Cuando se rescatan obras primerizas de autores
consagrados, se corre el riesgo de crear una falsa expectativa que busca
reconocer en esos libros los albores de las virtudes literarias que hoy
admiramos en sus obras de madurez. Es lo que ha sucedido con Gritos en la
llovizna, del chino Yu Hua. El escritor asiático lleva desde el año 2002
cosechando diferentes reconocimientos, como el prestigioso premio James Joyce
Foundation o el Grinzane Cavour con su obra ¡Vivir!, que luego fue
adaptada al cine por el director Zhang Yimou y galardonada en el Festival de
Cannes con el Gran Premio del Jurado. ¡Vivir! y Crónica de un
vendedor, están consideradas las obras más influyentes de la década de los
90 en China (solapilla de Seix Barral, dixit). Sus libros han sido traducidos
a más de 20 idiomas y hay quien habla de Yu Hua como un candidato firme al
Nobel de Literatura.
Y, claro, se entiende que Seix Barral haya querido
aprovechar el buen momento del autor chino, para traducir al español aquellas
obras que permanecían aún inéditas en nuestro idioma. Pero es que Gritos en
la llovizna es un libro de 1992, cuando Yu Hua no era todavía Yu Hua. Y
querer buscar en esta opera prima los embriones literarios que dieron
lugar al gigante novelista es como llenar la bañera de sal y decir que se ha
bañado uno en el Mar Muerto.
Gritos en la llovizna narra las vicisitudes de tres generaciones de un clan
familiar en la China rural. El libro es un anecdotario de interés muy desigual,
que sólo encuentra su aliciente en esos felices hallazgos líricos, llenos de
delicadeza y primorosa factura, que sólo la literatura asiática es capaz de
generar. Algunos de estas historias parecen querer transmitir algún tipo de
enseñanza práctica o filosófica, si bien muy atenuadas por una premeditada sugestión
y, en cualquier caso, poco contundentes para un lector occidental. Muchas de
las andanzas de los personajes están teñidas de un tremendismo rayante en lo
escatológico, al que se contrapone la sensibilidad de Sun Guanglin, el gran
protagonista de la novela, que trata de sobrevivir en un mundo rudo, brutal y
primitivo y en su vorágine de instintos desatados. Resultan llamativos algunos
pasajes de la novela que, si no fuera por la distancia cultural, podrían pasar
por una suerte de realismo mágico, una especie de surrealismo asiático, como
aquel en el que Sun Guangcai, el padre de Sun Guanglin, empeña el cadáver de su
padre Sun Youyan para recibir un préstamo, o aquel otro en que el propio Sun
Youyan siente un día que su alma ha abandonado el cuerpo y se retira a su cama
para aguardar a la muerte.
También son reseñables el modo de vida de la sociedad
patriarcal china, su autoritarismo y modelos familiares y los tabúes sexuales.
Sin embargo querer ver en la novela un testimonio de
la transformación social china bajo el mandato comunista, parece algo
pretencioso. El marco político aparece tangencialmente, si bien su presencia
resulta latente en todo el libro como un telón de fondo siempre opresivo,
amenazante y asfixiante.
También es destacable la dualidad espacial del campo y
de la ciudad. Esta última aparece siempre como una especie de entelequia que
sólo se atisba. El campo, en cambio, se presenta como una realidad casi
ontológica que se funde con los hombres de forma primaria.
Gritos en la llovizna es, en definitiva, un libro interesante si se quiere
bucear en los orígenes literarios del gran novelista chino y su lectura tiene
sentido en esa visión de conjunto. Aisladamente, sin embargo, la llovizna se
queda en chirimiri y los gritos en susurros…
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