miércoles, 30 de junio de 2010

53. La españolidad de Saramago

Con algunos escritores ocurre que, pese a pertenecer a otra nación, son incorporados de forma natural al patrimonio literario de otro país, como si, por una suerte de acuerdo tácito, nadie discutiera esa adopción. En España, este fenómeno se ha dado sobre todo con los autores sudamericanos gracias al elemento aglutinador de la lengua. Pero el hecho resulta más llamativo cuando el escritor no comparte en la ejecución de sus obras el idioma común. Ese es el caso de José Saramago. A nadie le ha importado pensar que la periodista sevillana Pilar del Río es la que traslada al castellano los originales portugueses de su marido. O quizás sea precisamente por ello por lo que la asunción de su españolidad resulte más fácil. José Saramago es heredero de aquellos otros portugueses que hoy se estudian en las aulas de Literatura como si fueran autores españoles, tales como Gil Vicente o Jorge de Montemayor pero estos últimos escribieron sus obras en castellano; José Saramago no y es tan español como aquellos. Desde 1991 residía con su mujer en Lanzarote y Lanzarote le ha visto morir. Parte de las cenizas del escritor se depositarán bajo un olivo del jardín de su casa de la isla canaria, lo cual no deja de ser significativo.

En Las intermitencias de la muerte Saramago nos pintaba un país donde la muerte no existía, en la línea de esas otras obras como Ensayo sobre la ceguera, donde se hipotetizaba sobre situaciones imposibles. Ya ha descubierto Saramago que él no podrá ser nunca un personaje de esa novela. Sin embargo, en que su muerte sea al menos intermitente en la lid con el olvido, tenemos sus lectores la última palabra.

domingo, 20 de junio de 2010

52. Oleza

El mundo de la poesía dirige su mirada este año hacia Orihuela. En esta ciudad alicantina, bañada por las aguas del Segura y flanqueada por el contraste de su exuberante huerta y sus riscos pelados, nació en 1910 Miguel Hernández. Para hacerse una idea de la Orihuela de aquel tiempo, nada mejor que acercarse a la obra de otro ilustre alicantino, el gran novelista Gabriel Miró (1879-1930) quien acuñó para la ciudad el nombre literario de Oleza, inmortalizándola en obras como Nuestro Padre San Daniel y, sobre todo, El obispo leproso. En estos libros, Gabriel Miró da buena cuenta del carácter eclesial de Orihuela, de la que se maneja el dato de ser una de las ciudades españolas con más iglesias por habitante. Por aquellas calles de olor a incienso y frufrú de sotanas, debió recorrer Miguel Hernández su itinerario habitual para pastorear las cabras de su padre o para vender la leche que éstas producían. Tal vez lo haría por la calle Mayor, donde vivía José Marín, el futuro Ramón Sijé de la magnífica elegía, aún desconocido para Miguel, o por la calle de la Verónica, “querencia de las sastrerías eclesiásticas, de las tiendas de ornamentos, de los obradores de cirios y chocolates”, al decir de Miró. Y obligatoriamente tendría que pasar por el colegio jesuita de Santo Domingo, una de cuyas puertas daba a la calle de Arriba, donde estaba situada la casa familiar del poeta. La importancia e influencia del colegio era tal en la ciudad, que Gabriel Miró llega a afirmar: “El colegio se infundía en toda la ciudad. La ciudad equivalía a un patio de Jesús, un patio sin clausura, y los padres y hermanos lo cruzaban como si no saliesen de casa”. Y ese tramo del camino debió ser especialmente doloroso para Miguel, quien había pasado allí los mejores años de su adolescencia antes de que su padre decidiera interrumpir los estudios del muchacho para que éste arrimase el hombro al negocio familiar o tal vez celoso de una posible influencia vocacional de los seminaristas sobre su hijo. Con los jesuitas, la avidez lectora de Miguel había adquirido una sistematización reglada que encauzaba aquella primera educación asilvestrada que el futuro poeta había recibido años antes de las Escuelas del Ave María, cuya pedagogía se basaba en el aprendizaje a través de la interacción con la propia naturaleza y el entorno inmediato. A la postre, la poesía de Miguel Hernández condensaría ambas vertientes y, junto a la formación humanística de los jesuitas, los versos de sus poemas contendrán el instinto rebosante de quien fue naturaleza en la naturaleza. Y, siguiendo con el recorrido habitual de nuestro pastor, seguro hallaría por aquellas calles el “olor tibio de tahona y de pastelerías. Dulces santificados, delicia del paladar y del beso; el dulce como rito prolongado de las fiestas de piedad”, pero ninguna como la tahona de su amigo Carlos Fenoll, el panadero poeta que le cede a Miguel su sección en el periódico El pueblo de Orihuela para publicar “La sonata pastoril”, el primer poema que vio la luz, uno de los tantos que escribiría en la soledad del monte, al arrullo de sus ovejas, en cualquier pedazo de papel de estraza o en aquel famoso cuaderno de cuentas: “en esta siesta de otoño/bajo este olmo colosal/que ya sus redondas hojas al viento comienzo a echar/te me das, tú, plenamente,/dulce y sola Soledad”. Y en algún momento levantaría los ojos del papel, fijaría la vista en el perfil recortado de su Orihuela, a lo lejos y pensaría “Si queréis el goce de visión tan grata / que la mente a creerlo terca se resista; / si queréis en una blonda catarata / de color y luces anegar la vista; / si queréis en ámbitos tan maravillosos / como en los que en sueños la alta mente yerra / revolar, en estos versos milagrosos, / contemplad mi pueblo, contemplad mi tierra”.

