domingo, 18 de julio de 2010

55. Ucronía hernandiana

El joven periodista no necesita llamar a la puerta de la casa. Está abierta y asoma la cabeza tímidamente tras el umbral. 
“¿Don Miguel?” A su reclamo aparece un hombre delgado, algo apocado y de gesto nervioso que estrecha sin vigor la mano del periodista: es Manuel Miguel, el hijo del poeta, que le invita a pasar. Siguiendo sus pasos y observando su exigua figura, a nuestro periodista se le antoja que Manuel Miguel sigue amamantándose con sangre de cebolla. El itinerario doméstico le conduce hasta el huerto de la casa; allí, sentados a la sombra fresca de una frondosa higuera, embebidos en el arrullo de los pájaros y en el diálogo del viento con las hojas, sienten pasar la vida Josefina Manresa y Miguel Hernández. La irrupción del periodista interrumpe el ensimismamiento de la pareja. Miguel Hernández alza la vista del suelo y sus grandes ojos azules se clavan en el muchacho. Éste lleva colgada del hombro una mochila, mientras sujeta con ambas manos una forma redonda, cubierta con papel de tahona, que deposita cuidadosamente sobre una pequeña mesita próxima a la higuera. Al retirar el papel, se descubre una tarta sobre la que se han colocado tres velas que representan el número 100. “La he comprado en la panadería de Fenoll y cuando ha sabido que era para usted, no ha querido cobrarme”, puntualiza el periodista. Miguel Hernández esboza una sonrisa franca y agradecida. Desea levantarse para saludar al reportero pero éste se adelanta: “No se levante, don Miguel. Gracias por recibirme, es un honor”. Al darle la mano, mucho más firme que la del hijo, el periodista detiene unos segundos su vista en el reloj de oro que el poeta luce en la muñeca y piensa que no le cuadra aquella ostentación en ese hombre. Pese al disimulo del muchacho, don Miguel se ha dado cuenta. “¿Te gusta? Me lo regaló Vicente Aleixandre hace ya muchos años. Salvo el cristal de la esfera, todo él es original”. “Pero lo tiene usted parado, don Miguel”. “Sí, exactamente desde el 28 de marzo de 1942 a las cinco y media de la mañana. Cuando huí a Portugal, quise empeñarlo para poder sobrevivir y comoquiera que el comprador, al verme con aquellas ropas tan ajadas, pensase que lo había robado, me denunció a la policía portuguesa. Menos mal que Aleixandre mandó el justificante de compra a tiempo y pude evitar males mayores. Pero no conseguí evitar que me mandasen de vuelta a España. Cuando estuve detenido en Rosal de la Frontera, tuve la suerte de coincidir con mi amigo y compadre Salinas, que estaba destinado allí como guardia civil. Conté con su complicidad y le entregué el reloj para que me lo devolviera cuando todo hubiera pasado. Luego vino mi ruta turística por las cárceles de media España”. Miguel Hernández deja de sonreír y, en un largo silencio, escruta quién sabe qué horribles imágenes en su pensamiento. Josefina le observa entristecida. El periodista se siente incómodo, no quiere estropear el cumpleaños del poeta; enciende con un mechero las velas y le pide a don Miguel que sople mientras extrae de la mochila su cámara de fotos. “Después de todo tuve suerte”, continúa don Miguel fijando sus pupilas en las tres llamitas flameantes. “Tuve grandes amigos que me ayudaron. Alberti y su mujer me incluyeron en el viaje que les sacaba de Madrid hacia Elda y gracias a ellos pude estar con mi mujer y mi hijo durante un tiempo”. Josefina y Miguel se dan la mano. “Luego me arrestaron en Orihuela y tuve la suerte de ser trasladado al penal de San Miguel de los Reyes, en Valencia, que se encontraba junto a un hospital antituberculoso. Gracias a ello pude curarme de mi enfermedad. Después, Luis Almarcha, el vicario general de mi pueblo, que tenía grandes influencias y que luego fue obispo de León, logró que me indultaran, pese a tener ideas políticas diferentes: priorizó nuestra amistad de antaño y respetó mis ideales…” Por sorpresa, ha entrado Ramón Sijé en el huerto por los altos andamios de las flores y reprende burlonamente a su compañero esa concesión de su pensamiento al pasado. Miguel Hernández sonríe de nuevo y sopla al fin las velas de la tarta. El baile sinuoso de las llamas cesa su movimiento, como las manecillas del reloj de oro de Miguel.

FIN


  • Ucronía: Reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder.

  • Manuel Miguel, el hijo de Miguel Hernández a quien el poeta dedica sus famosas Nanas de la cebolla, murió el 23 de mayo de 1984 a los 45 años de edad en Elche, como consecuencia de una afección pulmonar. Fue enterrado junto a su padre. 3 años más tarde, el 18 de febrero moría Josefina Manresa como consecuencia de un cáncer de mama, completando el panteón familiar.

  • Efectivamente, Vicente Aleixandre regaló un reloj de oro a Miguel Hernández. El destino quiso que el único obsequio que recibió Miguel de uno de los miembros de aquella generación del 27 supusiera la captura del poeta en Portugal. Nunca recuperó el reloj. El tal Salinas, natural de Callosa de Segura, delató a Miguel Hernández poniendo en antecedentes a sus compañeros de la guardia civil sobre las ideas antifascistas del poeta.

  • Muchas personas del entorno de Miguel Hernández abandonaron a su suerte al poeta. Alberti y su esposa no contaron con él para ese viaje a Elda, que quizás hubiera servido a Miguel para eludir la represión. Luis Almarcha puso precio a las gestiones que le pidió Miguel: debía renunciar a sus ideas antifascistas y arrepentirse de sus actos anteriores. Al negarse Miguel, Luis Almarcha se olvidó de su, otrora, discípulo.

