miércoles, 21 de abril de 2010

42. La Senda del Poeta

El pasado fin de semana se celebró- como cada año desde 1998- la Senda del Poeta, un peregrinaje a pie que recorre los lugares de la provincia de Alicante relacionados con Miguel Hernández. El camino se estructura en tres etapas: Orihuela-Albatera; Albatera-Elche y Elche-Alicante. En total son unos 70 quilómetros que, de alguna manera, representan algunos de los momentos más importantes de la vida de nuestro poeta.
El recorrido comienza en Orihuela, en la zona conocida como el "rincón hernandiano" pues en él se encuentran la casa en la que Miguel vivió con sus padres y hermanos -no olviden recorrer sus estancias, la cuadra y, por supuesto, el huerto presidido por la famosa higuera- y justo al lado, el colegio Santo Domingo donde, como es sabido, estudió hasta marzo de 1925. Otros muchos lugares son importantes en esta localidad. Por ejemplo, el Seminario que, cual centinela, vigila Orihuela desde lo alto. Las vistas desde allí de la huerta de la Vega Baja son impresionantes y el visitante tiene la oportunidad de contemplar o hacerse una idea de los paisajes que un joven Miguel oteaba desde las alturas y que le sirvieron de fuente de inspiración para alguno de sus poemas. Este recinto sirvió como cárcel durante la Guerra Civil y en él estuvo retenido el poeta-pastor cuando un tal "Pata Gorda" lo denunció al salir de la casa de la familia de su íntimo amigo Ramón Sijé. Allí fue a parar y lo que antaño había sido un lugar de recreo -se dice que siendo Miguel niño se deslizaba por un tobogán natural que hay en la subida hacia el seminario, "arrejullaora" lo llaman los oriolanos- y de contemplación se convirtió en una atroz jaula a la que ya no llegaba el olor de las corregüelas ni de las gramas sino el hedor a sufrimiento y dolor.
Asimismo, es interesante pasear por la Calle Mayor pues en ella se encuentra lo que fue el domicilio familiar de la familia de Sijé -actualmente es la sombrerería Gavilanes-, cerca del cual está el taller de costura donde había trabajado Josefina Manresa. A unos pasos de este lugar se puede visitar la Plaza del Marqués de Rafal, antiguamente conocida como Plaza Ramón Sijé. Es aquí donde fue tomada la famosa fotografía en la que aparece nuestro poeta leyendo una alocución en recuerdo de su "compañero del alma" en la que solicitaba que dicho lugar conservara siempre el nombre de su amigo, si bien sus deseos no fueron cumplidos. Es en el camposanto de la localidad donde descansan los restos de José Marín, personaje que motivó que Miguel Hernández escribiera uno de los poemas más bellos de toda nuestra literatura.
La Senda nos conduce a través de la huerta hacia Redován, localidad natal del padre de Miguel. En todo momento, nuestros pasos son seguidos por la presencia muda pero imponente de las montañas que rodean estos lugares. Es gratificante para los sentidos respirar los aromas a jazmín y a azahar que cantaba el poeta y disfrutar con el paisaje de naranjos, limoneros y otros cultivos propios de la zona. De este modo, la Senda permite al peregrino conocer de primera mano los olores, sabores y colores que plasma el poeta en su obra. Poco después se llega a Cox, un pequeño pueblo en el que Miguel vivió sus momentos más felices pues fue allí donde residió tras casarse con Josefina y donde nacieron sus dos hijos. Muestra de ello da la estatua que preside la Plaza del Ayuntamiento, la única en el mundo en la que aparece Miguel Hernández con su "morenica" -como llamaba cariñosamente a su esposa- y su segundo hijo -Manuel Miguel, al que le escribió sus famosas "Nanas a la cebolla"-. El amor del poeta hacia esta tierra queda patente en algunas de sus declaraciones cuando viajó a la URSS para participar en el V Festival de Teatro Soviético: "Echo mucho de menos a Cox y lo que hay dentro de él que quiero".
La ruta continúa por Granja de Rocamora y Albatera, localidad en la que hubo un campo de concentración donde perdieron la vida muchos compañeros de nuestro poeta. La siguiente parada importante es Elche, ciudad conocida por su Misteri y por su Palmeral, pero también porque en ella recibió Miguel el único premio literario que se le concedió en vida en marzo de 1931 y porque tras su muerte, Josefina trasladó su domicilio a esta localidad. Allí vivió Manuel Miguel y siguen viviendo sus nietos y nuera. Asimismo, el Archivo Municipal de Elche custodia los manuscritos del poeta.
La tercera etapa finaliza en Alicante, lugar asociado a los últimos momentos de vida de Miguel. Fue en el Reformatorio de Adultos de la ciudad donde contrajo matrimonio religioso con Josefina Manresa unos días antes de morir y donde la llama de su vida se fue apagando poco a poco mientras escribía sus últimos poemas de Cancionero y romancero de ausencias. Resulta paradójico que, actualmente, esa prisión se haya convertido en el Palacio de Justicia de la ciudad. Ironías de la vida, pues lo que menos hubo en ese lugar fue justicia para un preso inocente cuyo único delito fue luchar por sus ideales y ser coherente con sus principios. Los últimos pasos del peregrino le conducirán hasta el cementerio, a la tumba del poeta en la que descansan juntos él, su hijo Manuel Miguel y su esposa.
La Senda del Poeta nos ofrece una posibilidad única de entender más a Miguel Hernández como persona y como poeta, pues sus caminos nos permiten conocer algunos de los lugares más emblemáticos e importantes en la vida del oriolano. De este modo, el peregrino se convierte en una especie de Pío-Pa - ese gorrión intrépido que no duda en sobrevolar la provincia para ayudar al prisionero del famoso cuento del poeta- que puede recorrer los lugares más soleados de esta tierra, tierra de palmeras, de huerta y de mar en un acto de comunión y de reencuentro con la esencia de Miguel Hernández, con todo aquello que marcó su felicidad y su ocaso. Este año hemos sido más de 4000 Pío-Pa. Esperemos que el vuelo de estos "gorriones del aire, chiquillería de los arrabales" no cese nunca, pues de este modo el canto de Miguel Hernández se escuchará con más fuerza si cabe en esta región soleada. Su región.

