viernes, 26 de marzo de 2010

37. La noche de los tiempos

Del último libro de Antonio Muñoz Molina se pueden desprender, entre otras muchas conclusiones, dos detalles significativos: uno ya se conocía y es que el escritor jiennense es un grandioso novelista; el otro es una tendencia que viene apuntándose tímidamente desde hace algún tiempo y que ahora Muñoz Molina ha novelizado; me refiero al proceso desmitificador al que se está sometiendo a algunas figuras de la historia reciente de nuestra literatura. En el primer caso, el lector que se acerque a La noche de los tiempos hallará entre su cerca de millar de páginas una prosa envolvente, de enorme capacidad sugestiva y evocadora. Muñoz Molina escribe sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo; no necesita acelerar la acción de lo que cuenta y se entrega al ejercicio de la escritura con un ritmo pausado, confidencial, casi susurrante, estableciendo con el lector un vínculo privado cuyo lazo se prolonga cada vez que éste cierra el libro y da descanso a la lectura. El hilo argumental nos traslada al año 1936 y se centra en la figura de Ignacio Abel, arquitecto encargado de las obras de la Ciudad Universitaria madrileña y que vivirá una relación adúltera con Judith Biely, alumna americana de Pedro Salinas y que nos remite inevitablemente a aquella Katherine Withmore, amante del poeta. El marco de esta historia es la guerra civil, de presencia testimonial en el blindado microcosmos amoroso del protagonista (no en el lector) y cuya verdadera conmoción no se hará presente en su vida hasta ese momento en que "uno ya no puede estar seguro de ciertas cosas [cuando] calles usuales de Madrid terminan de pronto en una barricada o en una trinchera o en el alud de escombros que ha dejado la explosión de una bomba. En una acera, al doblar una esquina, se puede ver con la primera luz del día el cuerpo ya rígido de alguien a quien empujaron contra la pared la noche anterior, convirtiéndola por impaciencia en paredón de fusilamiento". Esta falta de conciencia por parte del protagonista del drama fratricida tiene su culmen en aquel pasaje donde Ignacio busca desesperadamente a Judith por las calles de Madrid en una especie de viaje onírico en medio de iglesias quemadas, proclamas republicanas y caos generalizado. Respecto a la técnica narrativa, la novela abre varios frentes argumentales que paulatinamente se van cerrando, algo muy del gusto del autor; es como seguir una espiral donde cada nueva vuelta es una ampliación del asunto, lo que implica multitud de saltos temporales resueltos con magistral dominio. Muñoz Molina es, además, un gran conocedor del alma humana; sus personajes son analizados hasta los últimos rincones de su esencia misma, lo que los hace más humanos, individuos autónomos tratados con una hondura sorprendente.
La noche de los tiempos es la síntesis de toda la obra de Muñoz Molina: en ella encontramos el tempo lento de corte lírico de El jinete polaco; los personajes desarraigados de Sefarad; las evocaciones literarias de Beatus ille; o la nostalgia de la infancia de El viento de la luna. Es, además, una pintura muy viva del Madrid incierto del inicio de la contienda; se describen con gran crudeza los asesinatos, el ingenuo optimismo de los milicianos, la manipulación propagandística. Resulta curioso, además, leer novelizados a personajes reales que caminan por la novela, e incluso mantienen conversaciones con el protagonista, como Negrín, Moreno Villa, Zenobia Camprubí, Margarita Monmatí, Lorca, Alberti o Bergamín, entre otros.

En cuanto a la aludida desmitificación, apuntada al principio, Muñoz Molina la plantea en términos generales cuando alude a las atrocidades que también cometieron los perdedores. Las derrotas generan siempre ese prurito de la épica con que se adorna falazmente a los vencidos. No es que Muñoz Molina se sitúe al lado de los insurrectos pero, dando tan por sentada su repulsa hacia ellos, muestra también los abusos del bando derrotado. Esta deconstrucción se aplica también en la novela a algunos escritores aureolados más allá de su indiscutible magisterio artístico. Es el caso de García Lorca, de quien se destaca su soberbia y sus ansias de pueril protagonismo; o de Bergamín, parapetado en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y que "no se bajaba del coche oficial"; o del histrionismo republicano de Alberti y su mujer que "viajaban a Rusia costeados por el dinero de la República y al volver se hacían fotos en la cubierta del barco, como si fueran dos artistas de cine en gira por el mundo, los dos levantando el puño cerrado, ella envuelta en pieles, rubia, con los labios muy pintados, como una Jean Harlow soviética con cara de pepona española"; o de Pedro Salinas, bien acomodado en su puesto de profesor universitario en Wellesley College y poeta del amor, pero para su querida. El fenómeno no es nuevo. De García Lorca se sabe que no soportaba la presencia de Miguel Hernández y que, por teléfono, pidió a Aleixandre que le echase de su casa porque quería visitarle; el mismo Alberti y su esposa sentían asco del olor del poeta de Orihuela y lo declararon sin pudor alguno. En cambio, José Luis Ferris en su biografía de Miguel Hernández defiende el protagonismo de José María de Cossío (bien relacionado con el bando vencedor) en los intentos de conmutar la pena de muerte del poeta y hace unos meses, se protestó con indignación ante la prohibición por parte de Josefa Medrano en Sevilla de un homenaje literario a Agustín de Foxá. Y es que, como dice Trapiello, algunos ganaron la guerra pero perdieron los manuales de literatura.