  • Entre los muchos traslados que Miguel sufrió de cárcel en cárcel, hubo uno que pudo haberle salvado la vida. Las gestiones para recabar en la prisión de Alicante, como Miguel quería, sufrieron un revés, asignándosele al poeta la prisión de San Miguel de los Reyes, en Valencia, que estaba próxima al hospital para tuberculosos de Porta-Coeli. Empeñado Hernández en su intención de llegar a Alicante, intensificó, a través de Germán Vergara Donoso, diplomático chileno, y del poeta Rodríguez Spiteri las gestiones correspondientes, consiguiendo su propósito. Más tarde, Miguel enfermaría de tuberculosis, convirtiendo el traslado al hospital de Porta-Coeli en un sueño inalcanzable. Miguel Hernández muere el 28 de marzo de 1942 a las 5.30h de la mañana.

  • Ramón Sijé (José Marín), el amigo de Miguel a quien el poeta ofreció su magnífica Elegía, nada pudo saber de todo ello. Murió el 24 de diciembre de 1935.

  • En la foto, el patio de la casa de Miguel Hernández, en la Calle de Arriba de Orihuela, donde el poeta vivía con sus padres.

lunes, 12 de julio de 2010

54. Mil soles espléndidos

Una de las múltiples funciones que puede tener la literatura es la del compromiso social. Si repasamos la Historia de la Literatura veremos que son muchos los escritores que han empleado la fuerza de su pluma para denunciar situaciones injustas relacionadas con su patria. Este fenómeno se produce también en los escritores que, por unos motivos u otros, han tenido que vivir en el exilio. Tal es el caso del afgano Khaled Hosseini, médico y escritor afincado en Estados Unidos desde la década de los 80 a raíz de la invasión soviética que sufrió su país en esa época. Ya en su primera novela, Cometas en el cielo, dibujaba un espeluznante retrato de Afganistán, un país marcado por el sino de la guerra, la muerte y el dolor. Ahora, con su segunda novela, remarca con más intensidad esa línea de denuncia iniciada anteriormente.

El autor se centra en el mundo femenino, en la mujer afgana y en su forma de vida. Con un trasfondo político marcado por la invasión del ejército ruso, las guerras internas entre los diferentes grupos étnicos, la llegada al poder de los talibanes y la incursión estadounidense, el lector es testigo de la historia de Mariam, una harami, hija ilegítima de un importante comerciante que, tras el fallecimiento de su madre, decide acordar su matrimonio con Rashid, quien es 30 años mayor que ella. A partir de este momento comienza el calvario de la joven, pues ha de marcharse a Kabul a vivir con un completo extraño que acaba despreciándola por su imposibilidad de concebir hijos. Paralelamente, se nos presenta la historia de Laila, una adolescente que pierde trágicamente a su familia y ha de aceptar el ofrecimiento de Rashid de ser su segunda esposa. Entre las dos mujeres se establece un invisible lazo de unión que forja una relación que va más allá de la amistad. Ambas comparten su sufrimiento, su miedo y sus ansias de libertad, de acabar con una vida marcada por el horror y por unas leyes que impiden su propia realización como seres humanos. Las descripciones de situaciones de la vida cotidiana son realmente aterradoras y no dejan indiferente a nadie: A lo largo de los años, Mariam había aprendido a insensibilizarse cuando su marido la despreciaba, le hacía reproches, la ridiculizaba y la reprendía. Sin embargo, no había conseguido dominar el miedo que le inspiraba. Después de tanto tiempo, seguía echándose a temblar cuando Rashid iba a por ella con esa expresión de sorna, apretando el cinturón en torno al puño, haciendo crujir el cuero, y con los ojos brillantes e inyectados en sangre. Era el miedo de la cabra a la que meten en la jaula de un tigre, cuando el tigre alza la cabeza y empieza a gruñir. El único consuelo que les queda a ambas es el cariño que se profesan, cual madre e hija. Las dos unirán sus fuerzas para librarse del yugo de su opresor. En este sentido, el papel de Mariam es clave, ejemplo a seguir de generosidad desbordante y de amor desinteresado.

Como ya se ha señalado, esta novela constituye un documento de gran valor para dar a conocer al resto del mundo la situación de Afganistán, el drama que viven sus habitantes desde hace décadas y, en concreto, la situación extrema que padecen las mujeres. Y es que la palabra, en ocasiones, es la mejor manera de denuncia. No obstante, Khaled Hosseini no se conforma con emplear la literatura como dardo denunciador, sino que él mismo, a raíz de un viaje que hizo a su país en 2007, ha creado una fundación que lleva su nombre. Ya en 2006 fue nombrado representante de buena voluntad del ACNUR, las Naciones Unidas para los refugiados. Desde su plataforma se pretende proporcionar asistencia humanitaria en Afganistán así como educar a las mujeres y a los niños.

Se da, por tanto, la simbiosis de la palabra, con su capacidad catártica sobre los lectores y de la acción, de la generosidad del escritor y de personas anónimas que luchan para que en Afganistán vuelvan a ser posibles las palabras del poeta Saib-e-Tabrizi:

Eran incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas,

o los miles soles espléndidos que se ocultaban tras sus muros.

miércoles, 30 de junio de 2010

53. La españolidad de Saramago

Con algunos escritores ocurre que, pese a pertenecer a otra nación, son incorporados de forma natural al patrimonio literario de otro país, como si, por una suerte de acuerdo tácito, nadie discutiera esa adopción. En España, este fenómeno se ha dado sobre todo con los autores sudamericanos gracias al elemento aglutinador de la lengua. Pero el hecho resulta más llamativo cuando el escritor no comparte en la ejecución de sus obras el idioma común. Ese es el caso de José Saramago. A nadie le ha importado pensar que la periodista sevillana Pilar del Río es la que traslada al castellano los originales portugueses de su marido. O quizás sea precisamente por ello por lo que la asunción de su españolidad resulte más fácil. José Saramago es heredero de aquellos otros portugueses que hoy se estudian en las aulas de Literatura como si fueran autores españoles, tales como Gil Vicente o Jorge de Montemayor pero estos últimos escribieron sus obras en castellano; José Saramago no y es tan español como aquellos. Desde 1991 residía con su mujer en Lanzarote y Lanzarote le ha visto morir. Parte de las cenizas del escritor se depositarán bajo un olivo del jardín de su casa de la isla canaria, lo cual no deja de ser significativo.