Y, sin embargo, Madrid esperaba…

En la foto de arriba, Miguel Hernández junto a sus compañeros de la escuela del Ave María (1921). En la de abajo, junto a sus compañeros de la escuela de Santo Domingo (1923). Hagan apuestas. ¿Quién es Miguel Hernández?

domingo, 13 de junio de 2010

51. Manifiesto elegíaco por el libro impreso

Hace rato que cayó la noche. Es hora ya de acostarse. Entro en mi habitación sorteando las pilas de libros que aquí y allá se disputan el espacio del suelo. En lo alto de cada pequeña atalaya, desde la portada del libro que corona la torre, vigila el retrato de Quevedo o el de Cervantes o el de Lorca y se me antojan centinelas atentos a la amenaza de las polillas o, peor aún, a la del olvido. Pienso entonces que debería comprar de una vez las estanterías que necesito o acabaré convirtiendo mi cuarto en aquel salón de los Briones que inmortalizara Jardiel Poncela. Al fondo, la cama tiene parte de la colcha deliberadamente abierta, dejando a la vista una porción de almohada, y parece con ello que me hiciera una graciosa reverencia convidándome a su cobijo. Acepto la invitación y me acomodo bajo la muelle caricia de las sábanas. Sustituyo la clara luz del techo por la mortecina que proyecta la lamparilla de mi mesita de noche. Es que voy a leer. Y necesito el silencio cómplice de una luz discreta. Abro el libro, y la página doblada por una de sus esquinas me recuerda que anoche estuve yo ahí mismo, en esa doblez que es el rastro de mis dedos sobre el papel, al igual que alguna otra página rebelde contendrá tal vez restos de mi saliva. A veces, el punto de libro es la carta que ella me dedicó al regalarme ese mismo volumen, o la flor, ya seca, que me la recuerda. Pronto el silencio invade la estancia y sólo se oye el arrullo del papel en su tránsito, que muere en el último renglón y nace en el primero de la página siguiente: esperma de tinta que preña la hoja y la sobrevive. De repente, un maravilloso pasaje, un verso que embelesa, una idea que subyuga; y cierro los ojos para mejor saborear su belleza, quizás para repetir las palabras musitándolas; y en el paroxismo del paladeo literario, me vence el sueño y el libro reposa sobre el pecho y se eleva a cada golpe de respiración y late con el pálpito de mi propio corazón. El alba me sorprenderá así, dulce guerrero vencido en la lid nocturna de la belleza vestido con el peto blasonado por la eterna heráldica del Libro.

Al día siguiente, me visita un buen amigo. Viene a buscarme para dar un paseo. Le invito a entrar antes en casa. Observa irónico la pila de libros en el suelo y me encarece que debo modernizarme. Con el “iPad” podría ahorrarme tamaño desorden. Caben en el aparatito miles de libros, se ahorra uno estanterías, su iluminación permite prescindir de la lamparilla, él mismo te recuerda en qué parte de la lectura te has quedado sin necesidad de doblar las hojas, ni utilizar esas cartas o flores como puntos de libro. Pero, ¿aún escribes cartas en la era del e-mail? Con el “iPad”, el libro siempre está nuevo, desaparecen las marcas del uso continuado, se pasan las páginas con un simple “clic” o deslizando los dedos de derecha a izquierda sobre la pantalla. Incluso, para los nostálgicos del libro impreso, el “iPad” imita el sonido de las hojas al pasar. No huele a rancio con el paso del tiempo, se acabó el concepto de libro de segunda mano: ya no hallarás anotaciones a lápiz escritas por algún desaprensivo que quiso apuntar al margen algún pensamiento que le sugirió la lectura. Yo concedo. Yo asiento con la cabeza y contesto: “ya, sí, pero no sé…”. Nunca un “no sé” estuvo tan lleno de convicción. Mi amigo me da unas palmaditas en las espaldas como compadeciéndose. Al salir de mi cuarto para dirigirnos a la calle, mi amigo tropieza sin querer con una de las pilas de libros que, cayendo sin estrépito, quedan desparramados como despojos en el suelo de la habitación.

miércoles, 2 de junio de 2010

50. El pisito

En los tiempos que corren en los que comprar una casa supone una verdadera odisea, adquiere una absoluta vigencia El pisito, espectáculo teatral que actualmente está de gira por los escenarios españoles. Como es sabido, originariamente El pisito era una novela (1957) de Rafael Azcona, basada en hechos reales que tuvieron lugar en Barcelona. A partir de la novela surgió la versión cinematográfica en 1959 de la mano de Marco Ferreri, quien contó con actores de la talla de Mary Carrillo, Concha López Silva y José Luis López Vázquez -fallecido en noviembre de 2009, a quien no se le puede negar el lugar tan destacado que ocupa en el mundo del cine español-. El propio Azcona revisó su texto varias veces para depurar los tijeretazos de la censura. Así, en 2005 apareció la versión definitiva de la novela y antes, en 2002, recibió la propuesta de adaptar su obra para las tablas. De modo que la versión teatral que nos ocupa, dirigida por Pedro Olea, cuenta con el visto bueno del autor quien aconsejó a Juanjo Seoane y a Bernardo Sánchez sobre cuestiones varias.
El pisito presenta la historia de Rodolfo y Petrita, novios desde hace doce años que no consiguen comprar un piso en Madrid debido a las dificultades económicas que sufren. Desesperados, ven la solución a sus problemas en doña Martina, una anciana de 85 años en cuya casa tiene subalquilada una habitación Rodolfo. Éste, instigado por Petrita, le pide matrimonio a la señora para poder heredar el contrato de alquiler de ésta y poder formar una familia. Lo que había comenzado como una broma se convierte en realidad cuando doña Martina acepta la proposición a cambio de que, tras su muerte, su gato sea cuidado por los nuevos inquilinos. La trama está salpicada de toques de humor que no eclipsan el drama que vive esta pareja que supera los 40. Piensen, por ejemplo, en el tema de la castidad que soportan los personajes, pues en la España de los años 50 era una deshonra mantener relaciones antes del matrimonio y en la urgencia por formar una familia ante el apremio del reloj biológico que va restando horas de fertilidad a Petrita. A todo ello se le suma la entrañable relación que se forja entre doña Martina y Rodolfo, pues ésta le colma de detalles y cuidados como una verdadera esposa ejemplar. Por todo ello, el sabor de la representación es, desde mi punto de vista, agridulce al igual que lo es la vida real.
Por otra parte, la puesta en escena es impecable. Los decorados están muy cuidados y son un homenaje a las portadas de la revista humorística La Codorniz, en la que Azcona participó. Lo mismo sucede con el vestuario de los actores y con la selección de éstos: Pepe Viyuela, Teté Delgado y Asunción Balaguer, la cual arrancó el aplauso espontáneo del público cuando apareció en escena en el Principal de Alicante.
En definitiva, esta versión nos ofrece la posibilidad de disfrutar de una de las obras maestras de uno de los genios del cine español. Así lo demuestran los numerosísimos galardones que recibió Azcona, como el Premio Nacional de Cinematografía en 1982, el Goya de Honor en 1998 o la Medalla de Oro de las Bellas Artes en 1994. Asimismo, se plantea un conflicto que al público no le es ajeno ya que en la actualidad los Rodolfos y las Petritas nos tenemos que casar con las entidades bancarias de por vida para conseguir nuestro hogar. Ahora bien, por un módico precio podremos sentirnos propietarios de este "pisito", el cual no defrauda y no tiene desperfectos sino que puede ser un idóneo broche de oro para poner fin a esta temporada teatral.

