Menéndez Pidal y su esposa María Goyri durante su viaje de novios |
Nunca sabremos qué delito debió de cometer aquel
prisionero que yace aún en su prisión y que no sabe “ni cuando es de día ni
cuando las noches son, sino por una avecilla que [le] cantaba al albor”; ni en
qué parará el adulterio de Gerineldo y la reina, que despiertan una mañana en
su lecho de amor, separados por la espada del rey; ni tampoco la identidad de
ese enigmático marinero a bordo de su galera, enjarciada con velas de seda y
cendal, y cuyo canto hacía amainar los vientos, poner la mar en calma, alzar
los peces de las profundidades y posar a las aves en su mástil.
No lo sabremos nunca ni importa tampoco. Porque estas
historias, así desgajadas de su fruta primitiva, nos bastan sin aditivo alguno,
sólo el que la maceración del tiempo quiera otorgarles para conjugar su sabor
añejo con los matices nuevos. Esquirlas fragmentadas de quién sabe qué vasija
perdida que el torno alfarero del pueblo ha mantenido siempre igual y siempre
distintas. Rescoldos de un fuego infinito que el fuelle de la herencia oral aviva
a perpetuidad. He ahí la esencia de los romances.
En esta España nuestra afligida por su larguísima y amarga historia de rencillas, disputas,
desavenencias y rencores, los españoles hemos sabido, no obstante, salvaguardar
un pedazo común de nosotros mismos en la custodia de nuestro Romancero. Y, por
una vez, hemos hecho algo juntos. Sus
versos se han enseñoreado siempre antiguos y siempre lozanos haciendo
soportables las tareas del campesino; han brotado quejumbrosos en las consejas
de una vieja entre el crepitar de una lumbre, apaciguando el rigor del
invierno; han mecido el sueño de un niño en su cuna; han brincado en la fiesta
y en la verbena y en el mercado; han recordado lances antiguos que nos
recuerdan ascendencias y mestizajes. Y esta longevidad transmitida de
generación en generación es quizás la mayor muestra de una identidad más allá
de banderas y miserias políticas. Y es también un milagro literario que, pese
al nuevo signo de los tiempos, permanece vigente, en contra de lo que piensan
los teóricos más catastrofistas, del mismo modo que los romances parecieron
liquidados al final de la Edad Media y, sin embargo, hallaron nueva
revitalización en las refundiciones de nuestro teatro áureo y más tarde entre
los poetas cultos. Sea como fuere, el romance en su continua transmutación
genérica ha sobrevivido al paso del tiempo y aún en su forma más pura, la de la
oralidad, como demostraron Ramón Menéndez Pidal y su esposa María Goyri en el
que es ya mítico viaje de novios por tierras del Burgo de Osma a la caza de
romances, tarea que luego continuó con ahínco su nieto Diego Catalán. El tesoro
del Romancero y de la oralidad es tal que José Agustín Goytisolo se jactaba de
que su poema “El lobito bueno” pasara por canción anónima, antigua y popular,
pues ese era el mayor elogio que pudiera recibir.
Desde hace 10 años, la UNESCO ha añadido a su programa
de amparo cultural lo que ha dado en llamar Patrimonio Inmaterial de la
Humanidad. Tras una década resulta ya enojoso el olvido en que la institución
tiene al corpus de nuestro Romancero hispánico, tramitación, por cierto, que la
muerte de Diego Catalán dejó truncada en su momento.
Démonos prisa, no vaya a ser que nos pase como al
prisionero del romance, a quien un ballestero le mató el avecilla (déle Dios
mal galardón); o lo que le ocurrió al
conde Arnaldos que, pidiendo al marinero de marras que le dijese su cantar,
éste le respondiera: “Yo no digo mi cantar sino a quien conmigo va”.
8 comentarios:
Ya sabía yo que tratándose del romancero te iba a salir un artículo precioso. Enhorabuena y feliz año para ti y todos los lectores asiduos del blog.
Está muy bien y no es porque sea tu padre, todos los artículos que escribes son de 10.
Siempre brillante. ¡Salud y felicidad para el nuevo año!
El sonido del romancero ronda en mi vida como la voz de la paloma sentada en el verde limón! ¡¡¡Lo considero un privilegio!!!
¡Me encanta!
Gracias a todos. Feliz y literario año 2014.
De nuevo, nos deleitas con un artículo precioso. Ojalá tu reivindicación se vea cumplida en breve, pues este milagro literario bien merece ser protegido.
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