En Las intermitencias de la muerte Saramago nos pintaba un país donde la muerte no existía, en la línea de esas otras obras como Ensayo sobre la ceguera, donde se hipotetizaba sobre situaciones imposibles. Ya ha descubierto Saramago que él no podrá ser nunca un personaje de esa novela. Sin embargo, en que su muerte sea al menos intermitente en la lid con el olvido, tenemos sus lectores la última palabra.

domingo, 20 de junio de 2010

52. Oleza

El mundo de la poesía dirige su mirada este año hacia Orihuela. En esta ciudad alicantina, bañada por las aguas del Segura y flanqueada por el contraste de su exuberante huerta y sus riscos pelados, nació en 1910 Miguel Hernández. Para hacerse una idea de la Orihuela de aquel tiempo, nada mejor que acercarse a la obra de otro ilustre alicantino, el gran novelista Gabriel Miró (1879-1930) quien acuñó para la ciudad el nombre literario de Oleza, inmortalizándola en obras como Nuestro Padre San Daniel y, sobre todo, El obispo leproso. En estos libros, Gabriel Miró da buena cuenta del carácter eclesial de Orihuela, de la que se maneja el dato de ser una de las ciudades españolas con más iglesias por habitante. Por aquellas calles de olor a incienso y frufrú de sotanas, debió recorrer Miguel Hernández su itinerario habitual para pastorear las cabras de su padre o para vender la leche que éstas producían. Tal vez lo haría por la calle Mayor, donde vivía José Marín, el futuro Ramón Sijé de la magnífica elegía, aún desconocido para Miguel, o por la calle de la Verónica, “querencia de las sastrerías eclesiásticas, de las tiendas de ornamentos, de los obradores de cirios y chocolates”, al decir de Miró. Y obligatoriamente tendría que pasar por el colegio jesuita de Santo Domingo, una de cuyas puertas daba a la calle de Arriba, donde estaba situada la casa familiar del poeta. La importancia e influencia del colegio era tal en la ciudad, que Gabriel Miró llega a afirmar: “El colegio se infundía en toda la ciudad. La ciudad equivalía a un patio de Jesús, un patio sin clausura, y los padres y hermanos lo cruzaban como si no saliesen de casa”. Y ese tramo del camino debió ser especialmente doloroso para Miguel, quien había pasado allí los mejores años de su adolescencia antes de que su padre decidiera interrumpir los estudios del muchacho para que éste arrimase el hombro al negocio familiar o tal vez celoso de una posible influencia vocacional de los seminaristas sobre su hijo. Con los jesuitas, la avidez lectora de Miguel había adquirido una sistematización reglada que encauzaba aquella primera educación asilvestrada que el futuro poeta había recibido años antes de las Escuelas del Ave María, cuya pedagogía se basaba en el aprendizaje a través de la interacción con la propia naturaleza y el entorno inmediato. A la postre, la poesía de Miguel Hernández condensaría ambas vertientes y, junto a la formación humanística de los jesuitas, los versos de sus poemas contendrán el instinto rebosante de quien fue naturaleza en la naturaleza. Y, siguiendo con el recorrido habitual de nuestro pastor, seguro hallaría por aquellas calles el “olor tibio de tahona y de pastelerías. Dulces santificados, delicia del paladar y del beso; el dulce como rito prolongado de las fiestas de piedad”, pero ninguna como la tahona de su amigo Carlos Fenoll, el panadero poeta que le cede a Miguel su sección en el periódico El pueblo de Orihuela para publicar “La sonata pastoril”, el primer poema que vio la luz, uno de los tantos que escribiría en la soledad del monte, al arrullo de sus ovejas, en cualquier pedazo de papel de estraza o en aquel famoso cuaderno de cuentas: “en esta siesta de otoño/bajo este olmo colosal/que ya sus redondas hojas al viento comienzo a echar/te me das, tú, plenamente,/dulce y sola Soledad”. Y en algún momento levantaría los ojos del papel, fijaría la vista en el perfil recortado de su Orihuela, a lo lejos y pensaría “Si queréis el goce de visión tan grata / que la mente a creerlo terca se resista; / si queréis en una blonda catarata / de color y luces anegar la vista; / si queréis en ámbitos tan maravillosos / como en los que en sueños la alta mente yerra / revolar, en estos versos milagrosos, / contemplad mi pueblo, contemplad mi tierra”.

Y, sin embargo, Madrid esperaba…

En la foto de arriba, Miguel Hernández junto a sus compañeros de la escuela del Ave María (1921). En la de abajo, junto a sus compañeros de la escuela de Santo Domingo (1923). Hagan apuestas. ¿Quién es Miguel Hernández?

domingo, 13 de junio de 2010

51. Manifiesto elegíaco por el libro impreso

Hace rato que cayó la noche. Es hora ya de acostarse. Entro en mi habitación sorteando las pilas de libros que aquí y allá se disputan el espacio del suelo. En lo alto de cada pequeña atalaya, desde la portada del libro que corona la torre, vigila el retrato de Quevedo o el de Cervantes o el de Lorca y se me antojan centinelas atentos a la amenaza de las polillas o, peor aún, a la del olvido. Pienso entonces que debería comprar de una vez las estanterías que necesito o acabaré convirtiendo mi cuarto en aquel salón de los Briones que inmortalizara Jardiel Poncela. Al fondo, la cama tiene parte de la colcha deliberadamente abierta, dejando a la vista una porción de almohada, y parece con ello que me hiciera una graciosa reverencia convidándome a su cobijo. Acepto la invitación y me acomodo bajo la muelle caricia de las sábanas. Sustituyo la clara luz del techo por la mortecina que proyecta la lamparilla de mi mesita de noche. Es que voy a leer. Y necesito el silencio cómplice de una luz discreta. Abro el libro, y la página doblada por una de sus esquinas me recuerda que anoche estuve yo ahí mismo, en esa doblez que es el rastro de mis dedos sobre el papel, al igual que alguna otra página rebelde contendrá tal vez restos de mi saliva. A veces, el punto de libro es la carta que ella me dedicó al regalarme ese mismo volumen, o la flor, ya seca, que me la recuerda. Pronto el silencio invade la estancia y sólo se oye el arrullo del papel en su tránsito, que muere en el último renglón y nace en el primero de la página siguiente: esperma de tinta que preña la hoja y la sobrevive. De repente, un maravilloso pasaje, un verso que embelesa, una idea que subyuga; y cierro los ojos para mejor saborear su belleza, quizás para repetir las palabras musitándolas; y en el paroxismo del paladeo literario, me vence el sueño y el libro reposa sobre el pecho y se eleva a cada golpe de respiración y late con el pálpito de mi propio corazón. El alba me sorprenderá así, dulce guerrero vencido en la lid nocturna de la belleza vestido con el peto blasonado por la eterna heráldica del Libro.

