De todos es conocido aquel dicho que nos recuerda las
tres cosas que debemos hacer antes de morir: plantar un árbol, tener un hijo y
escribir un libro. La sentencia, atribuida por algunos al poeta cubano José
Martí, entronca en realidad con la tradición islámica y, aunque trivializada
como simple aforismo, su significado es de más hondo calado. Plantar un árbol
está relacionado con la caridad: se planta un árbol para que su sombra pueda
guarecer a otros y para que su fruto sirva de provecho a los demás; los hijos
cuidan de nosotros en la vejez y nos perpetúan; finalmente, el libro es nuestra
contribución al conocimiento. A priori, los dos primeros objetivos son los más
asequibles. Escribir un libro, en cambio, debería de antojarse algo más
complicado. Pero no parece ser así.
Y es que hoy todo dios escribe libros,
desde el literato más exquisito hasta el famosillo de medio pelo que firma “libros”
en las ferias y centros comerciales. A Almudena Grandes esto le molesta y ha
escrito en su columna de El País Semanal, un artículo titulado “Elogio de la literatura” que ha ofendido a la Campos y a la Milá. En realidad, la
polémica responde al fenómeno del intrusismo profesional. Un garrulo de
cualquier programa inmundo puede, de repente, hacer de periodista o de
¡contertulio! (jamás esta palabra se había degradado tanto); los futbolistas
hacen de modelos en los anuncios; los ramoncines de políticos visionarios; los
toreros de cantantes; y ahora cualquiera puede publicar “su libro”. Recuerdo
uno de los programas de Las noches blancas, presentado por Sánchez
Dragó, que el escritor utilizó para promocionar su último libro, diseñando
incluso él mismo las preguntas que debían hacérsele (me parece que lo
entrevistó su hija Ayanta). Aquello parecía un acto intolerable de vanidad pero
Sánchez Dragó se adelantó a la perplejidad del televidente diciendo que era
conveniente recordar que él no es presentador de televisión sino escritor. Más
allá de la travesura televisiva, lo cierto es que no le faltaba razón.
Para mí, el problema no estriba tanto en que se
escriban libros, sino en la utilización de la propia palabra “libro”. El
vocablo “libro”, más allá de su existencia física como producto manufacturado y
consumible, sigue estando revestido de una venerabilidad que hace difícil
aceptar que cosas como las que escribe Mercedes Milá, sean dignas de llamarse
propiamente “libros”. Creo que todo se solucionaría si, en lugar de emplear el
término “libro”, se acudiera humildemente al género. Bastaría con que se dijera que Fulanito
presentará sus memorias; o que Menganita firmará ejemplares de la recopilación
de anécdotas de su programa de televisión; o que Zutano ha escrito unos
consejos para mejorar el talento. Pero, por favor, no enarbolen la palabra
“libro” con esa autocomplacencia del ignorante. Todos pueden escribir versos
pero eso no convierte a cualquiera en poeta.
Se le reprochaba a Almudena Grandes, que gracias al
dinero que recaudan las editoriales al vender las obras que ella despreciaba,
se podían también publicar los libros de los grandes escritores. No sé qué hay
de cierto en ello pero lo que sí sé es que sería deseable que el fenómeno fuera
precisamente su reverso, es decir, que la venta de los grandes libros, de la
literatura de verdad, fuera la que permitiera que se colaran en el mercado
editorial esas otras obras menores, algunas de las cuales sonrojan al buen
gusto desde el mismo título. Y si la triste realidad es que tiene más tirón
algo titulado Lo que me sale del bolo que las novelas en las que “los
autores se dejan la vida en lo que escriben”, entonces mejor no plantemos
árboles ni tengamos hijos. Porque la escuálida fronda que les ofreceremos, no
podrá guarecerles de tanta ignorancia.
8 comentarios:
Quizá la solución sería la que apuntas al final del tercer párrafo. Mientras tanto, habrá que recordar aquello de "zapatero, a tus zapatos...".
Excelente reflexión, se ha relajado demasiado el concepto de "libro", y esos pretendidos bestsellers producto de la farándula no ayudan nada a mantener la dignidad de la profesión de autor, siempre tan denostada. Estaría genial que se llamen a las cosas por su nombre y, como bien dices, las "recopilaciones de anécdotas" y "memorias" sean conocidas como tales. Pero está la cosa complicada, decir "mi libro" siempre ha contribuido a hinchar los egos.
Un artículo muy bien logrado. Te aseguro que nunca caeré en esa trampa.
Muy de acuerdo en todo salvo en eso de que cualquiera puede publicar libros. A algunos nos resulta casi imposible conseguirlo. Seremos más torpes. O más escritores, no sé. Pero algo hacemos mal.
Un artículo muy interesante y, por supuesto, muy recomendable. Estoy muy de acuerdo con todo el texto. Lástima que hoy puedan hablar de "mi libro" ciertos personajillos que luego no saben ni siquiera hablar con un mínimo de respeto por el lenguaje.
Es una pena ver cómo hay personas que publican libros de una calidad ínfima mientras otras, más preparadas, no lo consiguen porque no tienen "padrino".
Javier, al refranero pocas veces le falta razón.
Sgolaya, bienvenido al blog y gracias por tu comentario. Celebro que comulguemos en esto, sobre todo si, como veo, te dedicas al mundo editorial.
Enric, gracias. Ya sé que no caerás en la trampa. Suerte con tus proyectos literarios. Y tesón. Mucho tesón.
Pilar, conozco casos en los que el editor le ha dicho al escritor que no publica su libro porque es demasiado bueno y el público no lo entendería. Así de triste.
Segismundo, gracias y bienvenido al blog. La verdad es que determinados personajes pierden todo su crédito literario al
Tisbe, cierto. Aunque también es genial llegar sin padrino. Se eliminan las susceptibilidades. Y es un orgullo.
Así es. Hablarle en necio para darle gusto.
Publicar un comentario