Uno de los padres de la dramaturgia moderna es Henrik Ibsen. Cualquier manual así lo recoge y, gracias en particular a su Casa de muñecas, el noruego ocupa un lugar destacado en el Olimpo de las Tablas por derecho propio.
Recientemente, he tenido la ocasión de asistir a la representación de dicha obra, una de las piezas teatrales más conocidas mundialmente. Como es sabido, Ibsen cuestiona en ella el modelo tradicional de matrimonio y el rol de la mujer en la sociedad. Lo novedoso de su temática propició un escándalo cuando se estrenó en 1879 en el Teatro Real de Copenhague y en 1880 en el Teatro Nacional de Cristianía (actual Oslo). No es de extrañar, pues el dramaturgo se atreve a abordar un tema espinoso, que va en contra de los rigurosos preceptos que regían la sociedad de la época.
La trama es sencilla. Nora, esposa del abogado Torvald Helmer, solicita un préstamo y falsifica la firma de su padre para que se lo concedan con la única finalidad de poder viajar al sur para que su esposo se recupere de una grave dolencia. Durante mucho tiempo, ella paga religiosamente las cuotas mensuales sin que Torvald sepa nada, pero en su camino aparece Krogstad- el procurador que le había conseguido el crédito- quien le exige que convenza a su marido para que le mantenga su puesto de trabajo en el banco del que ahora Torvald es director o, de lo contrario, contará toda la verdad y su gran secreto será vox populi. A partir de este momento, la vida de Nora se convierte en un auténtico infierno pues no soporta la idea de que Torvald se enfrente a los demás para defenderla de las acusaciones que pueden recaer sobre ella. Incluso, llega a pensar en el suicidio como solución. No obstante, los acontecimientos se precipitan y el abogado se entera de lo sucedido. La reacción del esposo, no es, sin embargo, la que espera Nora. Torvald piensa únicamente en su reputación, en su honor, en el qué dirán y en conseguir a toda costa que dicha deshonra no llegue a oídos de la sociedad. En ningún momento valora el acto de amor que realizó Nora para salvar su vida ni piensa en ella, sino únicamente en guardar las apariencias. Cuando Krogstad comunica su intención de olvidar el asunto de la falsificación es demasiado tarde, puesto que Nora ya no es la mujer servicial y sumisa del principio sino que ha despertado de un largo letargo en el que ha estado sumida. Por primera vez, ha conocido de verdad a su esposo. Ahora sabe quién es, de modo que la reconciliación que éste pretende es imposible. Nora Helmer no quiere ser ya ese pajarillo que revoloteaba alrededor de su amo sin cuestionar nada. Se siente insatisfecha y perdida pues ha vivido en la más absoluta irrealidad, sometida a los deseos de un esposo que no le permitía crecer como persona. Sin la venda del amor que le cegaba, Nora se atreve a sentarse frente a Torvald y confesarle que se marcha. No huye a escondidas, sino de frente tras verbalizar la insatisfacción que siente por su reacción. Ya no quiere ser más una muñeca que actúa movida por los hilos masculinos de la casa. Ahora necesita conocerse a sí misma y ser valorada desde la dignidad y la igualdad.
La escena más conocida de Casa de muñecas es, sin duda, la del famoso portazo con el que Nora abandona su hogar. En este caso, Amelia Ochandiano -directora de la representación- hace que la protagonista salga dejando la puerta abierta. Sólo Torvald aparece en escena, desconcertado e intentando poner en pie un árbol de Navidad que se cae una y otra vez, símbolo de su imposibilidad de poner orden en una familia que acaba de romperse. En este sentido, si Nora es la víctima por excelencia del drama no podemos olvidar que, de algún modo, también su esposo lo es, puesto que la sociedad le ha enseñado a imponerse sobre las mujeres. No comprende por qué Nora se marcha, no llega a entender que ella sienta la necesidad de reencontrarse a sí misma, de buscar su propia voz y personalidad. Víctimas, pues, son ambos personajes de las normas sociales del momento.
Silvia Marsó da vida a Nora en este espectáculo de forma magistral. Son muchos y muy variados los registros que ha de interpretar y en todos ellos actúa bien, sin sobreactuar. El mismo elogio se puede dedicar a Roberto Álvarez, quien encarna al abogado enamorado de la ornitología. Otros intérpretes flojean algo más y podrían haber sacado mucho más partido de su texto. No obstante, la puesta en escena es excelente ya que los actores sobre los que recae el mayor peso dramático realizan una brillante labor.
Silvia Marsó da vida a Nora en este espectáculo de forma magistral. Son muchos y muy variados los registros que ha de interpretar y en todos ellos actúa bien, sin sobreactuar. El mismo elogio se puede dedicar a Roberto Álvarez, quien encarna al abogado enamorado de la ornitología. Otros intérpretes flojean algo más y podrían haber sacado mucho más partido de su texto. No obstante, la puesta en escena es excelente ya que los actores sobre los que recae el mayor peso dramático realizan una brillante labor.
Es un tópico común afirmar que esta obra es uno de los estandartes del feminismo. Si bien Ibsen declaró que no la escribió con esta intención, lo cierto es que por primera vez aparece en la literatura una mujer que decide ser plenamente libre pues su autor es consciente de que "existen dos códigos de moral, dos conciencias diferentes, una del hombre y otra de la mujer. Y a la mujer se la juzga según el código de los hombres [...]. Una mujer no puede ser auténticamente ella en la sociedad actual, una sociedad exclusivamente masculina, con leyes exclusivamente masculinas, con jueces y fiscales que la juzgan desde el punto de vista masculino".
He aquí, por tanto, un primer paso para la reivindicación de la liberación de la mujer desde la literatura. Un tema que sigue gozando de una triste vigencia puesto que son muchas las noticias que a diario recogen casos de desigualdades, discriminaciones y vejaciones varias a las mujeres por el simple hecho de que existen todavía hombres que creen tener la potestad sobre el género femenino. Ojalá haya muchas Noras que dejen de ser alondras temerosas y se atrevan a convertirse en gavilanes que vuelen libremente y que coman almendras garrapiñadas alejadas del ala subyugadora de los hombres que no las valoran como seres humanos.
La cita pertenece a Notas para la tragedia actual.
4 comentarios:
Excelente comentario y disección de la obra. Poco más que añadir a lo que has dicho.
Por mi parte, apuntar que hace unos meses vi este mismo montaje en Talavera, y que me encantó, sobre todo, la actuación de Silvia Marsó. Un espectáculo que merece la pena.
Un abrazo.
No conocía la obra pero me ha gustado el comentario y la filosofía que encierra sobre el papel de la mujer.
Gracias por acercarme tan interesantes noticias.
Un abrazo
Antonio, gracias por tu visita. Me alegro de que asistieras tú también a la representación. Coincido contigo en destacar la actuación de Silvia Marsó. Nunca la había visto en teatro y desde ese día la tengo entre una de mis favoritas. Un afectuoso saludo.
Esmeralda, si tienes ocasión y te gusta el teatro ve a verla. No te defraudará. Gracias a ti por tus visitas y comentarios. Un abrazo.
La calidad de un artista se define cuando él solo es capaz de llevar el peso de una obra y Silvia Marsó se lo echó a cuestas con una solvencia de mucho talento. Por lo demás, la obra es un clásico y reafirma la definición que sobre el término se ha hecho: una obra que no caduca con el paso del tiempo. Desgraciadamente, no puede estar más de actualidad. Estupenda reseña, Tisbe, como siempre, y muy cómplices e inteligentes tus guiños a las alondras y las almendras garrapiñadas.
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