Al día siguiente, me visita un buen amigo. Viene a buscarme para dar un paseo. Le invito a entrar antes en casa. Observa irónico la pila de libros en el suelo y me encarece que debo modernizarme. Con el “iPad” podría ahorrarme tamaño desorden. Caben en el aparatito miles de libros, se ahorra uno estanterías, su iluminación permite prescindir de la lamparilla, él mismo te recuerda en qué parte de la lectura te has quedado sin necesidad de doblar las hojas, ni utilizar esas cartas o flores como puntos de libro. Pero, ¿aún escribes cartas en la era del e-mail? Con el “iPad”, el libro siempre está nuevo, desaparecen las marcas del uso continuado, se pasan las páginas con un simple “clic” o deslizando los dedos de derecha a izquierda sobre la pantalla. Incluso, para los nostálgicos del libro impreso, el “iPad” imita el sonido de las hojas al pasar. No huele a rancio con el paso del tiempo, se acabó el concepto de libro de segunda mano: ya no hallarás anotaciones a lápiz escritas por algún desaprensivo que quiso apuntar al margen algún pensamiento que le sugirió la lectura. Yo concedo. Yo asiento con la cabeza y contesto: “ya, sí, pero no sé…”. Nunca un “no sé” estuvo tan lleno de convicción. Mi amigo me da unas palmaditas en las espaldas como compadeciéndose. Al salir de mi cuarto para dirigirnos a la calle, mi amigo tropieza sin querer con una de las pilas de libros que, cayendo sin estrépito, quedan desparramados como despojos en el suelo de la habitación.

miércoles, 2 de junio de 2010

50. El pisito

En los tiempos que corren en los que comprar una casa supone una verdadera odisea, adquiere una absoluta vigencia El pisito, espectáculo teatral que actualmente está de gira por los escenarios españoles. Como es sabido, originariamente El pisito era una novela (1957) de Rafael Azcona, basada en hechos reales que tuvieron lugar en Barcelona. A partir de la novela surgió la versión cinematográfica en 1959 de la mano de Marco Ferreri, quien contó con actores de la talla de Mary Carrillo, Concha López Silva y José Luis López Vázquez -fallecido en noviembre de 2009, a quien no se le puede negar el lugar tan destacado que ocupa en el mundo del cine español-. El propio Azcona revisó su texto varias veces para depurar los tijeretazos de la censura. Así, en 2005 apareció la versión definitiva de la novela y antes, en 2002, recibió la propuesta de adaptar su obra para las tablas. De modo que la versión teatral que nos ocupa, dirigida por Pedro Olea, cuenta con el visto bueno del autor quien aconsejó a Juanjo Seoane y a Bernardo Sánchez sobre cuestiones varias.
El pisito presenta la historia de Rodolfo y Petrita, novios desde hace doce años que no consiguen comprar un piso en Madrid debido a las dificultades económicas que sufren. Desesperados, ven la solución a sus problemas en doña Martina, una anciana de 85 años en cuya casa tiene subalquilada una habitación Rodolfo. Éste, instigado por Petrita, le pide matrimonio a la señora para poder heredar el contrato de alquiler de ésta y poder formar una familia. Lo que había comenzado como una broma se convierte en realidad cuando doña Martina acepta la proposición a cambio de que, tras su muerte, su gato sea cuidado por los nuevos inquilinos. La trama está salpicada de toques de humor que no eclipsan el drama que vive esta pareja que supera los 40. Piensen, por ejemplo, en el tema de la castidad que soportan los personajes, pues en la España de los años 50 era una deshonra mantener relaciones antes del matrimonio y en la urgencia por formar una familia ante el apremio del reloj biológico que va restando horas de fertilidad a Petrita. A todo ello se le suma la entrañable relación que se forja entre doña Martina y Rodolfo, pues ésta le colma de detalles y cuidados como una verdadera esposa ejemplar. Por todo ello, el sabor de la representación es, desde mi punto de vista, agridulce al igual que lo es la vida real.
Por otra parte, la puesta en escena es impecable. Los decorados están muy cuidados y son un homenaje a las portadas de la revista humorística La Codorniz, en la que Azcona participó. Lo mismo sucede con el vestuario de los actores y con la selección de éstos: Pepe Viyuela, Teté Delgado y Asunción Balaguer, la cual arrancó el aplauso espontáneo del público cuando apareció en escena en el Principal de Alicante.
En definitiva, esta versión nos ofrece la posibilidad de disfrutar de una de las obras maestras de uno de los genios del cine español. Así lo demuestran los numerosísimos galardones que recibió Azcona, como el Premio Nacional de Cinematografía en 1982, el Goya de Honor en 1998 o la Medalla de Oro de las Bellas Artes en 1994. Asimismo, se plantea un conflicto que al público no le es ajeno ya que en la actualidad los Rodolfos y las Petritas nos tenemos que casar con las entidades bancarias de por vida para conseguir nuestro hogar. Ahora bien, por un módico precio podremos sentirnos propietarios de este "pisito", el cual no defrauda y no tiene desperfectos sino que puede ser un idóneo broche de oro para poner fin a esta temporada teatral.

