Pues sí. Resulta que Cayetana de Alba y Alfonso Díez se aman. Y estos juegos de la edad tardía, que diría Luis Landero, son estorbados por los hijos de la duquesa, celosos no se sabe bien si del prestigio e imagen del rancio abolengo familiar o del peligro que el caprichito postrero suponga para la futura herencia, ésta no precisamente rancia sino dulce y fresca en su suculencia. La situación me recuerda, aunque a la inversa, a aquella obra de teatro que estrenara en 1806, en el madrileño Teatro de la Cruz, Leandro Fernández de Moratín: El sí de las niñas. La obra, que duró en cartel 26 días, algo excepcional para la época, narra la historia de Paquita, una joven de 16 años, sacada por su madre del convento de Guadalajara en el que ha pasado los últimos tiempos, para casarla con Don Diego, un hombre acaudalado de 59 años. Es, pues, un matrimonio de conveniencia, de los muchos que se estilaban por entonces. Lo que no saben ni el pretendiente ni la madre, Doña Irene, es que durante la estancia de la niña en el convento, ésta ha conocido al joven y apuesto Carlos y que ambos, sin atentar a la honestidad de una relación limpia, se han jurado, tras las rejas, amor eterno. Cuando Carlos conoce la intención de la madre de Paquita, acude presto a la posada de Alcalá de Henares donde se han dado cita todos los implicados; su objetivo es oponerse tenazmente al propósito de Doña Irene pero, una vez allí, se entera de que el pretendiente, Don Diego, es su propio tío, a quien respeta y venera como a un padre. El ímpetu inicial del joven se trueca en desánimo y, tras un encuentro incómodo con su tío, decide marcharse, no sin antes enviar una carta a Paquita contándole el motivo de su retirada. La carta acaba por accidente en manos de Don Diego, que conoce ahora toda la verdad y entiende la melancolía y desazón que ha mostrado Paquita desde su llegada a la posada. Don Diego representa en la obra el prototipo de hombre ilustrado del siglo XVIII, que coloca la razón por encima de todas las cosas; reprende a Doña Irene por su desmedida autoridad materna, que acalla la voluntad agazapada de la niña y origina errores irreparables.
¡Cómo ha cambiado el cuento! Las Paquitas de antaño agachaban la cabeza ante la resolución, muchas veces injusta, de los padres. Las Paquitas de hoy deciden hasta de quién deben enamorarse sus progenitores. Es preocupante el desamparo institucional al que se ven sometidos padres, profesores y demás elementos de autoridad. La legislación vigente, que defiende los derechos del menor, en su noble empeño de acabar con los antiguos abusos, está ella misma abusando en su condescendencia para llevarnos al extremo opuesto y se está convirtiendo en el parapeto de los que no entienden de valores ni de respeto. El período de la Ilustración española, con todas sus luces y sus sombras, transmitió siempre el criterio del equilibrio, la mesura y la apuesta por el sentido común y el trabajo bien hecho. Moratín, que quiso censurar en la obra reseñada el abuso de autoridad paterno, jamás habría aprobado la situación actual. Ni Jovellanos hubiera entendido que se gastasen 6000 € en traductores para que dos andaluces se entendieran en el Senado. Es la hora de la nueva Ilustración española. Sólo que nos sobra el despotismo y nos faltan los ilustrados.
¡Cómo ha cambiado el cuento! Las Paquitas de antaño agachaban la cabeza ante la resolución, muchas veces injusta, de los padres. Las Paquitas de hoy deciden hasta de quién deben enamorarse sus progenitores. Es preocupante el desamparo institucional al que se ven sometidos padres, profesores y demás elementos de autoridad. La legislación vigente, que defiende los derechos del menor, en su noble empeño de acabar con los antiguos abusos, está ella misma abusando en su condescendencia para llevarnos al extremo opuesto y se está convirtiendo en el parapeto de los que no entienden de valores ni de respeto. El período de la Ilustración española, con todas sus luces y sus sombras, transmitió siempre el criterio del equilibrio, la mesura y la apuesta por el sentido común y el trabajo bien hecho. Moratín, que quiso censurar en la obra reseñada el abuso de autoridad paterno, jamás habría aprobado la situación actual. Ni Jovellanos hubiera entendido que se gastasen 6000 € en traductores para que dos andaluces se entendieran en el Senado. Es la hora de la nueva Ilustración española. Sólo que nos sobra el despotismo y nos faltan los ilustrados.
3 comentarios:
Siempre ha necesitado España un buen baño de Ilustración. No diré que nunca como ahora pero casi...
Has acertado de pleno en la idea de que España necesita más ilustración y menos despotismo del que hacen gala los políticos casi a diario.
Me ha parecido muy acertada tu vinculación de la obra de Moratín con la situación de la Duquesa de Alba, habría que ver si sus hijos impedirían su historia si ella fuera pobre. Como diría Quevedo: "poderoso caballero es don dinero".
Javier y Tisbe, sois el remanso ilutrado que cura las heridas de la mediocridad.
Publicar un comentario