De un tiempo a esta parte, dentro de mi propio entorno, estoy escuchando toda una serie de opiniones que tratan de desacreditar la labor de los críticos literarios. Vaya por delante que éste no es un artículo de reivindicación gremial por mi parte. Yo no me considero crítico literario ni me sentiría cómodo bajo esa etiqueta. Yo lo que soy es un profesor de literatura, acostumbrado, por lo tanto, a la belleza de los grandes textos clásicos, entregado al apostolado de su transmisión, y, sobre todas las cosas, soy un lector vocacional. Pero es inevitable darse por aludido cuando uno lleva más de 2 años escribiendo domingo tras domingo sobre asuntos literarios en un periódico.
El argumento más utilizado por los detractores del crítico literario es negarle a éste la posesión de la verdad absoluta en virtud de la cual se decide arbitrariamente sobre la suerte de una u otra obra, o se establece por decreto eso que llamamos “canon” estético, de forma igualmente arbitraria.
Se equivocan los que así razonan. Salvo los críticos endiosados, el crítico literario al uso no se cree en posesión de ninguna verdad omnímoda. El crítico literario vierte su opinión, que puede ser compartida, discutida o rechazada en función del grado de afinidad estética o de otro orden que se establezca entre sus reflexiones y las del lector. Y si sus afirmaciones parecen contundentes, taxativas o despóticas, ello sólo obedece a la vehemencia de su defensa, justificada por la seguridad en sus propias convicciones, de las que es soberano y sobre las que no tiene que dar explicación alguna a nadie y, ni mucho menos, pedir disculpas, siempre y cuando las haya razonado antes convenientemente. Si el escritor tiene su comunidad de lectores, el crítico también. Y, al igual que deja de leerse a un escritor que no nos gusta, podemos dejar de leer al crítico con el que no comulgamos. Aunque es conveniente, sin embargo, que, en el caso de los escritores, no se busque sólo al crítico que regala los oídos.
Así las cosas, puede desprenderse de lo dicho hasta aquí, que cualquiera puede ser crítico literario, puesto que todo lector es capaz de proferir una opinión personal. Nada más lejos de la realidad, igual que no todo el mundo puede ser poeta. Para que un crítico tenga credibilidad debe asistirle el principio de autoridad. La autoridad se consigue fundamentalmente mediante el bagaje lector, que debe ser voraz y de miras amplias y ambiciosas. El bagaje lector educa el gusto y ayuda a discernir mejor lo que se considera artístico de lo que no llega. Yo estuve mucho tiempo creyendo que comía el mejor marisco del mundo y a muy buen precio, hasta que un buen amigo me invitó a un prestigioso restaurante de Barcelona, carísimo. Sobre aquella mítica mariscada todos mis amigos hablamos aún maravillas. Y cuando volvemos a nuestro habitual triste bicho y nos peleamos con las tenazas para extraer la escasa chicha que esconde, uno casi prefiere no comer más mariscada barata. Pero sólo si se tiene mucho dinero, se puede acudir a la marisquería de Barcelona. El dinero en el caso que aquí nos ocupa es metáfora de caudal intelectual. Sólo si se tiene una buena formación, se puede acceder a las obras maestras, valorarlas y, a partir de ellas, establecer el umbral de la buena y la mala literatura. La buena formación requiere estudio, lecturas amplias y selectivas, y humildad casi religiosa ante los que saben de esto: un Dámaso Alonso, un Azorín, un Menéndez Pidal. También creo que para ser buen crítico hace falta haber probado la escritura de creación.
Dicho esto, quiero añadir que no todo lo que dice el crítico es discutible. Hay verdades esenciales en el arte, unas constantes universales difíciles de explicitar teóricamente pero que cualquier persona familiarizada con la literatura reconoce enseguida. Por eso, en el restaurante de Barcelona, ningún comensal discutió sobre las excelencias del marisco.
10 comentarios:
Muy bien trenzada la analogía con la mariscada y buena exposición de lo que es la crítica literaria. Hay hechos literarios que son objetivables en su calidad.
Suscribo lo que dices, Píramo. Y me parece acertadísima la tríada de críticos que destacas: Menéndez Pidal, Azorín y Dámaso Alonso. Junto con Pedro Salinas, son los grandes maestros del género.
En poco tiempo se nos han ido tres grandes críticos: Rafael Conte, Miguel García-Posadas y Carlos Pujol.
Entre los actuales, Píramo, ¿con quiénes te quedas? A mí me gustan especialmente Vargas Llosa, Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena, Antonio Muñoz Molina y Vicente Molina Foix. Si como quiere Luis Landero, la literatura no se enseña sino que se contagia, no hay duda de que el entusiasmo de estos críticos es absolutamente contagioso.
El problema es que el crítico también es un ser humano (perdonadme la obviedad) y está sujeto a sus propios prejuicios, sus manías, sus genialidades y sus temores. Digo esto dado que precisamente hoy leía acerca de cómo el gran crítico Sainte-Beuve se dejó llevar demasiadas veces por sus miedos y cometió pecado de omisión con Baudelaire, Flaubert y otros grandes contemporáneos suyos.