domingo, 30 de mayo de 2010

49. El sí de la duquesa

Pues sí. Resulta que Cayetana de Alba y Alfonso Díez se aman. Y estos juegos de la edad tardía, que diría Luis Landero, son estorbados por los hijos de la duquesa, celosos no se sabe bien si del prestigio e imagen del rancio abolengo familiar o del peligro que el caprichito postrero suponga para la futura herencia, ésta no precisamente rancia sino dulce y fresca en su suculencia. La situación me recuerda, aunque a la inversa, a aquella obra de teatro que estrenara en 1806, en el madrileño Teatro de la Cruz, Leandro Fernández de Moratín: El sí de las niñas. La obra, que duró en cartel 26 días, algo excepcional para la época, narra la historia de Paquita, una joven de 16 años, sacada por su madre del convento de Guadalajara en el que ha pasado los últimos tiempos, para casarla con Don Diego, un hombre acaudalado de 59 años. Es, pues, un matrimonio de conveniencia, de los muchos que se estilaban por entonces. Lo que no saben ni el pretendiente ni la madre, Doña Irene, es que durante la estancia de la niña en el convento, ésta ha conocido al joven y apuesto Carlos y que ambos, sin atentar a la honestidad de una relación limpia, se han jurado, tras las rejas, amor eterno. Cuando Carlos conoce la intención de la madre de Paquita, acude presto a la posada de Alcalá de Henares donde se han dado cita todos los implicados; su objetivo es oponerse tenazmente al propósito de Doña Irene pero, una vez allí, se entera de que el pretendiente, Don Diego, es su propio tío, a quien respeta y venera como a un padre. El ímpetu inicial del joven se trueca en desánimo y, tras un encuentro incómodo con su tío, decide marcharse, no sin antes enviar una carta a Paquita contándole el motivo de su retirada. La carta acaba por accidente en manos de Don Diego, que conoce ahora toda la verdad y entiende la melancolía y desazón que ha mostrado Paquita desde su llegada a la posada. Don Diego representa en la obra el prototipo de hombre ilustrado del siglo XVIII, que coloca la razón por encima de todas las cosas; reprende a Doña Irene por su desmedida autoridad materna, que acalla la voluntad agazapada de la niña y origina errores irreparables.
¡Cómo ha cambiado el cuento! Las Paquitas de antaño agachaban la cabeza ante la resolución, muchas veces injusta, de los padres. Las Paquitas de hoy deciden hasta de quién deben enamorarse sus progenitores. Es preocupante el desamparo institucional al que se ven sometidos padres, profesores y demás elementos de autoridad. La legislación vigente, que defiende los derechos del menor, en su noble empeño de acabar con los antiguos abusos, está ella misma abusando en su condescendencia para llevarnos al extremo opuesto y se está convirtiendo en el parapeto de los que no entienden de valores ni de respeto. El período de la Ilustración española, con todas sus luces y sus sombras, transmitió siempre el criterio del equilibrio, la mesura y la apuesta por el sentido común y el trabajo bien hecho. Moratín, que quiso censurar en la obra reseñada el abuso de autoridad paterno, jamás habría aprobado la situación actual. Ni Jovellanos hubiera entendido que se gastasen 6000 € en traductores para que dos andaluces se entendieran en el Senado. Es la hora de la nueva Ilustración española. Sólo que nos sobra el despotismo y nos faltan los ilustrados.

domingo, 23 de mayo de 2010

48. Amancio Prada

Del diálogo entre las diferentes manifestaciones artísticas, ninguno más cómplice que el que se establece entre música y poesía. El estado primitivo del género poético nace unido a la oralidad, a lo público, muchas veces a lo práctico, y encuentra en la música su medio más genuino de difusión. Luego llegan los escritores cultos que fijan sus composiciones sobre el papel, no ya con la intención utilitaria del juglar, que anota allí el guión caduco de su intervención, sino con la voluntad de perpetuar aquel momento de inspiración ora como alarde retórico, ora como plasmación necesaria de aquel arrobamiento intenso, ora como forma de eternizarse a sí mismos. Y entonces la poesía se convierte en algo privado, silencioso (a lo sumo un bisbiseo) alumbrada no por la luz solar de la plaza, sino por la de la sinuosa llama de la vela o la eléctrica de la lamparilla. Y, sin embargo, despojada de su compañera la música, la poesía conserva, en una suerte de anamnesia platónica, los elementos que la conformaron desde su origen. La música está en la sonoridad y cadencia de las palabras, en el ritmo de su métrica, en la distribución de su prosodia. Pero le falta la melodía.
Los nuevos juglares de nuestro tiempo tratan de recuperar para la poesía aquella música que les era cosustancial. Posiblemente no hay ejercicio más difícil que musicar un poema. Se debe respetar el espíritu del original, de tal manera que las notas expresen con su lenguaje lo mismo que las letras. Pocos pueden presumir de conseguir esa fusión perfecta entre el fondo musical y el textual. Pero uno de ellos es Amancio Prada. Y el sábado de la semana pasada lo tuvimos muy cerquita, a escasos 40 km de Tarragona, en La Gornal.
Cuando Amancio Prada tañe las "Campanas de Bastabales" de Rosalía de Castro sin querer tornamos a llorar con la poeta gallega y, aunque Galicia no es la tierra de muchos de los que lo escuchamos, también nosotros sentimos la morriña y nos despedimos emocionados diciendo "Adiós ríos, adiós fuentes" como un emigrante más. Cuando San Juan de la Cruz quiso explicarnos lo inefable de su misticismo, nos hizo ver la cara de Dios en aquella "cristalina fuente de semblantes plateados", "los ojos deseados /que tengo en mis entrañas dibujados" y Amancio Prada que interpreta a la perfección el clímax que San Juan está transmitiendo en su visión divina, eleva su voz y el éxtasis musical y el poético son uno también. Si es imposible callar "La guitarra" de Federico García Lorca, ésta "llora monótona" cuando la pulsa la mano de Amancio; si los antiguos romances tenían música podemos imaginarla ahora tal y como la entonaría aquel prisionero "tiste y cuitado/ que [yace] en esta prisión/ que ni [sabe] cuándo es de día/ ni cuándo las noches son".
Amancio Prada tiene hacia la literatura la sensibilidad del amante entregado; por eso la siente a flor de piel y la renace cuajada de amor en su voz, auténtica y prístina. Como amante, no es interesado ni oportunista. En este año del centenario de Miguel Hernández, él edita un libro-disco sobre Jorge Manrique. Y si actúa en Madrid, también lo hace en Aguilafuente (Segovia), en Chiclana de Segura (Jaén), en Frutillar (Chile) o en La Gornal. La salutación musical de su último concierto fue la adaptación del romance del Conde Arnaldos, aquel en el que el conde le pide a un marinero que le repita un cantar que éste entonaba, capaz de calmar el mar, amainar los vientos y hacer que los peces salgan a la superficie para escucharlo. Pero el marinero le responde al conde: "Yo no digo este cantar / sino a quien conmigo va". Un guiño a la fidelidad de su público, éste sí, congregado ya en la plaza.