NOTA: Agradezco a mis alumnos de 4º ESO el interés que mostraron en la primera etapa de la Senda y el respeto y la buena actitud que han tenido en las clases que hemos dedicado a la figura del poeta. Espero que a partir de ahora voléis vosotros solos por el maravilloso universo hernandiano.

FOTOGRAFÍA: Estampa de la primera etapa de la Senda. Hilera de peregrinos con la huerta y las montañas como compañeras de viaje.




domingo, 18 de abril de 2010

41. Réquiem por un campesino español

Si yo les hablo de la novela titulada Mosén Millán, quizás les cueste ubicarla de primeras; si nombro, en cambio, la obra Réquiem por un campesino español, seguro que empezamos a atar cabos. Ambos títulos se refieren a la misma obra de Ramón J. Sender; el primero de ellos fue acuñado por el autor oscense en 1953 desde su exilio mexicano; el título definitivo se usa a partir de 1960; se cumplen, por tanto 50 años del título, que no de la obra. Pero como la cifra, tan redonda, tan bonita, con sus volutas tan sinuosas, hará las delicias de los amantes de las efemérides, me serviré de su febril culto al número para lo que de verdad interesa: hablar (cuando sea) de las obras importantes. Y ésta lo es. Pocos libros ha dado la literatura española de factura tan perfecta. Pese a su corta extensión, nada sobra y nada falta en esta obra maestra.
Mosén Millán prepara la misa de réquiem que conmemora la muerte de Paco el del Molino, fusilado durante los primeros días de la guerra civil. Nadie acude a la iglesia, salvo sus 3 enemigos que, además, quieren pagar la misa.

Esperando Mosén Millán que acuda la gente, rememora la vida de Paco, a quien bautizó, casó y dio la extremaunción. Entre los recuerdos de Mosén Millán, aquel día en que Paquito le acompañó a dar la extremaunción a un enfermo pobre que vivía en las cuevas de las afueras del pueblo. La experiencia caló hondo en el niño y de esa impresión se gestaría el embrión de su compromiso con las clases más desfavorecidas y, a la postre, su trágico final. Aquel enfermo "tenía los pies de madera como los de los crucifijos rotos y abandonados en el desván [de la iglesia]" , una posible alusión al desdén de la iglesia hacia sus hijos. En el futuro, Paco imaginará siempre a los habitantes de esas cuevas "agonizando entre estertores, sin luz, ni fuego, ni agua. Ni siquiera aire para respirar". Con el advenimiento de la República, las elecciones dan las concejalías a gente contraria al duque, terrateniente amparado en las leyes medievales sobre los bienes de señoríos, que la República abolió. Don Valeriano es administrador del duque e intenta sosegar el ímpetu de los nuevos tiempos, negociando con Paco, que ya se ha señalado como líder en el pueblo, pero la disposición de éste es firme. Hasta que "un día del mes de julio la guardia civil de la aldea se marchó con órdenes de concentrarse".

Toda la crítica coincide en destacar la enorme sobriedad de esta novela, algo mitigada por las escasas caricias bucólicas que nos ofrece el autor cuando nos describe el mundo campesino. Pero es que tenía que ser así. Lo que se narra en ella no admite floritura alguna porque una guerra no tiene nada de lírico. Sin embargo, el aparato simbólico del libro es potentísimo. Así, los fragmentos del romance que la memoria popular ha creado alrededor del suceso y que el monaguillo canturrea espaciadamente como una especie de letanía lúgubre, vertebra toda la obra y la dota del ritmo fúnebre que demanda; hay metáforas veladas de los fusilamientos nocturnos como la del gato de Paco, que escapa de casa y se le da por muerto porque "los búhos no suelen tolerar que haya en el campo otros animales que puedan ver en la oscuridad como ellos"; el lavadero público es el rústico ágora de la aldea y cuando los facciosos ametrallan el lugar se acaba, en cierto modo, con la libertad de expresión; la presencia en la misa de réquiem de Valeriano, Gumersindo y Cástulo, cómplices de los asesinos, representa la hipocresía conciliadora de los vencedores; Cástulo simboliza, además, la tibieza contradictoria de algunos comportamientos durante la guerra: cedió su coche para la boda de Paco y luego lo hizo a las autoridades la noche en que lo mataron; Mosén Millán delata el paradero de Paco porque "sus afectos no eran por el hombre en sí mismo, sino por Dios. Era el suyo un cariño por encima de la muerte y la vida. Y no podía mentir", y con ello se critica la actitud de la Iglesia durante la contienda. Otros muchos símbolos podrían recogerse pero, sin duda, el más hermoso es el del potro de Paco, que se pasea solo por el pueblo desde la muerte de su amo y que irrumpe en el templo el mismo día de la misa. Es el símbolo más hermoso, digo, porque es el de la libertad.