domingo, 30 de mayo de 2010

49. El sí de la duquesa

Pues sí. Resulta que Cayetana de Alba y Alfonso Díez se aman. Y estos juegos de la edad tardía, que diría Luis Landero, son estorbados por los hijos de la duquesa, celosos no se sabe bien si del prestigio e imagen del rancio abolengo familiar o del peligro que el caprichito postrero suponga para la futura herencia, ésta no precisamente rancia sino dulce y fresca en su suculencia. La situación me recuerda, aunque a la inversa, a aquella obra de teatro que estrenara en 1806, en el madrileño Teatro de la Cruz, Leandro Fernández de Moratín: El sí de las niñas. La obra, que duró en cartel 26 días, algo excepcional para la época, narra la historia de Paquita, una joven de 16 años, sacada por su madre del convento de Guadalajara en el que ha pasado los últimos tiempos, para casarla con Don Diego, un hombre acaudalado de 59 años. Es, pues, un matrimonio de conveniencia, de los muchos que se estilaban por entonces. Lo que no saben ni el pretendiente ni la madre, Doña Irene, es que durante la estancia de la niña en el convento, ésta ha conocido al joven y apuesto Carlos y que ambos, sin atentar a la honestidad de una relación limpia, se han jurado, tras las rejas, amor eterno. Cuando Carlos conoce la intención de la madre de Paquita, acude presto a la posada de Alcalá de Henares donde se han dado cita todos los implicados; su objetivo es oponerse tenazmente al propósito de Doña Irene pero, una vez allí, se entera de que el pretendiente, Don Diego, es su propio tío, a quien respeta y venera como a un padre. El ímpetu inicial del joven se trueca en desánimo y, tras un encuentro incómodo con su tío, decide marcharse, no sin antes enviar una carta a Paquita contándole el motivo de su retirada. La carta acaba por accidente en manos de Don Diego, que conoce ahora toda la verdad y entiende la melancolía y desazón que ha mostrado Paquita desde su llegada a la posada. Don Diego representa en la obra el prototipo de hombre ilustrado del siglo XVIII, que coloca la razón por encima de todas las cosas; reprende a Doña Irene por su desmedida autoridad materna, que acalla la voluntad agazapada de la niña y origina errores irreparables.
¡Cómo ha cambiado el cuento! Las Paquitas de antaño agachaban la cabeza ante la resolución, muchas veces injusta, de los padres. Las Paquitas de hoy deciden hasta de quién deben enamorarse sus progenitores. Es preocupante el desamparo institucional al que se ven sometidos padres, profesores y demás elementos de autoridad. La legislación vigente, que defiende los derechos del menor, en su noble empeño de acabar con los antiguos abusos, está ella misma abusando en su condescendencia para llevarnos al extremo opuesto y se está convirtiendo en el parapeto de los que no entienden de valores ni de respeto. El período de la Ilustración española, con todas sus luces y sus sombras, transmitió siempre el criterio del equilibrio, la mesura y la apuesta por el sentido común y el trabajo bien hecho. Moratín, que quiso censurar en la obra reseñada el abuso de autoridad paterno, jamás habría aprobado la situación actual. Ni Jovellanos hubiera entendido que se gastasen 6000 € en traductores para que dos andaluces se entendieran en el Senado. Es la hora de la nueva Ilustración española. Sólo que nos sobra el despotismo y nos faltan los ilustrados.

domingo, 23 de mayo de 2010

48. Amancio Prada

Del diálogo entre las diferentes manifestaciones artísticas, ninguno más cómplice que el que se establece entre música y poesía. El estado primitivo del género poético nace unido a la oralidad, a lo público, muchas veces a lo práctico, y encuentra en la música su medio más genuino de difusión. Luego llegan los escritores cultos que fijan sus composiciones sobre el papel, no ya con la intención utilitaria del juglar, que anota allí el guión caduco de su intervención, sino con la voluntad de perpetuar aquel momento de inspiración ora como alarde retórico, ora como plasmación necesaria de aquel arrobamiento intenso, ora como forma de eternizarse a sí mismos. Y entonces la poesía se convierte en algo privado, silencioso (a lo sumo un bisbiseo) alumbrada no por la luz solar de la plaza, sino por la de la sinuosa llama de la vela o la eléctrica de la lamparilla. Y, sin embargo, despojada de su compañera la música, la poesía conserva, en una suerte de anamnesia platónica, los elementos que la conformaron desde su origen. La música está en la sonoridad y cadencia de las palabras, en el ritmo de su métrica, en la distribución de su prosodia. Pero le falta la melodía.
Los nuevos juglares de nuestro tiempo tratan de recuperar para la poesía aquella música que les era cosustancial. Posiblemente no hay ejercicio más difícil que musicar un poema. Se debe respetar el espíritu del original, de tal manera que las notas expresen con su lenguaje lo mismo que las letras. Pocos pueden presumir de conseguir esa fusión perfecta entre el fondo musical y el textual. Pero uno de ellos es Amancio Prada. Y el sábado de la semana pasada lo tuvimos muy cerquita, a escasos 40 km de Tarragona, en La Gornal.
Cuando Amancio Prada tañe las "Campanas de Bastabales" de Rosalía de Castro sin querer tornamos a llorar con la poeta gallega y, aunque Galicia no es la tierra de muchos de los que lo escuchamos, también nosotros sentimos la morriña y nos despedimos emocionados diciendo "Adiós ríos, adiós fuentes" como un emigrante más. Cuando San Juan de la Cruz quiso explicarnos lo inefable de su misticismo, nos hizo ver la cara de Dios en aquella "cristalina fuente de semblantes plateados", "los ojos deseados /que tengo en mis entrañas dibujados" y Amancio Prada que interpreta a la perfección el clímax que San Juan está transmitiendo en su visión divina, eleva su voz y el éxtasis musical y el poético son uno también. Si es imposible callar "La guitarra" de Federico García Lorca, ésta "llora monótona" cuando la pulsa la mano de Amancio; si los antiguos romances tenían música podemos imaginarla ahora tal y como la entonaría aquel prisionero "tiste y cuitado/ que [yace] en esta prisión/ que ni [sabe] cuándo es de día/ ni cuándo las noches son".
Amancio Prada tiene hacia la literatura la sensibilidad del amante entregado; por eso la siente a flor de piel y la renace cuajada de amor en su voz, auténtica y prístina. Como amante, no es interesado ni oportunista. En este año del centenario de Miguel Hernández, él edita un libro-disco sobre Jorge Manrique. Y si actúa en Madrid, también lo hace en Aguilafuente (Segovia), en Chiclana de Segura (Jaén), en Frutillar (Chile) o en La Gornal. La salutación musical de su último concierto fue la adaptación del romance del Conde Arnaldos, aquel en el que el conde le pide a un marinero que le repita un cantar que éste entonaba, capaz de calmar el mar, amainar los vientos y hacer que los peces salgan a la superficie para escucharlo. Pero el marinero le responde al conde: "Yo no digo este cantar / sino a quien conmigo va". Un guiño a la fidelidad de su público, éste sí, congregado ya en la plaza.