viernes, 12 de marzo de 2010

36. Miguel Delibes: la última hoja roja

La noche del jueves, cuando supe que Delibes se estaba muriendo, tuve la necesidad de leerle. Pensé que si todo el mundo hacía lo mismo, en el bisbiseo nocturno de miles de lectores, de miles de palabras, las suyas, se produciría el sortilegio de sujetarle un poco más a la vida. Ese fue mi particular velatorio. Quizás el mejor que se le puede hacer a un escritor. Cogí de mi estantería una novela suya al azar y apareció La hoja roja. El desvalimiento de su protagonista, un hombre a punto de jubilarse, me recordó la profunda humanidad que Delibes sintió siempre hacia el prójimo, sobre todo hacia los que sufren el despojo de sí mismos. La urgencia informativa obligará estos días a todos los medios a hablar de su figura. Pero Delibes no cabe en un artículo de opinión ni merece que las palabras laudatorias hacia su persona caigan en el ripio, ni merece la fría profesionalidad de un redactor que se apresura profesionalmente a documentarse para enumerar los datos de su biografía y a cerrar el acta de defunción. Lo que conviene ahora es leer a Delibes. Leerle para encontrar en sus libros lo que Delibes fue: el hombre que duda y que teme a los misterios de la vida en La sombra del ciprés es alargada y que ya estará desvelando; el hombre que amaba la tierra y el mundo rural en El camino sin folklorismos pintorescos sino con el lirismo sobrio del alma castellana, él, que pronto será tierra de sí mismo; el hombre comprometido con las injusticias y enfrentado a la censura, que representa Mario en Cinco horas con Mario, trasunto del propio autor; el hombre con alma de niño en El príncipe destronado, pero nunca serás, Miguel, destronado; el hombre conocedor del alma humana; en sus libros más introspectivos e íntimos, como Señora de rojo sobre fondo gris; el gran erudito que también sabe escribir una memorable novela histórica, El hereje, modelo indiscutible del género, hoy que la novela histórica nos abruma en cantidades ingentes del “vale todo”.
Con Delibes me pasa como con Galdós. Siempre vuelvo a sus libros. Cuando mis lecturas se pierden entre las banalidades que se nos venden como novelas del siglo, hastiado, vuelvo la vista a Delibes y es como reencontrarse con la literatura de verdad, un retorno a casa. Y aunque Delibes ha agotado ya su última hoja roja, el aroma dulce de su tabaco es imperecedero, con la ventaja de que, además, es sumamente saludable. Descanse en paz, Miguel Delibes.

miércoles, 10 de marzo de 2010

35. Antonio Carvajal

La presencia del poeta Antonio Carvajal en el Aula de Poesía de l'Antena del Coneixement de la URV en Cambrils, dirigida por Ramón García Mateos, dejó patente entre el auditorio uno de los principales rasgos de su faceta humana: la autenticidad. El dato no resultaría relevante si no fuera porque ésa es también una de las piedras angulares de su obra; en pocos autores como en Carvajal se da esa intrínseca comunión entre vida y obra, no sólo como mero trasunto autobiográfico sino, sobre todo, como verso palpitante de vida y para la vida. O, en palabras de Antonio Chicharro, la poesía [de Carvajal] es la concreción verbal de un modo de vida, es la hermosa y brillante ceniza que el poeta recoge pacientemente en la hoguera del vivir, experiencia y existencia fundamentales a manos llenas. Su poesía no es, pues, un ejercicio retórico válido en sí mismo, sino en casación íntima con la vida de la que se nutre. Por eso, los temas de su poesía evolucionan desde el inicial y exultante optimismo vital de Tigres en el jardín (1968), con el amor y la naturaleza como constructores armónicos de la felicidad humana, pasando por la negación de ese optimismo en Serenata y navaja (1973), hasta llegar a la desolación de Testimonio de invierno (1990). En Alma región luciente (1997) hallamos ya el sabio y sereno equilibro de la madurez que matiza desde una actitud contemplativa las obras anteriores.
Esta autenticidad es la que otorga a Antonio Carvajal su originalidad pues, como él mismo ha declarado, "la autenticidad del poema [es] manantial de todas las originalidades, porque como cada ser humano es único e irrepetible, si su obra es auténtica, reproducirá esa unicidad y esa irrepetibilidad". Lo original, por tanto, no tiene que ver ni con los experimentos ni con la ruptura iconoclasta; en su poema "Servidumbre de paso" ironiza sobre los que dicen cosas como "Tus dientes/son como los piñones, tan parejos; tus pupilas, semáforos/de vía libre; el cuello/como una levantada grúa; todo/tu ser como edificio de oficinas", en clara alusión a los Novísimos, escuela a la que él no se adscribió nunca. Y es que hay en Carvajal un profundo respeto a la tradición y al clasicismo, reformulados, eso sí, con su voz particularísima. Así, en su poema "A Carlos Villarreal", de Serenata y navaja, alude al lugano, ese pájaro que imita el canto de otros pájaros, que es una clara defensa de la intertextualidad. Ésta aparece en varios poemas, como en "Vega de Zujaira", de Sol que se alude (1983) cuyos versos caminan alumbrados por otros de García Lorca, en un homenaje al poeta granadino; o en "Testimonio de invierno", donde traza un río, "nuestra vida, su curva de ballesta/en torno a otro dolor, otra esperanza,/aun sin saber si acaso habrá un mañana" de ecos manriqueños en la metáfora la vida como río pero también machadianos en esa "curva de ballesta" con la que el genial poeta sevillano describía al Duero a su paso por Soria. El mismo título Alma región luciente reproduce un verso de Fray Luis de León y la recuperación exquista del soneto en Sitio de ballesteros (1981) es un guiño a nuestros Siglos de Oro. Una muestra ejemplar de cómo se puede hacer poesía moderna sin acudir a esas vanguardias mal entendidas que repudian la tradición o que, de recogerla, sólo demuestran el intento de ocultar su incapacidad por crear obras meritorias, tomando al clásico con el pretexto del homenaje y de la originalidad y ultrajándonos con sus "arreglos".

