Doy gracias al destino por no haberme convertido en
politólogo o contertulio de televisión. De esta manera he evitado tener que
dibujar con la boca esos escorzos imposibles que algunos adoptan para
pronunciar el apellido del nuevo presidente de los Estados Unidos. Porque desde
que Donald Trump irrumpió en la palestra informativa, no hay experto en política
que no haya intentado adaptarse a la fonética yanqui para nombrarlo. Y ahí es
de ver el denodado esfuerzo de nuestros ilustrados debatientes para producir la
dicción perfecta de un auténtico nativo de la América profunda. Alguien les ha
debido de decir que la “u” de “Trump” se pronuncia a medio camino entre la “a” y
la “o”, y claro, acostumbrados aquí a decirle al pan pan y al vino vino, eso de
que una “u” no sea una “u” o de que
existan vocales hermafroditas o con transtornos bipolares de personalidad, pues
como que no. De tal manera que uno ya no sabe si el insigne tertuliano con ínfulas
de políglota está pronunciando el apellido del presidente o se está comiendo un
bocadillo de panceta (para él bacon). Para colmo de males, alguien les ha
debido de decir, también, que la pronunciación oclusiva de la “t” de “Trump” es
algo más intensa que la nuestra, así que el sufrido cámara de televisión está todo
el día limpiando el objetivo de los perdigonazos del bocadillo de panceta que
el aspirante a Hemingway esputa cada vez que demuestra su intachable dominio
del inglés.
No es reprochable que alguien intente pronunciar
correctamente el inglés, aunque yo soy más de la cofradía de Manolete. Lo que
resulta sonrojante es cuando se percibe en ese intento, más que la noble
intención de pulir la fonética, la ridícula impostura de quien desea exhibir una formación o un falso bagaje de
persona de mundo. No pasa nada si uno pronuncia “Trump”, como “Tramp”, sin más
aditivo. Miguel de Unamuno hasta aceptaría que se pronunciara a la castellana,
tal como se escribe. Es ya clásica aquella anécdota que gustaba recordar al
escritor vasco según la cual, durante una conferencia sobre Shakesperare, el
autor de Niebla pronunció el apellido del inmortal dramaturgo siguiendo la
literalidad española. Algún oyente engreído le corrigió la pronunciación y,
acto seguido, Unamuno continuó su conferencia íntegramente en inglés. La anécdota
demuestra que un uso relajado de la fonética no implica necesariamente una mala
formación académica. Hay quien, en esta suerte de competición para ver quién es
más licenciado en Oxford, comete errores de ultracorrección. Yo pensaba que un
partido de fútbol lo integraban 22 jugadores pero si hacemos caso a los
locutores deportivos salen muchos más. Luego uno descubre que es que al jugador
extranjero de turno, lo ha llamado de cinco formas diferentes; al jugador
canario de Las Palmas, Jesé, ya nadie le pronuncia la “j”, y es sustituida por
la pronunciación inglesa, de tal manera
que ahora lo han rebautizado como “Yesé”. Y una antigua conocida mía, paseando
por el centro comercial, no entendía por qué no hallaba productos del hogar en
una sección de una tienda presidida por el cartel “Home”. Había confundido el
vocablo inglés con el catalán (“Hombre”).
Si tenemos estos lapsus con nuestro propio idioma, ya
se pueden poner en marcha todos los planes plurilingües que se quieran en las
escuelas. No se nos da bien el inglés, es un hecho. Y tampoco queremos
aprender, no nos engañemos. ¿Qué salas de cine españolas se llenan para ver las
películas en versión original como ocurre en gran parte de Europa? Podremos
pronunciar “Trump” con todo aparato de exquisiteces fonéticas. Pero al final, a
Clint Eastwood sólo lo reconocemos si es con la voz de Constantino Romero.
2 comentarios:
¡Cuánta razón tienes!
Tengo un hueco en mi horario y estoy solo en el aula. Menos mal: así me he podido reír bien a gusto sin que me tomen por loco. Gracias, Píramo, por alegrarme la mañana.
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