Sergio Gaspar en Cambrils |
A mi abuelo, que olvidó el nombre de mi madre. A mi madre sin nombre: pero hija siempre
El pasado viernes, el poeta y editor Sergio Gaspar leyó algunos de sus versos en Cambrils. Que yo recuerde, en el tiempo que llevo acudiendo al Aula de Poesía de l’Antena del Coneixement nunca el turno abierto de palabras que se inicia tras la intervención del invitado, se había alargado tanto; ello da buena cuenta del interés que despertó Gaspar entre el público allí presente.
Desde la editorial DVD que dirige, Sergio Gaspar ha dinamizado e impulsado las nuevas tendencias poéticas y narrativas. De esta labor se podría hablar largo y tendido y daría para otro artículo. Pero yo me centraré hoy en su condición de poeta. Es autor de 4 libros de poemas: Revisión de mi naturaleza (1988), Aben Razin (1991), El caballo en su muro (2004) y Estancia (2009). Los tres primeros son prácticamente inencontrables y en ellos, particularmente en El caballo en su muro, se somete a la poesía a un proceso de deconstrucción a la manera propuesta por Jacques Derrida, pero no con la intención de derribar las referencias clásicas o de negarlas, sino con la voluntad de encontrar el origen o la esencia misma de esas referencias y hallarles una nueva afirmación, probar su existencia.
La última de sus obras, Estancia, es una apuesta arriesgada. Se divide en tres secciones aparentemente inconexas: en la primera, se recuerda a la madre fallecida; la segunda se sirve de la intertextualidad con Wallace Stevens para explorar el mundo de la pedofilia a través de una secuencia de “flashes” aislados a la manera cinematográfica donde se narra la violación de un niño; la tercera es un relato pornográfico que se sumerge en la oscura sexualidad de un matrimonio. De las tres partes, la más hermosa es la primera con la que, seguramente habría bastado para hacer un buen libro de poemas y hubiera evitado el desconcierto que producen en el lector las otras dos secciones, que podrían haber formado parte, exentas, de otro libro distinto donde hallaran mejor ensamblaje.
Los versos en los que Gaspar recuerda a su madre, muerta como consecuencia del Alzheimer, sobrecogen en el equilibrio, quizás precisamente por ese tenso equilibrio, entre la crudeza y la ternura. En el encuentro con el recuerdo de la madre, Gaspar nos presenta retazos sueltos porque aunque “vivimos todo, [solo] contamos sus fragmentos”. Especialmente emotivas son las escenas en las que se habla de los estragos del Alzheimer, como aquella en que nos damos cuenta de la importancia en la vida de las trivialidades: “Nuestra tarea es recordar algunos rostros,/ ciertas fechas de nacimientos y muertes,/ el camino para volver a casa, y el partido/ al que votamos, y el nombre de nuestro perro./ No parece gran cosa, y no lo es, en efecto,/hasta que llega la hora/ en que alguien que te enseñó tu nombre lo olvida.” O aquel otro poema titulado “Algunos metros de infinito” que recrea mediante repeticiones paralelísticas de gran efectismo los paseos de la enferma por la casa en esa “media docena de movimientos que son exactamente el infinito” donde “se perdió/, o quiso entrar, no lo sé […] y ya no sabe/, o no querrá, lo ignoro, salir de él o de ella o regresarse”. La muerte de la madre produce en Gaspar una conmoción donde se tambalean los últimos cimientos de la infancia: “murió mi madre en el hospital de Sant Pau/ […] cuando yo no he terminado de jugar todavía/ con los cacahuetes que mis padres me compraron / hace ahora mismo cuarenta y cinco años”.
Gaspar se instala en un segundo postmodernismo que consigue sacar partido a la nueva realidad sin enarbolar lo moderno como mera exhibición, sino con la voluntad de extraer de ello su sustancia poética verdadera. Así, la vida y muerte de su madre es “una historia por lo demás irrelevante, / […] de ésas que ni siquiera aparecen si paseas con Google, / entre los escombros de la información”. Nunca una palabra tan pragmática como el famoso buscador de Internet, adquirió dimensiones de tan profunda y humana desolación. Y, aunque en el poemario hay algún exceso prescindible por lo escatológico o explícito, Gaspar parece haber atinado en el hallazgo de la pulsación poética de los nuevos tiempos. Nada sorprendente en alguien que, desde su atalaya de editor, analiza con tan buen ojo clínico el estado y el porvenir de la literatura española.