Brevísima antología

  • Junto a una magistral fábrica formal (no en vano, Carvajal es profesor de Métrica en la Universidad de Granada), el estilo de nuestro poeta es capaz de referirse a las cosas más sencillas con las palabras más hermosas y a los temas trascendentales con una sencillez que los allana y hace más comprensibles. Así, el simple florecimiento de los narcisos es expresado con un cromatismo casi orgiástico de sacrílego paganismo y tintes eróticos:
Y se propagan y se ofrecen y su obsequio
es cuasi monacal, como si una vidriera
de ponientes áureos derramara
no sé qué olvido glorioso en el tocado
de la novicia, ella, tan nueva, entrada
en la sabiduría de la entrega.
("Narcisos", Siesta en el mirador, 1979)
  • O aquel homenaje al cántaro de agua que, participando en su origen de los mismos elementos que el ser humano (en una génesis de raíces presocráticas, el arjé y los cuatro elementos) tiene, no obstante, una meta mucho más humilde: saciar la sed del hombre:
Todos nacimos, todos, como nace el estío,
desde un fulgor vibrante y una caliente espada,
y nacimos de barro, y nacimos de río,
y nacimos de hogueras y de una brisa helada.
[...]
Pero algo más humilde quedó a medio camino,
y si nació de barro, de agua, de brisa y fuego,
se resignó a ofrecerse para la sed del hombre.
¡Oh, quieto cantarillo, que conservas el trino
del alfar en la aurora, del horno siempre ciego,
déjanos en los labios el agua de tu nombre!
("El cantarillo", Tigres en el jardín, 1968)
  • Por su parte, los temas graves adquieren en ocasiones su sentido más denotativo y, por lo mismo, son más crudos y hieren sin medias tintas líricas:
Y supo que es peor la soledad
que la muerte. Peor la soledad
que la muerte. Porque el hombre,
en muriendo, se acabó.
Pero la soledad no da descanso,
deja que ardan los cuerpos sin sentido,
deja que el alma se agrie, deja el alma
como un papel al capricho del viento,
y en su vaivén la lleva desde el suelo
hacia un cielo negado, y la abandona
en un rincón inerte, sucia, expuesta
al paso de los días sin clemencia.
("Señor y perro", Testimonio de invierno, 1990)
  • Por supuesto, su quehacer poético también será objeto de reflexión. Carvajal encuentra aquellos mismos problemas que frustraron a Bécquer: el mezquino idioma incapaz de la idea justa. Pero el poeta se redime de ello con que alguien pueda encontrarse en sus poemas:
Ya sabemos de coro que las almas
no se pueden mostrar sino en vislumbres,
que no hay palabras suficientes, que,
aunque tintos con sangre de los días,
rotos de vos y ardidos de esperanza,
los poemas no alcanzan el prodigio
de trasfundar un alma en alma ajena
[...]
Breve sol, fácil pájaro, humo tenue:
¿qué más podemos esperar, qué gozo
mayor puede ofrecernos un poema
que ver cómo conmueve un aterido
corazón, cómo levanta una esperanza,
cómo reafirma un sueño en otros ojos?
("Patio cerrado", Alma región luciente, 1997)
  • Son otros muchos los temas que encontraremos en Carvajal; pero en este artículo, que sólo quiere ser un acercamiento a su poesía, deseo terminar con el que podría ser su poema legado:
Si mañana no vivo, si mañana
queda inmóvil la luz en mi ventana
sin mi apresuramiento y mi figura,
sabed que algún soneto os he dejado
y que, cruzando del olvido el vado,
salvé de tantos cuadros la hermosura.
El puñal me lo llevo entre los dientes
porque morder las frases más mordientes
es caridad, si no cautela humana.
¿Qué os dejo? Mi palabra agradecida
y nada más. Si acaso, una manzana
que en vuestras bocas suene a fresco fruto.
Iré a otra luz. La luz no guarda luto
por quien la amó en el arte y en la vida.
("Poema final", Raso milena y perla, 1996)

Dedicatorias

A mis alumnos de Literatura, que quisieron acompañarme al recital de Carvajal y me hicieron con su presencia muy feliz. (En la foto, Píramo y sus alumnos junto al poeta).
A Antonio Carvajal por su cercanía y por su inolvidable recitación privada de "El cantarillo".

martes, 2 de marzo de 2010

34. Ser o no ser

La compañía Teatro Meridional está de gira por España con Ser o no ser, adaptación de la obra maestra del cine To be or not to be de Ernst Lubitsch (la película está considerada como una premonición de lo que sería la invasión de Polonia en la II Guerra Mundial). Álvaro Lavín, director del montaje, lleva a escena la historia de unos actores polacos que observan cómo sus vidas cambian tras la invasión nazi. La compañía de Joseph y María Tudor preparaba Gestapo, una obra en la que se parodiaba a Hitler, cuyo estreno fue censurado. A partir de ese momento, los actores interpretan cada noche el drama de Shakespeare y, cual Hamlet, vivirán un fuerte dilema: ¿formar parte de la resistencia o ceder a las presiones de los enemigos? Obviamente, elegirán la primera opción, mas para sobrevivir a la guerra pasarán por toda una serie de circunstancias complicadas -aderezadas con un humor hilarante- de las que saldrán airosos gracias a sus dotes artísticas. Para ello, no dudarán en hacerse pasar por nazis y codearse con las altas esferas de la Gestapo. A todo ello, se suma el escarceo amoroso entre María y un joven piloto, André Sobinsky, que contribuye a enredar todavía más la acción.

