Dibujo de Fernando Vicente |
Decía Ernesto Sabato en El escritor y sus fantasmas
que la condición más preciosa del creador es su fanatismo: “[El escritor] tiene
que tener una obsesión fanática, nada debe anteponerse a su creación, debe
sacrificar cualquier cosa a ella. Sin ese fanatismo no se puede hacer nada
importante”. De esa afirmación se trasluce la incompatibilidad existente entre
la labor creativa y toda la constelación de obligaciones cotidianas que
ineludiblemente debe atender cualquier persona que viva en el mundo real.
Carmen Balcells lo entendió a la perfección. Aunque le
desagradaba, por manida, la metáfora de la “Mamá Grande”, como la llamó Vargas
Llosa utilizando un personaje de García Márquez (Los funerales de la Mamá
Grande¸1962), lo cierto es que su mecenazgo colosal iba más allá de la
habilidad para conseguir a sus escritores contratos lucrativos. Se encargaba de
todo. Dice Vargas Llosa del despacho de Balcells que era “el nido de todas las
conspiraciones, el refugio de los afligidos y la caja sin fondo de los insolventes.
A condición de aceptar su imperio benevolente, de ser dócil y sumiso, uno era
feliz. Ella pagaba las cuentas, alquilaba los pisos y resolvía los problemas de
electricidad, de transporte, de teléfono, de clandestinidad, y aprobaba o
fulminaba los amoríos pecaminosos, asistía a los partos, consolaba a los
cónyuges e indemnizaba a las amantes”. Ella misma declara en una entrevista a
Xavi Ayén (Aquellos años del boom, RBA, 2014) que “les hacía todos los
recados, les buscaba piso, les solucionaba trámites, [se] encargaba de que
tuvieran siempre folios y cintas de tinta para la máquina de escribir, les
abría cuentas bancarias”). Es decir, que sus escritores no tenían que
preocuparse de absolutamente nada más que de escribir. Así cualquiera, diría
algún incauto, y erraría si así pensara, porque no habría condescendido
Balcells con tales prerrogativas de no haber advertido, con su inigualable
intuición, el gigantesco mérito literario de sus ahijados. Pero no deja de ser
verdad que, descargados de toda la molesta grisura que el lastre cotidiano de
las obligaciones materiales conlleva, la batalla es menos ardua y sólo se cifra
en el duelo singular con la escurridiza palabra.
Por eso yo hoy quiero dedicar mi pensamiento a todos
aquellos escritores que no tuvieron la suerte de tener a Carmen Balcells como
agente literaria. Quiero pensar en el escritor que llega agotado a su casa tras
una intensa jornada laboral y saca fuerzas de flaqueza para escribir un exiguo
párrafo; en el padre recién estrenado que de madrugada mece con una mano el
enésimo llanto de su hijo, mientras con la otra anota una idea o teclea la vida
de su otra criatura; pienso en esas otras mamás grandes o papás grandes que,
con increíble generosidad, exoneran a su pareja de limpiar la casa, de planchar,
de cocinar o de cambiar pañales para que puedan cumplir su sueño, zenobias de
corazón infinito; evoco al escritor, desterrado en una oficina, denigrada su
pluma al frío y mecánico estilo de la burocracia, él que conoce el arcano de
las palabras sin membrete; evoco al escritor, angustiado por el tiempo que se
le va (hoy sólo una página porque había que atender al fontanero o pasar la ITV
del coche), el que recuerda las horas preciosas perdidas por las contingencias
de una cotidianeidad que consume inútilmente sus energías y que lo obligan a
inmolarse en la pira de lo feo, de la materia, de la tierra, él, que es
belleza, que es alma irredenta que se goza en el vértigo exultante del vuelo.
9 comentarios:
Sé que me repito, Píramo, pero magnífico artículo. Bueno, en realidad, eres tú el que, afortunadamente, se repite en la excelencia para deleite de los que te leemos.
M'encanta aquest article. Una abraçada!!!
Gracias por el recuerdo, Fernando. Precisamente una de las causas por la que no fui "hijo" de la Ballcels, cuya agencia estaba a la vuelta de mi casa, fue que yo no era ni dócil ni sumiso y rechacé para mi primera novela los "arreglos" que quisieron hacerles los editores de Alfaguara primero y Seix Barral, después. Finalmente la novela salió tal como la escribí (De cómo llegó la nieve, Tusquets, 1987) aunque ello me costó quedar fuera del Olimpo. En su favor, he de decir que, previamente, desde la Agencia de CB se organizó la gran movilización de firmas de escritores nacionales y extranjeros que contribuyeron a impedir que el actual ministro del Interior y por entonces gobernador civil de BCN, Jorge Fdez. Dìez, me expulsara de España acusándome de terrorismo laboral, por pretender incluir una cláusula de conciencia en el estatuto de redacción del Grupo Z.
Esos escritores a los que dedicas tu artículo tienen un mérito increíble. No cejar en su empeño de escribir a pesar de las obligaciones laborales y cotidianas demuestra un amor fidelísimo a la literatura.
Coincido con Javier en sus palabras laudatorias. Sigue, siempre, escribiendo.
Solo corrobora lo que yo siempre pensé: que el creador no debería (no debe) tener familia. Es un estorbo.
Me carga un poco esto de los superagentes y las superagentas-sargentas. Yo tuve una en tiempos, y famosa, y le hablé de presentar una novela mía a un premio. Ella no quería, pero insistí. Lo gané y encima tuve que pagarle cien mil pesetas. A cambio de nada. Pronto la dejé. En cuanto a la Balcells, muy meritoria, sin duda, pero yo me conformo con publicar de cuando en cuando un libro de cuentos, O una novela épica con tintes líricos, algo que a las agentes le producen tirria. 'Ay si me diera por los templarios! O por los crímenes y las terribles maldades que asolan la sociedad'!
Es decir, recuerdas al escritor humano que ama a alguien más que a sí mismo, que vive en un territorio más allá de su ombligo y, por supuesto, a todas las escritoras. Gracias por lo que me toca de esa orfandad activa.
Escritores de fondo y sin fondos. Evocaba hoy, ante la Badia dels Alfacs, en buena compañía este poema de Blas de Otero: Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.
(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)
Digo vivir, vivir como si nada
hubiese de quedar de lo que escribo.
Porque escribir es viento fugitivo,
y publicar, columna arrinconada.
Digo vivir, vivir a pulso, airada-
mente morir, citar desde el estribo.
Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,
abominando cuanto he escrito: escombro
del hombre aquel que fui cuando callaba.
Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra
más inmortal: aquella fiesta brava
del vivir y el morir. Lo demás sobra.
Gracias a todos por vuestros comentarios. Sois muy amables.
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