El nuevo libro de Eduardo Ruiz Sosa es ese velatorio de madrugada en el que, transcurridas ya muchas horas desde que se está velando al muerto, los deudos escuchan los bisbiseos entelados de los parientes insomnes, y sus palabras hipnóticas reptan por la noche tratando de explicar lo inexplicable, de verbalizar la muerte para hacerla comprensible en el asidero protector de la palabra. La palabra, un amuleto. Y las historias asoman entonces a los labios de los vivos y su letanía dice que la muerte prestidigita las cosas del ausente; y que por eso hay hacerse con el fardo de sus recuerdos, aunque sea una maleta llena de huesos, aunque sea la herencia de una enfermedad en la que alojar al padre muerto, aunque haya que inventar un cadáver para dejar de sufrir su vacío intolerable. En los relatos de Eduardo Ruiz Sosa, escritos bajo el estado de gracia de un lirismo que transita ingrávido pero certero, afloran temas como la desmitificación de la épica de la vejez, el deterioro físico, la necesidad de la muerte digna, la denuncia de la violencia en México, naturalizada hasta trivializar la muerte misma, la desesperación ante la pobreza, las vejaciones y el drama del expatriado (muertes también todas ellas, con cadáver o sin él).
Escrito bajo la conmoción dislocadora de la muerte
materna, extraña e inesperada, el autor busca en el sortilegio de la literatura
el elixir con que saldar su amor de hijo. El texto final, titulado “Post
Scriptum”, que es una coda del extraordinario segundo relato del libro, “La
garra de la estatua”, parece consumar un alivio por mor del médium literario.
Quizás esa mano que hay que restituir a la estatua de los deseos cumplidos sea
el mismo libro que Eduardo Ruiz Sosa ha escrito. Si, parafraseando al poeta
Jordi Villaronga, la muerte no es la muerte sino un muerto, este libro es la
constatación de esa máxima al bucear en la experiencia de la pérdida desde la
perspectiva de los que se han quedado en esta orilla, los vivos que permanecen
con su muerto a cuestas y que asisten, ellos también, a la desaparición de la
parte de sí mismos que estaba vinculada a los que ya no están. Necrosis del
tiempo en la fosa común de las pérdidas que somos.
Además del magnífico tratamiento de los temas que el
autor mexicano aborda en su libro, es insoslayable destacar la bellísima
naturaleza de su prosa. Dotado de un don natural para la sentencia lírica, hay
frases que son verdaderos trallazos en la sensibilidad del lector. Comparte con
la poesía todos los requisitos del buen hacer del poeta de altos vuelos: hay musicalidad,
hay cadencia, hay ritmo, y hasta la disposición tipográfica de algunos de sus
pasajes emparentan con el verso y está inteligentemente distribuida. Lean el
libro en voz alta o susurrando (estamos en un velatorio), pero escúchense al
leer y comprobarán, si respetan esos emplazamientos espaciales de la prosa,
cómo la rareza tipográfica tiene su razón de ser.
Autor
de la celebrada Anatomía de la memoria (también publicada en Candaya),
Eduardo Ruiz Sosa es, sin duda, una de las voces emergentes más importantes de
la nueva literatura mexicana y un escritor llamado a colocar su nombre en los
manuales de las letras hispánicas. No hay hipérbole en la afirmación de marras:
Cuántos de los tuyos han muerto es de lo mejor que he leído en mucho
tiempo. Lo certifica un vivo que lee.
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