sábado, 22 de junio de 2013

212. Intemperie


 
 
He estado resistiéndome a leer Intemperie durante varios meses y ello se ha debido a un prejuicio insuperable que me lleva a mirar con recelo los libros excesivamente publicitados. Cada vez que acudía a una librería me encontraba con el póster de turno presidiendo alguna de las paredes o esas separatas gratuitas del libro (que yo siempre he llamado sobretiros), en el mostrador de la caja registradora. Algo así como cuando uno se encuentra el paquete de pilas, los chicles o los boletos de lotería en la cola de la compra del Carrefour. Por no hablar de la lamentable nueva moda de los tráileres de libros, que preconfiguran los espacios y hasta los rostros y voces de los personajes, en un ejercicio de injerencia devastadora en la imaginación del lector. Tanto reclamo publicitario huele siempre a chamusquina porque, una de dos: o detrás hay mucho dinero (cuando lo que debiera haber es talento) o el escritor tiene buenos padrinos.

Finalmente me sacudí las dudas tras leer las críticas de algunas personas en cuyo criterio confío, no de esas que se limitan a copiar las contraportadas de los libros y que creen que con ello ya han escrito una reseña.

La primera lección que nos ofrece Jesús Carrasco es que para hacer buena literatura no se requieren grandes argumentos. Efectivamente, la trama de Intemperie es tan simple que se puede resumir en pocas palabras: las vicisitudes de un niño que huye de su casa por razones que el lector irá descubriendo conforme avance la acción, y las penalidades derivadas de esa decisión. Y es que, más que en la historia en sí misma, el valor del libro reside en la literaturización del espacio mítico del llano, que se convertirá en el verdadero protagonista de la narración. Entronca así Jesús Carrasco con esa larga tradición literaria donde los marcos espaciales adquieren tal entidad que convierte a los personajes en meras criaturas suyas. Con todos los matices que se quieran aducir, a mí el terrible llano de Intemperie me ha recordado a la hostilidad de la pampa de Don Segundo Sombra o a la fagocitadora selva amazónica de La vorágine, por poner dos ejemplos clásicos. El libro de Carrasco está escrito con ese lirismo descarnado que demuestra que las palabras pueden albergar su carga poética lejos del bucolismo paisajístico. La novela está cargada de silencios sofocantes acentuados por el lento ritmo narrativo que no es, como en otras novelas, una enojosa ralentización de la trama, sino una necesidad consustancial a la misma. Huye Carrasco del ruralismo idealizado y no se anda con cortapisas cuando la crudeza de esa otra cara de lo rural se manifiesta incluso hasta lo escatológico. La prosa de Carrasco no tiene nada de ornamental pero en esa desnudez retórica se halla gran parte de la exquisitez de su lenguaje, del mismo modo que hay más poesía en los desnudos muros de piedra de un viejo templo románico que en todos los retablos dorados que adornan las paredes de una catedral barroca. La anonimia de los personajes, que son más bien tipos, y la ausencia de coordenadas espacio-temporales concretas, otorgan a la historia un carácter universal que redunda en la mitificación de la atmósfera creada por el autor, que nos atrapa como a los protagonistas. No renuncia Carrasco a la explicitación, (que no exploración) de las bajas pasiones humanas de los antagonistas, que contrastan con el enaltecimiento de la dignidad de los dos protagonistas principales, paradójicamente conforme va progresando su degradación física. En esa dignidad está su epopeya. Una epopeya, en fin, que no cabalga asida a las riendas del solemne hexámetro porque en el paso lento del mulo que carga con las miserias de los personajes hay más épica que en las resplandecientes armaduras de los héroes griegos.

5 comentarios:

Lu dijo...

Yo también tiendo a revelar cuando un libro es tan publicitado pero, en este caso, parece que hace honor a su éxito. Gran reseña.
Saludos

Javier Angosto dijo...

A mí hacía tiempo que una novela no me impactaba tanto. "Intemperie" está narrada, efectivamente, sin complacencias ni concesiones a la galería. Y supone un canto a la dignidad humana y a la rebeldía frente a la injusticia y la opresión.
A mí, el pastor me recuerda al señor Cayo de la novela de Delibes; y por su parte, al niño, lo veo listo e intuitivo como Alfanhuí, de Sánchez Ferlosio, o como el Nini de "Las ratas", de Delibes. ¿Qué te parece a ti, Píramo?
¿Y qué te parece, por cierto, la portada del libro? Yo no acabo de entender lo de la ovejita limpia y blanca a caballo entre el borreguito del anuncio de "Norit" y las églogas de Garcilaso. ¿Qué tendrá que ver con el espíritu de la novela? Me sorprende que nadie en la editorial haya reparado en ello antes de que el libro llegue a las librerías. ¡Anda que no pasa veces esto!

Tisbe dijo...

Muy buena reseña, Píramo. A mí me ha gustado mucho leer esta novela. Esa atmósfera asfixiante en que se desarrollan los hechos va envolviendo al lector hasta atraparlo. Es una lectura muy recomendable.

Píramo dijo...

LU, efectivamente, por una vez la publicidad se corresponde con la calidad.

JAVIER, sí. Se pueden hallar paralelismos con esos personajes que mencionas aunque, en el caso de Alfanhuí, yo diría que el niño de INTEMPERIE es la versión polvorienta del personaje de Ferlosio, con un empaque más grave. Lo de la portada del libro es realmente desacertado. Quien lea la novela no entenderá el bucolismo de la tierna ovejita. Lo peor de todo es que esta gente que se dedica a ilustrar las portadas de los libros, son asesores asalariados, supuestamente formados. Éste no ha leído el libro, desde luego.

TISBE, me alegro de que la hayas disfrutado. La angustia del lector es una de los grandes aciertos del libro. Esperamos pronto tu reseña de MUJERCITAS.

Javier Angosto dijo...

Estoy de acuerdo con tu matiz con respecto al posible paralelismo con Alfanhuí.