Lorca y Pizarro (Granada, 1935) |
Buceando por la vida de Federico García Lorca emerge entre sus amistades de juventud la singular figura de Miguel Pizarro (1897-1956). Miembro de la mítica tertulia del “Rinconcillo” granadino, Pizarro fue un hombre inquieto que siempre arrastró en la vida su condición de nómada, término con el que él mismo titula el poema con el que trató de definir su existencia. Residió en Japón, Rumanía y Estados Unidos. En el primero de estos países, sobrevivió milagrosamente al terremoto de Osaka de 1927, ciudad de cuya universidad fue profesor de español durante 8 años. Una ola gigante le había empujado hacia el mar pero fue devuelto a tierra con vida por la resaca. El diario granadino El Defensor tuvo que apresurarse a desmentir la noticia que daba por muerto a Pizarro. Estos días, en que asistimos con perplejidad a los terribles sucesos de Japón, la literatura sale de los manuales para darse viva en esa anécdota que parece estrechar los límites del tiempo. La vida de Miguel Pizarro da para mucho: sus amores con su prima María Zambrano o el asalto sufrido a manos de bandoleros manchúes en el Expreso de Oriente; los diferentes consulados, su impulso del flamenco y del español en Japón; el encargo de llevar el Guernica a Nueva York por petición expresa de Picasso y otras vivencias memorables.
La llamada de la poesía le llegó pocos años antes de morir, entre 1952 y 1954. Los poemas fueron recogidos póstumamente bajo el título Versos (1961). La obra poética de Pizarro se caracteriza por su corte clasicista, rasgo que queda patente en los sonetos que dedica al nacimiento de Venus. Éstos, estructurados de manera secuencial, están compuestos a la manera del espectador que admira una pintura y, efectivamente, el lector que se acerca a estos poemas cree estar contemplando el famoso cuadro de Botticelli. En ellos se celebra la llegada del Amor al mundo y su influjo en el universo. Sin embargo, tras la hermosa epifanía, llega la frustración de no poseerlo, que acaba convirtiéndose en obsesión erótica. Así, en “Esterlilidad” el amor “nos imanta pasional cadena” y el alma va “ávida […] de jugosa entraña”. Ese erotismo desazonador alcanza su máxima expresión en el poema “De Psique sola”, quien tras despertar de un voluptuoso sueño, hállase sola (“vacío el lado toca de su lecho”) y dirige sus pasos hacia la ventana, desde donde el sol de la nueva mañana alumbra “su vergel llovido”. Otras veces, el erotismo mezcla pureza y sensualidad como en “Ideal”: “tu bello ser honestidad respira; / la más secreta e íntima morada / cela su miel”. El clasicismo renacentista de Pizarro mezcla los tópicos de aquél con los románticos, y la mezcla resulta feliz. Así, cuando le canta a la musa que le inspira dice de ella que le “lleva de mi bajo llanto”, recordándonos a la “baja lira” garcilasiana pero, a la vez, es un becqueriano “rumor de maravilla presentida”.
Otro tema fundamental en Pizarro es la Naturaleza. Ésta se manifiesta de manera jubilosa y extática, y suele centrarse en aquellos elementos efímeros como la rosa, o las flores del cerezo y del ciruelo. En esa brevedad encuentra Pizarro el momento sublime de la belleza: “Y nadie llore tal osar precioso, / la gracia intensa a brevedad nacida”.
De profunda hondura son sus poemas metafísicos donde halla en el nihilismo la fórmula para llegar al conocimiento, probablemente inspirado en los ritos orientales (“siendo nada que todo lo comprende”). A veces esa ansia de conocimiento es dolorosa debido a la finitud humana, anhelo que es planta “presa en raíz, opaca y dura”. En “Esfuerzo”, utiliza la metáfora de los delfines que saltan en el mar (“flechando van, al sol, de cima en cima”) pero que “al hondo caen, el volar rendido/ Dardos gloriosos de feliz anhelo/ por trasvivir la condición forzosa”.
Cultiva Pizarro también poemas religiosos centrados en las tentaciones de Jesús y el difícil haiku, domeñado perfectamente en su poema “Otoño”.
Su credo poético lo hallamos en “Ultramar” donde trata de conciliar lo estetizante con lo verdadero. Por eso “mirando un crisantemo,/en mi alma/ crecía y respiraba el crisantemo […] Y había/ un espíritu en ello”.
Son recurrentes las alusiones a la flor de loto, que primero tiene que nacer en medio del barro para erigirse majestuosa después: “El loto en el lodazal, / ya distante de su cieno,/ tan alto y blanco, / puro y sereno”. Es un tema que bebe de Dom Sem Tob y que halla eco en otros ejemplos como en la rosa que nace del espino, la mariposa del gusano, o la perla de la viscosidad. No sabemos de qué “seco abismo, donde pena el alma”, tuvo que salir Pizarro para sentir su redención. Pero no hay ya, no debe haber, barro del olvido para él. Pizarro, loto ya de la Poesía.
1 comentario:
Pizarro tuvo una vida realmente interesante y llena de casualidades con nuestro presente. Parece un poeta interesante al que has rescatado del barro, como tú bien dices en el artículo. Gracias por seguir descubriéndonos flores de loto entre tantas malas hierbas.
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