Gracias a Javier Angosto por descubrirme a Amancio Prada; a Tisbe por acompañarme al concierto tanto tiempo deseado y por el día inolvidable que pasamos juntos; y a Amancio Prada por su cariñosa atención y por su dedicatoria.

Dejo dos enlances interesantes: el primero remite a la página oficial de Amancio Prada. El segundo es el blog de Ángel Puente, donde se recoge una interesante antología de poemas musicados por diferentes cantautores.

miércoles, 19 de mayo de 2010

47. Hotel Borg


Hotel Borg narra la historia del afamado director Alexander Norberg, quien decide retirarse tras rechazar el ofrecimiento de dirigir la Orquesta Filarmónica de Berlín. Para despedirse de sus seguidores, celebra un último concierto al que la prensa no podrá asistir y que contará con un público limitado a 52 personas que recibirán su entrada gratuitamente por sorteo: "el público molesta continuamente: cuanto menos haya, mejor". El lugar elegido es la vieja Catedral de Reikiavik del siglo XVIII y la pieza, el Stabat Mater de Pergolesi en la que se presenta el dolor de la Virgen por la muerte de su hijo. La decisión de Norberg es recibida con desagrado por parte de los medios de comunicación, pues no entienden el motivo de tan estrambótica determinación. Ahora bien, el director elige Islandia porque sólo allí encuentra la pureza y la libertad necesarias para dirigir dicha pieza en un lugar frío, tranquilo y sereno como es la citada Catedral. Está cansado de la fama, de la presión de los críticos y desea poner un broche de oro a su dilatada carrera a su manera, sin manipulaciones y con un público profano en la materia que sea capaz de emocionarse con la música. Y es que uno de sus principales anhelos es que "al final no habrá aplausos. El público lo estropea todo aplaudiendo cuando la música no se ha apagado por completo".

Para su última aventura, Norberg cuenta con las voces de Rebecca Lunardi, una reconocida artista existencialmente insatisfecha y Marcel Vanut, un chico de once años con la voz blanca más excepcional de todo el panorama musical. Paralelamente a los ensayos del concierto, se presentan las historias de Oscar, un joven que trabaja en un hotel de Londres saludando a los clientes cuya máxima pasión es la música, motivo por el cual no duda en viajar a Islandia para poder asistir a la despedida del maestro; y de Hákon, un díscolo modelo islandés a quien le toca una entrada para el concierto.

La estancia en Islandia supone para Rebecca y Marcel la triste toma de conciencia de su realidad. Ella siente cómo pasan los años y cómo su voz se va deteriorando. El hecho de poder ser olvidada le provoca una tremenda angustia. Por otra parte, la isla supone para el pequeño Marcel un reducto de libertad, pues consigue alejarse de unos padres autoritarios que "siempre habían sido muy sensibles a la cuestión del dinero". Es aquí, por tanto, donde consigue sentirse como un niño y relacionarse con otros chicos de su edad. Ahora bien, ello supondrá el conocimiento de que su voz algún día cambiará y quizás deba abandonar la música.

Podría decirse que Hotel Borg engloba cinco historias independientes entre sí. Ahora bien, todas ellas están unidas por el leit motiv de la música y sobre todo, por un sentimiento universal: la soledad, pues los personajes de la novela son víctimas de esa sensación, de modo que todos forman una hermosa melodía en forma de palabras. Uno toma como caparazón una vida disoluta y llena de escándalos; otros, la música y Oscar, el empeño de hacer realidad su sueño: asistir al concierto. Este último personaje resulta realmente entrañable. Él mismo se define como un "prisionero de la vida" pero en ningún momento ceja en su empeño. En este sentido, es muy interesante la declaración de intenciones que le hace a Norberg cuando tiene oportunidad de hablar con él: "¿Sabe, maestro? Es demasiado fácil lamentarse porque nuestros deseos no se hayan cumplido cuando hemos hecho poco o nada para conseguirlos. No soy así: pienso que la vida es como un rompecabezas y que siempre se puede encontrar una solución. Creo que el destino no está escrito, al contrario, somos nosotros quienes influimos en él con nuestra voluntad". Sin duda, una bella enseñanza.

domingo, 16 de mayo de 2010

46. Luis Alberto de Cuenca

Cambrils se está convirtiendo en el único bastión de Tarragona donde la literatura en castellano resiste los embates de indiferencia institucional con que la golpea la capital. Si hace un par de meses hablábamos aquí mismo de la visita del poeta Antonio Carvajal, la semana pasada fue Luis Alberto de Cuenca quien añadió su nombre al Aula de Poesía dirigida por Ramón García Mateos; por no hablar del hermosísimo homenaje celebrado en torno a la figura de Miguel Hernández del miércoles. Podría tomar buena nota la Consejera de Cultura del Ayuntamiento de Tarragona, la Sra.Carme Crespo quien, en la presentación del programa de la Primavera literària 2010, se jacta de la "voluntad integradora" que preside esa iniciativa; no será, digo yo, por el escuálido 5% de actividades en castellano que en ella se recogen.
Frente al localismo cerril de algunos, Luis Alberto de Cuenca representa la universalidad de la cultura, hilvanada en el fenómeno más bello que puede darse en literatura, que es el de la intertextualidad. El poeta madrileño leyó algunos de los poemas incluidos en su nuevo poemario, todavía inédito, titulado El reino blanco, que es un guiño al escritor francés Marcel Schwob y a su obra El libro de Monelle. La atracción por Schowb no es nueva en nuestro poeta. Ya en El hacha y la rosa (1987-1993), en la sección "Perfiles literarios", le dedica algunos poemas como aquel donde confesaba no soportar "la idea de que cualquier enciclopedia dedique siete páginas a Marcel Proust y siete líneas a Marcel Schwob. No es justo lo que han hecho con los dos Marcelos".


