La noche del jueves, cuando supe que Delibes se estaba muriendo, tuve la necesidad de leerle. Pensé que si todo el mundo hacía lo mismo, en el bisbiseo nocturno de miles de lectores, de miles de palabras, las suyas, se produciría el sortilegio de sujetarle un poco más a la vida. Ese fue mi particular velatorio. Quizás el mejor que se le puede hacer a un escritor. Cogí de mi estantería una novela suya al azar y apareció La hoja roja. El desvalimiento de su protagonista, un hombre a punto de jubilarse, me recordó la profunda humanidad que Delibes sintió siempre hacia el prójimo, sobre todo hacia los que sufren el despojo de sí mismos. La urgencia informativa obligará estos días a todos los medios a hablar de su figura. Pero Delibes no cabe en un artículo de opinión ni merece que las palabras laudatorias hacia su persona caigan en el ripio, ni merece la fría profesionalidad de un redactor que se apresura profesionalmente a documentarse para enumerar los datos de su biografía y a cerrar el acta de defunción. Lo que conviene ahora es leer a Delibes. Leerle para encontrar en sus libros lo que Delibes fue: el hombre que duda y que teme a los misterios de la vida en La sombra del ciprés es alargada y que ya estará desvelando; el hombre que amaba la tierra y el mundo rural en El camino sin folklorismos pintorescos sino con el lirismo sobrio del alma castellana, él, que pronto será tierra de sí mismo; el hombre comprometido con las injusticias y enfrentado a la censura, que representa Mario en Cinco horas con Mario, trasunto del propio autor; el hombre con alma de niño en El príncipe destronado, pero nunca serás, Miguel, destronado; el hombre conocedor del alma humana; en sus libros más introspectivos e íntimos, como Señora de rojo sobre fondo gris; el gran erudito que también sabe escribir una memorable novela histórica, El hereje, modelo indiscutible del género, hoy que la novela histórica nos abruma en cantidades ingentes del “vale todo”.
Con Delibes me pasa como con Galdós. Siempre vuelvo a sus libros. Cuando mis lecturas se pierden entre las banalidades que se nos venden como novelas del siglo, hastiado, vuelvo la vista a Delibes y es como reencontrarse con la literatura de verdad, un retorno a casa. Y aunque Delibes ha agotado ya su última hoja roja, el aroma dulce de su tabaco es imperecedero, con la ventaja de que, además, es sumamente saludable. Descanse en paz, Miguel Delibes.
Con Delibes me pasa como con Galdós. Siempre vuelvo a sus libros. Cuando mis lecturas se pierden entre las banalidades que se nos venden como novelas del siglo, hastiado, vuelvo la vista a Delibes y es como reencontrarse con la literatura de verdad, un retorno a casa. Y aunque Delibes ha agotado ya su última hoja roja, el aroma dulce de su tabaco es imperecedero, con la ventaja de que, además, es sumamente saludable. Descanse en paz, Miguel Delibes.
6 comentarios:
Sumo mi humilde palabra a vuestro particular homenaje al Maestro. "La hoja roja", por no sé qué razón exactamente, fue la primera novela que leí de él. Ni que decir tiene, que me enganchó de tal manera que me hice fiel lector suyo. Después vinieron otras, desde "La sombra del ciprés es alargada" a ese libro doloroso, "Señora de rojo sobre fondo gris" (no acudí a sus últimas publicaciones con la misma fidelidad). En todo caso, siempre fue un verdadero placer asomarme a su palabra y aprender de sus escritos. Descanse en paz.
Como buena castellana me siento emocionada por la pérdida de este gran escritor. He leído casi todos sus libros. Ahora los valoraré aún más si cabe. Y sus letras serán ya eternas.
Coincido contigo en que el mejor homenaje que se puede hacer a un escritor es leer su obra. Se nota que has puesto corazón en las palabras que has escrito y no es para menos pues con la pérdida de Delibes, me atrevo a afirmar, que nos hemos quedado huérfanos de buenísimos escritores. Sus obras son una delicia. Especialmente me quedo con LA SOMBRA DEL CIPRÉS..., EL HEREJE y SEÑORA DE ROJO...
Ahora sólo nos queda recordarlo a través de sus obras, pues el acto de leerlo le devolverá un poquito a la vida.
¡Vaya! No ha podido ser... Se marcha para siempre Miguel Delibes al encuentro con Ángeles. Pero sale de la vida y de la literatura por la puerta grande.
Una no puede sino descubrirse ante Delibes. Quitarse el humilde sombrero y reverenciar las palabras que traspasan corazones porque salen de una pluma sabia, de los desvelos de un escritor que no necesitaba los premios para sentirse afortunado. No deseaba más, tenía el don de la palabra.
"Los Santos Inocentes" fue la primera novela que leí de Don Miguel allá por los noventa; cuando iba al instituto todos los días, como ahora, pero con otra mochila. A aquella lectura obligatoria le siguieron "El Camino", "Cinco horas con Mario", "El hereje"... todas por curiosidad.
Y por fin me tocó a mi elegir lectura, y obligar a otros... ¿una temeridad? Acabé el curso leyendo "El Príncipe destronado" con un grupo de alumnos de 2ºESO. Eran alumnos especiales. No se merecían menos.
Y fue, como siempre, un placer.
Gracias a todos por sumaros al homenaje. No es fácil ofrecer una palabras a Delibes sin que uno sienta que no está diciendo nada. En estos artículos uno se siente empequeñecido porque la sombra de Delibes, como la de su ciprés, es muy alargada. Afortunadamente.
Publicar un comentario