5 comentarios:
Hermoso artículo y hermosa dedicatoria, Píramo. Gracias por darnos a conocer a este poeta. Algunos versos suyos tienen "pellizco".
¿Sabes si el autor tiene alguna vinculación con Albarracín? Lo digo por el título de uno de sus poemarios, "Aben Razin".
Buen artículo. Como siempre, nos invitas a conocer a poetas nuevos. Parece interesante la parte dedicada a su madre y estoy segura de que la tuya se habrá emocionado al leer tu bonita dedicatoria.
Desgarradores versos, los que dedica a la madre enferma.
Un abrazo
Excelente presentación; como ya se ha apuntado, de las que invitan a leer a un autor. ¿Qué más se puede pedir? Me parece interesante, entre otras, esa acotación en la que sitúas a Sergio Gaspar dentro de un "segundo postmodernismo" que, por lo que apuntas, se caracterizaría por su empeño en abandonar la senda del pensamiento débil. Da la impresión de que es un concepto no traído al albur, sino fruto de una detenida meditación. Seguro que abundarás en él en otro momento. Un placer leerte.
JAVIER, efectivamente tiene que ver con Albarracín, en sentido simbólico. Voy a responder a tu pregunta copiándote un texto de José Ángel Cilleruelo donde se analiza específicamente la obra "Aben Razin":
"Ban Hudheil Ben Razin fue el primer señor árabe, a finales del siglo X, de la sierra que hoy se conoce con su nombre, Albarracín. El yo que habla en el poema llega a un paisaje, y al descubrirlo lo pronuncia: el agua, la piedra, los montes... y al nombrarlo es a sí mismo a quien nombra. La metáfora cultural permite, por lo tanto, enmarcar lo que será el asunto del libro: Aben Razin (sujeto, yo lírico) frente al paisaje del Albarracín (objeto, realidad). La identificación entre sujeto y objeto es, pues, el punto de partida que el título sugiere [...]
El paisaje de Albarracín ─un universo por metonimia─ es una suerte de conciencia de Aben Razin: "Pronuncio: Agua. Y no la nombro. Yo sé que estoy nombrándome"."
(http://elbalconenfrente.blogspot.com/2010/04/las-cosas-mas-extranas-evocacion-y.html)
TISBE. Ya sabes que tuve que modificar el artículo entero debido a mis prejuicios tras la lectura inicial. Fui injusto con Sergio Gaspar pero, felizmente, tras escucharle en Cambrils, supe rectificar y apreciar lo mejor de su poesía.
ESMERALDA. Para cualquiera que haya sufrido en su familia el Alzheimer, los versos de Gaspar llegan muy adentro. Hay una institución, no recuerdo el nombre, que recogió algunos de estos versos y los mantiene como emblema lírico.
ALFREDO. Gracias por tus palabras. Precisamente en Italia, donde se acuñó el término del "pensamiento débil", le llaman ahora "pensamiento de la neoignorancia". Gaspar no se libra del todo del "pensamiento débil", basado en ese "todo vale" que se legitima desde el relativismo y la negación del "pensamiento fuerte". Bajo el pretexto de eliminar el pensamiento único y los valores preconcebidos como inmutables y verdaderos, la poesía se volvió ligera e intrascendente y se nutrió de elementos sin peso. Gaspar se separa de eso porque recupera la universalidad de sentimientos humanos que no pueden someterse al relativismo. Además, sus poemas tienen un componente filosófico que no pretende ser dogmático pero que, desde luego, supera las naderías del "pensamiento débil". No obstante, hay versos como aquel que reza que el poeta ya no será feliz porque no verá la vagina de Elsa Pataky, que arrastra aún lo peor del primer postmodernismo y más si pensamos que está incluido en uno de los poemas más bonitos que el poeta dedica a su madre.
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