No se trata aquí de desempolvar el viejo debate acerca
de si la literatura debe dar voz a los problemas de su tiempo o si, por el
contrario, como manifestación artística que es, tiene valor en sí misma, a la
manera parnasiana. Seguramente ambas posturas podrán defender su argumentario
con total legitimidad. Es más, quizás esta dicotomía constituya en realidad una
reducción banal, como aquella que insinúa que el arte útil está desprovisto de
belleza o que el arte con vocación estetizante no sirve para nada; como si
existiera una asunción tácita de que ambas posiciones son compartimentos
estancos imposibles de conciliar. Y, sin embargo, con la que está cayendo,
parece deseable que en la literatura converjan compromiso y belleza. En una
sociedad convulsionada por los terribles acontecimientos que cada día asolan
nuestra conciencia, repugna la asepsia de los artistas en su torre de marfil; y
del mismo modo, en un momento en que la literatura se ha convertido en un
ejercicio prosaico donde medran los juntaletras y donde se ha perdido aquel
extrañamiento del lenguaje que reivindicaba para la palabra poética una
especificidad artística, falta también el embeleso estético de la lectura.
José Antonio Santano, que es poeta, pero que es
también hombre que se duele en el dolor
de otros hombres, parece haber entendido la necesidad de aunar ambas premisas. Tiempo
gris de cosmos (Editorial Nazarí) es una incorruptible aspiración al arte
total porque sus versos, tan radicalmente llenos de realidad, no permiten, sin
embargo, que se mancille el ara de su pureza poética. Difícil equilibrio, más
cuando lo que los versos sangran no admite paliativo estético.
El libro se divide en dos secciones. La primera,
titulada “Tiempo de silencios”, es un pórtico indignado de 24 poemas
donde Santano denuncia, desde una impotencia rayana en el nihilismo, las
injusticias del mundo y sus tiranías. El poeta se siente solo ante una empresa
que lo supera, insolidaridad que se manifiesta, por ejemplo, en el poema que
describe la escena de un viejo profesor y dos alumnos haciendo noche en el
campus de la universidad, otrora símbolo de reivindicaciones y hoy triste
barricada de una minoría concienciada; o el poema donde una estudiante no
levanta la cabeza de su teléfono móvil en una biblioteca, ajena a los libros
que debieran darle la libertad y la conciencia. Santano deconstruye las ideas
de patria y religión, en virtud de las cuales tanto daño se ha hecho y aboga
por la vuelta a la esencia, casi edénica, del hombre, que lo devuelva de su
destierro desnaturalizado. Por eso es frecuente la alusión a la naturaleza,
como la lluvia redentora o la primavera, relacionada también con la infancia.
Pero hasta el olivo de Cort aparece rodeado por un pedestal de cemento.
La segunda parte, que da nombre al libro, consta de
diez largos poemas con una estructura paralela. En todos ellos, el poeta apela
a un interlocutor que previamente le ha preguntado “en qué estás pensando”.
Luego descubrimos que se trata de la famosa pregunta que Facebook formula a sus
usuarios al iniciar una sesión. A Facebook, que es uno más de los sistemas de
alienación colectiva, exponente de la Teoelectrónica, como la llama José
Cabrera en su estupendo epílogo, le responde Santano con dureza e ironía y en
sus respuestas desfilan todos aquellos desahuciados por la vida: el autor
piensa, pues, en los niños sin infancia y sin escuela, en los vencidos y
apátridas, en los enfermos, en los ancianos olvidados, en los mendigos, en los
lacerados por el hambre, en los explotados.
Santano sacude las conciencias sin moralinas
impostadas y reclama que “sólo el hombre es el centro de la vida”, idea que
retoma circularmente al final del libro cuando reivindica al “Hombre que oficia
de Hombre”. Su radical empatía lo lleva a sentir el dolor ajeno como propio: “en
todos habito”, “ya no vivo en mí sino en el otro” y asume que su misión en la
vida es la de dar voz a los excluidos. Por eso, el último poema del libro,
recuerda a aquellos otros hombres que propagaron por el mundo su palabra y
generosidad para transformar el mundo, y se siente humilde heredero de todos
ellos. Y así, la esperanza, una vez más, se halla traspasando el atrio de la
literatura.
2 comentarios:
Mi agradecimiento a Fernando Parra por esta generosa reseña de mi libro. Mi abrazo y mi amistad por siempre. Salud.
Creo que es bastante acertada y objetiva.
Publicar un comentario