domingo, 13 de marzo de 2011

88. El teatro de verdad

Hay veces en las que un teatro cualquiera puede convertirse en un corral de comedias. Y si reparamos en nuestra indumentaria, es posible que, sin saber cómo ni cómo no, nos veamos ataviados con herreruelo, greguescos, calzas, y borceguíes, acompañando a nuestra dama, que en esto de ir a la moda cortesana no le va a la zaga, y que luce con gracia la saboyana y los chapines. No hace falta esperar al Carnaval. Para que surta el sortilegio sólo es necesario acudir al teatro y que sobre sus tablas actúen los componentes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC). Así que acomódense, pidan al alojero ese brebaje de agua, miel y canela, y aguanten con estoicismo los empujones del sufrido “apretador” que comprime al público en el patio para que todos quepamos. Aunque, a tenor de nuestros trajes, a buen seguro evitaremos tales incomodidades y gozaremos de la función detrás de las celosías de los aposentos superiores. ¡Y a disfrutar!

25 años de teatro sin inventos
Cuando en 1986, Adolfo Marsillach fundaba la CNTC con el estreno de El médico de su honra, de Calderón de la Barca, sin saberlo estaba construyendo el bastión desde el que defender nuestro teatro áureo de las acometidas vanguardistas de algunos directores que, bajo el pretexto de modernizar las obras y adaptarlas a los nuevos tiempos, nos castigan con sus excentricidades. Los directores que desean dar una vuelta de tuerca más a una obra clásica, aspiran a erigirse en baluartes de una modernidad mal entendida. El esnobismo vanguardista es una patraña. Así, de las vanguardias literarias que florecieron a principios del siglo XX, sólo han sobrevivido con dignidad en los manuales de Historia de la Literatura, aquellas que supieron conjugar modernidad y tradición y que respetaron el espíritu de lo clásico, reformulándolo con gusto. El resto no ha dejado más huella que la de efímeras anécdotas. Algunos estamos hartos ya de que un calcetín colgado en la puerta de un armario vacío represente la soledad del ser humano (léase ARCO y otras mandangas).

Cimentada en la palabra
Uno de los puntos que la CNTC incluye en el decálogo de su página web (en realidad son 9 puntos) es el de estar “cimentada en la palabra y en la belleza del español”. Y ese es el fundamento mayor. Los proyectos artísticos de la Compañía no requieren de más artificio que aquel genial construido por los grandes dramaturgos del siglo XVII a través del lenguaje. La palabra se enseñorea con tal protagonismo, que se permite prescindir de la imagen, ese asidero al que se agarran los que buscan ocultar la torpeza de su arte, aprovechando con desleal oportunismo el auge de las nuevas tecnologías. En muchas de las obras de la CNTC no hay apenas decorados ni gran aparato escenográfico, como no lo había en los corrales de comedias de los Siglos de Oro. La razón es que no hace falta. Porque la palabra, que evoca, que embellece, que comunica (¡cómo olvidamos en estos tiempos que la palabra debe comunicar!), la palabra, que es dueña y señora única del arte literario, suple cualquier atrezo. Y para que la palabra quede sublimada se necesita, además, alguien que la sienta y la viva con vocación. Esas virtudes la ostentan sin discusión alguna los actores de la CNTC, cuyo mérito nunca será lo suficientemente ponderado. Sin el caché mediático de los actores televisivos, son, sin embargo, la esencia de la profesión: dicción impecable, interpretación portentosa, prodigiosa memoria, amor y pasión, entrega.

No sé qué veredicto darían los llamados mosqueteros del siglo XVII, aquellos que ocupaban de pie el patio de los corrales de comedias y de cuya opinión bullanguera dependía el éxito de la función. Pero no hay debate entre los mosqueteros del siglo XXI: en el vocerío y la bulla de éstos últimos imperan los bravos y el fervoroso, emocionado aplauso. Enhorabuena.

2 comentarios:

Píramo dijo...

Reproduzco el contenido del correo electrónico que he recibido de Javier Díez Ena, ayudante de prensa de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, a quien transmito mi satisfacción por sus palabras.


"Estimado Fernando,
Te agradecemos mucho el texto que has dedicado a la CNTC en tu blog. Ha sido un placer leerlo.
Un cordial saludo"

Tisbe dijo...

Suscribo todo lo que dices en este artículo. Es un tema recurrente en nuestra sección de teatro, pero creo que es importante reconocer la impecable labor que realiza esta compañía, pues no hemos de olvidar que la finalidad última del teatro es ser representado y mientras haya actores que respeten las obras clásicas el espíritu de nuestros mejores dramaturgos seguirá vivo, alejado de absurdos experimentalismos que desvirtúan los textos originales.