Uno de los grandes aciertos de la comedia es la buena conjugación de situaciones disparatadas con la realidad que se estaba viviendo en Varsovia a raíz de la invasión. Los actores de la compañía Tudor son fiel reflejo de lo que le sucedía a la gente de a pie, pues pasan hambre, frío, miedo y se quedan sin hogar. Su único refugio será el teatro donde cada noche lucían un atrezzo que ahora sólo les servirá como leños para hacer fuego. A través de su historia personal, el espectador puede conocer la Historia de esos años en la capital polaca, sin olvidar que la banda sonora del espectáculo corre a cargo del público: sus risas, sonrisas y carcajadas.
Por otra parte, es interesante la inclusión de secuencias rodadas que se proyectan sobre el escenario pues contribuyen, de alguna manera, a que los espectadores tengan la sensación de estar viendo una película. También se hace un uso especial del espacio, ya que el hábitat de los actores no se limita al escenario sino que éstos se mueven por todo el recinto. Así, corren por el patio de butacas, saltan por los palcos e, incluso, salen a la calle a recibir a un público no poco sorprendido al ver a Hitler en la puerta del teatro. Asimismo, es destacable el recurso del teatro dentro del teatro, pues se dan a conocer algunos de los entresijos de la profesión tales como los celos entre compañeros, la improvisación, el ego algo elevado de los intérpretes, etcétera. En cierta medida, la situación vivida por esta compañía recuerda a los protagonistas de ¡Ay, Carmela! de Sanchis Sinisterra.

El elenco de actores está encabezado por José Luis Gil y Amparo Larrañaga, quienes encarnan al matrimonio Tudor. Es destacable la brillante labor de la mayoría de actores, pues cada uno en su papel contribuye al éxito de la representación en conjunto.

En definitiva, en esta comedia se cumplen las célebres palabras de William Shakespeare de su obra Como gustéis: "El mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meros actores, tienen sus salidas y sus entradas; y un hombre puede representar muchos papeles", puesto que María, Joseph y los demás integrantes de la compañía interpretarán el mejor papel de sus carreras, aquél que les reportará como premio seguir viviendo alejados de la sombra del nazismo.

miércoles, 24 de febrero de 2010

33. Angelina o el honor de un brigadier



Ya parecía trasnochada aquella definición de la palabra honor en su versión más calderoniana, aquella que el DRAE define como gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea. Ya parecía, digo, un anacronismo que languidecía en las obras de nuestro teatro áureo, cuando la palabra en cuestión ha vuelto a salir de la vaina de Crespos y Gutierres blandiendo las páginas de nuestros periódicos. Durante la gala de los Goya, Álex de la Iglesia apelaba a la "fuerza" y al "honor" en su defensa del cine español; el columnista de ABC, José Utrera Molina, abominaba hace unas semanas de la "vandálica invasión del Gobierno socialista, esta apoyatura indiscutible de todo lo que significa destrucción indiferente ante los que creemos en valores superiores, en el culto del espíritu y en la estimación verdadera de méritos que constituyen las pruebas más altas del honor"; y a finales del año pasado, la vicepresidenta De la Vega y el ex presidente del PP en Baleares, Jaume Matas, defendían su honorabilidad ante sendas acusaciones relacionadas, la una, con recalificaciones de terrenos y la otra con el caso Palma Arena, respectivamente. Fuera de nuestras fronteras se sigue matando en nombre del honor, como hace unas semanas ocurría en Turquía, donde hallaron el cadáver de la niña Medine Memi, enterrada viva por su padre para "salvar el honor de la familia", pues la niña "salía con chicos". La lista sería prolija.

A estos adalides del honor les vendría muy bien acudir a la representación de Angelina o el honor de un brigadier, de Enrique Jardiel Poncela, que se encuentra de exitosa gira por toda España. En ella, el brigadier don Marcial debe defender su honor ante la afrenta que Germán, un ridículo donjuán, ha proferido sobre el buen nombre del brigadier, al convertirse en el amante de su esposa Marcela y, tras ella, de su hija Angelina. Esta última, a su vez, está comprometida con Rodolfo. El lío, pues, está servido. A lo largo de la obra, la reparación del honor vertebrará todo el guión, con el matiz diferenciador de que esta no es una obra de Calderón o de Lope de Vega, sino de Jardiel Poncela y, claro, la cosa cambia. El lenguaje altisonante del brigadier sonará ridículo ante los absurdos lances de honor que se irán sucediendo, como aquel hilarante duelo a muerte preñado de despropósitos, y que desacralizan los rancios valores de antaño. A ello hay que añadir la caricaturización del donjuán de la obra, para que la parodia sea completa.


Son interesantes, además, las críticas literarias a las florituras poéticas almibaradas, personificadas en Rodolfo, así como la inclusión del maquinismo, que testimonia, visto desde nuestro tiempo, la ingenua expectación de principios del siglo XX por las nuevas tecnologías; así, el velocípedo, el ferrocarril o el cinematógrafo. También aparecen algunas novedades en la puesta en escena, que comulgan con el tono general de ruptura con el teatro anterior, como es el traslado de algunas escenas al mismo patio de butacas. Llama la atención, sin embargo, cómo Jardiel Poncela respeta escrupulosamente la unidad de tiempo clásica, quizás cumpliendo con la sutil pero deliberada ironía del autor.
En definitiva, un buen antídoto para tanto brigadier suelto, todavía en nuestros días, a los que les sobran demasiados galones.

[Se puede encontrar información sobre la gira y otros aspectos de la obra en el blog que el propio director, Juan Carlos Pérez de la Fuente, y otros miembros de su equipo gestionan: El blog de Angelina]

