Qué bien le sienta siempre a una novela la falta de
prisas, el cincel cuidadoso de la palabra, la plácida demora en una
descripción, la construcción sosegada del alma de los personajes, la clepsidra
de la trama dosificando su goteo moroso, el veneno de la intriga inoculado
subrepticiamente en el incauto lector. Dolores Redondo ha compuesto su novela
como si dispusiera de mil años para escribirla y ha vivido en ella como la
perla que se sabe secreta e ignorada en el fondo de un mar abisal, allá donde
germina la creación. Y, claro, el resultado es un libro redondo, sin aristas,
pulimentado a base de manosearlo. Quizás también ahí resida su defecto, en su
demasía autocomplaciente que pide una poda sutil pero que apenas menoscaba el
concienzudo ejercicio literario.
La novela narra la historia de Manuel, a quien
notifican que, Álvaro, su marido, ha fallecido en un accidente de tráfico. La
anomalía de esta muerte estriba en que Álvaro debía estar, supuestamente, en
Barcelona y no en Lugo, donde se ha producido ese accidente. Álvaro viaja
entonces hasta Galicia para reconocer el cadáver y, a partir de ahí, se ve
inmerso en una oscura trama que desvela el pasado desconocido de su marido.
Aunque la autora ha declarado haber querido huir de los tintes mágicos, la novela
no puede sustraerse a la atmósfera taumatúrgica de la Ribeira Sacra. Así,
aunque el lector esté seguro siempre de la explicación lógica de determinados
sucesos, a éstos se les adhiere la pátina sobrenatural que el paisaje gallego
sugestiona. De este modo, las gardenias aparecidas misteriosamente en el
bolsillo de Manuel, el niño que llora en la pensión, los ojos del perro donde
Manuel cree ver a Álvaro, acaban adhiriéndose al misterio como el musgo a un
camposanto abandonado.
Jalonando la trama argumental, un tanto desequilibrada
por su condensación vertiginosa en los últimos capítulos, aparecen temas como
el caciquismo, la corrupción eclesial, la búsqueda de la afirmación personal al
amparo de la persona amada, la ambición por el poder, las oscuras pasiones y
los inescrutables caminos del arraigo, más allá de la tierra que nos ha visto
nacer, cuyo trasunto podría hallarse en los largos pasajes de los viñedos
gallegos. Especialmente interesante, aunque no lo suficientemente explotado, es
el tema de la metaliteratura. Manuel es escritor y sus reflexiones acerca del
acto de creación resultan muy sugestivas, sobre todo al usufructuar el
ejercicio literario a la vida misma. La literatura redime al personaje pero
también lo ordena ontológicamente.
Respecto a los personajes destaca la cuidada
construcción de los mismos, perfectamente diferenciables por la verdad de sus
registros; si acaso, nos chirría un tanto la madre de Álvaro, a cuya maldad se
han cargado tanto las tintas que resulta rayana en el maniqueísmo. Por el
contrario, el inspector Vidal, tan rico en matices, enseguida se configura como
uno de esos personajes que se salen de la novela para participar del imaginario
literario de todos.
En definitiva,
en Todo esto te daré el lector queda atrapado a partes iguales
tanto por la intriga de la trama como por esa ambientación envolvente a la que
la niebla y la llovizna gallegas tan bien contribuyen. Una novela negra, atenta
a los cánones del género pero también a la sensible introspección en el alma de
los personajes y sus tortuosidades que es, a la postre, el misterio más
irresoluble de todos.
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