El poeta Antonio Moreno comparte el mismo nombre y
apellido que aquel otro Antonio Moreno que alojara hospitalariamente a don
Quijote en su casa de Barcelona. La comparación no es baladí: hay que tener la
nobleza de espíritu de aquel personaje cervantino para dar asilo en una
antología a un poeta prácticamente desconocido y hospedar con el esmero habitual
de la editorial Renacimiento a esa maravillosa y valiente locura que es hacer
poesía en nuestro tiempo. El poeta hospedado es
José Luis Vidal, del que Antonio Moreno ha rescatado una centena de
poemas procedentes de sus últimos 7 libros. La antología se titula El señor
de los balcones, que es, además, el título de su segundo poemario de 1992.
Gran parte de la poesía de Vidal es una celebración
del mundo que, en su perfección y belleza, es un obsequio que nos es dado. Más
que una exaltación del cosmos, se trata de una equilibrada actitud
contemplativa en la que el poeta, como criatura también integrante de la
armonía de las cosas, participa con humildad del triunfo de la belleza que le
rodea. Esta visión estática y, en ocasiones también extática, se resuelve con
pequeñas estampas que muchas veces se limitan al milagro del instante, del
“ocurrir”, y a la atención de los pequeños seres, de tal forma que, salvando
las distancias genéricas, podríamos hablar de haikus amplificados como en el
poema “Junto al agua”. El motor de toda esta perfección que mira asombrado el
poeta, es esa suerte de ente demiúrgico que acapara gran parte del “tú” poético
y que bien puede emparentarse con Dios desde una perspectiva religiosa, bien
con una concepción panteísta de la Naturaleza, con el sol como especial
protagonista, o bien con la propia poesía, como constructora de la realidad a
través de la palabra.
No obstante la simbiosis del poeta con el cosmos, hay
momentos en que existe un deseo explícito de reivindicación individualista, de
objetivación del yo. Pero esta aspiración es, a su vez, tan humanamente
legítima como dolorosa porque pone de manifiesto la concreción y finitud del
ser humano, lombriz mortificada ante toda esa belleza que duele, y la
inevitable búsqueda de una trascendencia insatisfecha, sólo vislumbrada,
presentida en el envés de su alma y negada ante la certeza de la muerte, como
esa “terca ceniza” que es ilusa al cifrar su esperanza en aquel rescoldo de
resplandor. Llega entonces el miedo a dejar de ser en el mundo y el poeta clama
codiciosamente por un instante más en la tierra. Esta desazón desesperanzada
parece ser el tono de los últimos poemas, los incluidos bajo el significativo
título Donde nunca hubo nada. La infancia se convierte entonces en ese
lugar edénico, custodia de las esperanzas, ilusiones y promesas incumplidas,
que “mirando atrás”, el poeta se pregunta si será capaz de proteger, igual que
se embosca el ruiseñor al amparo del roble. La conclusión probable es que los
anhelos sean como la última hojarasca del castaño, removida por el viento en un
último intento vano de alzarse del suelo donde serán inevitablemente
pisoteadas.
La poesía de José Luis Vidal escapa de todo elemento
circunstancial, si acaso aquel poemita de la tacita de café, tan deliciosamente
doméstico, lo que permite la universalidad de su innegable hondura, limpia y
sustantiva. Poesía de altura apta para el alma, que como aquel piar cautivo,
“restos de un júbilo rebelde”, “libre y audaz no obstante el hierro”, pide
vuelo e infinitos azules.
Jose Luís Vidal durante la presentación del libro en la Librería 80 Mundos de Alicante |
4 comentarios:
Tomo nota de la recomendación, Píramo. De hecho, el que la antología esté publicada en la colección "Antologías", de Renacimiento, ya es toda una garantía.
Y por cierto, me encanta ver que en la presentación del libro en Alicante haya tanta gente. ¡No todo está perdido!
José Luis Vidal, este maravilloso profesor de latín en el IES Miguel Hernández de Alicante, lleva mucho tiempo haciendo poemas, por lo menos desde el pasado milenio. Comprobar que haya tanta gente en 80 mundos resulta optimista para el futuro.
Maravilloso profesor y mejor persona. A veces es el rastro humano que uno deja lo que determina la presencia de ese público fiel. Y, siempre, la magia de la palabra para quienes se exponen a caer en su red y formar parte de ella.
Javier, es un libro muy recomendable. Y Renacimiento, como bien dices, un aval.
Nicolás, ojalá siga esa efervescencia cultural que tanta falta hace. Y con poetas como José Luis como garantes.
Pilar, de ambas cosas que mencionas hay en ese olifante poético. Como pasará contigo en breve.
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