Dicen que Lisboa es, ante
todo, un estado de ánimo. Pero querer hallar la tan traída saudade en vísperas de la Navidad, con los turistas copando sus
calles, se antoja poco menos que imposible. Más si es la primera vez que se
acude a la capital portuguesa y el viajero quiere, claro, visitar los lugares
emblemáticos de la ciudad. Antonio Muñoz Molina, que tiene residencia en Lisboa
desde hace tiempo, se permitió, por eso mismo, escribir un artículo en El País titulado «Los márgenes de
Lisboa» donde describe la otra Lisboa alejada de los circuitos masificados. Bea
y yo lo leímos la semana pasada mientras cenábamos en un restaurante del Chiado
y añoramos, sin visitarlos, los espacios que evocaba el autor ubetense.
Como la cabra siempre tira al
monte, durante nuestro primer viaje a la capital lusa hicimos gala de la
costumbre, casi fetichista, de engrosar nuestro álbum de fotografías con
efigies de escritores. Pessoa tiene su famosa estatua en el Café A Brasileira,
que tango frecuentó. Hacerse la foto sentado a su mesa tiene algo de lacerante
concesión al carnaval turístico. Pessoa, aunque algo contradictorio en su
relación con las personas, es ante todo un misántropo que no quiere serlo.
Aborrecería, con total seguridad, el desfile de turistas hiriendo su querida
soledad. Ni siquiera en el monasterio de los Jerónimos, donde tiene su humilde
tumba, halla reposo frente a la tiranía de los flashes. También puede visitarse la mesa que aún se le reserva en
el Restaurante Martinho de Arcada, colindando con la Praça do Comérçio con su
vaso de absenta y algunos libros, o el edificio de la Rua dos Douradores, donde
vivió y en el que ubicó la oficina donde trabajaba su heterónimo Soares como
tenedor de libros.
El barrio del Chiado debe su nombre a António
Ribeiro, apodado «Chiado», poeta satírico del siglo XVI que nos recibe jocoso
inmortalizado en su estatua de la Rua Garrett. Contemporáneo de Ribeiro es Luís
de Camões, el Cervantes de las letras portuguesas, autor de la famosa Os Lusiadas, cuya estatua se levantó
algo más arriba, en la plaza que lleva su nombre, y que es la más antigua
(1867) después de la de José I. A Camões le acompañan en el mismo conjunto
escultórico otros intelectuales de su tiempo, pero curiosamente no Gil Vicente,
cuyo vínculo con la corte castellana debió parecerle al escultor Víctor Bastos
demasiado improcedente en mitad de la atmósfera nacionalista de la época. Para
hallar a Gil Vicente hay que acudir a la Plaza de Rossio, donde se levanta el
Teatro Nacional, cuyo frontispicio preside el dramaturgo. El cenotafio de
Camões se encuentra también en los Jerónimos.
Sin dejar el barrio del
Chiado, algo escondida en el Largo do Barão de Quintela, se levanta la hermosa
estatua de Eça de Queiroz, el gran escritor realista portugués, aunque de un
realismo sui generis, que se resume
en la cita del pedestal: «Sobre a nudez
forte da Verdade o manto diáphano da phantasia», extraída de su libro A Reliquia. Quieroz sujeta la figura
semidesnuda de la Verdad, que se le entrega voluptuosa. La cita recoge bien el
ideario de Queiroz: la verdad puede hallarse en la fantasía, y en ello se distanció
del resto de realistas portugueses, pues a diferencia de estos, Queiroz inventa
muchos de los espacios de sus novelas.
En la Rua dos Bacalhoeiros,
se halla la Casa dos Bicos, ahora sede de la Fundación Saramago. Enfrente,
encontramos el olivo bajo el que reposan las cenizas del autor.
Merece también la pena visitar
la Librería Bertrand, la más antigua de Lisboa, aunque sobrepasada por su fama,
ha perdido su encanto y existen muchas otras (sobre todo las de viejo) más
sugestivas.
En Alfama no se pierdan la
representación de Amália Rodrigues por el artista urbano Vhils, un mosaico
sobre la calzada cuya factura permite que en los días de lluvia, se deslice el
agua desde los ojos de la figura: es Amália llorando.
A las 5 de la mañana, el taxi
que nos regresaba al aeropuerto atravesaba las calles vacías y mojadas de Lisboa.
Tal vez la ciudad quiso despedirnos, ahora sí, con la saudade que no hallamos durante los días de nuestra estancia. La
lluvia repiqueteaba en la chapa metálica del taxi, como si una guitarra
portuguesa estuviera entonando los primeros acordes de un fado.
1 comentario:
Qué bueno es recordar mi tierra. Vivo en Valls desde 2010 y siempre me emociono cuando leo algo sobre Portugal, especialmente publicaciones extranjeras, como esta, en el Diari de Tarragona.
Una abraçada
Fernando Barão
Publicar un comentario