miércoles, 17 de febrero de 2010

32. Cometas en el cielo

Cometas en el cielo es la primera novela escrita por Khaled Hosseini, médico musulmán afincado en Estados Unidos a raíz de la invasión soviética de Afganistán, que versa sobre la amistad de dos niños: Amir y Hassan, un hazara que sirve en casa del primero. La historia comienza en 2001, pero la acción se sitúa en 1975 en Kabul pues el narrador-protagonista, Amir, mediante un flash back da testimonio del gran error que cometió en su infancia y que intenta subsanar: Me convertí en lo que soy a los doce años. Era un frío y encapotado día de invierno de 1975. Recuerdo el momento exacto: estaba agazapado detrás de una pared de adobe desmoronada, observando a hurtadillas el callejón próximo al riachuelo helado. De eso hace muchos años, pero con el tiempo he descubierto que lo que dicen del pasado, que es posible enterrarlo, no es cierto. Porque el pasado se abre paso a zarpazos. Ahora que lo recuerdo, me doy cuenta de que llevo los últimos veintiséis años observando a hurtadillas ese callejón desierto. El pequeño Amir anhelaba que su padre estuviera orgulloso de él, por ello puso todo su empeño en ganar la competición anual de cometas que se celebraba en su ciudad. Lo consigue gracias a la ayuda de su inseparable Hassan, mas cuando éste sufre el acoso de otros niños que le reprochan su origen hazara, Amir es incapaz de salir en su ayuda y permanece agazapado observando cómo su amigo es víctima de brutales vejaciones.
He aquí el error cometido por Amir que será la causa del distanciamiento de los niños. A partir de este momento, la situación política en Kabul comienza a cambiar pues tiene lugar la guerra afgano-soviética que obliga a la familia de Amir a exiliarse a Estados Unidos. De alguna manera, Amir logra escapar de ese pasado que le atormenta, pues su sentimiento de culpabilidad es profundo y sincero. Sin embargo, la llamada telefónica de un viejo amigo - Rahim Kan- removerá los fantasmas de su infancia y le dará la oportunidad de volver a ser bueno. Una forma de cerrar el círculo. Con un pequeño. Un huérfano. El hijo de Hassan, que estaba en algún lugar de Kabul.
Esta súplica provocará que el protagonista regrese a su tierra, motivo que sirve para presentar al lector la lamentable situación por la que estaba pasando Afganistán tras la llegada al poder de los talibanes. Lo que al principio de la novela había sido un bello retrato que ofrecía la cara más amable de los afganos -respetuosos con sus tradiciones ancestrales, generosos, con un sincero sentido de la amistad y sin fanatismos religiosos excesivos- se convierte en un negro óleo en el que predominan la oscuridad, la soledad, la muerte y el dolor. A través de los ojos de Amir, somos testigos de la desolación de Kabul y, por extensión, de todo el país. Son muchos los testimonios desgarradores que se recogen a lo largo de la novela: El Afganistán de tu juventud ha muerto hace tiempo. La bondad ha abandonado esta tierra y es imposible escapar de las matanzas. En Kabul el miedo está en todas partes, en las calles, en el estadio, en los mercados, forma parte de nuestra vida, Amir agha. Los salvajes que gobiernan nuestra watan no conocen la decencia humana. (...) Escombros y mendigos. Era lo único que veía donde quiera que mirase. Los había en todas las esquinas, vestidos con harapos de arpillera, agachados en cuclillas y tendiendo las manos manchadas de barro pidiendo limosna. Y en su mayoría eran niños enjutos y con caras tristes, algunos no mayores de cinco o seis años. (...) Era la primera vez que yo veía a un talibán. Los había visto en televisión, en Internet, en las portadas de las revistas y en los periódicos. Pero en ese momento me encontraba a cinco metros de ellos, diciéndome que aquel repentino sabor que notaba en la boca no era el del puro miedo, diciéndome que, de pronto, mi carne no se había encogido hasta tocar los huesos y que el corazón no latía acelerado. Allí estaban. En todo su esplendor.
Otros muchos temas se abordan en la novela, tales como la difícil situación a la que se enfrentan los exiliados. Recordemos que Amir y su padre dejan Afganistán por Estados Unidos y ello lleva implícito un gran sufrimiento, una tristeza y una añoranza de sus raíces que nunca les abandonarán. Por otra parte, la figura femenina queda exaltada ya que Hosseini dibuja un perfil muy diferente al que estamos acostumbrados a ver en televisión de la mujer musulmana. Lo mismo sucede con la religión. Obviamente, los personajes son musulmanes mas no se observa en ellos el radicalismo absurdo que posteriormente practicarían los talibanes. De hecho, el padre de Amir es bastante liberal y llega a declarar en diferentes momentos su poco apego a las tradiciones religiosas. Hay, por tanto, un enaltecimiento del pueblo afgano que está sufriendo los cruentos zarpazos de los talibanes. Contra este grupo integrista el escritor carga todas sus tintas, sin dudarlo eleva su voz contra su modo extremo de proceder. Por encima de todos estos núcleos temáticos, planea la amistad de los niños y el arrepentimiento de Amir. Si una cometa fue la causa que desencadenó la pérdida de su relación con Hassan, también será la que al final de la historia le dé la llave de su redención.
En definitiva, Khaled Hosseini presenta una entrañable y conmovedora historia que pone de manifiesto que la vida ofrece siempre una segunda oportunidad para subsanar los errores del pasado y que la amistad es uno de los mayores tesoros que puede poseer el ser humano. Hermosa reflexión en un mundo pragmático, materialista e individualista, en el que cada vez tienen menos cabida los sentimientos más profundos e importantes.

domingo, 7 de febrero de 2010

31. ¿De cuándo acá nos vino?