Gracias a Javier Angosto por descubrirme a Amancio Prada; a Tisbe por acompañarme al concierto tanto tiempo deseado y por el día inolvidable que pasamos juntos; y a Amancio Prada por su cariñosa atención y por su dedicatoria.

Dejo dos enlances interesantes: el primero remite a la página oficial de Amancio Prada. El segundo es el blog de Ángel Puente, donde se recoge una interesante antología de poemas musicados por diferentes cantautores.

miércoles, 19 de mayo de 2010

47. Hotel Borg


Hotel Borg narra la historia del afamado director Alexander Norberg, quien decide retirarse tras rechazar el ofrecimiento de dirigir la Orquesta Filarmónica de Berlín. Para despedirse de sus seguidores, celebra un último concierto al que la prensa no podrá asistir y que contará con un público limitado a 52 personas que recibirán su entrada gratuitamente por sorteo: "el público molesta continuamente: cuanto menos haya, mejor". El lugar elegido es la vieja Catedral de Reikiavik del siglo XVIII y la pieza, el Stabat Mater de Pergolesi en la que se presenta el dolor de la Virgen por la muerte de su hijo. La decisión de Norberg es recibida con desagrado por parte de los medios de comunicación, pues no entienden el motivo de tan estrambótica determinación. Ahora bien, el director elige Islandia porque sólo allí encuentra la pureza y la libertad necesarias para dirigir dicha pieza en un lugar frío, tranquilo y sereno como es la citada Catedral. Está cansado de la fama, de la presión de los críticos y desea poner un broche de oro a su dilatada carrera a su manera, sin manipulaciones y con un público profano en la materia que sea capaz de emocionarse con la música. Y es que uno de sus principales anhelos es que "al final no habrá aplausos. El público lo estropea todo aplaudiendo cuando la música no se ha apagado por completo".

Para su última aventura, Norberg cuenta con las voces de Rebecca Lunardi, una reconocida artista existencialmente insatisfecha y Marcel Vanut, un chico de once años con la voz blanca más excepcional de todo el panorama musical. Paralelamente a los ensayos del concierto, se presentan las historias de Oscar, un joven que trabaja en un hotel de Londres saludando a los clientes cuya máxima pasión es la música, motivo por el cual no duda en viajar a Islandia para poder asistir a la despedida del maestro; y de Hákon, un díscolo modelo islandés a quien le toca una entrada para el concierto.

La estancia en Islandia supone para Rebecca y Marcel la triste toma de conciencia de su realidad. Ella siente cómo pasan los años y cómo su voz se va deteriorando. El hecho de poder ser olvidada le provoca una tremenda angustia. Por otra parte, la isla supone para el pequeño Marcel un reducto de libertad, pues consigue alejarse de unos padres autoritarios que "siempre habían sido muy sensibles a la cuestión del dinero". Es aquí, por tanto, donde consigue sentirse como un niño y relacionarse con otros chicos de su edad. Ahora bien, ello supondrá el conocimiento de que su voz algún día cambiará y quizás deba abandonar la música.

Podría decirse que Hotel Borg engloba cinco historias independientes entre sí. Ahora bien, todas ellas están unidas por el leit motiv de la música y sobre todo, por un sentimiento universal: la soledad, pues los personajes de la novela son víctimas de esa sensación, de modo que todos forman una hermosa melodía en forma de palabras. Uno toma como caparazón una vida disoluta y llena de escándalos; otros, la música y Oscar, el empeño de hacer realidad su sueño: asistir al concierto. Este último personaje resulta realmente entrañable. Él mismo se define como un "prisionero de la vida" pero en ningún momento ceja en su empeño. En este sentido, es muy interesante la declaración de intenciones que le hace a Norberg cuando tiene oportunidad de hablar con él: "¿Sabe, maestro? Es demasiado fácil lamentarse porque nuestros deseos no se hayan cumplido cuando hemos hecho poco o nada para conseguirlos. No soy así: pienso que la vida es como un rompecabezas y que siempre se puede encontrar una solución. Creo que el destino no está escrito, al contrario, somos nosotros quienes influimos en él con nuestra voluntad". Sin duda, una bella enseñanza.