domingo, 11 de abril de 2010

40. Mario Lacruz

Inmersos como estamos ya en el Año de Miguel Hernández, olvidamos que las efemérides literarias no se agotan en el recuerdo de sus figuras más sobresalientes; o, mejor dicho, de sus figuras más conocidas, aunque en el caso del poeta oriolano ambos adjetivos vayan, por derecho propio, de la mano. Otros escritores reclaman también remontar la mezquina sima del olvido y hundir el estandarte de su palabra en el caprichoso légamo del tiempo.
El próximo mes de mayo se cumplen 10 años de la repentina muerte de Mario Lacruz y la discreción que acompañó en vida al barcelonés parece querer ser una virtud ya demasiado importuna. Mario Lacruz dedicó gran parte de su labor profesional a las tareas de editor. Primero lo fue en Ediciones Plaza (1955); tras la muerte de José Janés en 1959, Germán Plaza compra la editorial de aquél y Mario Lacruz se convierte en director literario de la flamante Plaza y Janés; tras un paréntesis en la dirección del grupo editorial Argos-Vergara (1975), vuelve a Plaza y Janés en 1981 y termina su carrera en la editorial Seix Barral, que dirigió durante 17 años hasta su muerte. Cada una de estas etapas estuvo jalonada de incuestionables éxitos. Por citar sólo algunos ejemplos, hizo debutar a Isabel Allende con La casa de los espíritus; descubrió a autores como Antonio Muñoz Molina, Julio Llamazares, Jaime Bayly o Juan Miñana; publicó por primera vez en España a escritores extranjeros de reconocido renombre y, en fin, toda la flor y nata de la literatura contemporánea pasó por su ojo clínico.
Esta absorbente tarea no fue óbice para que Mario Lacruz se dedicase también a la creación. Sin embargo, aparte de sus libros de relatos, sólo publicó en vida 3 novelas: El inocente (1953), La tarde (1955) y El ayudante del verdugo (1970), las tres de una altísima calidad. La primera está considerada como la precursora de la novela negra en España y plantea, entre otros muchos aciertos, un complejo conflicto sobre el sentimiento de culpa de su protagonista. La tarde, de corte más lírico, es una novela que rezuma nostalgia; en ella David René, enamorado desde la infancia de Tina, acaba idealizando tanto a su amor platónico que, cuando por fin se le ofrece, deberá decidir si desea perpetuar el ensueño feliz de sus evocaciones o aceptar la urgencia incierta de la realidad. Finalmente, El ayudante del verdugo es un exponente del llamado franquismo sociológico; desfila por ella una corruptela sarcástica que hiere de cinismo al lector.
El estilo y estructura de las 3 novelas revela una categoría artística de altos vuelos. Mario Lacruz despoja a su lenguaje de todo lo superfluo para entregárnoslo desnudo, sin carga retórica que adultere la pureza de la palabra. Y sin esos ropajes a los que algunos acuden para encontrar el significado pleno de lo que quieren expresar, el escritor barcelonés satisface su necesidad expresiva y la demanda del lector, sin que ello perjudique a la elegancia. En La tarde, Mario Lacruz nos ofrece su manifiesto de estilo literario en boca de uno de sus personajes, el maestro Greville:
  • "Las palabras... Las palabras encierran distintas emociones. Cada una de ellas es como una cajita que contiene la fórmula precisa para fabricar una emoción, si se consigue colocarla en el lugar oportuno [...] Las palabras deben ocultarse siempre; con muchas palabras ocultas se produce una sola, la que nos hace llorar al cerrar el libro. Dígase siempre al ponerse a escribir: "Mis palabras son livianas, flotan suavemente, nadie oye mis palabras: sólo mi voz [...]". No escriba nunca palabras, no permita que nadie las oiga".
Y en una de las entrevistas que concedió parafraseaba al músico Debussy, al decir que lo mejor de la música se encuentra entre los silencios de las notas.
Mario Lacruz es, además, un maestro de la estructura narrativa. Los saltos temporales son ejecutados con un dominio portentoso y con un estudiado efectismo. Creo que Muñoz Molina, tanto en este aspecto como en el del estilo, le debe mucho a Lacruz; no en vano, el escritor jiennense se inició en la novelística de la mano del insigne editor y fue prologuista de la reedición de su recopilación de cuentos Un verano memorable y otras historias (Menoscuarto, 2006). No obstante, la limpieza expresiva de Lacruz no la tiene Muñoz Molina.
Con estos antecedentes, resulta llamativo que Mario Lacruz sólo publicara 3 novelas. Sin embargo, aún nos deparaba una sorpresa. Tras su muerte, se descubrieron en su armario diferentes obras inéditas, algunas de las cuales se están publicando póstumamente. Es el caso de Gaudí. Una novela (2004), biografía novelada del arquitecto catalán; Intemperancia (2005), adscrita a la corriente tremendista; y la novela negra de humor Concierto para pistola y orquesta (2006). Todavía hay otras que deben rescatarse como aquella Sinfonía inacabada. Mil días en la montaña que el escritor ultimaba cuando le sorprendió la muerte y que narra su experiencia personal durante la guerra civil en Andorra. Esperemos que con el décimo aniversario de su muerte, ésta y otras novelas puedan salir a la luz.
Mario Lacruz lo tiene todo para convertirse, si no lo es ya, en un escritor de culto: un carácter reservado que raya el misterio, 3 novelas magistrales, un armario secreto de donde salen un metro y medio de papeles inéditos, y el interrogante que se impone: ¿Por qué el mejor editor de los últimos tiempos, pudiendo publicar sin problemas sus propias obras, decide no hacerlo?