La Compañía Nacional de Teatro Clásico ha vuelto a recuperar una de las comedias de capa y espada más desconocidas de Lope de Vega con motivo de la celebración del 400 aniversario de la aparición del Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo que tuvo lugar en 2009. El montaje sigue de gira en este nuevo año, hecho que ha permitido al público alicantino disfrutar de nuevo del buen hacer de esta compañía.
El título de la comedia recoge una expresión que en la actualidad ha caído en desuso. Según el DRAE, "de cuando acá" se emplea "para indicar que algo está o sucede fuera de lo regular y acostumbrado". Precisamente es una situación atípica la que nos presenta el dramaturgo, pues en las tablas aparecen dos mujeres, madre e hija, disputándose el amor de un mismo hombre. La acción gira en torno a una realidad histórica del siglo XVII: la llegada a Madrid de soldados procedentes de Flandes que agudizan su ingenio para sobrevivir. Uno de ellos es Leonardo, un joven y apuesto alférez que arriba a la capital con la misión de entregar una carta a la hermana del Capitán Fajardo. Arruinado económicamente, decide cambiar el contenido de la misiva y le comunica a doña Bárbara que es el hijo secreto de su hermano. Ésta, madre soltera, decide acoger a su sobrino en su casa y colmarlo de atenciones pues desde que lo ve, siente una pasión irrefrenable hacia el joven. Su rígida concepción de la vida queda olvidada y no duda en enfrentarse a su propia hija, Ángela, la cual está perdidamente enamorada de su supuesto primo. La madre emplea sus peores artimañas para alejar a los enamorados y acuerda su propio matrimonio con el alférez, el cual acepta como solución última para seguir cerca de Ángela. El enredo, por tanto, está servido pues ante los ojos del espectador desfilan mentiras, trifulcas y engaños que logran arrancar la mejor sonrisa de éste. Y es que en esta comedia se puede saborear al más auténtico Lope, al dramaturgo que escribía pensando en el pueblo y para el pueblo. De ahí que el divertimento quede asegurado. Todo se complica aún más con la llegada del Capitán Fajardo, que descubre el engaño y de dos pretendientes de doña Ángela. No obstante, como es habitual en obras de este tipo, la acción tendrá un final feliz.
Por otra parte, la puesta en escena es brillante. El elenco de actores es un acierto, pues todos actúan bien sin caer en la exageración o la mala interpretación. Incluso entonan romances en escena con acompañamiento de instrumentos musicales barrocos -tales como el violín, el cello o el archilaúd- que ayudan, si cabe más, a sumergir al espectador en el siglo XVII. Todo ello con un vestuario muy cuidado y con un decorado austero formado por un tablado algo inclinado y algunos paneles móviles con los que el director del montaje, Rafael Rodríguez, intenta recuperar la esencia de los auténticos corrales de comedias. Así, bien podría el público imaginar que está presenciando la representación de la obra que tuvo lugar en 1615 en la Casa de Comedias de Toledo, salvando las distancias obvias.
He aquí una muestra más de la buena salud literaria de la que goza Lope de Vega, pues cuatro siglos después de su existencia sigue divirtiendo al público y conectando con él, corroborando así la vigencia atemporal de su obra. Como ejemplo, baste citar que en el siglo XX esta pieza fue adaptada para la zarzuela El hijo pródigo de José María de Arozamena, de modo que puede afirmarse que el dramaturgo sembró en ¿De cuándo acá nos vino? la semilla de lo que sería el vodevil.
En definitiva, es encomiable la labor que está llevando a cabo la Compañía Nacional de Teatro Clásico pues gracias a los montajes que organiza acerca a los espectadores el teatro del Siglo de Oro, uno de los mejores de toda Europa. Hemos de estar orgullosos de este legado y, por ello, animo a quien tenga oportunidad a asistir a esta representación. No se preocupen por el lugar que ocupen en el "corral", pues tanto en la cazuela como en la tertulia, la alojería o en el patio de los mosqueteros se divertirán igualmente con los enredos que Lope tan bien sabía tejer en sus comedias haciendo honor al sobrenombre con el que era conocido: "Fénix de los ingenios".

miércoles, 3 de febrero de 2010

30. Cumplimos 1 año


Cesó todo y dejéme cumple su primer año de vida. Durante todo ese tiempo, Píramo y Tisbe han hecho girar su berbiquí de palabras para abrir una brecha cada vez mayor en ese muro que les separa. Y la brecha es ya un agujero que testimonia su amor mutuo y el amor por la Literatura. A la oquedad se han asomado muchos que han querido compartir su tiempo y sus ideas con nosotros. El eco de sus voces resuena por la pared felizmente vulnerada. A todos, nuestra gratitud.
En este nuevo año la bitácora seguirá su apostolado literario y aportará nuevos temas y proyectos. Con un formato ligeramente distinto, que ya hemos ido incorporando antes del aniversario, Píramo y Tisbe continuarán reseñando novedades editoriales o recuperando lecturas antiguas; seguirán acudiendo al teatro para traer un poco de su magia a estas otras tablas virtuales ante las que nunca se cierra el telón; viajarán para buscar las huellas de otros que también viajaron y dejaron su impronta literaria allá donde llevaron su pluma; recordaremos a aquellos que nos dejaron un poquito más huérfanos de genialidad pero que resucitan con cada palabra suya que rememoramos; ocuparán dos butacas de un cine para dar fe de que la Literatura, siendo para ellos el primer arte, también es el séptimo y todas las artes; se pondrán las gafas de profesores de Literatura y traerán el aula a la bitácora para explicar algunos datos sobre la historia de nuestras letras; defenderán con fervor la promoción y defensa de la lengua española, su buen uso y sus derechos; y, sobre todo, vivirán la Literatura porque ésta no es un montón de palabras llenando libros polvorientos sino una luz viva entre nosotros.
Durante los próximos 11 meses, además, centraremos especialmente nuestra atención en este año de Miguel Hernández que ya se ha iniciado. Que Tisbe resida en Alicante, tierra del poeta, nos hace testigos privilegiados de todos los eventos que en relación a este homenaje allí se produzcan.
Asimismo, este blog colaborará mediante algunos de sus artículos con el Diari de Tarragona, abriendo nuevas vías para la difusión de nuestra pasión por las letras.
Con la ilusión del primer día, seguiremos trabajando en este espacio, que es también vuestro. Sabed que si queréis dejaros caer por aquí, nosotros no cesaremos de escribir.
Píramo y Tisbe
Agradecimientos especiales:
-A Javier Angosto, seguidor fiel de nuestro blog desde el mismo día de su inauguración y gran dinamizador de nuestra sección Curas y Barberos, además de fuente inagotable de recreo literario, dechado de elegancia, gran azoriniano y mejor persona y amigo.
-A Agustín Trujillo y Eva Altarriba, por su paciencia en nuestro último viaje literario a Calatayud, por montarnos a la grupa de su Babieca en nuestras pesquisas cidianas y por la fotografía, que tras infinitas pruebas, encabeza esta bitácora.

