Manuel Rivera toma asiento en el Aula de Poesía de Cambrils y observa circunspecto y tímido al auditorio allí congregado. En la mesa, sus cuatro libros de poemas, sobre los que posa las manos como si se encomendase a ellos antes de someterse a este brete de tener que darse desde la íntima víscera de sus versos. Luego, al leerlos, esas mismas manos tiemblan sujetas a las páginas. En ese procedimiento tan suyo de trazar sinapsis entre su propia vida y la vida (real o ficticia) de otros, Manuel Rivera pudiera estar pensando, mientras lee, que su amada Poesía es a veces ese Carl Denham que obliga a la exhibición, tan grata a los que intentan medrar como mercenarios del poema, pero tan lejos del natural discreto de quien siente la poesía como una vocación. Por eso, en las solapas de su último libro, Epigrafías (Silva Editorial), ni siquiera hay una foto del autor ni un breve currículum. Trasunto de esa actitud vocacional son los poemas “Escalada” o “Ipanema”
De Epigrafías ya hemos adelantado alguno de sus rasgos más definitorios. Hay en el libro una presencia muy marcada de la veta culturalista, aunque no a la manera, algo críptica, del primer Luis Alberto de Cuenca porque, como dice en “Elección”, las palabras pueden ser “puertas a la calle o entrada al laberinto” y Rivera, sin adulterar el necesario arcano del poema, ofrece diáfanos sus versos. Las referencias culturales son, a veces, meras estampas, válidas per se; otras buscan extraer alguna reflexión de muy diversa índole pero, en cualquier caso, siempre parecen invitar al lector a completar su lectura tras el último verso. Y así, desfilan por el libro escritores como Montaigne, Gil de Biedma, Joyce, Svevo, Oscar Wilde o Antonio Machado; músicos como Pete Seeger, Xesco Boix o Jobim y Vinicius de Moraes; pintores como Miró, Giotto o Abbott; el lingüista Humboldt; religiosos como Junípero Sierra o Escrivá de Balaguer; el director de cine Pasolini; y personajes históricos mitificados tan dispares como Edmund Hillary y Tenzing Norgay, Hildegart Rodríguez, Lucía Palladi o Martín Vázquez de Arce.
Como hemos dicho, estas alusiones culturales son un fin en sí mismas pero también un medio para la vertebración de diversos temas. Así, se percibe en el libro una nostalgia del pasado, unida al recelo que suscita el presente y el futuro, como ocurre, entre otros, en la magnífica gradación del poema “Paraíso”: “bajorrelieves de Nínive/ galerías del Británico,/petróleo de Irak”. Otras veces, esta añoranza del pasado se presenta mediante contrastes con la modernidad, como esa vía del tren que pasa junto a la masía de Miró en “Espejismo”.
Abundan en el libro reflexiones metapoéticas, que colocan la escritura como un ejercicio donde se cifra la supervivencia “porque las palabras saben de nosotros/más que nosotros mismos”. La poesía “es un alambre” por la que discurre el poeta y sólo “las palabras le sustentan” para no caer al abismo de “abajo, el descampado”. También se recupera la vieja frustración becqueriana del poeta que no alcanza en el poema la plenitud de su visión primigenia: “¿para qué esta obra,/cuando fue tan bello soñarla?”, dice Giotto en “El sueño del Arte”.
Entre la heterogénea miscelánea temática, imposible de resumir aquí, destacan también algunos poemas sociales que protestan contra los abusos de los dictadores o se apiadan de los indigentes; los existenciales, como aquel precioso donde el legendario auriga de Tarraco, Eutyches, se lamenta de haber conocido la gloria sobre una biga pero no sobre una cuadriga; o los poemas amorosos, que a veces se tiñen de erotismo como en “Goliardesca”.
Cuando Rivera acaba su lectura, sus libros sobados han quedado humedecidos por el sudor de sus manos nerviosas. Y quizás no haya mejor metáfora que esa mezcla de tinta y sal.
3 comentarios:
¡Cuánto tiempo, Dios mío, sin haber vuelto a saber de Manuel Rivera! Igual 15 años. Me alegro de que las musas le sigan siendo propicias, pues es una gran persona.
Muchas gracias, Píramo, por tenernos informados de las novedades poéticas que van brotando en la muy fértil villa de Cambrils. Siempre digo que Cambrils es el pueblo de España con más poetas y con más filólogos por metro cuadrado. El "culpable" tiene un nombre: Ramón García Mateos. Y en su día, también Manolo Fuentes, que anduvo sembrando la semilla de la literatura hace ya más de 30 años cuando estuvo allí dando clases en el instituto. Y si de Cambrils y de la literatura hablamos, no puedo por menos que tener un emocionado recuerdo para Mario Viadel, que, con sólo 27 años, nos dejó, herido de literatura, en el verano de 1994.
Estás haciendo una labor muy bonita. Sigue así porque ya ves que la gente te lo agradece. Enhorabuena.
Ya ves, Javier, que Cambrils sigue siendo la referencia absoluta en nuestra maltrecha, en lo literario, Tarragona. Bastión que hay que defender de las acometidas nacionalistas que se ciernen sobre ella.
Tisbe, tú sí que eres bonita. Pero sí, intentaré continuar así, reivindicando el valor de estos poetas que sortean con bravura poética los estoques del despotismo mononolingüe.
Gracias a Manuel Rivera por el generoso comentario que me remitió a través del correo.
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