De L.A. de Cuenca se ha dicho que es un poeta hermético, sobre todo el de la primera etapa, inserta en lo que se dio en llamar "poesía culturalista". Pero los antiguos oráculos griegos cifraban también sus mensajes y todo héroe que se preciara sabía desentrañar el enigma. El lector de hoy debería ser también un poco héroe y participar activamente de sus lecturas, en lugar de abandonarlas cuando éstas se oscurecen. Es verdad que las continuas referencias culturales que preñan la poesía de L.A. de Cuenca pueden complicar la comprensión global de sus poemas, pero el poeta busca lectores curiosos, que se convertirán en lectores cómplices una vez superen los escollos de su formación media. Será entonces cuando vean desfilar por los versos escenas de cine, viñetas de tebeos, pasajes bíblicos, lienzos renacentistas, grandes personajes históricos, piratas olvidados, escritores, mitos de varias culturas, etc.


De lo dicho hasta ahora se puede caer en la tentación de tildar a la poesía de L.A. de Cuenca de elitista e, incluso, de pedante, pero no es nuestro poeta de los que amontonan en sus versos alusiones culturales de oídas ni se ha dejado aconsejar por aquel amigo de Cervantes en el prólogo del Quijote. Sus poemas son el resultado de la experiencia directa de sus lecturas, son acopio de amor hacia ellas y no de mero exhibicionismo.


La segunda etapa de su poesía tiene un carácter más diáfano, en pro de la comunicación sin barreras, aunque nunca acaba de abandonar (porque no puede, porque son intrínsecamente suyas) las menciones culturales. Su poesía se viste ahora de una radical cotidianeidad donde cualquier cosa puede ser objeto lírico. Aparece una melancólica ironía y brota una humanidad más sujeta al pálpito de la vida. En su "Advertencia al lector", correspondiente a la sección "A quemarropa" de su poemario Por fuertes y fronteras (1994-1996), invita al lector a evitar su literatura "como se evita a un huésped molesto, un erudito, una rata en el baño" pero si se quiere seguir leyendo "que entienda lo que lee como lo que es: un grito (o un susurro) de angustia y soledad". Aunque esta segunda etapa nos pueda parecer más auténtica, lo es tanto como la primera. La autenticidad está en la verdad de la experiencia. Y la verdad de L.A. de Cuenca, está en su piel de hombre pero también en la de los libros que le han acompañado siempre, libros "a los que odiar / o por los que morir".


Brevísima antología comentada
  • A los que alguna vez nos hemos adentrado en la lectura de la lírica griega arcaica, nos resulta muy familiar esa disposición fragmentaria de los textos a cuya reconstrucción se han dedicado los editores (pienso ahora en el gran Rodríguez Adrados). Aunque ignoro si L.A. de Cuenca quiso darle ese enfoque, este poema me sugiere un homenaje a esa lírica que sobrevivió en las piezas diseminadas de la cerámica griega y es un juego visual, que en la parquedad de su mensaje, lo dice todo.
ΟΣΤRAΚΟΝ
............……………………………………
……..διαβεβωστρυχωμένον…….la
xitud…………..vello dorado……...
...………Baltimore…………….tras u
n verano en el país de las eternas..
.............…………………………………….
piscina de Amazonas………………...


(Elsinore, 1970-1971)

  • Selecciono un fragmento de este poema por la bellísima plasticidad de las imágenes. Es Santa Eulalia martirizada. Inspirado en la Cantilène de Sainte Eulalie, texto del siglo IX


ALUCINACIÓN DE SANTA EULALIA

[...]

Dulce almendra tu boca, sima tibia, ámbar negro donde las venas
surgen estallando
hasta llegar al nácar de la muerte suavemente, la luz de Dios,
suavemente, agonía del lirio.
Eulalia, nomeolvides, pensamiento desnudo en el mar de los ópalos
de fuego,
bello cuerpo, alma bella, tus párpados ausentes refugio de los cisnes
del recuerdo.

(Elsinore, 1970-1971)

  • Dos poemas relacionados con el mundo del cine. El primero es un pasaje de la novela de Marcel Allain Fantômas. Le mort qui tue (1911). Louis Feuillade, la llevó al cine dos años después. La estampa, sea del libro o de la película tiene todo el sabor del cine. El segundo poema demuestra la predilección de L.A. de Cuenca por las películas de Howard Hawks y el cine negro; en él, la mítica calle de Chicago con sus gánsteres.


ÉLISABETH-JÉRÔME

Élisabeth Dollon,
difuminada por el vapor de los ferrocarriles,
ténder inolvidable de la noche,
combustible de sombra, chimeneas,
burbujas de azabache.
Jerôme Fandor,
aquel beso furtivo en La Glacière,
grabado en mármol o con un punzón
en pugillares de la Vrgbs:
JE T’AIME

(Elsinore, 1970-1971)



SOUTH WABASH AVENUE
Los aurigas flemáticos conducen sus berlinas
duales entre alondras y berbiquíes húmedos.
Un adusto censor de libros y milagros
recupera su alfombra de palabras dormidas.
El humo de la tarde, las metralletas Thompson,
el asfalto cobrizo, los caballos de plomo,
todo ese firmamento conyugal de girándulas
sindicando la muerte con guantes perfumados
y meretrices rubias de mirada feroz [...]

(Elsinore, 1970-1971)


  • En el siguiente fragmento L.A. de Cuenca ejerce esa comunicación con la tradición literaria precedente a través de un juego de intertextualidad con un poema de Manuel Machado, "Oriente", que le lleva, a su vez, a Plutarco, a Shakespeare o a Petrarca y también al cine. La elaboración del poema la cuenta él mismo en ABC . El título del libro en el que se inserta no puede ser más significativo, Scholia. Tras esa experiencia interliteraria, el poeta cierra el círculo y vuelve a Manuel Machado.