miércoles, 7 de abril de 2010

39. Los amantes de Teruel

Una de las historias de amor más trágicas de nuestra literatura es la protagonizada por Isabel de Segura y Juan Diego de Marcilla o lo que es lo mismo, Los Amantes de Teruel. La leyenda se remonta al siglo XIII y se basa en la imposible relación amorosa de estos jóvenes, amigos desde la infancia. La literatura que se ha generado alrededor de este suceso es muy numerosa. Por ejemplo, hacia 1555 Pedro de Alventosa escribió la Historia lastimosa y sentida de los dos tiernos amantes Marcilla y Segura, naturales de Teruel, ahora nuevamente copilada y dada a luz por Pedro de Alventosa, vecino de dicha ciudad; en 1566 Antonio Serón describió en su Silva tercera el final de estos amores; en 1581 aparece la primera obra de teatro inspirada en estos hechos de la mano de Andrés Rey de Artieda; en 1616 Juan Yagüe de Salas escribe Los Amantes de Teruel. Epopeya trágica con la restauración de España por la parte de Sobrabe y conquista del reyno de Valencia; en 1635 Tirso de Molina publicó sus Amantes de Teruel... Así hasta un sinfín de publicaciones que se hacen eco de la leyenda más famosa de la citada ciudad. Una de las versiones más conocidas es la de Juan Eugenio Hartzenbusch, un drama romántico que en la actualidad sigue gozando de reconocimiento y que le valió para ser propuesto por Mesonero Romanos como miembro del Ateneo de Madrid.
La versión de Hartzenbusch se inicia con Diego luchando en Valencia. Gracias a su valía ha conseguido las riquezas que le permitirán tomar la mano de su amada. Mas una fuerza superior con forma de mujer se cruzará en su camino, pues Zulima -esposa del rey moro de Valencia- se ha enamorado del joven. Éste la rechaza y se apresura hacia Teruel, ya que debe regresar antes de que se cumpla el plazo de seis años o Isabel se tendrá que casar con Rodrigo de Azagra. Por el camino, Diego sufre el asedio de unos bandoleros y su mensajero es herido. El enlace debe celebrarse puesto que el plazo ha expirado y la joven ha recibido la falsa noticia de boca de Zulima de que Diego ha fallecido. Al principio Isabel se niega a contraer matrimonio, pero "la tiranía de las leyes del honor" la obligan a aceptar pues Azagra tiene en su poder unas epístolas que ensuciarían el nombre de su madre y, por consiguiente, el honor de su padre. El joven enloquece de dolor al conocer la situación y no duda en acudir a casa del recién matrimonio tras haberse batido en duelo con Rodrigo de Azagra. Allí le suplica a Isabel un beso pero ella no puede aceptar: "Tuyo es mi amor y lo será: tu imagen/siempre en el pecho llevaré grabada,/ y allí la adoraré: yo lo prometo/ yo lo juro; mas huye sin tardanza./ Libértame de ti, sé generoso:/ libértate de mí..." La firme decisión de Isabel de ser fiel a su esposo le provoca a Diego la muerte: "¡Era amor suyo/ el aire que mi pecho respiraba!/Me le negó, me le quitó: me ahogo,/no sé vivir". Isabel, ante este trágico desenlace expira también junto a su amado, ese hombre del que no ha podido disfrutar pues un funesto fatum se ha interpuesto en su camino.
¿Leyenda o realidad? En 1555 se descubrieron dos momias enterradas en la capilla de San Cosme y San Damián. Desde el principio se pensó que podrían ser los restos de Los Amantes puesto que fueron enterrados en la iglesia de San Pedro. La hipótesis cobró fuerza cuando el notario Yagüe de Salas descubrió un documento que recogía el suceso. Más recientemente, se les ha realizado la prueba del carbono 14 y parece ser que se trata de los cuerpos de dos jóvenes que vivieron en la fecha en que tuvieron lugar los hechos y que las causas de sus muertes fueron naturales. Parece demostrado, pues, que son Isabel y Diego y así lo creen firmemente los turolenses. Basta con visitar la ciudad para palpar el orgullo que siente Teruel hacia sus amantes más universales. No en vano, reposan las momias bajo unas preciosas estatuas de alabastro esculpidas por Juan de Ávalos en un mausoleo que lleva su mismo nombre. Las huellas de Los Amantes en Teruel no son pocas, pues no sólo encontramos el mausoleo ya citado sino también homenajes que se han convertido en tradiciones como la de representar cada 14 de febrero la leyenda o como el grabado en piedra que preside la preciosa escalinata que conecta la ciudad con la estación de ferrocarril. Incluso la repostería les hace su particular guiño a los enamorados, pues quien vaya a Teruel podrá degustar los deliciosos "suspiros de amantes". El espíritu de los jóvenes está pues más vivo que nunca en Teruel, basta con pasear por sus calles para sentirlo. Ahora sí, sus cuerpos descansan juntos, en paz, en un lugar digno, si bien sus frías manos no llegan a juntarse, símbolo del amor imposible que marcó sus vidas y sus muertes.

domingo, 4 de abril de 2010

38. El autor del Lazarillo

Desde hace unos días, tengo en mi poder el libro que Mercedes Agulló dedicó a certificar a Diego Hurtado de Mendoza como autor del Lazarillo de Tormes. Y me atrevo a afirmar que debo ser de los pocos en la ciudad de Tarragona que lo poseen, pues me consta que nadie antes que yo ha recibido el libro de ninguna librería de la ciudad. Esto, que podría pasar por afirmación presuntuosa, no tiene más aspiración que la de demostrar que el bombo y platillo con que fue recibida la noticia de la autoría de la genial obra, sólo resuena aún en los oídos de unos pocos raros, sin pretender que la rareza me signifique, Dios me libre.
Se inicia el libro con la descripción del inventario de bienes que deja, tras su muerte, en 1599, el abogado Juan de Valdés, a quien Mercedes Agulló trata de emparentar con los famosos Valdés de Cuenca, tras una indigesta genealogía que no le conduce más que a conjeturas. La importancia de este licenciado es que, además de sus propios bienes, deben añadirse al inventario también los de Juan López de Velasco, muerto en 1598, cosmógrafo y secretario de Felipe II, que había dejado a Valdés como testamentario y cuyos bienes, al morir éste, debían pasar a su otro testamentario, Francisco Tebar Parada. De López de Velasco sabemos, además de los cargos descritos y otros varios, que fue Secretario del Consejo de Indias y Cronista Mayor de las mismas; que fue el encargado de reunir los libros que formarían después la magnífica biblioteca de El Escorial; y, sobre todo, que, prohibido el Lazarillo por la Inquisición en 1559, fue el encargado de corregirlo y expurgarlo para la edición de 1573. Esto nos lleva a la descripción del inventario de López de Velasco. En él, además de los bienes, aparecen explicitadas las deudas y débitos del cosmógrafo. Gracias a ellas, sabemos que fue administrador de los bienes de Diego Hurtado de Mendoza durante 15 o 16 años, ya que según el inventario, éste le adeuda 450 ducados por sus servicios; el otro dato importante del inventario es que se hallan en él “unos cuadernos y borrador de La rebelión de los moriscos de Granada y otras cosas de don Diego de Mendoza; un legajo de correcciones hechas para la impresión de Lazarillo y Propaladia; [y] otro legajo de a cuartilla de papeles del negocio de Carmona, que pertenecen a la hacienda”, todo lo cual debía ser devuelto a su propietario. La conclusión a la que llega Mercedes Agulló es que, López de Velasco, como corrector del Lazarillo “castigado”, utilizó los manuscritos originales de la obra para esa corrección y después los devolvió junto al resto de los originales de don Diego por reconocerlo como obra suya. Refuerza su tesis el hecho de que los citados legajos del Lazarillo corregido estén inmediatamente después de La rebelión de los moriscos de Granada, obra de Mendoza, y “de otras cosas de don Diego”, y delante de los papeles del negocio de Carmona. Además, de estos datos, Mercedes Agulló defiende la autoría de don Diego a través de otros elementos insertos en la propia obra. Así, las referencias históricas a la batalla de los Gelves o a las Cortes de Toledo, las pone la investigadora en relación con las actividades militares y políticas de don Diego; también se alude a la viuda madre de Lázaro, que lavaba la ropa “a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena”, iglesia perteneciente a la orden de Alcántara, a la que también perteneció don Diego. Asimismo, menciona Agulló la inquina con la que Felipe II trató siempre a don Diego por negarse éste a cederle su valiosa biblioteca, que el rey quería incorporar al Escorial. Se sabe que en 1573, el rey acusa a Hurtado de andar con libros prohibidos. Sospecha Mercedes Agulló que el rey se refiere al Lazarillo y que lo utiliza como baza para chantajear a Hurtado en la entrega de su biblioteca, más aún cuando éste envió una carta a su sobrino Don Francisco de Mendoza con un libro adjunto, calificado de “nonada” (igual que se hace en el prólogo del Lazarillo) para que se lo diese a leer a Felipe, entonces príncipe, advirtiéndole que “no se le deje mucho en las manos porque no me anden examinando necedades”, conocedor Hurtado de los remilgos del futuro rey.
Termina el libro de Mercedes Agulló con la publicación del testamento e inventario de Don Diego Hurtado de Mendoza, curiosísimo testimonio de los enseres de la época, y con una mención especial a la biblioteca del biografiado, que se dice estuvo compuesta de cerca de 2000 ejemplares impresos.
Mercedes Agulló tendrá ahora que lidiar con los seguros detractores que le reportarán sus investigaciones. Esperemos que en las réplicas se instalen la honestidad intelectual y el sano cientifismo y no el orgullo de quien, en lugar de congratularse por el avance de la historiografía literaria, sólo vea en la obra de Agulló una amenaza a teorías defendidas durante años. Veremos también si los editores de los futuros Lazarillos, se atreverán a retirar el “anónimo” con el que se nos presentan las ediciones modernas. De ser así, no dejará de tener encanto bibliográfico ver nuestros Lazarillos anticuados, como un testimonio anacrónico de un tiempo ya obsoleto.

