domingo, 1 de julio de 2012

163. El profesor de Literatura

Hace ya días que terminaron las clases, pero don Julián se ha levantado temprano para acudir otra vez a su aula. Los pasillos del instituto están ahora vacíos y don Julián sólo oye el eco de sus pasos cansados sobre el mismo piso que unas pocas semanas antes acogiera, en su triste sumisión de cemento, la algazara endemoniada de los estudiantes. El conserje, en su garita, ha levantado la vista del periódico para detenerla en el viejo profesor hasta que la desgarbada figura de éste se pierde tras una esquina. Además del conserje, en el centro se hallan algunos miembros de la junta directiva, que permanecen durante el mes de julio inmolándose a la pira burocrática. El joven director, acodado en la barandilla de la planta superior, ve aparecer a don Julián camino de su aula. Don Julián le saluda sin mirarle, con un mohín de la cabeza y levanta el brazo en un gesto tembloroso que se queda en ademán. Don Julián introduce la llave herrumbrosa en la cerradura, celoso clavero de su capilla de libros y palabras; le cuesta atinar pero, finalmente,  entra en su aula. Se acomoda a la mesa y deja sobre ella un par de libros y una carpeta de cartón azul que ya blanquea en algunas partes y que tiene los cantos reblandecidos por los sudores de muchos años.
 Don Julián es profesor de Literatura y es poeta, aunque esto último no lo ha revelado a nadie. Desde la tarima otea el desolado paisaje de su reducido imperio. Los pupitres vacíos se reparten por la estancia de cualquier manera, como despojos después de una batalla, y don Julián los alinea en filas regulares. Ya tiene don Julián ante sí a su mudo auditorio. Vuelve a su mesa y coge el primer libro. Recita en voz alta un soneto de Góngora y al llegar al último verso, su voz declama con la contundencia de la azada sobre el cementerio, recreándose en la dolorosa pausa de la coma: “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”. Y levanta la cabeza para comprobar el efecto producido en sus alumnos, que callan sobrecogidos. Entonces don Julián se conmueve victorioso por dentro. Durante los cinco o seis segundos que dura la conmoción del silencio, la Literatura sostiene en vilo las almas de los estudiantes y se enseñorea en ellas. Luego el profesor elige un poema de Antonio Machado y se le quiebra la voz (jamás puede evitarlo) cuando llega a aquellos versos que dicen: “Mi corazón espera /también, hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera”. Y nunca sabe si debe contarles la verdad a sus alumnos para mantener “la gracia de tu rama verdecida”. A veces no es bueno saber toda la verdad de las cosas.
 Don Julián es poeta, aunque nadie lo sabe. En su carpeta azul de bordes reblandecidos por sudores de antaño, guarda cientos de cuartillas preñadas de poemas escritos por él mismo. Nunca los ha leído a nadie ni ha pensado publicarlos. Porque su pasión es, a su vez, su condena. Porque el contacto continuado con la suma Belleza que apostola desde la tarima de su aula, le empequeñece, le acompleja y le anula. Porque él no es Machado ni es Góngora, ni lo será nunca. Hoy, sin embargo, se va a atrever a leer algunos de sus poemas ante su público de madera. Abre su carpeta, coge una cuartilla y, súbitamente, al empezar a leer, aparece el director por la puerta: “Papá, anda, vámonos; no puedes estar aquí”. Don Julián tiembla y su carpeta cae al suelo; hace pucheros y distribuye una mirada turbia por el aula. “Ya está, papá, ya está, ya pasó”. Y se lo lleva del brazo. En el suelo, desperdigadas, las cuartillas con los poemas de don Julián esmaltan el suelo verdoso del aula. La corriente de viento que se filtra por la puerta abierta arremolina las cuartillas que, por un instante, alzan tímidamente el vuelo y quedan, luego, inertes sobre el suelo.

7 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Un relato precioso, Píramo.
FELIZ VERANO para ti y para todos los demás "blogueros" (¿se dice así?).

Antoni Coll dijo...

Tu artículo “El profesor de literatura” es de lo mejor que he visto en los últimos tempos. Es de una belleza y emoción magníficas. Enhorabuena.

Mari Carmen dijo...

Muy bonito

Tisbe dijo...

Simplemente precioso. ¡Enhorabuena!

Enrique Cabrera Cebrero dijo...

Yo tuve un profesor de literatura que no nos obligaba a leer los clásicos, ni ningua obra, pero para los que queríamos leer, después nos "obligaba" a escribir una historia paralela. O, a veces, un cuento con los personajes de los libros que leíamos. Siempre recordaré a ese profesor. La explicación era sobre literatura, pero los comentarios eran sobre los escritos que nosotros hacíamos.

Píramo dijo...

Gracias a todos por vuestras palabras. Me alegro mucho de que os haya gustado. Y a mí me anima a aventurarme más de vez en cuando por este terreno más narrativo. Gracias, de verdad.

Anónimo dijo...

Que hermoso relato, Fernando; magnífico homenaje a esos maestros que nos han jalonado el camino de emociones y epifanías y a quienes nos gustaría parecernos. Un abrazo, amigo.
RAMÓN GARCÍA MATEOS