domingo, 16 de mayo de 2010

46. Luis Alberto de Cuenca

Cambrils se está convirtiendo en el único bastión de Tarragona donde la literatura en castellano resiste los embates de indiferencia institucional con que la golpea la capital. Si hace un par de meses hablábamos aquí mismo de la visita del poeta Antonio Carvajal, la semana pasada fue Luis Alberto de Cuenca quien añadió su nombre al Aula de Poesía dirigida por Ramón García Mateos; por no hablar del hermosísimo homenaje celebrado en torno a la figura de Miguel Hernández del miércoles. Podría tomar buena nota la Consejera de Cultura del Ayuntamiento de Tarragona, la Sra.Carme Crespo quien, en la presentación del programa de la Primavera literària 2010, se jacta de la "voluntad integradora" que preside esa iniciativa; no será, digo yo, por el escuálido 5% de actividades en castellano que en ella se recogen.
Frente al localismo cerril de algunos, Luis Alberto de Cuenca representa la universalidad de la cultura, hilvanada en el fenómeno más bello que puede darse en literatura, que es el de la intertextualidad. El poeta madrileño leyó algunos de los poemas incluidos en su nuevo poemario, todavía inédito, titulado El reino blanco, que es un guiño al escritor francés Marcel Schwob y a su obra El libro de Monelle. La atracción por Schowb no es nueva en nuestro poeta. Ya en El hacha y la rosa (1987-1993), en la sección "Perfiles literarios", le dedica algunos poemas como aquel donde confesaba no soportar "la idea de que cualquier enciclopedia dedique siete páginas a Marcel Proust y siete líneas a Marcel Schwob. No es justo lo que han hecho con los dos Marcelos".


De L.A. de Cuenca se ha dicho que es un poeta hermético, sobre todo el de la primera etapa, inserta en lo que se dio en llamar "poesía culturalista". Pero los antiguos oráculos griegos cifraban también sus mensajes y todo héroe que se preciara sabía desentrañar el enigma. El lector de hoy debería ser también un poco héroe y participar activamente de sus lecturas, en lugar de abandonarlas cuando éstas se oscurecen. Es verdad que las continuas referencias culturales que preñan la poesía de L.A. de Cuenca pueden complicar la comprensión global de sus poemas, pero el poeta busca lectores curiosos, que se convertirán en lectores cómplices una vez superen los escollos de su formación media. Será entonces cuando vean desfilar por los versos escenas de cine, viñetas de tebeos, pasajes bíblicos, lienzos renacentistas, grandes personajes históricos, piratas olvidados, escritores, mitos de varias culturas, etc.


De lo dicho hasta ahora se puede caer en la tentación de tildar a la poesía de L.A. de Cuenca de elitista e, incluso, de pedante, pero no es nuestro poeta de los que amontonan en sus versos alusiones culturales de oídas ni se ha dejado aconsejar por aquel amigo de Cervantes en el prólogo del Quijote. Sus poemas son el resultado de la experiencia directa de sus lecturas, son acopio de amor hacia ellas y no de mero exhibicionismo.


La segunda etapa de su poesía tiene un carácter más diáfano, en pro de la comunicación sin barreras, aunque nunca acaba de abandonar (porque no puede, porque son intrínsecamente suyas) las menciones culturales. Su poesía se viste ahora de una radical cotidianeidad donde cualquier cosa puede ser objeto lírico. Aparece una melancólica ironía y brota una humanidad más sujeta al pálpito de la vida. En su "Advertencia al lector", correspondiente a la sección "A quemarropa" de su poemario Por fuertes y fronteras (1994-1996), invita al lector a evitar su literatura "como se evita a un huésped molesto, un erudito, una rata en el baño" pero si se quiere seguir leyendo "que entienda lo que lee como lo que es: un grito (o un susurro) de angustia y soledad". Aunque esta segunda etapa nos pueda parecer más auténtica, lo es tanto como la primera. La autenticidad está en la verdad de la experiencia. Y la verdad de L.A. de Cuenca, está en su piel de hombre pero también en la de los libros que le han acompañado siempre, libros "a los que odiar / o por los que morir".


Brevísima antología comentada
  • A los que alguna vez nos hemos adentrado en la lectura de la lírica griega arcaica, nos resulta muy familiar esa disposición fragmentaria de los textos a cuya reconstrucción se han dedicado los editores (pienso ahora en el gran Rodríguez Adrados). Aunque ignoro si L.A. de Cuenca quiso darle ese enfoque, este poema me sugiere un homenaje a esa lírica que sobrevivió en las piezas diseminadas de la cerámica griega y es un juego visual, que en la parquedad de su mensaje, lo dice todo.
ΟΣΤRAΚΟΝ
............……………………………………
……..διαβεβωστρυχωμένον…….la
xitud…………..vello dorado……...
...………Baltimore…………….tras u
n verano en el país de las eternas..
.............…………………………………….
piscina de Amazonas………………...


(Elsinore, 1970-1971)

  • Selecciono un fragmento de este poema por la bellísima plasticidad de las imágenes. Es Santa Eulalia martirizada. Inspirado en la Cantilène de Sainte Eulalie, texto del siglo IX


ALUCINACIÓN DE SANTA EULALIA

[...]

Dulce almendra tu boca, sima tibia, ámbar negro donde las venas
surgen estallando
hasta llegar al nácar de la muerte suavemente, la luz de Dios,
suavemente, agonía del lirio.
Eulalia, nomeolvides, pensamiento desnudo en el mar de los ópalos
de fuego,
bello cuerpo, alma bella, tus párpados ausentes refugio de los cisnes
del recuerdo.

(Elsinore, 1970-1971)

  • Dos poemas relacionados con el mundo del cine. El primero es un pasaje de la novela de Marcel Allain Fantômas. Le mort qui tue (1911). Louis Feuillade, la llevó al cine dos años después. La estampa, sea del libro o de la película tiene todo el sabor del cine. El segundo poema demuestra la predilección de L.A. de Cuenca por las películas de Howard Hawks y el cine negro; en él, la mítica calle de Chicago con sus gánsteres.


ÉLISABETH-JÉRÔME

Élisabeth Dollon,
difuminada por el vapor de los ferrocarriles,
ténder inolvidable de la noche,
combustible de sombra, chimeneas,
burbujas de azabache.
Jerôme Fandor,
aquel beso furtivo en La Glacière,
grabado en mármol o con un punzón
en pugillares de la Vrgbs:
JE T’AIME

(Elsinore, 1970-1971)



SOUTH WABASH AVENUE
Los aurigas flemáticos conducen sus berlinas
duales entre alondras y berbiquíes húmedos.
Un adusto censor de libros y milagros
recupera su alfombra de palabras dormidas.
El humo de la tarde, las metralletas Thompson,
el asfalto cobrizo, los caballos de plomo,
todo ese firmamento conyugal de girándulas
sindicando la muerte con guantes perfumados
y meretrices rubias de mirada feroz [...]