viernes, 26 de marzo de 2010

37. La noche de los tiempos

Del último libro de Antonio Muñoz Molina se pueden desprender, entre otras muchas conclusiones, dos detalles significativos: uno ya se conocía y es que el escritor jiennense es un grandioso novelista; el otro es una tendencia que viene apuntándose tímidamente desde hace algún tiempo y que ahora Muñoz Molina ha novelizado; me refiero al proceso desmitificador al que se está sometiendo a algunas figuras de la historia reciente de nuestra literatura. En el primer caso, el lector que se acerque a La noche de los tiempos hallará entre su cerca de millar de páginas una prosa envolvente, de enorme capacidad sugestiva y evocadora. Muñoz Molina escribe sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo; no necesita acelerar la acción de lo que cuenta y se entrega al ejercicio de la escritura con un ritmo pausado, confidencial, casi susurrante, estableciendo con el lector un vínculo privado cuyo lazo se prolonga cada vez que éste cierra el libro y da descanso a la lectura. El hilo argumental nos traslada al año 1936 y se centra en la figura de Ignacio Abel, arquitecto encargado de las obras de la Ciudad Universitaria madrileña y que vivirá una relación adúltera con Judith Biely, alumna americana de Pedro Salinas y que nos remite inevitablemente a aquella Katherine Withmore, amante del poeta. El marco de esta historia es la guerra civil, de presencia testimonial en el blindado microcosmos amoroso del protagonista (no en el lector) y cuya verdadera conmoción no se hará presente en su vida hasta ese momento en que "uno ya no puede estar seguro de ciertas cosas [cuando] calles usuales de Madrid terminan de pronto en una barricada o en una trinchera o en el alud de escombros que ha dejado la explosión de una bomba. En una acera, al doblar una esquina, se puede ver con la primera luz del día el cuerpo ya rígido de alguien a quien empujaron contra la pared la noche anterior, convirtiéndola por impaciencia en paredón de fusilamiento". Esta falta de conciencia por parte del protagonista del drama fratricida tiene su culmen en aquel pasaje donde Ignacio busca desesperadamente a Judith por las calles de Madrid en una especie de viaje onírico en medio de iglesias quemadas, proclamas republicanas y caos generalizado. Respecto a la técnica narrativa, la novela abre varios frentes argumentales que paulatinamente se van cerrando, algo muy del gusto del autor; es como seguir una espiral donde cada nueva vuelta es una ampliación del asunto, lo que implica multitud de saltos temporales resueltos con magistral dominio. Muñoz Molina es, además, un gran conocedor del alma humana; sus personajes son analizados hasta los últimos rincones de su esencia misma, lo que los hace más humanos, individuos autónomos tratados con una hondura sorprendente.
La noche de los tiempos es la síntesis de toda la obra de Muñoz Molina: en ella encontramos el tempo lento de corte lírico de El jinete polaco; los personajes desarraigados de Sefarad; las evocaciones literarias de Beatus ille; o la nostalgia de la infancia de El viento de la luna. Es, además, una pintura muy viva del Madrid incierto del inicio de la contienda; se describen con gran crudeza los asesinatos, el ingenuo optimismo de los milicianos, la manipulación propagandística. Resulta curioso, además, leer novelizados a personajes reales que caminan por la novela, e incluso mantienen conversaciones con el protagonista, como Negrín, Moreno Villa, Zenobia Camprubí, Margarita Monmatí, Lorca, Alberti o Bergamín, entre otros.

