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El Doncel de Sigüenza |
Es la hora vespertina de un gélido día de marzo. Por las naves de la imponente Catedral de Sigüenza, apenas se ven algunas sombras silenciosas. Todo está en calma, como si el frío congelara los pulsos del tiempo y de la vida. Avanzo hasta la capilla de San Juan y Santa Catalina y hallo cerrada la reja plateresca de su entrada. Asido a los barrotes, trato de acomodar la vista a la oscuridad del interior. Pronto barrunto la silueta del Doncel. Desde la esquina de la puerta, sólo veo al pajecillo que le llora a sus pies y el libro que sujeta en sus manos. No puedo verle el rostro. Sin que el Doncel lo note, espío, conteniendo el aliento, su eterna lectura de sueños de alabastro, y velo con él, a solas, el mágico ritual que vincula al hombre con el libro.
No era la hora de los mirones sin alma. Al día siguiente, cuando el clavero abre las rejas, inunda la capilla el “siniestro carnaval turístico” que mancilla la serenidad de la mirada del Doncel con el objetivo de sus cámaras, echándole el aliento a dos dedos de su rostro; posan ufanas “las parejas de camisa floral” sin conocer siquiera la triste historia de Martín Vázquez de Arce. Cuando los turistas salen, quedo a solas con él. Esta vez puedo mirar su rostro, apenas 10 segundos porque el clavero tiene que cerrar ya. Y, delante de sus ojos, pienso que no cambio por el de hoy, el instante de ayer tarde, cuando escondido tras las rejas, compartí el reposo de su lectura, sin poder ver su rostro que, sin embargo, se me representó tan diáfano.
En la misma capilla, nadie repara en la humilde lápida que hay en el suelo, a escasos centímetros del sepulcro del Doncel. Los turistas la pisotean indiferentes. Bajo la losa descansa Lucia Palladi, el amor no correspondido de Juan Valera. De “La Muerta”, como la llamaba en sus cartas el autor de Pepita Jiménez debido a su extrema palidez, ha quedado más digno epitafio en el soneto y la silva que Valera le dedicara. Tal vez el Doncel, señor de todos los libros, triunfador del tiempo, le lea en susurros durante las noches en que queda desierta la catedral, los versos del amante que desdeñó y éstos le recuerden la obstinación de su voluntaria desdicha: “que más infeliz eres / con tu sosiego fúnebre y odioso / que yo en la agitación de mi deseo”.
Salgo de la Catedral y busco por las esquinas de Sigüenza los carteles que Sancho Panza ha colgado por mandato de su señor Don Quijote para retarse en duelo con “aquellos que no confesaren que la gran Zenobia, reina de las amazonas, […] es la más alta y fermosa fembra que en la redondez del universo se halla”. Al no hallar más que el engrudo de zapatero que los sujetaba, me dirijo a la Plaza de la Cárcel, en la Travesaña Alta. Quiero pagar la fianza del pobre Sancho, preso en la cárcel por las locuras de su amo. Alguien me dice que ya el alguacil le ha liberado por mandato del Corregidor, así que busco a la pareja en el Mesón del Sol, donde se aloja nuestro caballero, quizás en la Calle Mayor, cerca de la Puerta del Sol. No hallando tampoco la posada, me cuenta Pedro Pérez, el cura amigo de Don Quijote, licenciado en la Universidad de Sigüenza, que mis pesquisas son inútiles porque voy tras la huella del Quijote apócrifo de un tal Avellaneda. Sé de quién me habla porque soy de Tarragona y en otros de mis viajes en el tiempo he visto cómo salía el Caballero Desenamorado de las puertas de la Casa de Nazaret, junto a la Plaza del Rey. Me siento peregrino clandestino, embozado como sectario de un anatema. Y agacho la cabeza ante el buen cura para que no me delante ante don Miguel de Cervantes.
Entre tanto, un ciego vende pliegos de cordel mientras entona amargamente un romance de la joven reina francesa doña Blanca, repudiada por Pedro el Cruel, y apartada en el castillo de Sigüenza: “Castilla, ¿di qué te hice?/no te hice traición/las coronas que me diste/de sangre y suspiros son”. Desde las almenas de su triste prisión, doña Blanca pierde la vista en lontananza. Lejos, por el camino de Atienza, “una peña muy fuerte”, las hijas del Cid acompañan a los infantes de Carrión. Llueve en Sigüenza. Y es llanto premonitorio de los cielos de Medina Sidonia y de Corpes.
