Cuando
Blanca Portillo inició el famoso monólogo de Segismundo al final del segundo
acto, el teatro Pavón de Madrid quedó en
suspenso. Cortáronse las respiraciones, creóse el silencio de los grandes
sucesos y hasta las enojosas toses de la concurrencia, que son siempre tan
inoportunas, hallaron balsámico alivio por mor de la palabra poética. Todo era
concentrada expectación, pálpito contenido, emoción latente. En las butacas, un
bisbiseo unánime de almas calladas acompañaba la recitación de Blanca, tantas
veces aprendida, tantas veces repetida, como salmo antiguo que se entona por
inercia en los espíritus cultivados por la belleza, como himno que nos explica,
que nos identifica y nos une, que nos insufla la posibilidad de vivir y de ser
en el Arte. Alargó Blanca Portillo su monólogo más de lo que las recitaciones
escolares nos recordaban, y diríase que con esa dilación llena de pausas y
silencios elocuentes, quisiera la actriz perpetuar el momento para eternizarse
cobijada en el hueco de las palabras y para que todos cupiéramos con ella y
para siempre en el instante sublime de la revelación poética. Al terminar su
monólogo, quise aplaudir, era de justicia aplaudir a rabiar, pero me contuvo
esa norma tácita e inhumana de no aplaudir en mitad de la trama teatral, ya
que, aunque acababa el acto, no hubo telón. Agradezco infinitamente al incívico
espectador anónimo cuya bendita espontaneidad venció la tiránica norma de la
contención emocional, tan contraria a la esencia del teatro, porque su primera
palmada fue fusta para desbocar el “hipogrifo violento” de los aplausos.
Nada
hay de exagerado en todas las ponderaciones que la prensa ha ido encareciendo
sobre la interpretación de Blanca Portillo como Segismundo en La vida es
sueño. Y nada de lo que se lea podrá ser totalmente comprendido si no se
acude a verla actuar. A nosotros nos bastará decir que su actuación es ya
inolvidable, de aquellas que darán abono a los laureles de la historia
interpretativa de nuestro teatro, y hasta nos atreveríamos a afirmar que Blanca
Portillo está ante el papel de su vida. Las primeras dudas al conocerse que una
mujer desempeñaría el papel de un personaje marcadamente masculino, se disipan
y pierden relevancia al primer instante, demostrando con ello que los hombres y
las mujeres de teatro son, ante todo, entes, sinergias al servicio de una
interpretación y que es ésta la que prevalece por encima del continente que la
sustenta. Los fieles seguidores de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que
cifran su lealtad en el escrupuloso respeto que la Compañía profesa para con
las obras clásicas, sin inventos ni experimentos raros, pueden sentirse
tranquilos porque Segismundo en Blanca Portillo es más Segismundo que nunca. La
excelente diapasón con que modula la gravedad de la voz; el impecable lenguaje
corporal que tan bien se acomoda a la condición híbrida del hombre fiera que es
Segismundo; y el desgarramiento con que manifiesta el debate existencial del
personaje, son muestras de una actriz de primera categoría.
Aparte
de esto, la versión de Helena Pimenta, acierta con algunas licencias que en
nada alteran el espíritu del original, sino que más bien lo completan. Es el
caso del diálogo entre Clotaldo y el rey Basilio donde el primero narra el
proceso de sedación de Segismundo para llevarlo engañado a palacio, mientras se
escenifica simultáneamente esa narración con el magnifico recurso visual de la
cuerda que sostiene al dormido Segismundo; o las primeras intervenciones de
Segismundo en palacio, que se realizan a través de una cortina semitransparente
que metaforiza el concepto clave de la dualidad sueño-realidad del protagonista.
El resto lo pone el texto de Calderón, que es una de esas maravillas irrepetibles
de nuestra literatura. Ante su lectura uno no puede sentir otra cosa que una
entregada, agradecida y humilde veneración, que empequeñece y acompleja
cualquier intento de escribir algo de mérito que lejanamente se le parezca.
15 comentarios:
¡Cómo se nota en este artículo tu amor por el arte!
Con una reseña como esta, ¿quién no querría ir a ver la magnífica obra de Calderón escenificada y protagonizada por la ya segismundeada Blanca Portillo?
Después de leerte sólo tengo que decir que espero, deseo y ansío asistir en marzo a la representación en Barcelona. Así como me perdí "Lucrecia" interpretada por Nuria Espert, espero verdaderamente no perderme otra gran obra de arte como lo es ésta.
¡Me alegro que lo disfrutarais tanto!
¡Ay mísero de mí, ay infelice, no haber asistido a esa epifanía que tan bien nos relatas!
El único arte efímero es el del actor y tú, Fernando, has asistido a un instante único e irrepetible, aunque con la seguridad de que cada vez que doña Blanca el espectador será regalado por obra de su talento con momentos semejantes.
En "El ojo crítico", de Radio Nacional, pusieron el famoso fragmento interpretado por varios actores a lo largo de la historia y, ciertamente, Blanca Portillo se llevaba la palma. Quizá porque su manera de declamar -más sobria, más contenida- está más cercana a la sensibilidad actual. A lo mejor para alguien de otra época le parecería, en cambio, excesivamente sobria.
Viendo la cara de sufrimiento de la actriz en la foto con la que ilustras el artículo de hoy, me pregunto si interpretar un papel tan al límite un día y otro día, no puede acabar influyéndole negativamente al actor o a la actriz que le toca lidiar con él. Pienso, por ejemplo, en Lola Herrera, quien en más de una ocasión confesó que el papel de Carmen en "Cinco horas con Mario" la condujo a una depresión.
LAURA, gracias por tus palabras. Y celebro que mi entusiasmo sea contagioso, como lo es el tuyo.