En cuanto a la aludida desmitificación, apuntada al principio, Muñoz Molina la plantea en términos generales cuando alude a las atrocidades que también cometieron los perdedores. Las derrotas generan siempre ese prurito de la épica con que se adorna falazmente a los vencidos. No es que Muñoz Molina se sitúe al lado de los insurrectos pero, dando tan por sentada su repulsa hacia ellos, muestra también los abusos del bando derrotado. Esta deconstrucción se aplica también en la novela a algunos escritores aureolados más allá de su indiscutible magisterio artístico. Es el caso de García Lorca, de quien se destaca su soberbia y sus ansias de pueril protagonismo; o de Bergamín, parapetado en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y que "no se bajaba del coche oficial"; o del histrionismo republicano de Alberti y su mujer que "viajaban a Rusia costeados por el dinero de la República y al volver se hacían fotos en la cubierta del barco, como si fueran dos artistas de cine en gira por el mundo, los dos levantando el puño cerrado, ella envuelta en pieles, rubia, con los labios muy pintados, como una Jean Harlow soviética con cara de pepona española"; o de Pedro Salinas, bien acomodado en su puesto de profesor universitario en Wellesley College y poeta del amor, pero para su querida. El fenómeno no es nuevo. De García Lorca se sabe que no soportaba la presencia de Miguel Hernández y que, por teléfono, pidió a Aleixandre que le echase de su casa porque quería visitarle; el mismo Alberti y su esposa sentían asco del olor del poeta de Orihuela y lo declararon sin pudor alguno. En cambio, José Luis Ferris en su biografía de Miguel Hernández defiende el protagonismo de José María de Cossío (bien relacionado con el bando vencedor) en los intentos de conmutar la pena de muerte del poeta y hace unos meses, se protestó con indignación ante la prohibición por parte de Josefa Medrano en Sevilla de un homenaje literario a Agustín de Foxá. Y es que, como dice Trapiello, algunos ganaron la guerra pero perdieron los manuales de literatura.

viernes, 12 de marzo de 2010

36. Miguel Delibes: la última hoja roja

La noche del jueves, cuando supe que Delibes se estaba muriendo, tuve la necesidad de leerle. Pensé que si todo el mundo hacía lo mismo, en el bisbiseo nocturno de miles de lectores, de miles de palabras, las suyas, se produciría el sortilegio de sujetarle un poco más a la vida. Ese fue mi particular velatorio. Quizás el mejor que se le puede hacer a un escritor. Cogí de mi estantería una novela suya al azar y apareció La hoja roja. El desvalimiento de su protagonista, un hombre a punto de jubilarse, me recordó la profunda humanidad que Delibes sintió siempre hacia el prójimo, sobre todo hacia los que sufren el despojo de sí mismos. La urgencia informativa obligará estos días a todos los medios a hablar de su figura. Pero Delibes no cabe en un artículo de opinión ni merece que las palabras laudatorias hacia su persona caigan en el ripio, ni merece la fría profesionalidad de un redactor que se apresura profesionalmente a documentarse para enumerar los datos de su biografía y a cerrar el acta de defunción. Lo que conviene ahora es leer a Delibes. Leerle para encontrar en sus libros lo que Delibes fue: el hombre que duda y que teme a los misterios de la vida en La sombra del ciprés es alargada y que ya estará desvelando; el hombre que amaba la tierra y el mundo rural en El camino sin folklorismos pintorescos sino con el lirismo sobrio del alma castellana, él, que pronto será tierra de sí mismo; el hombre comprometido con las injusticias y enfrentado a la censura, que representa Mario en Cinco horas con Mario, trasunto del propio autor; el hombre con alma de niño en El príncipe destronado, pero nunca serás, Miguel, destronado; el hombre conocedor del alma humana; en sus libros más introspectivos e íntimos, como Señora de rojo sobre fondo gris; el gran erudito que también sabe escribir una memorable novela histórica, El hereje, modelo indiscutible del género, hoy que la novela histórica nos abruma en cantidades ingentes del “vale todo”.
Con Delibes me pasa como con Galdós. Siempre vuelvo a sus libros. Cuando mis lecturas se pierden entre las banalidades que se nos venden como novelas del siglo, hastiado, vuelvo la vista a Delibes y es como reencontrarse con la literatura de verdad, un retorno a casa. Y aunque Delibes ha agotado ya su última hoja roja, el aroma dulce de su tabaco es imperecedero, con la ventaja de que, además, es sumamente saludable. Descanse en paz, Miguel Delibes.

miércoles, 10 de marzo de 2010

35. Antonio Carvajal

La presencia del poeta Antonio Carvajal en el Aula de Poesía de l'Antena del Coneixement de la URV en Cambrils, dirigida por Ramón García Mateos, dejó patente entre el auditorio uno de los principales rasgos de su faceta humana: la autenticidad. El dato no resultaría relevante si no fuera porque ésa es también una de las piedras angulares de su obra; en pocos autores como en Carvajal se da esa intrínseca comunión entre vida y obra, no sólo como mero trasunto autobiográfico sino, sobre todo, como verso palpitante de vida y para la vida. O, en palabras de Antonio Chicharro, la poesía [de Carvajal] es la concreción verbal de un modo de vida, es la hermosa y brillante ceniza que el poeta recoge pacientemente en la hoguera del vivir, experiencia y existencia fundamentales a manos llenas. Su poesía no es, pues, un ejercicio retórico válido en sí mismo, sino en casación íntima con la vida de la que se nutre. Por eso, los temas de su poesía evolucionan desde el inicial y exultante optimismo vital de Tigres en el jardín (1968), con el amor y la naturaleza como constructores armónicos de la felicidad humana, pasando por la negación de ese optimismo en Serenata y navaja (1973), hasta llegar a la desolación de Testimonio de invierno (1990). En Alma región luciente (1997) hallamos ya el sabio y sereno equilibro de la madurez que matiza desde una actitud contemplativa las obras anteriores.
Esta autenticidad es la que otorga a Antonio Carvajal su originalidad pues, como él mismo ha declarado, "la autenticidad del poema [es] manantial de todas las originalidades, porque como cada ser humano es único e irrepetible, si su obra es auténtica, reproducirá esa unicidad y esa irrepetibilidad". Lo original, por tanto, no tiene que ver ni con los experimentos ni con la ruptura iconoclasta; en su poema "Servidumbre de paso" ironiza sobre los que dicen cosas como "Tus dientes/son como los piñones, tan parejos; tus pupilas, semáforos/de vía libre; el cuello/como una levantada grúa; todo/tu ser como edificio de oficinas", en clara alusión a los Novísimos, escuela a la que él no se adscribió nunca. Y es que hay en Carvajal un profundo respeto a la tradición y al clasicismo, reformulados, eso sí, con su voz particularísima. Así, en su poema "A Carlos Villarreal", de Serenata y navaja, alude al lugano, ese pájaro que imita el canto de otros pájaros, que es una clara defensa de la intertextualidad. Ésta aparece en varios poemas, como en "Vega de Zujaira", de Sol que se alude (1983) cuyos versos caminan alumbrados por otros de García Lorca, en un homenaje al poeta granadino; o en "Testimonio de invierno", donde traza un río, "nuestra vida, su curva de ballesta/en torno a otro dolor, otra esperanza,/aun sin saber si acaso habrá un mañana" de ecos manriqueños en la metáfora la vida como río pero también machadianos en esa "curva de ballesta" con la que el genial poeta sevillano describía al Duero a su paso por Soria. El mismo título Alma región luciente reproduce un verso de Fray Luis de León y la recuperación exquista del soneto en Sitio de ballesteros (1981) es un guiño a nuestros Siglos de Oro. Una muestra ejemplar de cómo se puede hacer poesía moderna sin acudir a esas vanguardias mal entendidas que repudian la tradición o que, de recogerla, sólo demuestran el intento de ocultar su incapacidad por crear obras meritorias, tomando al clásico con el pretexto del homenaje y de la originalidad y ultrajándonos con sus "arreglos".

