viernes, 25 de diciembre de 2009

25. Nochebuena, de Nikolái Gógol


El año que ya agoniza es también el año de Nikolái Gógol (1809-1852); la UNESCO decidió dedicarle el 2009 al escritor ucraniano, sumándose así a la celebración de los 150 años de su nacimiento. La verdad es que la efemérides ha pasado sin pena ni gloria. Hasta donde llegan mis noticias, no he percibido ninguna atención mediática ni he oído hablar de congresos o encuentros literarios en relación con Gógol. Es probable que se hayan celebrado pero no tengo conocimiento de ellos. La Biblioteca Pública de Tarragona sí le ha dedicado un rinconcito donde aparece un muestrario de sus libros y una breve nota sobre su vida y obras; así lo descubrí yo. Y es que parece que, salvo los especialistas en literatura rusa o algún lector curioso de más amplias miras, para muchos, dicha literatura empieza y acaba con Tolstói, Dostoyevski o Chéjov.
No pretende este artículo reparar tal olvido, que eso sería dar por supuesto que el lector no conoce a Gógol y alguien habrá que lo conozca. Sólo deseo acercar a la bitácora un librito de este autor, cuyo título comulga bien con las fechas en que nos hallamos: Nochebuena, se llama. Es una novela muy breve, incluida en sus Veladas en un caserío próximo a Dikanka, corpus de novelas cortas sobre las tradiciones folklóricas ucranianas, escritas por Gógol durante su estancia en San Petesburgo, donde este tipo de temáticas era muy del gusto del público. La verdad es que, quien lea este cuento de Navidad, difícilmente podrá creer, como asegura Saskia von Hoegen en el prólogo del libro, que "con gran razón se puede decir que sus logros literarios, junto con los de otros autores de la época como Pushkin y Lérmontov, son la base para el auge que alcanzará la literatura rusa en la segunda mitad del siglo XIX"; sin embargo, hay que pensar que Nochebuena es una obra menor, lejos todavía de Las almas muertas, su obra maestra.

En Nochebuena, traza Gógol un cuadro de costumbres muy vivo enmarcado en la víspera de Navidad en un pueblecito ucraniano. Así, el lector puede degustar la gastronomía típica de esa noche, como el cutiá o el vareniki o el borsch, o unirse a los jóvenes que cantan las coliadky de puerta en puerta, algo así como nuestros aguinaldos. En ese contexto, una historia de amor con la desdeñosa y altiva Oksana que cifra su corazón al precio de quien pueda conseguirle unos zaptaos como los de la zarina; Vakula, el herrero, con la ayuda del demonio, volará hasta San Petesburgo para conseguirlo; entretanto, la madre del herrero, Soloja, da juego a tres pretendientes: el cosaco Chub, el diácono (casado) y el alcalde, lo que configura divertidas coincidencias en la línea de las comedias de enredo. En este cuento, el demonio roba la luna para dejar a oscuras a los enamorados; una bruja colecciona estrellas, que juegan cogidas de las manos en el cielo; magos sentados sobre pucheros surcan el éter; "más allá veíase un ejambre de espíritus que se extendía a modo de nube. Un diablejo que bailaba cerca de la luna, se quitó el gorro al ver pasar al herrero montado a caballo sobre el demonio. Una escoba tornaba a su destino al quedar abandonada por su dueña", y estas imágenes de fantasía, alternan con el realismo costumbrista sin transición y con total normalidad, lo que da lugar a capítulos de absurda comicidad.

Sin embargo, tras la aparente juguetona estampa, Gógol realiza una radiografía de todas las clases sociales y, veladamente, critica la superstición, calibra la moralidad de los altos estamentos y de las jerarquías eclesiásticas e, incluso, se atreve a poner en tela de juicio la política de los zares, en la entrevista que mantiene un cosaco ante la zarina Catalina, actitud que se adelanta a sus obras mayores, donde Gógol llevará a cabo una peligrosa crítica contra la Rusia autocrática y feudal. Esta actitud incomodará su vida durante toda su carrera literaria hasta lo insoportable: Gógol morirá en Moscú al borde la locura. Es como si, salvando las distancias, tuviéramos a la vez en Gógol a un Pereda, un Jardiel Poncela y un Galdós.
En definitiva, una lectura amable pero con mensajes entre líneas. El marco navideño ucraniano lo hace interesante y distinto. Pero, pese a la atractiva diferencia cultural, la universalidad de las miserias humanas. La Navidad, en ese sentido, es igual en todas partes.

3 comentarios:

Fernando dijo...

Muy interesante este relato que nos ofreces. El espíritu de los escritores rusos, por un lado me deprime, por otro me entusiasma, porque a través de ellos nos acercamos a la mentalidad de ese pueblo maravilloso.En mi adolescencia estuve obsesionado copn Chéjov. Gracias por traerme, aunque sea de forma indirecta, tan entrañables sensaciones. Un fuerte abrazo.

Tisbe dijo...

He de confesar que no conocía a Gógol. La literatura rusa no es mi fuerte, pero este artículo ha despertado en mí la curiosidad. No has podido elegir mejor la novela dadas las fechas. Una buena reseña, Píramo, como siempre.
Un besito.

Píramo dijo...

Fernando, me alegro de que el artículo haya remontado la memoria a tu adolescencia. Allí forjamos parte de nuestra sensibilidad literaria; muchas veces es la más ingenua pero, por eso mismo, la más entrañable.

Tisbe, ahora veremos a Gógol en todos los puestos de libros viejos de Alicante. A mi Nochebuena le sobró mucho Gógol y le faltó mucha Beatriz.