Entre
los profesores de Literatura suele usarse un chascarrillo literario
que consiste en remedar los inmortales primeros versos de las
Coplas de Jorge Manrique de esta guisa:
“Recuerde el alma dormida
avive
el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa el verano
cómo se viene septiembre
tan callando”.
Si nos pusiéramos estupendos podríamos decir que
se trata de un contrafactum a
lo docente. El hecho de sustituir en la sextilla de marras las
palabras “vida” y “muerte” por “verano” y “septiembre”,
respectivamente, no deja de ser una declaración de principios. Desde
luego, para los lectores pertinaces cuyas vacaciones coinciden con el
verano, la estación estival es la panacea de la “vida”
intelectual. Decía Gregorio Salvador, insigne filólogo, que “la
propia vida, en su dimensión más profunda, más verdadera, la
solemos hacer en el ocio”. En cambio, cuando vuelve la rutina y su
molesta servidumbre, obligados como estamos a desempeñar el rol que
nuestra vida pública nos ha impuesto, administramos la cicuta de lo
cotidiano a nuestras más íntimas vocaciones, aunque dosifiquemos
clandestinamente el antídoto cuando nos dejan.
En
la travesura poética de antes, sin embargo, hay más de dolorosa
resignación ante la poco motivadora vuelta a las clases que otra
cosa. El profesor, que hace ya tiempo renunció a ser un transmisor
de conocimiento para convertirse en un burócrata; que sufre un
desprestigio social auspiciado por las medidas populistas que le
reducen sus vacaciones y le rebajan su sueldo; que ha perdido el
mínimo de autoridad necesaria para desempeñar su tarea en
condiciones y no halla amparo legal para recuperarla; que se
encuentra ante unos estudiantes desmotivados porque no somos lo
suficientemente juglares como para hacer la ortografía y a Cervantes
más divertidos; que lidia con unos padres que siempre están de
parte de sus hijos y que han delegado en el profesor las funciones
que sólo a ellos corresponde; el profesor, digo, ve “cómo se
viene septiembre” y se echa a temblar sin la serena aceptación con
que Rodrigo Manrique, “en la su villa de Ocaña”, entregaba su
alma a la muerte.
Qué
lejos el espíritu de aquella magnífica oda
que
el aburridísimo Fray Luis de León dedicaba al licenciado Juan de
Grial conminándole a subir al Parnaso ahora que “el tiempo nos
convida / a los estudios nobles” en otros septiembres de más altos
vuelos. Como Fray Luis en esa misma oda, los profesores “del vuelo
las alas [han] quebrado” y habremos de conformarnos con subir algún
fin de semana al Montsant, o en mi caso a la Sierra de Aitana, que no
es poca cosa, que aunque ninguna tiene fuente Castalia, su aire puro, al menos, vivificará el maltrecho espíritu del docente. O podemos bebernos un
buen vino con Jesús Martínez Santos, ahora que “llegó septiembre
[apurando] en las viñas la sangre de la tierra” y tratar de
olvidar.
Pero
yo prefiero la terquedad del convencido. Hay un romance de septiembre
que yo conozco en su versión venezolana, concretamente de la ciudad
de Trujillo, que dice así:
“El veinticuatro de septiembre
cayó un
marinero al agua
y el diablo, como sutil,
le replicó en la otra
banda:
¿Qué me pagas, marinero,
si te saco yo del agua?
Te daré
mis tres navíos,
mi oro y toda mi plata,
mis hijos para servirte
y
mi mujer por mulata".
Entonces, el diablo le responde:
“No quiero
tus tres navíos,
ni tu oro ni tu plata,
ni tus hijos pa
servirme,
ni tu mujer por mulata,
sólo que cuando te mueras
a mí
me entregues el alma”
El marinero replica:
“Una sola alma que
tengo
a Dios se la tengo dada,
el corazón pa María ,
mi cuerpo a
la mar salada”.
Ya se ve que el marinero atendía a su fe antes que
a su vida. Y yo, para quien la Literatura es religión y su enseñanza
mi honroso apostolado, voy a hacer como el marinero. No pienso
entregar el alma al diablo de la desazón y el desaliento. Este
septiembre tampoco.
6 comentarios:
Querido Fernando
¡Vaya precioso artículo! La mar salada de Alicante prueba a tu literatura; bueno es la misma mar de Tarragona…
Un abrazo y saludos a Beatriz.
Antoni
Habrá que hacer acopio de moral y quedarnos con la parte última de tu artículo (aunque, ciertamente, Píramo, mucho me temo que acabe pesando más todo lo anterior).
Fernando perfecto y todo verdad hasta el día 15, llega callando, pero después del 15 y con 33 en clase...
Tampoco un verano en el Mediterráneo ofrece ese anhelado silencio. Habrá que buscarse otro gerundio.
Excelente texto, Fernando.
Acabo de quitarme el sombrero. Buen septiembre, marinero.
Gracias a todos por vuestros comentarios. Y ánimo en este sofocante inicio de curso (al menos en Alicante).
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