La
vigencia de la tragedia griega clásica es un hecho. Seguimos leyendo con avidez
a Sófocles, Eurípides y Esquilo, y sus textos siguen representándose en teatros
de todo el mundo. Los afortunados espectadores continúan experimentando la
catarsis ante las vivencias de estos héroes y heroínas que nos arañan las
entrañas con sus inexorables desgracias. Además de esta línea de conservación y
representación “tradicionalista” del teatro –el adjetivo “tradicionalista” está
exento de cualquier connotación negativa–, se observa también desde hace tiempo
una corriente de recuperación de los clásicos más innovadora, moderna o
rompedora que actualiza los modelos en que se basa para hacerlos totalmente
contemporáneos. Se recuperan los ejes vertebradores de la tragedia clásica y se
incorporan a obras de nueva creación que acaban siendo, normalmente, acertados
híbridos llenos de guiños a los moldes a los que homenajean. Suelen ser
espectáculos aptos para todo tipo de público que ofrecen un plus para los
espectadores avezados que son capaces de captar todos esos paralelismos que
enlazan la pieza nueva con sus progenitores escénicos.
Este
tipo de teatro es el que cultiva la compañía Las Niñas de Cádiz, que actualmente está de gira con El viento es salvaje, una obra que
recibió el reconocimiento al mejor espectáculo revelación en la XXIII edición
de los premios Max. La pieza presenta la historia de Vero y Mariola, dos amigas
íntimas desde la infancia cuyas vidas se van desarrollando de forma paralela a
la vez que totalmente distinta, pues mientras una goza de buena suerte, la otra
acumula desgracia tras desgracia. Mariola, tras un terrible percance, acabará
viviendo en casa de Vero y la idílica amistad que las unía se irá enturbiando
hasta desencadenar en una auténtica tragedia. Ambas protagonistas encarnan la
versión actualizada de Fedra y Medea y presentan una profunda reflexión sobre
la suerte, el fatum del que no podrán
escapar, la rebelión ante la injusticia de los dioses caprichosos –que aquí es
la amadísima virgen de una cofradía gaditana–, la pasión irrefrenable que
provocará sufrimiento y muerte… Todo ello acompañado por un particular coro que
comenta, cuestiona o reflexiona sobre los acontecimientos que tienen lugar en
escena.
La
combinación de la tragedia y el humor es un rasgo esencial de Las Niñas de Cádiz, quienes hacen gala
de su divertido gracejo andaluz. Es un humor que duele, pero que también nos
puede hacer reír a carcajadas. ¿No es acaso eso la vida, una mezcla ilógica de
llanto y risa? Esa mezcolanza se observa también en el uso de estrofas cultas y
populares en versos frescos, recitados o cantados. No faltan tampoco los guiños
a las chirigotas de Cádiz, pues es esta ciudad el marco espacial en el que se
desarrolla la acción. La nueva Tebas es ahora una ciudad andaluza a orillas del
mar en la que el oráculo de Delfos son las iglesias y en la que los malos
augurios vienen determinados por un viento de Levante que presagia la
desgracia. Un viento que oprime y asfixia a las protagonistas y las hace
avanzar con paso firme hacia su autodestrucción.
Asistir
a la representación de El viento es
salvaje es una muy recomendable opción en los tiempos aciagos que vivimos.
Primero, porque la cultura es segura y necesita el apoyo del público y, en
segundo lugar, porque ahora más que nunca precisamos ese viento salvajemente
salvífico que nos oxigene y nos ayude a seguir conviviendo con esta particular tragedia coronavírica de la que saldremos, si los dioses lo permiten, con
nuestros peplos intactos, nuestros ojos ilesos y dueños, de nuevo, de nuestro
destino y libertad.
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