Lo mismo ya no llegan ustedes a tiempo. ¿Un biopic
sobre una escritora francesa de principios del siglo XX? ¿Estamos locos o qué?
Estas cosas duran en el cine lo que tarda en llegar a las salas la nueva
bazofia de turno, esta sí, anunciada con toda la pompa de la mercadotecnia
cinematográfica para atender la demanda del espectador adocenado, que es lo que
vende. El infame blockbuster –así, en inglés, que mola más–, irrumpe
avasallador acaparando varias cabinas de proyección, y ya de Colette
sólo queda el recuerdo fugaz de su paso por la cartelera para medicina de
cuatro raritos letraheridos.
La nueva película de Wash Westmoreland, repasa una
parte de la vida de Sidonie-Gabrielle Collete (1873-1954), la escritora que
cautivó a los lectores franceses con la saga de sus novelas protagonizadas por
Claudine, trasunto velado de sus propias experiencias biográficas, y que
firmaba su marido Henry Gauthier-Villars, más conocido como “Willy”, llevándose
él todo el mérito del talento de su esposa. La vida licenciosa de Willy,
mujeriego y derrochador, acabó por rebelar a Colette contra su marido, hasta el
punto de desvelar a la sociedad francesa el escándalo de la falsa autoría. La
película, como no podía ser de otra manera, está rodada con la pulcritud,
elegancia y estilo canónico al que nos tiene acostumbrados el cine británico.
El riesgo de convertir la cinta en una
reivindicación feminista de las de nuevo cuño, es evitado por el
director mediante una ajustada dosificación de la necesaria denuncia que sortea
con eficacia el peligro panfletario. No obstante, es posible que el
linchamiento moral que se busca para con el caradura de Willy, se haya cobrado
alguna inexactitud histórica. Por ejemplo, cuando Willy vende los derechos de
las Claudines a la editorial Ollendorf sin el permiso de Colette, quizás
Wesmoreland se haya tomado algunas licencias, pues, si no me equivoco, fue la
misma Colette quien negoció esa venta en 1909, cuatro años después de haberse
divorciado. No obstante, conviene corroborar este dato en la imprescindible
biografía que sobre la escritora francesa publicó Judith Thurman, editada en
España por Siruela en el año 2000. A la película quizás le falte algo de la
chispa que reclamaba una figura compleja y poliédrica como la de Colette.
Quizás tenga algo que ver con ello el hecho de que sólo se narre un período de
su vida, hasta el divorcio con Willy. Quedan en el tintero una mayor
exploración de la bisexualidad de la escritora, su sensualidad, su relación con
Henry de Jouvenel, redactor jefe de Le Matin, su labor como enfermera
durante la I Guerra Mundial, la escandalosa relación con el hijo de Jouvenel,
su colaboración con el compositor Ravel, sus posteriores éxitos literarios, su
reconocimiento académico, y hasta su muerte, que fue todo un funeral de Estado,
sin la participación de la Iglesia, que se negó secundar los honores por
considerar inmoral la vida desordenada de la escritora. Sin embargo, el pasaje
de su vida que es resumido en la película se ajusta muy bien a la experiencia
que la propia Colette recoge en su primera obra más allá de las Claudines, La
vagabunda, novela, por cierto, de una lozanía y elegancia deliciosas, y que
relata la experiencia de la escritora como artista del music hall tras
independizarse de Willy, y su relación tormentosa con éste. Diálogos
brillantes, estupendas interpretaciones de Keira Knightley y Dominc West,
notable fotografía y excelente ambientación, Colette es una noble
recuperación de una de las figuras señeras de la literatura francesa. Willy
iría a ver alguna peli de superhéroes.
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