ANTONIO, del 7 al 17 de marzo los tienes en Barcelona. Si puedes, no te lo pierdas.
JAVIER, estoy de acuerdo contigo en que cada época de la Historia percibe las interpretaciones teatrales de un modo distinto y quizás es verdad que nosotros, hombres de nuestro tiempo, aplaudimos la actuación de Blanca Portillo precisamente por los rasgos que tú apuntas. Respecto a tu segunda reflexión, yo estoy seguro de que un papel puede llegar a afectar a la salud de un actor. Le pasó a Núria Espert en LA VIOLACIÓN DE LUCRECIA y es algo reconocido en su momento con preocupación por el entorno de la propia actriz y, algo menos, por la actriz misma, aunque lo dejaba entrever. No sé si a Blanca Portillo puede sucederle, pero a tenor del saludo al final de espectáculo, yo creo que Blanca es tremendamente feliz con ese papel. Otra cosa es el desgaste físico, que lo tiene y mucho.
Y luego está el problema de repetir el papel una y otra vez. No sé si a ti te pasa, Píramo. Pero a mí, como me sucede este año, que llevo tres 4º de la ESO, si tengo que repetirme en las explicaciones (hablo de literatura; lengua es otra cosa), yo mismo noto que pierdo la frescura en los comentarios y hasta en las anécdotas que pueda contar. De manera que, por ejemplo, las anécdotas las dejo de contar, y los comentarios los voy modificando para evitar caer en la monotonía. Por eso siempre me he preguntado qué harán los actores para conservar las ganas de seguir representando un papel que es el mismo todos los santos días. Los admiro también en eso.
JAVIER, ahí has dado en el clavo. Nosotros somos, a nuestra manera, también un poco actores. A mí me pasa exactamente lo mismo que a ti. A veces, incluso, me ocurre que, al contar una anécdota que sé que en el otro grupo ha funcionado bien, me siento plagiador de mí mismo. Aquella anécdota que, probablemente, había surgido de manera espontánea al hablar de un determinado tema, al repetirla luego sin esa espontaneidad, como una estrategia, digamos, pedagógica, quizás produzca el mismo efecto pero en mi fuero interno me desazona o me aburre; me hace sentir menos "vivo" en el aula, como si estuviera encorsetado a un papel predeterminado. Ciertamente, los actores son admirables.
La interpretación de Blanca Portillo es magnífica, roza la perfección. Reconozco que cuando supe que ella era la elegida para dar vida a Segismundo, tuve mis dudas. Ahora, después de verla y disfrutar con su interpretación me quito el sombrero ante ella. Es perfecta, no me imagino a un Segismundo mejor traído que el suyo. Se nota que vive intensamente el papel y que es capaz de desdoblarse, una capacidad de la que no todos los actores pueden hacer gala. Sin duda, me atrevo a afirmar que es el papel de su vida. Pasará a los anales de la interpretación gracias a esta obra. A mí no se me ocurre mejor pieza que ésta para consagrarse como una gran actriz.
Recomiendo encarecidamente a todos los amantes del teatro que no pierdan la oportunidad de sumergirse en este mundo mágico creado por Calderón y tan bien recreado por la CNTC.
¡Viva el teatro! Larga vida a las compañías que, como la CNTC, nos permiten disfrutar de las joyas de nuestra literatura.
Estupenda crítica. Muchas gracias.
Muy buena reseña, Píramo. A veces te superas a ti mismo, que ya es decir.
TISBE, comparto tu reflexión al cien por cien, ya lo sabes. Parecía difícil que pudiéramos llegar a afirmar, como tú haces, que cuesta imaginarse a un Segismundo mejor que el de Blanca Portillo. Y, sin embargo, la realidad se impone clarísimamente.
CNTC, gracias a vosotros por hacernos disfrutar como lo hacéis.
PILAR, muchas gracias. Viniendo de ti, te puedes imaginar la ilusión que me hacen tus palabras. Este año, como sabrás, la Compañía Nacional no llega a Alicante. Es una pena. Espero que no se convierta en algo habitual, porque nos tenían muy bien acostumbrados.
Claro que lo sé y bien que lo he lamentado, pero lo de ir a Madrid a verlo se me hace cuesta arriba y bolsillo abajo. Por cierto, me encantaría regalaros mi antología. ¿Un café en Alacant o el correo de toda la vida?
Será un placer, Pilar. De momento, no sé cuando estaré por Alicante. Hay que cuadrar calendarios. Sigo viviendo en Tarragona (espero que por poco tiempo si el concurso de traslados va bien). Así que, de momento, te paso por correo privado mi dirección de Tarragona. Un abrazo y mil gracias por tu generosidad.
Es precioso amigo! Mil gracias por tus palabras y tu apoyo a nuestra Blanca!!!!!
Tu comentario contagia entusiasmo, amigo Píramo. Lamentablemente, y pese a tener en su momento entradas para verla, aún no he podido disfrutar de esta (re)creación, tan elogiada por todos. Confío en que la Portillo, tan grande y generosa, vuelva a ofrecernos la posibilidad de hacerlo. Y me parece muy bien que destaques esos aspectos de la versión de Helena Pimenta (ojo a la grafía del apellido, que en el texto se ha "especiado"; suele ocurrir): estas formas contemporáneas de leer a los clásicos, con respeto pero sin mojigatería, son imprescindibles. En cuanto a las innovaciones técnicas, sin duda están en la mejor tradición de Calderón y el teatro barroco, donde el propio escenario era concebido como una fábrica repleta de artilugios maravillosos. Un abrazo.
¡Gracias, Nara!
Alfredo, gracias por la información de la errata. Ya está solventada. No te pierdas la obra. Muy de acuerdo con tu apreciación final: la puesta en escena es muy calderoniana.
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