DE Y POR MANUEL MACHADO

[…]
puedo ver al poeta que ha repartido hoy su mentira conmigo,
puedo ver a Manuel Machado, sonriente en su princeps sobre la
mesa,
a Manuel el prodigioso, a Manuel el funámbulo,
a quien debo querer hasta el final, porque así lo quisieron mis
abuelos, y yo los obedezco en todo […]

(Scholia, 1972-1979)


  • La predilección por el cine negro (y sus matices) se plasma también en su "Serie negra", donde el poeta desarrolla unas estampas que a mí me recuerdan, salvando las distancias, a los romances, ya que en ellos se condensa la intensidad de una clímax inserto en un guión del que no sabemos nada. De ese modo, no importa ni el antes ni el después, sólo ese momento que se legitima a sí mismo (aquel fenómeno épico-lírico, del que hablaba Pidal).


EN PELIGRO
Había sangre en su vestido. Sangre
en el escote y en las piernas. Sangre
en las mejillas. Sangre seca. Oscura.
La desnudé y lavé. Mientras dormía,
fui en busca de cartuchos. No fue fácil
encontrarlos. Por fin aparecieron
entre viejos papeles y revistas.
Cargué el fusil. Había menos niebla.
Dos o tres horas, y amanecería.

(La caja de plata, 1979-1986)



  • Algunos poemas de amor se tiñen de un elegante erotismo. Qué preciosa la imagen del pelo de ella derramándose sobre la almohada.


NOCTURNO
Apagaste las luces y encendiste la noche.
Cerraste las ventanas y abriste tu vestido.
Olía a flor mojada. Desde un país sin límites
me miraban tus ojos en la sombra infinita.
¿Y a qué olían tus ojos? ¿Qué perfume de oro
y de agua limpia y pura brotaba de tus párpados?
¿Qué invisible temblor de cristales de fuego
agitaba la seda lunar de tus pupilas?
Recamaste la almohada con hilos de azabache.
Tejiste sobre el sueño un velo de blancura.
Eras la rosa pálida tiñéndose de rojo,
la rosa del veneno que devuelve la vida.
La blusa, el abanico, una pluma violeta,
el broche con la perla y el diamante en el pecho.
Todo abierto y en paz, transparente y oscuro,
sin dolor, navegando rumbo a tus manos frías.

(La caja de plata, 1979-1986)


  • Un ejemplo de los poemas donde se vierte la realidad en su dimensión más explícta:

MI MONSTRUO FAVORITO
Qué va a pasar cuando mi novia sepa
que no puedo vivir sin tus pseudópodos,
sin tu horrible humedad en mi bolsillo.
Qué va a pasar cuando descubra un día
las huellas de tu baba entre mis dedos,
y empiece a hacer preguntas, y la rabia
y los celos se agolpen en sus ojos,
y yo confiese al fin que la he engañado
contigo,y que no puede comparársete,
y le enseñe orgulloso el agua sucia
donde se reproducen nuestros hijos.
Qué va a pasar cuando no entienda nada
y nos denuncie a Sanidad.

(El otro sueño, 1987)


  • En los frescos de Cnoso impera todavía el azul. Es el color que más ha resistido la inquina del tiempo. Por eso, el poeta esparce las cenizas de su madre sobre los frescos minoicos.


CNOSO
Y, de pronto, mi madre, abanicándose,
se me aparece en Cnoso, y yo le sirvo
el enésimo vaso de agua, y se me muere
otra vez, y otra vez me entregan sus cenizas.
Y el capricho de Evans se transforma
en un improvisado sanatorio
donde sólo se escuchan los lamentos
de quienes no verán el nuevo día,
en una especie de necrópolis cercada
por guerreros micénicos que ignoran la piedad.
Y, de pronto, me veo con mi madre
-o lo que fue mi madre- entre los brazos,
tratando de burlar el estricto bloqueo
para llegar al puerto. Y lo consigo.
Y vierto el contenido de la urna
en el azul de los frescos minoicos,
que es el inagotable azul del mar.

(Por fuertes y fronteras, 1994-1996)


  • Es conocida la enorme pasión que el mundo del tebeo despierta sobre L.A. de Cuenca. Varios poemas están dedicados al género, como aquel sobre Roberto Alcázar, incluido en Elsinore. Recojo este otro por lo prolijo de la enumeración, que da buena cuenta de la afición de nuestro poeta.

TEBEOS
Los Karzenjammer Kids, Popeye, Blondie,
Little Nemo, Flash Gordon y Li’l Abner,
Mandrake, Daredevil y Prince Valiant,
Dick Tracy, Spiderman y Silver Surfer,
los Vengadores y esa Cosa tierna
y acorazada de ojos azulísimos
(me refiero a Ben Grima),
sin olvidar una novela gráfica
del Ivanhoe de Scout,
¿qué haría sin vosotros?
¿Buscaría el amor?, ¿pelearía
con una espada por un territorio?.
¿marcaría ganado en las praderas
infinitas del Middle West?,
¿navegaría bajo las estrellas
con una Jolly Roger ondeándose
en el palo mayor de mi navío?...
¿Qué haría yo sin mis tebeos?

(Sin miedo ni esperanza, 1996-2002)



En una obra tan vasta, la selección se me antoja cortísima. He dejado, por ejemplo, todos esos poemas de encantadora desazón que merece la pena leer y releer en días de lluvia. Y aquellos otros que recuperan grandes semblanzas de personajes históricos o literarios. Pero no hay tiempo ni espacio para una selección quizás más representativa. No lo sé. En cualquier caso, todos están recogidos en la antología Los mundos y los días (Visor), donde se encuentra una selección al cuidado del autor de las obras comprendidas entre 1970 y 2002.

Termino con un último poema, que deseo dedicar a Tisbe.



ESTOY AQUÍ

Estoy aquí, mi amor, estoy aquí,
velando tus naufragios en las noches
en que nadie responde, en las heladas
madrugadas vacías, en las tardes
de desesperación y de locura.
Pon en duda, si quieres, que la Tierra
gire en desolado precipicio
del espacio infinito alrededor
del Sol, o que los astros sean fuego,
o que el amargo río de la vida
desemboque en la muerte. Pero nunca
dudes de que, en la fiebre del fracaso
o en la sed de la angustia, en el abismo
de la ansiedad y del desasosiego,
estoy aquí, amor mío, estoy aquí.
Aunque tú no me veas ni me oigas.

(Sin miedo ni esperanza, 1996-2002)