Exactamente, Núria. El crítico es humano y por eso hay que leerle como tal. Y, aunque la mayoría de críticos tienen prejuicios, la fórmula está en descubrir al crítico que tenga menos.
O al que, aun estando lleno de prejuicios ejerza tan bien la crítica que uno disfrute de sus textos y de cada equivocada puntilla...
El bagaje lector del que hablas me parece imprescindible. Por supuesto, todos tenemos nuestros gustos y opiniones, pero lo que debe diferenciar a un buen crítico del resto de lectores es ese saber que sólo se adquiere con la lectura y el estudio riguroso de las obras.
Marcelino, efectivamente. Pero el mal escritor trata de rebatir eso amparándose en una mal entendida subjetividad del crítico.
Javier, con la nómina que propones poco puedo ya añadir. En todo caso, añadiría a a Sánchez Dragó que, si bien no me acaba de agradar como escritor, comulgo mucho con sus ideas literarias. Aunque, justo es decirlo, tampoco he leído muchas obras suyas.
Tisbe, aunque no hay que cerrarse a ninguna lectura, hay que saber también ser selectivo, una vez que el bagaje lector te pone en contacto con las obras de categoría superior. Y para esta mariscada sí tenemos dinero (aunque aún no somos millonarios, eso nunca).
Estoy de acuerdo. Únicamente que el final vale por ser la columna de un periódico y la respuesta adecuada hubiera parecido petulantcia intelectual.
Es la frase:
"unas constantes universales difíciles de explicitar teóricamente pero que cualquier persona familiarizada con la literatura reconoce enseguida."
-unas constantes universales. Es la estética. Cuya primera obra es la poética de Aristoteles y cuyo criterio sigue siendo el que permite diferenciar una película buena de una de serie b: que no se vea la sangre, si se muestra es que el autor no tiene arte. y la obra cumbre la estética de Hegel y la obra también Estética de T. Adorno Importante por la estética de la música dodecafónica. (como critico musical metió la pata haciendo juicios sobre el futuro y diciendo que el jazz no era un camino)
Por eso que no son difíciles de explicitar, ya están explictadas.
Lo que no estoy de acuerdo es ese reconocimiento mo comunicable de la cosa, que se da por encontrar el alma a "lo mismo", el reconocimiento sólo puede ser de lo mismo y nada otro.
Esa es la línea de Platón y la mística: es lo no explicitable porque cualquier expresión lo traicionaría, incluso la más transpareente de las expresiones simultáneamente al revelarlo pondría esa belleza como otra cosa. Cualquier obra que la presentara sería la huella de la ausencia, un aludidor que mas que presentar confirma el "aquí no está".
Yo soy más racionalista: si se puede pensar claramente también se puede decir claramente. De otra manera se cae en el mito de la presencia inefable que deriva en un mero "sobre gustos..." Con lo que se sale del terreno de la argumentación.
Si hablas del crítico corres el riesgo de convertir la columna en autoreferencial: todos los sistemas se hacen autoreferenciales, el periodismo más y la televisión nació siéndolo. Pero también hay que enseñar las cartas. Y la otra linea es que obviamente el crítico esta familiarizado con los aspectos formales y que lo que no puede hacer es alinearse en línea estructralista, psicoanalítica... y mejor en cierto eclecticismo que le de elasticidad segun la obra comentada: esa elasticidad no es la arbitrariedad del opinódromo: es tener punto de vista que para objetividad ya están las camaras de fotos y tampoco es seguro que sea así el mundo
Antonio, muy interesante tu reflexión y todas tus aportaciones. Respecto a la explicitación de los aspectos que confieren a un artefacto la categoría de arte (valga la redundancia etimológica), seguramente tengas razón. Pero olvidas que mi blog se llama "Cesó todo y dejéme", así que no puedo librarme de la mística. Es broma. Además, tiro piedras a mi propio tejado. Porque con la cruzada que tienen los filólogos y críticos literarios para reivindicar que su labor es científica, si la limito a la intuición mística que transmite el objeto, acabamos por convertirnos en una especie de oráculos sin credibilidad empírica. Aunque, si aceptamos tu última observación sobre la subjetividad del crítico para que éste enseñe sus propias cartas, lo de la crítica científica, al menos en algunas de sus vertientes, se va al traste.
Fernando Lo de la critica científica es una chorrada de acomplejados, los números también son una metáfora más: aunque más persuasiva. Los números valen mientras te crees que se puede caracterizar el mundo con números enteros. Pero cuando se pueden poner cientos de decimales eso es metáfora, la tabla del 0 es metáfora, la propiedad transitiva sólo pasa en los lenguajes formales y no en el mundo... En elMercader de Venecia queda claro: muy bien quiere usted precisión, pues corte una lbra ....
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