El
barrio almeriense de La Chanca constituye uno de esos espacios míticos capaces
de espolear el alma de los artistas, tan permeables a las sugestiones que los
paisajes singulares y sus ocultos arcanos, solo visibles a su sensibilidad
avezada y acechante de la belleza, ejercen sobre su creatividad. La Chanca,
humilde barrio donde se quintaesencian las culturas acrisoladas en la copela de
sus calles estrechas, marineras, afeudaladas bajo el señorío secular de la
Alcazaba, con sus cuevas y casas cúbicas que ya enamorasen en su día a Juan
Goytisolo en uno de sus libros de viajes, La Chanca, decimos, solo espera la
mirada atenta del poeta para expiar su miseria en la dignificación siempre
redentora de los versos.
No
nos extraña, pues, que el poeta José Antonio Santano, haya puesto al servicio
de esa manumisión de La Chanca respecto del yugo de su precariedad, los versos
de uno de sus últimos libros (con Santano y su portentosa fecundidad las reseñas
de sus obras siempre se quedan antiguas)
titulado Cielo y Chanca y
publicado por la editorial Alhulia.
La
primera parte del libro, «Blanco silencio», la conforman 25 cuartetas que
aspiran a una esencialidad prístina que depura las palabras hasta hacer
palpables la blancura y el silencio que da título a la sección. Diríase que sus
versos, en su despojamiento de lo accesorio, son rayos de sol que en la
implacable siesta andaluza reverberan desde las paredes encaladas de las casas
de La Chanca hasta envolvernos también a nosotros en una luz sacrificial que
nos fagocita hasta confundirnos con su totalidad cegadora, trallazos de luz que
son espasmos gozosos en la claridad. De
estos breves poemas destaca el uso de asociaciones sintagmáticas nominales que
generan nuevas unidades léxicas como «magia silencio», la «rutina cansancio» de
las campanas, «luz laberinto», «gruta secreto», etcétera.
La
segunda parte del poemario, titulado significativamente «Silencio roto», como
si Santano quisiera despertarnos de la autocomplacencia de la primera
parte, lo constituyen ya poemas más
extensos donde La Chanca se despereza y sus tipos humanos y sus paisajes cobran
vida y contorno. Para ello, en numerosas ocasiones, Santano se vale de lo que
otros han dicho sobre el barrio: Goytisolo (de ahí el significativo título
«Señas de identidad» del primer poema), pero también artistas plásticos como
los pintores Jesús de Perceval o Cantón Checa o fotógrafos. Entonces Santano
reformula la mirada de aquellos con la hermosa écfrasis de su juicio poético y
ese eclecticismo artístico parece trasunto de la multiculturalidad abigarrada
del libro, con menciones al gitanismo y al origen árabe del barrio, heredero
aún hoy de su historia en la morfología de sus calles y casas y en sus gentes.
Hay poemas donde esa comunicación entre el pasado árabe de La Chanca y el
barrio actual parece desafiar los vórtices del tiempo.
La
tercera sección, «Ciudad marina», se llena de nostalgia y parece remansarse en
la reflexión metafísica, volviendo al silencio de la primera parte en un
ejercicio de circularidad que da unidad al poemario. La «Adenda» final es una
preciosa coda que homenajea los hogares de los amigos, allí donde el poeta
siempre puede volver para encontrar la paz al abrigo de la amistad.
En
los últimos tiempos, Santano ha publicado también Maraparaíso (Diputación de Córdoba) y Tierra madre (Alhulia, Premio José Antonio Ochaíta de Guadalajara),
que habrá también que leer parar que él también nos aloje en su casa donde el
amor «solea el zaguán de regreso a los besos».
1 comentario:
Perfecto. Cre que en el último párrafo hay un error tipográfico, sobra una r (para, en vez de parar)
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