Entre los escritores de primera fila es difícil no
hallar alguno que no tenga entre sus preferencias lectoras alguna novela de
William Faulkner. Es curioso comprobar cómo, cuando estos escritores son
preguntados acerca de sus intereses literarios o sobre las influencias
estéticas que creen haber recibido, el nombre del novelista norteamericano sale
siempre a la palestra. Por algo será. Ahora se me viene a las mientes, por
ejemplo, el entusiasmo con el que Ana María Matute se refería a las lecturas
clave de su vida, en concreto a Luz de agosto, de Faulkner. Entonces
ella utilizó el término “deslumbramiento”, casi como una extensión lógica del
propio título. “Deslumbramiento”. Quizás cuando todos los intentos
academicistas por analizar una novela se quedan cortos; cuando el crítico
literario se empequeñece ante la magnitud de un libro que desborda su juicio;
cuando un escritor alcanza con su obra esa plenitud artística que lo hace
inclasificable y lo eleva por encima de taxonomías y tecnicismos y opiniones,
entonces, efectivamente, quizás la palabra “deslumbramiento” se baste a sí
sola.
El lector que se acerque a Luz de agosto
sentirá desde las primeras páginas que está leyendo otra cosa, algo que está en
otro nivel. Los personajes de la novela son inolvidables: la cándida pero firme
Lena, que busca embarazada al padre huido de su futuro hijo; Joe Christmas,
cuya vida es en sí misma también una búsqueda, la de su propia raza; el
reverendo Hightower, defenestrado por la Iglesia por su poco ortodoxa oratoria
desde el púlpito y por su oscura vida conyugal, y que desde su retiro
constituirá el punto de encuentro de ambas historias; Byron Bunch, arrastrado
por una insuperable inercia, entre lo moral, lo vital y lo místico, a auxiliar
a Lena; el disoluto y rastrero Brown, padre del hijo de Lena y traidor a su
amigo Christmas; y tantos otros.
Faulkner se detiene en la construcción de sus
personajes con tal profundidad (y a veces con gran complejidad psicológica) que
éstos adquieren una fuerza, una corporeidad casi real, tan alejada del tipismo
maniqueo o de esos esbozos deshilachados que caracterizan muchas novelas de
nuestro tiempo, más atentas al vértigo de la acción que a la reposada
introspección del alma de sus protagonistas. Incluso aquellos personajes a los
que se les reserva una categoría alegórica desde el mismo nombre, como al
propio Joe Christmas, cuya muerte simbólica, como la de Jesucristo, busca la
redención de los hombres y la esperanza de la luz (la luz de agosto) en el hijo
de Lena, es una figura con una humanidad perfectamente perfilada, en parte
gracias al monólogo interior. Christmas es, sin duda, el personaje más
interesante. El origen ambiguo de su sangre le convierte en un automarginado,
blanco entre negros y negro entre blancos en una búsqueda sin solución de
continuidad.
La técnica narrativa, aunque quizás sea la más lineal
de todas las novelas de Faulkner, abunda todavía en las continuas retrospecciones
y en la dilación magistralmente dosificada de la resolución del puzzle argumental.
La novela es una denuncia de la intolerancia social y
del puritanismo, en parte gestadores de criaturas como Christmas y, a la vez,
los verdugos que buscan en el sacrificio catártico el chivo expiatorio que
oculte, en el nombre de una justicia arbitraria, su propia podredumbre. Otros
temas desfilan por sus páginas, como la Guerra de Secesión americana, la
fractura social entre esclavistas y abolicionistas y toda una alegoría de
raigambre bíblica perfectamente identificable para el lector avezado. Una lectura
deslumbrante como el sol de este mes de agosto que ya quiere coquetear con
septiembre pero que volverá, luciente y esplendoroso como vuelven siempre los
clásicos literarios.
2 comentarios:
Casualmente estos días he estado leyendo "¡Absalón, Absalón!" y coincido con tus juicios sobre Faulkner.
En cierta ocasión se reunieron para cenar Clinton y García Márquez y Carlos Fuentes (entre otros escritores latinoamericanos). Pues bien, parece ser que hablaron largo y tendido de Cervantes y de Faulkner. Lo leí hace mucho tiempo, pero creo recordar que García Márquez le recitó de memoria a Clinton algunos pasajes de Faulkner. ¿Te suena la anécdota? Yo es que la tengo un tanto olvidada y puede ser que no la esté contando bien.
Y por cierto, me acordé de vosotros, Píramo y Tisbe, porque Faulkner confunde en la novela a Píramo con Príamo (al menos, en la traducción de la edición de Alianza, no sé si en el original es así).
Válida la elección de la novela; vaya como homenaje y posibilidad de lectura de este grande de la Literatura!
Publicar un comentario