(Elsinore, 1970-1971)


  • En el siguiente fragmento L.A. de Cuenca ejerce esa comunicación con la tradición literaria precedente a través de un juego de intertextualidad con un poema de Manuel Machado, "Oriente", que le lleva, a su vez, a Plutarco, a Shakespeare o a Petrarca y también al cine. La elaboración del poema la cuenta él mismo en ABC . El título del libro en el que se inserta no puede ser más significativo, Scholia. Tras esa experiencia interliteraria, el poeta cierra el círculo y vuelve a Manuel Machado.

DE Y POR MANUEL MACHADO

[…]
puedo ver al poeta que ha repartido hoy su mentira conmigo,
puedo ver a Manuel Machado, sonriente en su princeps sobre la
mesa,
a Manuel el prodigioso, a Manuel el funámbulo,
a quien debo querer hasta el final, porque así lo quisieron mis
abuelos, y yo los obedezco en todo […]

(Scholia, 1972-1979)


  • La predilección por el cine negro (y sus matices) se plasma también en su "Serie negra", donde el poeta desarrolla unas estampas que a mí me recuerdan, salvando las distancias, a los romances, ya que en ellos se condensa la intensidad de una clímax inserto en un guión del que no sabemos nada. De ese modo, no importa ni el antes ni el después, sólo ese momento que se legitima a sí mismo (aquel fenómeno épico-lírico, del que hablaba Pidal).


EN PELIGRO
Había sangre en su vestido. Sangre
en el escote y en las piernas. Sangre
en las mejillas. Sangre seca. Oscura.
La desnudé y lavé. Mientras dormía,
fui en busca de cartuchos. No fue fácil
encontrarlos. Por fin aparecieron
entre viejos papeles y revistas.
Cargué el fusil. Había menos niebla.
Dos o tres horas, y amanecería.

(La caja de plata, 1979-1986)



  • Algunos poemas de amor se tiñen de un elegante erotismo. Qué preciosa la imagen del pelo de ella derramándose sobre la almohada.


NOCTURNO
Apagaste las luces y encendiste la noche.
Cerraste las ventanas y abriste tu vestido.
Olía a flor mojada. Desde un país sin límites
me miraban tus ojos en la sombra infinita.
¿Y a qué olían tus ojos? ¿Qué perfume de oro
y de agua limpia y pura brotaba de tus párpados?
¿Qué invisible temblor de cristales de fuego
agitaba la seda lunar de tus pupilas?
Recamaste la almohada con hilos de azabache.
Tejiste sobre el sueño un velo de blancura.
Eras la rosa pálida tiñéndose de rojo,
la rosa del veneno que devuelve la vida.
La blusa, el abanico, una pluma violeta,
el broche con la perla y el diamante en el pecho.
Todo abierto y en paz, transparente y oscuro,
sin dolor, navegando rumbo a tus manos frías.

(La caja de plata, 1979-1986)


  • Un ejemplo de los poemas donde se vierte la realidad en su dimensión más explícta:

MI MONSTRUO FAVORITO
Qué va a pasar cuando mi novia sepa
que no puedo vivir sin tus pseudópodos,
sin tu horrible humedad en mi bolsillo.
Qué va a pasar cuando descubra un día
las huellas de tu baba entre mis dedos,
y empiece a hacer preguntas, y la rabia
y los celos se agolpen en sus ojos,
y yo confiese al fin que la he engañado
contigo,y que no puede comparársete,
y le enseñe orgulloso el agua sucia
donde se reproducen nuestros hijos.
Qué va a pasar cuando no entienda nada
y nos denuncie a Sanidad.

(El otro sueño, 1987)


  • En los frescos de Cnoso impera todavía el azul. Es el color que más ha resistido la inquina del tiempo. Por eso, el poeta esparce las cenizas de su madre sobre los frescos minoicos.


CNOSO
Y, de pronto, mi madre, abanicándose,
se me aparece en Cnoso, y yo le sirvo
el enésimo vaso de agua, y se me muere
otra vez, y otra vez me entregan sus cenizas.
Y el capricho de Evans se transforma
en un improvisado sanatorio
donde sólo se escuchan los lamentos
de quienes no verán el nuevo día,
en una especie de necrópolis cercada
por guerreros micénicos que ignoran la piedad.
Y, de pronto, me veo con mi madre
-o lo que fue mi madre- entre los brazos,
tratando de burlar el estricto bloqueo
para llegar al puerto. Y lo consigo.
Y vierto el contenido de la urna
en el azul de los frescos minoicos,
que es el inagotable azul del mar.

(Por fuertes y fronteras, 1994-1996)


  • Es conocida la enorme pasión que el mundo del tebeo despierta sobre L.A. de Cuenca. Varios poemas están dedicados al género, como aquel sobre Roberto Alcázar, incluido en Elsinore. Recojo este otro por lo prolijo de la enumeración, que da buena cuenta de la afición de nuestro poeta.

TEBEOS
Los Karzenjammer Kids, Popeye, Blondie,
Little Nemo, Flash Gordon y Li’l Abner,
Mandrake, Daredevil y Prince Valiant,
Dick Tracy, Spiderman y Silver Surfer,
los Vengadores y esa Cosa tierna
y acorazada de ojos azulísimos
(me refiero a Ben Grima),
sin olvidar una novela gráfica
del Ivanhoe de Scout,
¿qué haría sin vosotros?
¿Buscaría el amor?, ¿pelearía
con una espada por un territorio?.
¿marcaría ganado en las praderas
infinitas del Middle West?,
¿navegaría bajo las estrellas
con una Jolly Roger ondeándose
en el palo mayor de mi navío?...
¿Qué haría yo sin mis tebeos?

(Sin miedo ni esperanza, 1996-2002)



En una obra tan vasta, la selección se me antoja cortísima. He dejado, por ejemplo, todos esos poemas de encantadora desazón que merece la pena leer y releer en días de lluvia. Y aquellos otros que recuperan grandes semblanzas de personajes históricos o literarios. Pero no hay tiempo ni espacio para una selección quizás más representativa. No lo sé. En cualquier caso, todos están recogidos en la antología Los mundos y los días (Visor), donde se encuentra una selección al cuidado del autor de las obras comprendidas entre 1970 y 2002.

