El mundo de la poesía dirige su mirada este año hacia Orihuela. En esta ciudad alicantina, bañada por las aguas del Segura y flanqueada por el contraste de su exuberante huerta y sus riscos pelados, nació en 1910 Miguel Hernández. Para hacerse una idea de la Orihuela de aquel tiempo, nada mejor que acercarse a la obra de otro ilustre alicantino, el gran novelista Gabriel Miró (1879-1930) quien acuñó para la ciudad el nombre literario de Oleza, inmortalizándola en obras como Nuestro Padre San Daniel y, sobre todo, El obispo leproso. En estos libros, Gabriel Miró da buena cuenta del carácter eclesial de Orihuela, de la que se maneja el dato de ser una de las ciudades españolas con más iglesias por habitante. Por aquellas calles de olor a incienso y frufrú de sotanas, debió recorrer Miguel Hernández su itinerario habitual para pastorear las cabras de su padre o para vender la leche que éstas producían. Tal vez lo haría por la calle Mayor, donde vivía José Marín, el futuro Ramón Sijé de la magnífica elegía, aún desconocido para Miguel, o por la calle de la Verónica, “querencia de las sastrerías eclesiásticas, de las tiendas de ornamentos, de los obradores de cirios y chocolates”, al decir de Miró. Y obligatoriamente tendría que pasar por el colegio jesuita de Santo Domingo, una de cuyas puertas daba a la calle de Arriba, donde estaba situada la casa familiar del poeta. La importancia e influencia del colegio era tal en la ciudad, que Gabriel Miró llega a afirmar: “El colegio se infundía en toda la ciudad. La ciudad equivalía a un patio de Jesús, un patio sin clausura, y los padres y hermanos lo cruzaban como si no saliesen de casa”. Y ese tramo del camino debió ser especialmente doloroso para Miguel, quien había pasado allí los mejores años de su adolescencia antes de que su padre decidiera interrumpir los estudios del muchacho para que éste arrimase el hombro al negocio familiar o tal vez celoso de una posible influencia vocacional de los seminaristas sobre su hijo. Con los jesuitas, la avidez lectora de Miguel había adquirido una sistematización reglada que encauzaba aquella primera educación asilvestrada que el futuro poeta había recibido años antes de las Escuelas del Ave María, cuya pedagogía se basaba en el aprendizaje a través de la interacción con la propia naturaleza y el entorno inmediato. A la postre, la poesía de Miguel Hernández condensaría ambas vertientes y, junto a la formación humanística de los jesuitas, los versos de sus poemas contendrán el instinto rebosante de quien fue naturaleza en la naturaleza. Y, siguiendo con el recorrido habitual de nuestro pastor, seguro hallaría por aquellas calles el “olor tibio de tahona y de pastelerías. Dulces santificados, delicia del paladar y del beso; el dulce como rito prolongado de las fiestas de piedad”, pero ninguna como la tahona de su amigo Carlos Fenoll, el panadero poeta que le cede a Miguel su sección en el periódico El pueblo de Orihuela para publicar “La sonata pastoril”, el primer poema que vio la luz, uno de los tantos que escribiría en la soledad del monte, al arrullo de sus ovejas, en cualquier pedazo de papel de estraza o en aquel famoso cuaderno de cuentas: “en esta siesta de otoño/bajo este olmo colosal/que ya sus redondas hojas al viento comienzo a echar/te me das, tú, plenamente,/dulce y sola Soledad”. Y en algún momento levantaría los ojos del papel, fijaría la vista en el perfil recortado de su Orihuela, a lo lejos y pensaría “Si queréis el goce de visión tan grata / que la mente a creerlo terca se resista; / si queréis en una blonda catarata / de color y luces anegar la vista; / si queréis en ámbitos tan maravillosos / como en los que en sueños la alta mente yerra / revolar, en estos versos milagrosos, / contemplad mi pueblo, contemplad mi tierra”.
Y, sin embargo, Madrid esperaba…
En la foto de arriba, Miguel Hernández junto a sus compañeros de la escuela del Ave María (1921). En la de abajo, junto a sus compañeros de la escuela de Santo Domingo (1923). Hagan apuestas. ¿Quién es Miguel Hernández?
6 comentarios:
De Orihuela a Madrid y de allí a la eternidad. Miguel nos dejó su alma en cada surco de palabras escritas. Por eso es tan grande y por eso se merece este reconocimiento popular en cada aniversario cumplido.
Saludos cordiales
Interesante texto, un placer
pasar por tu bonito blog.
que tengas una feliz semana.
Fe de erratas para los lectores del Diari de Tarragona. Gabriel Miró es alicantino, no oriolano. Aunque su vínculo con Orihuela es tal que podría considerarse hijo adoptivo. ¿Se salva por ahí mi despiste?
Orihuela aún mantiene su esencia, observarla desde el seminario es contemplar la religión en la tierra... sus torres de iglesias en medio de la huerta, su sol radiante y sus agradecidas sombras, como las del Palmeral o las de la Plaza de Gabriel Miró, donde suena la música los domingos por la mañana...
Para los que conocemos Orihuela leer tu artículo es una delicia, pues gracias a él hemos rememorado el itinerario de un joven Miguel ansioso por aprender. Coincido con Mari en la idea de que la Oleza de Miró mantiene la esencia del poeta-pastor. Y que siga así siempre.
Esmeralda, el viento del pueblo sigue insuflando vida a su poeta.
Ricardo, gracias por visitarnos
Mari, tenéis suerte de tener tan cerquita la Meca de la poesí este año.
Tisbe, gracias por tus palabras. Y a ver cuándo me llevas a hacer la Senda del Poeta contigo.
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