachable en su anterior puesto en la Administración se pondera a lo largo de todo el libro, ha perdido su puesto de trabajo mientras su yerno, Víctor Cadalso, un donjuán de vida licenciosa y conducta inmoral, con desfalcos públicos y expedientes disciplinarios que prescriben por arte de encantamiento, medra en los escalafones del Estado, merced a sus contactos y a los oscuros hilos de la corruptela administrativa.
Este deterioro en la imagen de la Administración, que lastimosamente llega hasta nuestros días, incluyendo injustamente a todo el funcionariado, desemboca en la novela en comentarios tan demoledores como el que sigue. Refiriéndose a los funcionarios, afirma Galdós:
“Era sin duda una honrada plebe anodina, curada del espanto de las revoluciones, sectaria del orden y la estabilidad, pueblo con gabán y sin otra idea política que asegurar y defender la pícara olla; proletariado burocrático, lastre de la famosa nave; masa resultante de la hibridación del pueblo con la mesocracia, formando el cemento que traba y solidifica la arquitectura de las instituciones”.
Los trabajadores públicos que sí tienen la admirable vocación de servir al Estado y al ciudadano con su abnegada dedicación están en la obligación de desterrar estos prejuicios generalizadores y restregar su conducta ejemplar en la cara de los que hacen todo el daño. Y dejar por una vez de ser los sufridos “sectarios del orden” y Villaamiles derrotados para inundar los tejados y sumar nuestra voz a la de los 6 millones de maullidos, gatos enamorados de lunas mejores.
4 comentarios:
Los que critican a los funcionarios con el manido argumento de que "aprueban una oposición y ya tienen trabajo asegurado para toda la vida", deberían saber que, precisamente, este sistema se creó para corregir lo que denuncia Galdós en "Miau": antiguamente, los que trabajaban para la Administración estaban al albur de los continuos cambios políticos que los convertían, automáticamente, en cesantes. Gracias al sistema de oposición, que garantiza el puesto de tarabajo con independencia de quién mande, se evitaron situaciones tan penosas como la que aparece en la novela del gran Benito Pérez Galdós.
Ojalá podamos desterrar esos prejuicios que caen sobre los funcionarios como una losa.
Nos has presentado, como siempre, una magnífica reseña. Enhorabuena.
En el apoteósico final de "La de Bringas" encontramos cómo el pueblo de Madrid acudía a las puertas del Palacio Real para ver con gozo cómo los funcionarios de palacio abandonaban sus dependencias cuando se proclamó la I República. Ese sadismo hacia el funcionario es casi atávico entre nosotros y los políticos tampoco han hecho nada para frenarlo: antes bien, suelen alimentarlo para camuflar las bajadas salariales.
Javier y Marcelino, qué buenas observaciones, tan bien traídas. Gracias.
Tisbe, para desterrar esos prejuicios, nosotros a lo nuestro, a hacer las cosas bien para tener la conciencia bien tranquila y nada que reprocharnos.
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