Apreciados lectores. Aunque en las íntimas estancias
de mi espíritu jamás las fútiles veleidades de la vanidad hallaron su aposento,
me permitirán hoy que, sin que sirva de precedente, me jacte por un día de
acaudillar una de las mayores contribuciones que hombre alguno haya tributado a
la humanidad en su ya dilatada historia de prodigios y descubrimientos. Y así,
desde hoy mismo, paso a formar parte de toda esa pléyade de prohombres
admirables que, merced a su inteligencia y buen juicio, jalonaron con sus brillantes
revelaciones los tortuosos caminos de la filantropía, dicho todo esto, como
advertí más arriba, sin atisbo de vanagloria alguna ni atildamiento, pues como
dijo Honoré de Balzac, hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa
que exhibir. Y el obsequio que dono hoy al orbe, tras innumerables desvelos y
congojas, es el de salvaguardar al mundo de la criminal especie que habita las
butacas de nuestros cines: la perteneciente a las hordas del despreciable
linaje del palomitero contumaz. Y para ello, procederé a enumerar las
instrucciones que todo individuo descendiente de esta abyecta estirpe, deberá
seguir para redimirse en la salutífera higiene de la civilidad.
En primer lugar, hay que advertir que no es en
absoluto necesario comprar palomitas para el visionado de una película. Pero,
como todo acto social requiere de sus rituales, no vetaré esta herencia de la
tradición. Si, no obstante, se decide comprar un cartucho de palomitas, debe
recordar, una vez empezada la proyección, que una de las dádivas recibidas de
la historia de la evolución humana fue la función prensil de los dedos, que
Darwin data de los tiempos del homo habilis, de principios y mediados
del Pleistoceno, esto es, hace más o menos un millón y medio de años antes de
que naciera el sofisticado homo digitalis. El procedimiento es bien
simple: con el dedo pulgar y el índice en solidaria coordinación, se prende la
palomita sin tocar el cartón y se lleva hasta la boca. No es necesario, pues,
volcar el cartucho sobre el hocico ni tampoco hurgar burdamente en el interior
del cartón para extraer más de una palomita, pues muchas se perderán por el
camino o no cabrán en las tragaderas, aunque se use la mano entera como dique
de contención. Evitará así un holocausto de palomitas despizcadas sobre su
regazo y sobre el suelo, y los licenciados en Filología Hispánica que trabajan
como limpiadores en los cines, se lo agradecerán; también el resto de
espectadores a los que evitará el fragor de sus pesquisas palomiteras en el
interior del cartón. Tampoco zarandee el cartucho cuando queden pocas
palomitas: da igual las veces que lo agite, las palomitas seguirán siendo las
mismas, no se van a multiplicar, y la habilidad prensil permite el acceso a la
base del recipiente sin mayor esfuerzo. Una vez la palomita en la boca, debe
evitarse la zafia masticación. Por su propia naturaleza, la palomita emite un
crujido al ser triturada por los dientes; deje que la palomita se derrita en su
boca, merced a las glándulas salivales y mastique luego, una vez reblandecida.
Repita este proceso especialmente cada vez que la película se halle en un
pasaje de especial relevancia y tensión argumentales, como aquel en que el
personaje principal va a confesar en un susurro su crimen o su amor por la
dama. Aproveche para masticar ruidosamente, con avidez si así lo quiere, cuando
el Dolby Surround explote en su estallido de decibelios coincidiendo con la
banda sonora, las persecuciones de coches o cualquier otra contingencia
propicia, y vuelva a su discreta rumia, una vez la película retome su cauce
remansado.
Siga todas estas instrucciones si no quiere que el
espectador de la butaca contigua le coja del jodido gaznate y apriete con su
función prensil hasta verlo morir con lujuriosa complacencia entre estertores.
Dicho todo esto sin acritud.
4 comentarios:
¡Divertidísimo!
Una obra mestra. Me recordó muchísimo al estilo de Miguel Unamuno (no se me ocurre mejor elogio posible). Un placer leerte.
¡Exagerado! Gracias.
Exagerada la calidad de tus textos. 😊
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