domingo, 10 de mayo de 2015

286. Making-of



El azar ha querido que las últimas tres novelas que han llegado a mis manos compartan un rasgo común: en todas ellas sus autores intercalan entre la trama argumental los pormenores del proceso creativo ofreciendo detalles personales sobre las vicisitudes experimentadas durante la escritura de sus respectivos libros. David Foenkinos confiesa en las páginas de Charlotte el impacto emocional que ha supuesto para él adentrarse en la vida de la pintora judía, muerta en Auschwitz; Arturo Pérez-Reverte desmenuza la labor de investigación que ha llevado a cabo para conocer la historia de los “hombres buenos” que trajeron L’Encyclopédie de Diderot y D’Alembert a España; finalmente, Antonio Muñoz Molina riza el rizo y en esa novela de novelas que es Como la sombra que se va, desvela los secretos de la composición de Un invierno en Lisboa, mientras noveliza la huida de James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King, de cuya trama ofrece también datos acerca del proceso de confección de la novela.
Ignoro si esto de mostrar las tripas de los libros es una nueva moda pero si lo es, sería deseable que fuese pasajera. No es que no resulte interesante toda esa información sobre las particularidades del acto creativo. La metaliteratura es un apasionante campo de reflexión y un precioso filón para el anecdotario. Pero la disposición de un lector de novelas es la de quien desea traspasar las lindes de su propia realidad para sumergirse, mientras dure el embrujo de la lectura, en otro espacio necesariamente distinto. El lector hace un pacto con el escritor: tú me cuentas una mentira o una media mentira y yo hago como que me la creo. La inclusión de los entresijos extraliterarios vulnera ese pacto de ficción y produce cierto desencanto, una sensación de estafa, como cuando suena el despertador y, de repente, irrumpe la fea realidad tras la magia de un bonito sueño. Decirle al lector cómo es una novela por dentro es como hacerle decir a un forense lo maravillosa que era la persona que está diseccionando en la mesa de autopsias mientras revuelve sus vísceras. No hay nada más desazonador tras una obra de teatro que esos coloquios que se organizan a veces, al finalizar el espectáculo, entre el público y los actores. Éstos, ataviados todavía con los trajes de los personajes a los que dieron vida, al hacerse hombres de verdad y eliminar la frontera que los separaba de nuestro patio de butacas, dan al traste con esa sensación de hechizados con que todo el mundo debiera salir siempre de las puertas de un teatro; y sólo la realidad de la calle, el murmullo de las gentes, los cláxones de los coches, el frío sobre las aceras, son los que poco a poco debieran devolvernos del trance. Que lo hagan los actores es un sacrilegio. Lo que sucede en la escena, quede en la escena; lo que sucede en los libros, quede en los libros; el actor Álex González es un farsante impostor de Javier Morey cuando se empeña en relatarnos el making-of de El Príncipe.

El mejor making-of que probablemente haya dado nunca la Literatura ya nos lo regaló Cervantes cuando nos contó que la historia de don Quijote la había conocido a través de unos textos del historiador musulmán Cide Hamete Benengeli, que hizo traducir. Y digo que este making-of ha sido el mejor de todos por una sencilla razón: porque era mentira. 

5 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Totalmente de acuerdo, Píramo. Esperemos, efectivamente, que lo de explicarnos los autores cómo fueron componiendo tal o cual novela se trate de una moda pasajera. La que ya no parece tan pasajera, por desgracia, es la manía de los coloquios tras la representación de las obras teatrales.

Marisa Solo dijo...

Completamente de acuerdo. Una primera lectura es como una primera cita, y no conviene desvelar todos los misterios.

Chus Romero dijo...

No pasa nada. Es como todo, a veces desvelar el truco hace que pierda la gracia, otras, se convierte en parte del texto y aporta nuevas aproximaciones, lecturas y aventuras, una dimensión extra que tampoco debemos creer a pies juntillas. Ya sabemos, los escritores son unos mentirosos, benditos sean.

Pedro Gomila dijo...

Muy pocas veces resultan interesantes esas novelas. Parece que cierto narcisismo, por una parte, y cierta necesidad de llenar más hojas, por otra, mueven a tales autores. Esperemos que esa moda no se extienda a la poesía.

Tisbe dijo...

Por una parte, tiene su gracia conocer el proceso de documentación y de investigación que supone escribir una novela. Ahora bien, puede ser peligroso que todos los novelistas plasmen estos aspectos en sus novelas. Al fin y al cabo, el lector lo que quiere es disfrutar con un buen argumento.