martes, 26 de enero de 2010

29. Miguel, canto y vuelo

2010 ha nacido con nombre y apellidos propios: Miguel Hernández Gilabert (1910-1942) pues este año se celebra el centenario del nacimiento del famoso poeta oriolano. Se presentan ante los lectores del escritor interesantes meses plagados de actos conmemorativos. Ayer, 25 de enero, tuvo lugar el pistoletazo de salida con el estreno nacional de Miguel, canto y vuelo en el Teatro Principal de Alicante -ciudad en la que, como es sabido, reposan los restos mortales de Miguel-. Se trata de un espectáculo multidisciplinar dirigido por José Luis de Damas y producido por Paco Marsó en el que se conjugan la recitación de poemas, el diálogo teatral y la danza al son del acompañamiento musical en directo de piano, violoncello y percusión.

Con un decorado austero formado por elementos tan simbólicos en la vida del poeta como son la higuera, la luna y las ventanas enrejadas de la prisión, el director del montaje logra crear un ambiente íntimo capaz de envolver al espectador a través del lenguaje corporal de Josefina Manresa -interpretada por la bailarina Macarena Vargas- y del verbal, basado éste en la palabra. ¿Y qué mejores palabras que las escritas por el propio poeta? Por ello, son los poemas de Miguel Hernández los que ocupan el grueso de la representación/recitación. La obra comienza con el encuentro casual de dos Migueles, uno que regresa de Madrid y otro que se dispone a emprender su viaje a la capital. Este desdoblamiento del protagonista explica el título, pues uno de ellos -Alberto Delgado- representa a "Miguel Canto"- el poeta ingenuo que desea triunfar con sus escritos, generoso y optimista que acaba resignado- mientras que el otro -Miguel Molina- da vida a "Miguel Vuelo" -el luchador infatigable que desea ser libre-. A partir de aquí, Canto y Vuelo mostrarán al público algunos de los momentos más importantes en la vida del poeta-pastor declamando, como ya se ha señalado, varios de sus poemas más conocidos: "Llegó con tres heridas", "Me llaman barro aunque Miguel me llame", "Nanas de la cebolla", "Elegía a Ramón Sijé", "Eterna sombra", "Después del amor", "Sino sangriento" y "Vuelo".

Por otra parte, el texto propiamente teatral está basado en el cuento inconcluso El gorrión y el prisionero, un relato entrañable que muestra el sufrimiento del poeta en la cárcel. En el escenario, Miguel Canto está encadenado y recibe la visita de un gorrión con el cual conversa. Son palabras desgarradoras de un hombre conocedor de la cercana tragedia que le acecha: "Al cabo de un día y una noche me voy a morir. Me matarán. Dicen que soy una mala persona y que es preciso que muera. No sé qué habré hecho. Ni en sueños ni despierto me acuerdo de haber sembrado ni cosechado el mal. Sólo una mujer pudiera salvarme, pero su casa está lejos de aquí, en la región más soleada de estas tierras (...) Mañana no viviré... Lo siento por mi hijo, ¡quién tuviera tus alas, gorrión loco!". Entre el pajarillo y el prisionero se establece una comunicación especial y es éste el encargado de volar hasta los brazos de Josefina para hacerle entrega de un desgarrador escrito que le envía su esposo. Cumple, de este modo, el deseo de Miguel Canto de ver por última vez a su familia, pues el gorrión no es otro sino Miguel Vuelo, capaz de romper hasta los barrotes más duros de la cárcel. El desenlace inventado para este cuento en las tablas es, realmente, estremecedor.

Miguel, canto y vuelo combina, por tanto, la danza, la recitación y el diálogo teatral para mostrar al público la figura de Miguel Hernández en profundidad, con todos sus matices: como esposo y padre, como amigo, como escritor, como luchador infatigable, como alma libre, como persona resignada, como un ser generoso... Su figura queda así ensalzada positivamente y se consigue que el espectador sienta empatía hacia él. En este sentido, es encomiable el trabajo de los actores, que declaman e interpretan con la intensidad justa, sin caer en la exageración patética del drama que están representando. Buena muestra de ello fueron los intensos aplausos con los que el público asistente reconoció el mérito del montaje, así como las lágrimas de la nuera del poeta.

Queda inaugurado el año hernandiano. Serán muchos los actos que se celebren en su honor, los congresos, las conferencias, los conciertos... , todos ellos merecidísimos pues, más allá de consideraciones políticas, es incuestionable su valía como poeta y su integridad como persona -paradigma de fidelidad a sus principios y de coherencia- mas no olvidemos que el mejor homenaje que se le puede rendir a un poeta es leer su obra.

lunes, 18 de enero de 2010

28. Tranvía a la Malvarrosa

Vuelven los tranvías. Desde que en 1994 Valencia lo recuperase para sus calles, han sido numerosas las ciudades españolas que se han añadido a la restauración del mítico transporte. ¿Qué tendrá el tranvía, que imprime una misteriosa sugestión, entre decadente y elegante, a los cascos urbanos por donde su armatoste metálico, rudo pero venerable, se abre paso para herir las calzadas con su progreso pesado, penoso y, sin embargo, firme y decidido? Existen ciudades que no podríamos imaginarlas sin su presencia. Lisboa, por ejemplo, no sería la misma sin el sonido de su viejo tranvía, tan quejumbroso como la melodía de un fado. El tranvía evoca señores con sombrero de copa y bastón, y coches con carrocerías de líneas antiguas, como los de los gánsters de las películas; los hay famosos como el que atropelló mortalmente en Barcelona a un despistado Gaudí, abstraído, dicen, en los planos de la Sagrada Familia mientras caminaba. En literatura, el tranvía más famoso es el que condujo Manuel Vicent hacia la playa valenciana de la Malvarrosa.

