domingo, 27 de marzo de 2011

91. Don Carnal y Doña Cuaresma


Que vida y literatura están íntimamente imbricadas, lo demuestra el hecho de que para cualquier experiencia vital, se pueden hallar otras tantas referencias literarias. De modo que, al igual que el creyente busca el consuelo en los textos sagrados para aliviar y encontrar respuestas a las vicisitudes de su vida, el amante del arte literario halla aliento y compañía al saberse representado en esa otra biblia laica que le coloca en el mundo y le explica. Pero no es mi intención ponerme trascendente. Sólo quiero traer, a colación de lo dicho y aprovechando que estamos en plena Cuaresma, el famoso capítulo que el Arcipreste de Hita incluye en su Libro de Buen Amor. Y anuncio que me reservo para otro momento una de esas coincidencias entre vida y literatura mucho más jugosa que la que hoy ofrezco que, a buen seguro juzgarás, exigente lector, tan facilona y recurrente. Apelo a tu natural indulgente en tiempos de penitencia.

Pocas personalidades tan genuinas como la de Juan Ruiz, que fue Arcipreste de Hita (Guadalajara) en el siglo XIV. Su Libro de Buen Amor rebosa vigor y luminosidad en una Edad Media que lentamente agonizaba, dejando atrás el oscurantismo teocéntrico que convertía al mundo en un “valle de lágrimas”, mero tránsito para la otra vida. Los versos del Arcipreste brotan torrenciales de su creatividad desbordante para ofrecernos un lienzo vivísimo de aquella España que se asomaba prematuramente a los albores del Renacimiento, a falta aún de dos centurias. Bajo el velo moralizante, se encuentra en realidad, un ser humano de carne y hueso que, como decía Salvatore Battaglia, “fracasa a veces en su propósito de definir la vida como debe ser, pero acierta siempre cuando pinta la vida como es”.

En el capítulo que nos ocupa, don Carnal y doña Cuaresma mantienen una batalla alegórica muy lejos de la gravedad de los grandes tratados doctrinales. Al contrario, la comicidad del pasaje hace desfilar a los versos de la cuaderna vía con un desparpajo inusitado para el molde métrico de la clerecía. Parodia de las batallas épicas y caballerescas, Doña Cuaresma envía unas cartas a don Carnal presentándole la futura lid: “De mí, Doña Quaresma, justiçia de la mar,/alguaçil de las almas que se han de salvar,/a ti, Carnal goloso, que te non cuidas fartar,/envíote el Ayuno por mí desafiar” (cuaderna 1075, Cátedra). Don Carnal reúne su ejército formado de gallinas, perdices, conejos, capones, patos, cerdos, vacas y demás animales de carne. Resultan divertidas las descripciones que parodian las acostumbradas solemnidades del desfile militar, como aquella en la que los pavos reales vienen con sus pendones enhiestos, en referencia a sus colas: "Trayá buena mesnada rica de infançones:/muchos buenos faisanes, los loçanos pavones,/venian muy bien guarnidos, enfiestos los pendones,/trayán armas estrañas e fuertes guarniçiones" (cuaderna 1087, Cátedra). El día de la batalla y tras una noche de excesos en el campamento de Don Carnal donde “hablaba mucho el vino, de todos alguacil”, las huestes marinas de Doña Cuaresma se presentan por sorpresa y empieza el combate. A la manera épica, se describen los duelos individuales como aquel en el que el pulpo vence a los pavos, faisanes, cabritos y gamos porque “como tiene muchas manos, con muchos puede lidiar”. Derrotado Don Carnal, cumple su obligada penitencia pero la vulnera el domingo de Ramos cuando huye de la iglesia donde cumplía los rezos prescriptivos. Tras recomponer sus huestes, se dispone a entrar en la ciudad donde residía Doña Cuaresma que, asustada, huye antes de la entrada de aquél. El pueblo recibe a Don Carnal victorioso el lunes de Pascua de manera apoteósica, digna de degustarla en la lectura, y todos se disputan darle alojamiento, clérigos incluidos, lo que le sirve al Arcipreste para trazar una radiografía social de la época y, de paso, poner en evidencia a sectores de la clerecía que se desviven por ser ellos los anfitriones de tan pecaminoso huésped.

En definitiva, un texto simpático para estos días que nos debiera hacer recordar que hay ayunos que no son tolerables: como el de la lectura de nuestros clásicos.

5 comentarios:

Antonio del Camino dijo...

Magnífica "propaganda" de un excelente libro. Si divertido es leer el pasaje al que te refieres, no lo ha sido menos disfrutar de esta invitación tuya a la siempre grata y sorprendente literatura clásica.

Un abrazo.

Veroprofe dijo...

Tu pasión por la literatura es muy muy contagiosa... Gracias por esta preciosa invitación.

Tisbe dijo...

Coincido con Antonio y Vero en que tu pasión por la literatura es desbordante. Gracias a ella disfrutamos leyendo artículos como éste. Enhorabuena.

Javier Angosto dijo...

Excelente artículo, Píramo. Al hilo de lo que comentas al principio, están estos versos de Luis Alberto de Cuenca de "El reino blanco", un poemario del que te hiciste eco en tu blog tiempo atrás: "Para eso están los clásicos: / para aceptar la casa sin ventanas / en que vivimos, por inhabitable / que nos parezca, y para descubrirnos / qué pasa en nuestra alma, qué se cuece / en nuestro desolado corazón".

Aprovecho para comentarte una cuestión a ver qué opinas. Yo es que creo que la Castilla medieval es infinitamente más libre de lo que el tópico señala y, desde luego, mucho más luminosa que la oscura España de Felipe II y de los Austrias que le siguieron. Tengamos en cuenta, sin ir más lejos, que la Edad Media alumbró a un personaje tan libérrimo como el propio Arcipreste de Hita. Y no olvidemos que en Castilla la Inquisición no se implanta hasta los Reyes Católicos.

Píramo dijo...

Antonio, tú lo has dicho. Grata y sorprendente (esto último a muchos les parece una paradoja porque consideran imposible que lo clásico sorprenda; prefieren la sorpresa de algunas cosas modernas que, efectivamente soprende, pero por su mal gusto). Gracias por tus palabras.

Vero, entonces voy a estornudar con todas mis fuerzas para contagiaros a cuantos más mejor. Aunque tampoco quiero que sea una pandemia. El arte degustado por un pequeño cenáculo sabe mejor. Gracias a ti por tu comentario y por animarme a seguir enfermo y extremadamente contagioso.

Tisbe, tú eres quien más lo sufre. Perdóname. Pero es que si no hallara en ti a mi cómplice perfecta, tal vez dejaría de sentir la belleza y tampoco podría contarla. Gracias.

Javier, muy bien traídos esos versos de Luis Alberto de Cuenca, tan llenos de verdad. En relación a la Castilla medieval, por supuesto que era mucho más libre que la posterior. El mismo tono de los textos que hallamos en ese período lo ratifican. Lo de la oscuridad medieval es un cliché que sólo se fundamenta en el excesivo celo religioso de la sociedad de entonces. Y hasta de eso estoy dudando. Generalmente se dice que la Edad Media es una pausa entre la Antigüedad Clásica y el Renacimiento, y se pone el acento en el vitalismo y antropocentrismo del siglo XVI. Sin embargo, los tipos sociales que aparecen en algunos textos medievales denotan un culto a la vida superior a lo que se viene perpetuando en los manuales.
Gracias por tu comentario.