ÁLBUM DEL VIAJE
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Lateral de la Catedral de Sigüenza, en cuyo interior están el sepulcro del Doncel y la lápida de Lucía Palladi. |
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Con el Doncel
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Casa del Doncel |
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Lápida de Lucía Palladi, el amor frustrado de Juan Valera |
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Plaza de la Cárcel. Al fondo, el antiguo Ayuntamiento y la cárcel donde estuvo preso el Sancho apócrifo |
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Según la guía de la oficina de turismo de Sigüenza, este es el Mesón del Sol donde se hospedaba Don Quijote (el de Avellaneda). Sin embargo, leyendo el capítulo XXIV donde se da cuenta de esta estancia, parece improbable que la cárcel donde está preso Sancho y el Mesón pudieran estar tan cerca, aparte de otros detalles. Como hipótesis, creemos que el Mesón del Sol debió de estar cerca de la Puerta del Sol, una de las puertas de la muralla. Quizás el nombre del Mesón sea un recuerdo de la ubicación próxima a esa puerta. |
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La puerta del Sol, en un callejón adyacente a la Calle Mayor. Cerca debió de existir el Mesón del Sol donde se aloja don Quijote (el apócrifo) |
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Calle Mayor, con la catedral de fondo. |
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Antigua Universidad de Sigüenza, donde estudió el cura del Quijote de Cervantes. |
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Castillo de noche |
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Detalle del castillo |
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Una de las alas del castillo |
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Patio de Armas del Castillo. La torre del fondo se asocia al presidio de la reina doña Blanca, que no fue tal presidio, sólo un apartamiento. |
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Interior del castillo desde una de sus habitaciones |
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Balcón del castillo |
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Castillo de Atienza, la "peña fuerte", del Cantar de Mio Cid. Las hijas del Cid dejan a la izquierda esta plaza de camino a Carrión, junto a los condes (v.2691) |
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Plaza Mayor |
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Panorámica desde la carretera (con peligro de nuestras vidas) de Sigüenza, con el castillo a la derecha y la catedral a la izquierda. |
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Tras las huellas de Don Quijote (también en el vino) |
10 comentarios:
"El mágico ritual que vincula al hombre con el libro". No se puede resumir mejor lo que para algunos supone nuestra relación con los libros: un ritual mágico...
Qué hermosa Sigüenza... Está entre esa pléyade de hermosos pueblos de España como Albarracín, Pedraza, Arcos de la Frontera, Santillana del Mar, La Alberca o Villanueva de los Infantes.
Comparto contigo la visión del turismo: muy bien traídos los versos de Pablo García Baena.
Precioso viaje a Sigüenza y entrañable encuentro con el Doncel. Son esos escasos momentos mágicos, los que crean las mejores memorias de nuestros viajes porque transcienden nuestro presente y se quedan incrustados en nuestra alma sin remedio.
Gracias, por haber visitado Sigüenza, por llevarte tan buen recuerdo y por hacerlo público.... hasta siempre
Sin duda Sigüenza es un destino altamente recomendable. Disfruté mucho del viaje y de la compañía, por supuesto.
Adoro Sigüenza, Atienza y toda la comarca por donde viajé continuamente hace más de cuarenta años...
JAVIER, de todos los pueblos que enumeras creo que me quedo con Albarracín, aunque todos tienen su particularidad que los hace especiales. A García Baena me lo descubriste tú.
ERIE, cada viaje es un aprendizaje y un matasellos en el espíritu.
GLORIA, gracias.
TISBE, lo mismo digo. ¿Cuál es el siguiente?
MIGUEL, celebro que el artículo te haya traído tan buenos recuerdos.
Soy Fernando, vivo en Sigüenza y es un honor muy grande leer vuestra web. Agradezco profundamente los comentarios que hace la gente...
En Sigüenza tenéis un amigo para cuando queráis visitar la ciudad en profundidad... Será un gusto acompañara gente como vosotros..
Gracias
Fernando, tocayo, gracias por tu hospitalidad. El placer es nuestro al contar con tu amistad. Un abrazo fuerte y bienvenido al blog, que es también tu casa.
Muchas gracias, Fernando-tocayo...
Soy muy amigo del Cabildo de la Catedral y tengo acceso a los secretos mas bellos de la Catedral de Sigüenza. Ven un día y te los enseño. Son sorprendentes. en muchos siglos de historia se ha archivado cosas espeluznantes. mi correo: fernandome5@hotmail.com. Te espero... Te llevaré también donde Rodríguez de la Fuente hizo sus documentales.
Te tomo la palabra, amigo Fernando. Mil gracias.
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