Termino con un último poema, que deseo dedicar a Tisbe.



ESTOY AQUÍ

Estoy aquí, mi amor, estoy aquí,
velando tus naufragios en las noches
en que nadie responde, en las heladas
madrugadas vacías, en las tardes
de desesperación y de locura.
Pon en duda, si quieres, que la Tierra
gire en desolado precipicio
del espacio infinito alrededor
del Sol, o que los astros sean fuego,
o que el amargo río de la vida
desemboque en la muerte. Pero nunca
dudes de que, en la fiebre del fracaso
o en la sed de la angustia, en el abismo
de la ansiedad y del desasosiego,
estoy aquí, amor mío, estoy aquí.
Aunque tú no me veas ni me oigas.

(Sin miedo ni esperanza, 1996-2002)

miércoles, 12 de mayo de 2010

45. Casa de muñecas

Uno de los padres de la dramaturgia moderna es Henrik Ibsen. Cualquier manual así lo recoge y, gracias en particular a su Casa de muñecas, el noruego ocupa un lugar destacado en el Olimpo de las Tablas por derecho propio.
Recientemente, he tenido la ocasión de asistir a la representación de dicha obra, una de las piezas teatrales más conocidas mundialmente. Como es sabido, Ibsen cuestiona en ella el modelo tradicional de matrimonio y el rol de la mujer en la sociedad. Lo novedoso de su temática propició un escándalo cuando se estrenó en 1879 en el Teatro Real de Copenhague y en 1880 en el Teatro Nacional de Cristianía (actual Oslo). No es de extrañar, pues el dramaturgo se atreve a abordar un tema espinoso, que va en contra de los rigurosos preceptos que regían la sociedad de la época.
La trama es sencilla. Nora, esposa del abogado Torvald Helmer, solicita un préstamo y falsifica la firma de su padre para que se lo concedan con la única finalidad de poder viajar al sur para que su esposo se recupere de una grave dolencia. Durante mucho tiempo, ella paga religiosamente las cuotas mensuales sin que Torvald sepa nada, pero en su camino aparece Krogstad- el procurador que le había conseguido el crédito- quien le exige que convenza a su marido para que le mantenga su puesto de trabajo en el banco del que ahora Torvald es director o, de lo contrario, contará toda la verdad y su gran secreto será vox populi. A partir de este momento, la vida de Nora se convierte en un auténtico infierno pues no soporta la idea de que Torvald se enfrente a los demás para defenderla de las acusaciones que pueden recaer sobre ella. Incluso, llega a pensar en el suicidio como solución. No obstante, los acontecimientos se precipitan y el abogado se entera de lo sucedido. La reacción del esposo, no es, sin embargo, la que espera Nora. Torvald piensa únicamente en su reputación, en su honor, en el qué dirán y en conseguir a toda costa que dicha deshonra no llegue a oídos de la sociedad. En ningún momento valora el acto de amor que realizó Nora para salvar su vida ni piensa en ella, sino únicamente en guardar las apariencias. Cuando Krogstad comunica su intención de olvidar el asunto de la falsificación es demasiado tarde, puesto que Nora ya no es la mujer servicial y sumisa del principio sino que ha despertado de un largo letargo en el que ha estado sumida. Por primera vez, ha conocido de verdad a su esposo. Ahora sabe quién es, de modo que la reconciliación que éste pretende es imposible. Nora Helmer no quiere ser ya ese pajarillo que revoloteaba alrededor de su amo sin cuestionar nada. Se siente insatisfecha y perdida pues ha vivido en la más absoluta irrealidad, sometida a los deseos de un esposo que no le permitía crecer como persona. Sin la venda del amor que le cegaba, Nora se atreve a sentarse frente a Torvald y confesarle que se marcha. No huye a escondidas, sino de frente tras verbalizar la insatisfacción que siente por su reacción. Ya no quiere ser más una muñeca que actúa movida por los hilos masculinos de la casa. Ahora necesita conocerse a sí misma y ser valorada desde la dignidad y la igualdad.
La escena más conocida de Casa de muñecas es, sin duda, la del famoso portazo con el que Nora abandona su hogar. En este caso, Amelia Ochandiano -directora de la representación- hace que la protagonista salga dejando la puerta abierta. Sólo Torvald aparece en escena, desconcertado e intentando poner en pie un árbol de Navidad que se cae una y otra vez, símbolo de su imposibilidad de poner orden en una familia que acaba de romperse. En este sentido, si Nora es la víctima por excelencia del drama no podemos olvidar que, de algún modo, también su esposo lo es, puesto que la sociedad le ha enseñado a imponerse sobre las mujeres. No comprende por qué Nora se marcha, no llega a entender que ella sienta la necesidad de reencontrarse a sí misma, de buscar su propia voz y personalidad. Víctimas, pues, son ambos personajes de las normas sociales del momento.
Silvia Marsó da vida a Nora en este espectáculo de forma magistral. Son muchos y muy variados los registros que ha de interpretar y en todos ellos actúa bien, sin sobreactuar. El mismo elogio se puede dedicar a Roberto Álvarez, quien encarna al abogado enamorado de la ornitología. Otros intérpretes flojean algo más y podrían haber sacado mucho más partido de su texto. No obstante, la puesta en escena es excelente ya que los actores sobre los que recae el mayor peso dramático realizan una brillante labor.
Es un tópico común afirmar que esta obra es uno de los estandartes del feminismo. Si bien Ibsen declaró que no la escribió con esta intención, lo cierto es que por primera vez aparece en la literatura una mujer que decide ser plenamente libre pues su autor es consciente de que "existen dos códigos de moral, dos conciencias diferentes, una del hombre y otra de la mujer. Y a la mujer se la juzga según el código de los hombres [...]. Una mujer no puede ser auténticamente ella en la sociedad actual, una sociedad exclusivamente masculina, con leyes exclusivamente masculinas, con jueces y fiscales que la juzgan desde el punto de vista masculino".
He aquí, por tanto, un primer paso para la reivindicación de la liberación de la mujer desde la literatura. Un tema que sigue gozando de una triste vigencia puesto que son muchas las noticias que a diario recogen casos de desigualdades, discriminaciones y vejaciones varias a las mujeres por el simple hecho de que existen todavía hombres que creen tener la potestad sobre el género femenino. Ojalá haya muchas Noras que dejen de ser alondras temerosas y se atrevan a convertirse en gavilanes que vuelen libremente y que coman almendras garrapiñadas alejadas del ala subyugadora de los hombres que no las valoran como seres humanos.

