Se dice que la vida es una sucesión de renuncias hasta
llegar a la renuncia definitiva que es a la vida misma. Pero, ¿y si en la
asunción natural de esas renuncias se hallase la felicidad? La poesía de
Antonio Moreno es precisamente la poesía del despojamiento voluntario. Pero no
a la manera de los existencialistas que buscaban en la ataraxia una visión
aséptica de la realidad y una contemplación indiferente de todo para lograr una
serenidad indolente. Antes al contrario, Antonio Moreno es un observador activo
del cosmos y participa de la belleza de la existencia pero limita esa
participación a la radical sencillez de ser y estar en el mundo: “¿Quién tiene
la osadía de decir / algo más que esto:
soy? / Nada más: soy, respiro / el aire regalado de esta hora, / sin la
penumbra de los adjetivos”. Esos adjetivos a los que el poeta atribuye el
efecto pernicioso de la penumbra, son justamente los atavíos de los que la vida
puede prescindir: los nombres y apellidos, el trabajo, los roles sociales, que
privan de la verdadera luz, de la luz esencial. Se trata de diluir los límites
de la identidad para confundirla con el universo, “ser de todos y de nadie”,
como “la gota del rocío / en el vapor disuelta” porque “cualquier vida se
expresa con el viento / cualquier identidad es para el viento”.
Podría desprenderse de lo dicho hasta aquí que Antonio
Moreno reivindica la anulación de su ser para formar parte del todo, en una
especie de misticismo laico de resonancias becquerianas. Pero hay en esa fusión
una conciencia jubilosa del yo trascendido, que recuerda al optimismo vitalista
de Cántico, de Jorge Guillén, y que es otra manera de autoafirmación:
“Algo, quién sabe qué, nos acompaña / y nos excede porque somos suyos […] Un
bien nos acompaña y nos excede, / algo que es un arcano afecto, y es / más que
este pobre yo con su quimera. / Y más que esta armazón de piel y huesos”. A
pesar de lo cual, sobre todo en sus poemas amorosos, la salvación puede llegar
en algo tan físico como el abrazo y el contacto de la piel amada: “Sólo / el
calor de tu cuerpo me acompaña, / sólo es tu piel, piel mía, quien me salva”;
“Nada son la verdad ni la mentira, nada el dolor ni nuestras torpes creencias,
si al fin te abrazo y triunfo de la muerte”.
Para esa catarsis, el poeta fija su atención en las
cosas sencillas que le rodean. La vida elemental (pero plena) puede estar en
una pared preñada de sol, en una concha hallada en la playa o en el acto
humilde de barrer una estancia, pero, sobre todo, en esa inercia de dejarse
llevar por el placer simple de la existencia: “La sencillez es lo sagrado […]
Mimado por la vida, sin ser nada / lo soy todo a la vez: esta distancia / como
una oxidación”. La consecuencia inmediata es el rechazo a dar explicación al
misterio de la vida porque nada sabemos de ella: “Qué obtusa nuestra
inteligencia, / un foco de linterna ante lo inmenso”; “La verdad siempre duele.
No la pidas. / Qué pretendes saber, adónde quieres / llegar con esa antorcha
que se extingue / helándose en la noche […] no quieras saber, no busques nada.”
En su “Última plegaria a la luz”, el poeta le reclama a ésta la “cándida
ignorancia”.
Esta desnudez primigenia se traduce, a su vez, en una
depuración lingüística donde la palabra queda reducida a su máxima esencialidad
porque ésta fracasa en su intento de explicarnos: “Extraña lucha tienen las
palabras / por alcanzar la luz sin ser de luz, / por conquistar la luz con su
ceguera”. En el poema “Regreso”, el poeta se invita a volver a las palabras
sustantivas y, como Pedro Salinas, limita el mundo a “una suma clara de
pronombres”. Esta vocación es tan radical que el poeta halla más significado en
el alarido instintivo y visceral de una gata en celo que en todas las palabras
del mundo: “Tan sólo está sufriendo de deseo, / gritando a todo / como todo grita,
/ ciego frente a la noche, para ser”.
4 comentarios:
Espléndida reseña, Píramo. Me suena que ya escribieras en su día sobre Antonio Moreno, ¿puede ser?
¡Adelante con la buena poesía!
Crítica de altos vuelos sobre un poeta imprescindible
Una antología rigurosa y nítida, de una sabiduría luminosa. Sin duda, un poeta excepcional.
Y acaba de sacar en Adonais un librito maravilloso titulado "El caudal"
Enhorabuena por esa excelente reseña. Pocos hay, en efecto, que lean tan pormenorizadamente un libro antes de ponerse a escribir sobre él
Muy buena reseña, Píramo. Coincido con la opinión de P. Gomila. Dudo que haya muchos críticos literarios que lean y analicen las obras que reseñan con tanto cuidado, esmero y profesionalidad como tú. Sigue así.
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