Cuando se lee a Antonio Skármeta, uno experimenta la ingenua esperanza de poder reconciliarse con el género humano. Los personajes creados por el escritor chileno en sus novelas están concebidos desde una insobornable filantropía merced a la cual nos son presentados como almas limpias, transparentes, generosas y entrañablemente cándidas. Son, en definitiva, buenas personas. Esta marcada bonhomía no se asienta, sin embargo, sobre una concepción maniquea de los caracteres que pudiera originar, por contraste, la separación entre los buenos y los malos. El desarrollo de sus personalidades fluye de manera tan natural que las aceptamos sin escepticismo y nadie nota en su construcción soldaduras que pongan de manifiesto el trabajo literario del novelista. Tampoco son, pese a su nobleza, personajes que aspiren a ser ejemplo de nada. Su profunda humanidad los hace imperfectos, seres reales de carne y hueso; no son héroes épicos pero sus limitaciones y la conciencia de las mismas los dignifican en ese heroísmo cotidiano del vivir.
Así son los personajes de Los días del arcoíris, el último libro de Skármeta. Ambientada en Santiago de Chile, la novela está inspirada en los hechos reales sucedidos durante 1988 en aquel país, cuando Pinochet, en un intento por legitimar la dictadura ante el mundo, llama a los chilenos a participar del plebiscito cuyo resultado debía decidir la continuidad del dictador en el poder o el cambio de gobierno. El bando de Pinochet encarga la promoción de su candidatura a Adrián Bettini, prestigioso publicista defenestrado por el régimen; pero éste se niega y opta por dirigir la campaña del “No”, es decir, la de la oposición. Bettini dispone de 15 minutos en la televisión para convencer a un pueblo, el chileno, instalado en la abulia y la desidia; desmontar 15 años de dictadura en 15 minutos. La historia de Bettini alterna con la voz narrativa de Nico, que ve cómo los esbirros del régimen secuestran a su padre, el profesor de filosofía, delante de toda la clase, y que se suma a esa lista inolvidable de personajes entrañables de los libros de Skármeta como aquel Mario de El cartero de Neruda o el Ángel Santiago de El baile de la Victoria.
La novela penetra de manera mordaz en los abusos de la dictadura, engrosando la larga tradición que sobre esta temática ha ido generando la literatura latinoamericana. Especialmente skarmetiano es el recurso de utilizar la metaliteratura, en este caso como arma de combate para atacar al régimen. Así, desfilan por el libro Pavlovsky, Plauto, Shakespeare, Neruda, el Arcipreste de Hita o la cantante Violeta Parra, entre otros, que forman un maravilloso ejército de palabras contra el ejército de las armas; también aparecen ejemplos filosóficos como el del mito de la caverna de Platón muy bien traídos para ilustrar la situación del país andino durante aquellos años. Skármeta ha querido indagar en el espíritu chileno y, prueba de ello, son los numerosos chilenismos utilizados durante las intervenciones de los personajes, que harán las delicias de los amantes de la lexicología. La sencillez narrativa de Skármeta comulga con la caracterización de los personajes y es uno de sus encantos. El libro adolece, tal vez, de cierto decaimiento en la tensión narrativa durante el último cuarto de la novela, donde se dan solución a algunos frentes argumentales que permanecían abiertos y que se cierran con cierta precipitación y sin el esperado efectismo imaginativo al que nos tiene acostumbrados el autor.
Han pasado 23 años desde aquel crucial plebiscito que inspirara a Skármeta para su novela. Hoy, cuando se estilan otros plebiscitos de juguete que ofenden a la grandeza de aquel, yo me refugio en la sencillez auténtica de Skármeta y voto “sí” a la soberanía del imperio de la buena literatura.
3 comentarios:
Pensaba leerme esta novela, y ahora, gracias a tus contagiosas palabras, con más motivo.
Cierto es que los personajes de Skármeta son entrañables y muy humanos. Cuando se termina la lectura se les tiene un cariño especial. No obstante, en esta novela me hubiera gustado que se desarrollase más algún hilo argumental al que se le da una solución demasiado rápida.
Por último, yo también voto SÍ a esa soberanía de la que hablas de la buena literatura. Enhorabuena por tu reseña.
Espero que te guste, Javier.
Tisbe, skarmetiana mía...
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