Brevísima antología

  • Junto a una magistral fábrica formal (no en vano, Carvajal es profesor de Métrica en la Universidad de Granada), el estilo de nuestro poeta es capaz de referirse a las cosas más sencillas con las palabras más hermosas y a los temas trascendentales con una sencillez que los allana y hace más comprensibles. Así, el simple florecimiento de los narcisos es expresado con un cromatismo casi orgiástico de sacrílego paganismo y tintes eróticos:
Y se propagan y se ofrecen y su obsequio
es cuasi monacal, como si una vidriera
de ponientes áureos derramara
no sé qué olvido glorioso en el tocado
de la novicia, ella, tan nueva, entrada
en la sabiduría de la entrega.
("Narcisos", Siesta en el mirador, 1979)
  • O aquel homenaje al cántaro de agua que, participando en su origen de los mismos elementos que el ser humano (en una génesis de raíces presocráticas, el arjé y los cuatro elementos) tiene, no obstante, una meta mucho más humilde: saciar la sed del hombre:
Todos nacimos, todos, como nace el estío,
desde un fulgor vibrante y una caliente espada,
y nacimos de barro, y nacimos de río,
y nacimos de hogueras y de una brisa helada.
[...]
Pero algo más humilde quedó a medio camino,
y si nació de barro, de agua, de brisa y fuego,
se resignó a ofrecerse para la sed del hombre.
¡Oh, quieto cantarillo, que conservas el trino
del alfar en la aurora, del horno siempre ciego,
déjanos en los labios el agua de tu nombre!
("El cantarillo", Tigres en el jardín, 1968)
  • Por su parte, los temas graves adquieren en ocasiones su sentido más denotativo y, por lo mismo, son más crudos y hieren sin medias tintas líricas:
Y supo que es peor la soledad
que la muerte. Peor la soledad
que la muerte. Porque el hombre,
en muriendo, se acabó.
Pero la soledad no da descanso,
deja que ardan los cuerpos sin sentido,
deja que el alma se agrie, deja el alma
como un papel al capricho del viento,
y en su vaivén la lleva desde el suelo
hacia un cielo negado, y la abandona
en un rincón inerte, sucia, expuesta
al paso de los días sin clemencia.
("Señor y perro", Testimonio de invierno, 1990)
  • Por supuesto, su quehacer poético también será objeto de reflexión. Carvajal encuentra aquellos mismos problemas que frustraron a Bécquer: el mezquino idioma incapaz de la idea justa. Pero el poeta se redime de ello con que alguien pueda encontrarse en sus poemas:
Ya sabemos de coro que las almas
no se pueden mostrar sino en vislumbres,
que no hay palabras suficientes, que,
aunque tintos con sangre de los días,
rotos de vos y ardidos de esperanza,
los poemas no alcanzan el prodigio
de trasfundar un alma en alma ajena
[...]
Breve sol, fácil pájaro, humo tenue:
¿qué más podemos esperar, qué gozo
mayor puede ofrecernos un poema
que ver cómo conmueve un aterido
corazón, cómo levanta una esperanza,
cómo reafirma un sueño en otros ojos?
("Patio cerrado", Alma región luciente, 1997)
  • Son otros muchos los temas que encontraremos en Carvajal; pero en este artículo, que sólo quiere ser un acercamiento a su poesía, deseo terminar con el que podría ser su poema legado:
Si mañana no vivo, si mañana
queda inmóvil la luz en mi ventana
sin mi apresuramiento y mi figura,
sabed que algún soneto os he dejado
y que, cruzando del olvido el vado,
salvé de tantos cuadros la hermosura.
El puñal me lo llevo entre los dientes
porque morder las frases más mordientes
es caridad, si no cautela humana.
¿Qué os dejo? Mi palabra agradecida
y nada más. Si acaso, una manzana
que en vuestras bocas suene a fresco fruto.
Iré a otra luz. La luz no guarda luto
por quien la amó en el arte y en la vida.
("Poema final", Raso milena y perla, 1996)

Dedicatorias

A mis alumnos de Literatura, que quisieron acompañarme al recital de Carvajal y me hicieron con su presencia muy feliz. (En la foto, Píramo y sus alumnos junto al poeta).
A Antonio Carvajal por su cercanía y por su inolvidable recitación privada de "El cantarillo".

martes, 2 de marzo de 2010

34. Ser o no ser

La compañía Teatro Meridional está de gira por España con Ser o no ser, adaptación de la obra maestra del cine To be or not to be de Ernst Lubitsch (la película está considerada como una premonición de lo que sería la invasión de Polonia en la II Guerra Mundial). Álvaro Lavín, director del montaje, lleva a escena la historia de unos actores polacos que observan cómo sus vidas cambian tras la invasión nazi. La compañía de Joseph y María Tudor preparaba Gestapo, una obra en la que se parodiaba a Hitler, cuyo estreno fue censurado. A partir de ese momento, los actores interpretan cada noche el drama de Shakespeare y, cual Hamlet, vivirán un fuerte dilema: ¿formar parte de la resistencia o ceder a las presiones de los enemigos? Obviamente, elegirán la primera opción, mas para sobrevivir a la guerra pasarán por toda una serie de circunstancias complicadas -aderezadas con un humor hilarante- de las que saldrán airosos gracias a sus dotes artísticas. Para ello, no dudarán en hacerse pasar por nazis y codearse con las altas esferas de la Gestapo. A todo ello, se suma el escarceo amoroso entre María y un joven piloto, André Sobinsky, que contribuye a enredar todavía más la acción.

