La mayoría de los estudiosos coiniciden en señalar como hito inaugural de la novela histórica el título Waverley (1814), de Walter Scott. Y, aunque ello signifique que el género lleva caminadas casi dos centurias de vida, lo que parece cierto es que ha sido en las últimas décadas cuando la novela histórica ha alcanzado su mayor profusión. Ayudan al desmesurado fenómeno la gran demanda por parte del público de este tipo de novelas; el sentido mercantilista, cada vez mayor, de muchas editoriales; y, desgracidamente, un deformado criterio que impide pasar por el tamiz del buen gusto literario, una gran cantidad de obras de muy dudosa calidad.
Lo que parece claro es que el género se está sobresaturando. Cuando uno entra en cualquier librería queda abrumado ante las pilas de libros adornados con sus llamativas portadas de caballeros y manuscritos medievales, pinturas renacentistas, exóticos palacios árabes, estandartes de legiones romanas, sábanas santas, cruces cristianas que anuncian oscuros complots eclesiásticos y demás parafernalia. Porque en esto de la novela histórica, las ilustraciones actúan como fatal cebo ante el incauto lector. Especial protagonismo se están pertrechando los autores que abordan el tema de la guerra civil española. Aunque sea legítimo e incluso saludable recordar nuestra historia más reciente y, llegado el caso, denunciarla, tengo dudas acerca del oportunismo de muchos al acercarse a tan espinoso asunto. Sacar dinero del dolor ajeno, hurgando en las desgracias de las gentes que tuvieron que vivir una guerra, no me parece demasiado ético si, como he dicho, hay más de oportunismo que de implicación honesta en lo que se cuenta. Pienso en Almudena Grandes, que si bien acertó con El corazón helado, se equivoca ahora con su promocionadísima Inés y la alegría, novela maniquea donde las haya, mal construida y peor escrita (incluso con errores gramaticales).
El agotamiento del género se aprecia ya, incluso, en la publicación de obras que lo parodian, como Mercado de espejismos, de Benítez Reyes. Y, aunque el autor gaditano no va a emular a Cervantes en su castigo a las novelas de caballerías, sí es indicativo de cómo están las cosas.
Existen tres tipos de lectores de novela histórica: los que se consideran amantes de la Historia pero, ¡ay, amigo!, no desean acercarse a ella desde los “áridos” trabajos de los historiadores y prefieren ver una película o leer una novela creyendo con ello estar aprendiendo algo; los que simplemente buscan entretenimiento y el pasado les parece un buen marco para la evasión; y, finalmente, los que exigen que la novela reúna aquellos requisitos que la conviertan en una obra de arte. Los tres tipos de lectores encuentran sus correspondencias entre los escritores. A los primeros se les satisface con novelas excesivamente documentadas que, por lo mismo, encallan en lo literario y resultan ser más aburridas que los tratados históricos de los que se rehuía; eso contando con que no existan anacronismos flagrantes. Una novela debe ser siempre una novela, no un tratado histórico; al segundo tipo de lector se le ofrece una novela sin ambición estilística en la que importa lo que se cuenta sin más. Un buen ejemplo pude ser John Steinbeck y su llana versión sobre los asuntos artúricos; por último, el exigente tercer lector disfrutará de una novela donde el marco histórico esté bien construido pero sin convertirse en un fin por sí mismo; gozará de un estilo depurado, elegante y exquisito; leerá, en defnitiva, a Mujica Laínez y su Bomarzo; a Terenci Moix y su desbordado lirismo egipcio en No digas que fue un sueño; amará el idioma castellano al acercarse a los Episodios Nacionales de Galdós o se reconocerá en deuda de por vida por el placer que le produjo El hereje de Miguel Delibes. Por nombrar sólo a unos cuantos principiantes escritores de novela. Histórica. Pero, sobre todas las cosas, novela.
5 comentarios:
Tienes razón. Llega uno a las librerías y la novela histórica destaca por encima de otros géneros. He leído mucha pero últimamente voy de desilusión en desilusión. Los escritores ávidos de fama y dinerillo fácil intentan hacer su agosto estrenando obras facilonas, recargadas en descripciones inútiles, con fallos incluso en cronología... Un desastre. A la hoguera la mayoría de los oportunistas.
Me gusta la historia, pero también la literatura decente. Por favor, señores Reverte, Grandes, Navarro, Asensi, etc, etc,etc... No pierdan su dignidad a cambio de un plato de lentejas.
Saludos cordiales
Totalmente de acuerdo, Píramo, con tu elogio de "Bomarzo", de "El hereje" y de los "Episodios Nacionales" de Galdós. Y comparto también tu desaprovación de "Inés o la alegría": "El corazón helado" (espléndida novela en lo literario) adolecía de un planteamiento bastante maniqueo, pero es que lo de "Inés y la alegría" clama al cielo.
Lo de "novela histórica" algunos lo han querido ver -y quizá no les falte razón- como un oxímoron: o es novela -dicen- o es historia, pero las dos cosas a la vez es imposible.
Me suelen gustar las novelas históricas, pero reconozco que últimamente hay una saturación enorme. Suscribo todo lo que tan bien dices en este artículo. Parece que cualquiera puede escribir este tipo de novelas hoy en día y no es así.
ESMERALDA, supongo que el problema está en que la dignidad no la pierden por un plato de lentejas sino por una buena suma económica. Y así es muy fácil perder la dignidad (al menos la literaria).
JAVIER, "Bomarzo" casi la leímos a la vez, ¿recuerdas?. La crítica sobre "Inés y la alegría" te la debo en parte a tus opiniones. Lo de la terminología es el cuento de nunca acabar; esa manía de acuñarlo todo y de poner etiquetas. Si nos ponemos finos, toda novela es histórica, porque es hija de su tiempo.
TISBE, mira que si luego no predicamos con el ejemplo... Ya me entiendes.
De acuerdo en lo del plato de lentejas. Quería decir lo que tú has dicho...
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