Tranvía a la Malvarrosa está ambientada en los años 50 y narra el paso de la adolescencia al mundo adulto de Manuel, un joven de Vilavella (Castellón) y trasunto del propio autor, que se marcha a Valencia a estudiar Derecho. A lo largo de la novela, Manuel Vicent aborda diferentes temas muy de época. Uno de los más prolíficos es el de los tabúes sexuales. El protagonista se debate entre la pureza y la lujuria, personificada la una en Marisa, la misteriosa chica de cara angelical que veranea en Vilavella y a quien compara con la actriz italiana Inés Orsini; y la otra en la voluptuosa Gracia Imperio, la famosa y trágicamente malograda vedette madrileña, paradigma del erotismo de aquella década. Las coercitivas visitas a los prostíbulos para desvirgarse, promovidas por Vicentico Bola, como si de un obligado ritual viril de bautismo sexual se tratase, chocan con la íntima censura de la religión en el alma del protagonista, contradicciones que vertebran toda la novela. Dichos tabúes adquieren matices humorísticos en algún momento como aquel donde una masturbación de Manuel hizo que coincidieran en un mismo éxtasis mis propios gemidos y los alaridos del locutor ¡¡Gol de Gaínza!! ¡¡En el último minuto del partido, gol de Gaínza!! ¡¡El Valencia Club de Fútbol eliminado!! La pasión que sentía por el equipo del Valencia aquellos años de la adolescencia era muy intensa y a partir de aquel partido de copa la derrota de mi equipo iría unida a mi pecado.

Otro tema de la novela es el de la llamada España profunda, marbete aplicado aquí a sucesos truculentos o bárbaras costumbres patrias. Así, durante las fiestas de agosto de Vilavella, tras haberse corrido un toro, a unos pasos [del dosel de San Roque, patrón del pueblo] colgaba el toro desollado y su sangre aún goteaba en la acera en medio de un gran corro de devotos que velaban al santo; dijérase que el toro allí colgado era el animal expiatorio ofrecido a algún dios terrible. También se aprecia el tema de la España profunda en la descripción de los famosos crímenes que se sucedieron durante aquella década, a veces con un exceso de crudeza y morbo, como el de la cabeza sin cuerpo que apareció en un cine de Valencia. Pero el más llamativo de todos, no sólo por la forma de su ejecución sino por el estilo literario en que Manuel Vicent nos lo acerca, es el del violador Semo:

El Semo le puso la zarpa en el cuello y aún gruñó su vulgar deseo con cierta timidez, pero Amelita se revolvió bruscamente y la lucha continuó sobre la hierba con una extensión de margaritas. Los dorados insectos celebraban mínimas cópulas de amor muy puro en los árboles. La luz de la tarde iluminaba la lucha de los cuerpos envueltos en voces de auxilio y blasfemias. La doncella logró zafarse: salió corriendo con la cara húmeda de lágrimas y saliva, pero el hombre primitivo la siguió hasta el campo de berenjenas o patatas y en la persecución ambos atravesaron un huerto lleno de mandarinas y cuando el asesino y la víctima chocaron los dos iban cubiertos de pétalos de azahar como novios de una violentísima boda que se produjo al instante [...] [E]lla dejó de gritar al tercer golpe y su silencio fue sustituido por el sonido de los pájaros que se estaban refugiando para dormir en un limonero. El Semo arrojó el cuerpo de Amelita a la acequia en medio de la dulzura de la tarde y el cadáver comenzó a navegar agua abajo como una Ofelia valenciana coronada por una nube de mosquitos, pero antes el violador había tratado de cubrirlo de flores y una de ellas era la herida moral, las más roja que se veía flotando.
El contraste entre el lirismo de determinados pasajes de esta descripción y la terrible violación no deja indiferente al lector.
La superstición es otro tema recurrente, como cuando Manuel es perseguido por un escayolista místico poseído de fanatismo religioso o como aquel otro pasaje donde una prostituta cree que Manuel es su novio resucitado.
Pero la novela es, ante todo, un retrato vivísimo de la ciudad de Valencia, lleno de prolijos itinerarios que se aderezan con escenas de gran pintoresquismo. Contribuyen a ello también la alusión continua a canciones de la época, sobre todo boleros, que son como la banda sonora del libro, así como la inclusión de determinados acontecimientos políticos como la visita de Franco a la ciudad del Turia, no exentos de crítica mordaz: ese día todas las pastelerías estaban llenas de imágenes del Caudillo hechas con mazapanes y confitados [...] [y] había tantos pasteles en las pastelerías como demócratas en la cárcel [...] Algunos marines guardaban cola frente al carrito de un viejo que vendía cucuruchos de cacahuetes. El viejo cobraba una peseta a los indígenas y un duro a los americanos; demostraba tener con los cacahuetes un sentido más patriótico que el que Franco había tenido con las bases

¿Y el tranvía que da título al libro? Manuel ha creído ver en el tranvía que va a la playa de la Malvarrosa la figura de aquella Marisa que despertó en él la pureza del amor. A partir de esa visión cogerá el tranvía siempre que pueda para obrar el milagro de coincidir con ella. Pero esa es una empresa ya vana. La juventud idealizadora ha terminado y Marisa es sólo el recordatorio de la pérdida de la inocencia y del inicio de una nueva vida. Por eso, tras uno de esos viajes a la Malvarrosa, Manuel se enamorará de Juliette.

El final del libro con Manuel y Juliette, una Marisa que se llama Juliette, dice el protagonista, haciendo el amor sobre folletos de Falange en la casa abandonada de Blasco Ibáñez, cierra el relato con una sensación aliviadora de libertad, todavía embrionaria. Y el tranvía volverá a Valencia desde la Malvarrosa. La dirección del tranvía ha cambiado ya.
[En la fotografía, un tranvía que pasa por la Plaza la Reina, de Valencia. Extraida del precioso blog de Julio Cob: Valencia en blanco y negro ]