La cita pertenece a Notas para la tragedia actual.

domingo, 9 de mayo de 2010

44. El Mèdol: cantera literaria

Amanece en Tarragona. El sol se derrama en ámbar sobre el anfiteatro, el circo, las murallas... Y en esta resurrección que propicia la luz a las piedras milenarias hay un no sé qué de misticismo apolíneo que no entienden las glorietas, los semáforos, el asfalto, todavía solitarios y apocados ante la majestad de los vencedores del tiempo. Tardará un poco aún el carro de Helio en situarse sobre la cantera del Mèdol y tal vez su jinete, siendo el ojo del mundo, no repare en la espiga pétrea que se yergue entre la hiedra, apuntando al cielo, cual sacrílego dedo acusador que le reprochase a Júpiter la negación del don de la carne y de la sangre y del dolor del parto, que su matriz fue de piedra. Tomará las bridas Helio de sus cuatro corceles, pasará de largo y quedará a oscuras, de nuevo, la madre olvidada de Tarraco.
Pocos lugares tan sugestivos como la cantera del Mèdol. De ella se extrajo el material para la construcción de la Tarraco imperial y del ingente trabajo de los canteros queda el testimonio de ese monolito que da fe de la profundidad de los trabajos de extracción. En 1992, Jaume Carreras y Enric Garriga publican El Mèdol. Acta general d'un espai peculiar (Edicions El Mèdol). El libro recoge los testimonios culturales que, a lo largo del tiempo, se han ido produciendo alrededor de este monumento. La capacidad evocadora de ese rincón fue abono inmediato para la creación literaria. Joan Antònio i Guàrdias termina así su soneto dedicado al Mèdol: "encara en el seu pit de doble dama/més d'un joiell contempla com s'inflama,/sortit de tu, l'altívola ciutat"(1); Manuel Brunet, en un artículo publicado en 1929 en la revista Mirador, compara la aguja del Mèdol con una letra capitular y termina: "Ha prestat servei només una vegada, però d'una manera definitiva. I s'acontenta essent el motllo, el negatiu, d'on han sortit molts altres monuments [...]" (2); el poeta novecentista Josep Carner le dedica otro soneto que empieza: "Oh, grans entranyes buides, oh grans entranyes ertes,/oh desolació d'una maternitat!"(3); Eduard Estellés ideó una fábula sobre los amores prohibidos de la ninfa Euterpe y un pastorcillo, como consecuencia de los cuales, el pastor fue enterrado en el Mèdol. El oráculo de Delfos vaticina la liberación del pastor el día en que un hombre y una mujer hagan música en el lugar. Estellés hace así referencia al concierto que Rita Brosa realizó en la década de 1930 en el Mèdol, convirtiéndose así en la liberadora del atrevido pastor; Joaquim Icart publicó en el entonces Diario de Tarragona, en 1933, un artículo sobre la cantera, con un preámbulo muy bonito sobre la necesidad de la belleza, aunque luego su afán nacionalista empaña la universalidad del concepto que defiende y convierte al Mèdol en instrumento de su ideario independentista.; Marià Manent compara “l’agulla” con los pilares “castellers”; Mn. Ramon Pinyes enfoca su homenaje desde la concepción cristiana del oprimido, refiriéndose a los esclavos que trabajaron la cantera: “Ara, lloem la traça i solidesa/de qualque monument,/i no parem esment/que a voltes tanta de grandesa/és pastada amb suó i sang innocent (4); Rovira i Virgili hace una apología del silencio del lugar en un editorial a La Publicitat en la década de 1920. Finalmente, Lluís de Salvador que entre 1925 y 1936 fue director del entonces Diario de Tarragona, se suma a la nómina de apologistas con una editorial publicada en 1931 donde dice: “Aquí és on el silenci té la força evocadora d’un gran poema líric, i un poema líric la profunda intimitat d’un bell silenci. Aquí és el lloc on el temps no compta, perquè els moments no són hores, sinó aspectes plàstics; sinó remors i càntics de la Naturalesa.”(5)

Como dato curioso, mencionaré que la compañía de Margarita Xirgu, la actriz fetiche de Federico García Lorca, que había estrenado Medea en el Teatro de Mérida en traducción de Unamuno, quiso repetir la representación en el Mèdol ese mismo verano de 1933, aprovechando la gran acústica del lugar. El proyecto, que finamente se frustró por razones de visibilidad, demuestra la atracción que el Mèdol ejercía sobre la sensibilidad de las gentes del mundo artístico.
En fin, sirva este tributo literario para recuperar el recuerdo de este singular espacio y esperemos que la lira de Apolo y la inspiración de las nueve Musas sigan trabajando para que Helio no pase de largo sin hacer reverencia a la madre de la ciudad. Para que, en palabras de Lluís Via el Mèdol permanezca "com un vell druïda/petrificat, com un antic vident, com colós egipcià que tingués vida/i cor i pensament". (6)


(1) "Aún en su pecho de doble dama/más de una joya contempla cómo se inflama/salida de ti, la altiva ciudad".

(2) "Ha prestado servicio sólo una vez, pero de una manera definitiva. Y se contenta siendo el molde, el negativo, de donde han salido muchos otros monumentos"

(3) "¡Oh, grandes entrañas vacías, oh grandes entrañas yermas/oh desolación de una maternidad!"

(4) "Ahora, alabamos la traza y entereza/ de cualquier monumento,/ y no paramos mientes/ que a veces tanta grandeza/ fue amasada con sudor y sangre inocentes"

(5) "Aquí es donde el silencio tiene la fuerza evocadora de un gran poema lírico, y un poema lírico la profunda intimidad de un bello silencio. Aquí es el lugar donde el tiempo no cuenta, porque los momentos no son horas, sino aspectos plásticos; sino rumores y cánticos de la Naturaleza"

(6) "Y el Mèdol permanece como un viejo druida/petrificado, como un antiguo vidente, como coloso egipcio que tuviera vida/y corazón y pensamiento".