Uno de los grandes aciertos de la comedia es la buena conjugación de situaciones disparatadas con la realidad que se estaba viviendo en Varsovia a raíz de la invasión. Los actores de la compañía Tudor son fiel reflejo de lo que le sucedía a la gente de a pie, pues pasan hambre, frío, miedo y se quedan sin hogar. Su único refugio será el teatro donde cada noche lucían un atrezzo que ahora sólo les servirá como leños para hacer fuego. A través de su historia personal, el espectador puede conocer la Historia de esos años en la capital polaca, sin olvidar que la banda sonora del espectáculo corre a cargo del público: sus risas, sonrisas y carcajadas.
Por otra parte, es interesante la inclusión de secuencias rodadas que se proyectan sobre el escenario pues contribuyen, de alguna manera, a que los espectadores tengan la sensación de estar viendo una película. También se hace un uso especial del espacio, ya que el hábitat de los actores no se limita al escenario sino que éstos se mueven por todo el recinto. Así, corren por el patio de butacas, saltan por los palcos e, incluso, salen a la calle a recibir a un público no poco sorprendido al ver a Hitler en la puerta del teatro. Asimismo, es destacable el recurso del teatro dentro del teatro, pues se dan a conocer algunos de los entresijos de la profesión tales como los celos entre compañeros, la improvisación, el ego algo elevado de los intérpretes, etcétera. En cierta medida, la situación vivida por esta compañía recuerda a los protagonistas de ¡Ay, Carmela! de Sanchis Sinisterra.

El elenco de actores está encabezado por José Luis Gil y Amparo Larrañaga, quienes encarnan al matrimonio Tudor. Es destacable la brillante labor de la mayoría de actores, pues cada uno en su papel contribuye al éxito de la representación en conjunto.

En definitiva, en esta comedia se cumplen las célebres palabras de William Shakespeare de su obra Como gustéis: "El mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meros actores, tienen sus salidas y sus entradas; y un hombre puede representar muchos papeles", puesto que María, Joseph y los demás integrantes de la compañía interpretarán el mejor papel de sus carreras, aquél que les reportará como premio seguir viviendo alejados de la sombra del nazismo.

miércoles, 24 de febrero de 2010

33. Angelina o el honor de un brigadier



Ya parecía trasnochada aquella definición de la palabra honor en su versión más calderoniana, aquella que el DRAE define como gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea. Ya parecía, digo, un anacronismo que languidecía en las obras de nuestro teatro áureo, cuando la palabra en cuestión ha vuelto a salir de la vaina de Crespos y Gutierres blandiendo las páginas de nuestros periódicos. Durante la gala de los Goya, Álex de la Iglesia apelaba a la "fuerza" y al "honor" en su defensa del cine español; el columnista de ABC, José Utrera Molina, abominaba hace unas semanas de la "vandálica invasión del Gobierno socialista, esta apoyatura indiscutible de todo lo que significa destrucción indiferente ante los que creemos en valores superiores, en el culto del espíritu y en la estimación verdadera de méritos que constituyen las pruebas más altas del honor"; y a finales del año pasado, la vicepresidenta De la Vega y el ex presidente del PP en Baleares, Jaume Matas, defendían su honorabilidad ante sendas acusaciones relacionadas, la una, con recalificaciones de terrenos y la otra con el caso Palma Arena, respectivamente. Fuera de nuestras fronteras se sigue matando en nombre del honor, como hace unas semanas ocurría en Turquía, donde hallaron el cadáver de la niña Medine Memi, enterrada viva por su padre para "salvar el honor de la familia", pues la niña "salía con chicos". La lista sería prolija.

A estos adalides del honor les vendría muy bien acudir a la representación de Angelina o el honor de un brigadier, de Enrique Jardiel Poncela, que se encuentra de exitosa gira por toda España. En ella, el brigadier don Marcial debe defender su honor ante la afrenta que Germán, un ridículo donjuán, ha proferido sobre el buen nombre del brigadier, al convertirse en el amante de su esposa Marcela y, tras ella, de su hija Angelina. Esta última, a su vez, está comprometida con Rodolfo. El lío, pues, está servido. A lo largo de la obra, la reparación del honor vertebrará todo el guión, con el matiz diferenciador de que esta no es una obra de Calderón o de Lope de Vega, sino de Jardiel Poncela y, claro, la cosa cambia. El lenguaje altisonante del brigadier sonará ridículo ante los absurdos lances de honor que se irán sucediendo, como aquel hilarante duelo a muerte preñado de despropósitos, y que desacralizan los rancios valores de antaño. A ello hay que añadir la caricaturización del donjuán de la obra, para que la parodia sea completa.


Son interesantes, además, las críticas literarias a las florituras poéticas almibaradas, personificadas en Rodolfo, así como la inclusión del maquinismo, que testimonia, visto desde nuestro tiempo, la ingenua expectación de principios del siglo XX por las nuevas tecnologías; así, el velocípedo, el ferrocarril o el cinematógrafo. También aparecen algunas novedades en la puesta en escena, que comulgan con el tono general de ruptura con el teatro anterior, como es el traslado de algunas escenas al mismo patio de butacas. Llama la atención, sin embargo, cómo Jardiel Poncela respeta escrupulosamente la unidad de tiempo clásica, quizás cumpliendo con la sutil pero deliberada ironía del autor.
En definitiva, un buen antídoto para tanto brigadier suelto, todavía en nuestros días, a los que les sobran demasiados galones.

[Se puede encontrar información sobre la gira y otros aspectos de la obra en el blog que el propio director, Juan Carlos Pérez de la Fuente, y otros miembros de su equipo gestionan: El blog de Angelina]