Esta semana hemos conocido la noticia de que un juez ha ordenado retirar el piano de Chopin de la celda 2 de la Cartuja de Valldemossa porque ni el piano es el piano de Chopin ni la celda es la celda donde se alojó el compositor polaco durante su estancia mallorquina.
Muchos de los que han visitado este museo se sentirán, a buen seguro, defraudados, porque en esto de las romerías culturales, el peregrino desea que la reliquia sea siempre auténtica. Y es que, entre los que gustan de realizar este tipo de visitas, se ha instalado una suerte de fetichismo totémico que rinde culto más al objeto que perteneció a tal o a cual personaje que al personaje mismo.
Es evidente que lucrarse mediante el engaño es un acto totalmente reprobable pero si el ingenuo admirador de Chopin que visitó la tan traída y llevada celda 2 sintió frente al piano falso aquel embeleso y emoción, no debe ahora desterrar el momento: el piano de Chopin será falso pero la sensación mística que sintió el visitante fue suya y ningún juez podrá retirarla.
Con la Literatura el fenómeno es similar. Hay mucha gente empeñada en rescatar el cadáver de Federico García Lorca de la fosa común donde fue arrojado tras su asesinato. Pero quien se acerque al barranco de Víznar y se sitúe frente al monolito que reza “Lorca eran todos” no va a necesitar saber si los restos de Lorca están enterrados bajo sus pies o un poco más allá. El lugar sugestiona de tal manera que Lorca está en todas partes. Si se descubriera el cadáver y fuera trasladado a un cementerio, el enclave perdería todo su sentido trágico y si no hay tragedia no hay memoria, así es la naturaleza humana.
En Almagro se conserva el único ejemplo original de corral de comedias existente en el mundo. Presenciar una comedia de Lope o Calderón en ese marco es transportarse a aquellos Siglos de Oro. Pero es tal la demanda de público durante la celebración del Festival de Teatro Clásico en verano, que es fácil quedarse sin entradas. Así nos ocurrió a mi pareja y a mí. Y recuerdo que tuvimos que “conformarnos” con asistir a ver una obra de Lope en el humilde espacio de la iglesia de las Bernardas. En aquel recinto reducidísimo donde uno podía sentir a pocos metros el aliento de los actores, disfrutamos de Los comendadores de Córdoba en una experiencia irrepetible. Y no necesitamos el famoso Corral de Comedias, sólo el magnífico texto de Lope de Vega puesto en la boca de los fantásticos actores de la Compañía Alma Viva.
Da igual si el tintero o la mesa que se exponen en Villanueva de los Infantes son los que utilizó Quevedo o no; si las aulas de Antonio Machado en Baeza o Soria están tal cual las dejó el poeta sevillano tras su paso como profesor de francés allí o son una reconstrucción aproximada; tanto da si las iniciales en los árboles del paseo de San Santurio en Soria son las que vio y recogió Machado en sus poemas o no, o si el olmo seco cerca del cementerio de El Espino es el que le inspiró su poema a Leonor; si el piano del Casino Numantino es el que tocó Gerardo Diego; si la casa de Orihuela donde vivió Miguel Hernández conserva la higuera bajo cuya fresca sombra escribiese sus poemas; no hace falta localizar el lugar exacto del robledal de Corpes donde fueron maltratadas las hijas del Cid, según el juglar.
El único fetiche válido, el que realmente importa, el que da la razón de ser a todos estos escritores es el libro. No hace falta que sea una primera edición. Basta con que el texto sea el mismo que el que escribieran. Y basta con amar. Que en el amor verdadero no importa el rímel, ni la barra de labios, ni el zapato de tacón, ni el vestido bonito, ni el cabello de peluquería. Ni la piel siquiera.
5 comentarios:
Cuánta razón tienes, amigo.
Lo importante son las letras escritas con la tinta de la creación, el libro impreso en papel, para que el tacto saboree el placer de sentirlo bajo su mirada.
Un placer leerte de nuevo (ando muy ocupada). Siempre tan interesante.
Un abrazo
Totalmente de acuerdo contigo, Píramo. A la historia le sienta bien su poquito de leyenda. Me encanta la cínica réplica del marqués de Bradomín en la "Sonata de invierno" a Fray Ambrosio. Bien es verdad que lo que tampoco está bien es lucrarse de manera fraudulenta.
Por cierto, a mi mujer y a mí nos pasó lo mismo en Almagro un verano que estuvimos allí. Veo, pues, que no somos los únicos que nos hemos quedado sin entrada en Almagro.
Estoy de acuerdo contigo, Píramo. Lo importante es el amor que se siente hacia la literatura y es ese amor el que crea una especie de magia cuando se visitan los lugares que has mencionado.
Qué bonitos recuerdos me han venido a la mente. Y tranquilo, que algún año conseguiremos entradas para el corral aunque la experiencia de LOS COMENDADORES... en la Iglesia de las Bernardas no la cambio por nada, fue casi mística.
Me encanta! Te leí en el Diari. A partir de ahora te seguiré por aquí. Un saludo!
Lola
Esmeralda, gracias por tu evocación poética y gracias porque, pese a tus ocupaciones, has encontrado un ratito para pasarte por aquí. Un abrazo.
Javier, el corral está muy bien pero, si vuelves a Almagro, compra una para la iglesia de las Bernardas, si es que la obra que allí se representa te satisface. Es un lujo, te lo aseguro.
Tisbe, a mí también me vienen recuerdos hermosísimos de nuestros viajes literarios compartidos. Ahora que pronto te marchas a Almagro con tus alumnos, podrás rememorarlos. Te va a entar una nostalgia...
Lola, bienvenida. Un placer incorporarte a nuestro cenáculo, grupúsculo o como quieras llamarlo. En todo caso, todavía pequeño grupo y, por ende, con el encanto de lo privado, de la velada, del susurro..
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