Ha
sido conocerse el nombre del último Premio Nacional de Narrativa para que a
muchos que ni siquiera han leído un solo libro de Cristina Morales les haya
faltado tiempo para poner el grito en el cielo. Uno de los más vehementes en su
rechazo a la decisión del jurado ha sido Albert Rivera, quien en un tuit
escribía: «Espero que prenda fuego al cheque de 20.000 euros del pueblo español
al que odia». El presidente de Ciudadanos se refería con su invectiva a las
declaraciones de la escritora granadina en las que afirmaba que «es una alegría
que haya fuego [en Barcelona] en vez de cafeterías abiertas» denunciado su
hartazgo por la gentrificación y turistificación que sufre la ciudad condal,
donde ella vive. Sin entrar a valorar los arrebatos de ese sucedáneo anti-sistema
que es muchas veces Cristina Morales, entre las consideraciones que se arguyen
respecto al galardón no hay ni una sola que se base en criterios estrictamente
literarios. Bueno, alguna hay, claro, pero ensombrecida por la polémica de
marras. O lo que es lo mismo: en un premio literario se habla de todo menos de
lo que realmente le atañe a un premio literario, o sea, de literatura.
Ese
vicio de mezclar churras con merinas en el campo de las letras tiene ya un
recorrido dilatado en el anecdotario literario patrio. En el año 2009, la delegada
de Participación Ciudadana del Ayuntamiento de Sevilla, Josefa Medrano (IU)
prohibía un acto de homenaje a Agustín de Foxá en el 50 aniversario de su
muerte. Primaba en ese veto el pasado falangista del escritor, no su valor
literario, adscrito las más de las veces a una estética posmodernista y atenta
también al magisterio de Lorca o Neruda.
La
instrumentalización de la figura de Rodrigo Díaz de Vivar por parte del régimen
franquista para la exaltación de los valores nacionales cayó como una losa
durante nuestra posterior democracia sobre el prestigio artístico de nuestro
primer monumento literario, el Cantar de
Mio Cid, más aún cuando el adalid de su recuperación fuera don Ramón Menéndez
Pidal a quien muchos continúan, desde el desconocimiento más absoluto de su
biografía, vinculando a la ideología del franquismo.
Hace
unas semanas leía en El Periódico una
feroz columna del escritor Kiko Amat contra Camilo José Cela a colación de la
triste polémica que enfrentó en la década de los 80 al autor gallego con un
entonces joven Antonio Muñoz Molina. La diatriba de Amat contra Cela adolece de
varias fallas. La primera es la arbitrariedad de rescatar ahora aquella acre
controversia que se remonta a más de tres decenios, con Cela ya muerto hace 17
años. ¿A cuento de qué? Y admirador fervoroso como soy de Antonio Muñoz Molina,
claro que no puede más que dolerme el comportamiento de Cela con el escritor
jienense, pero eso no va a nublarme tanto el entendimiento como para no considerar
al autor de La colmena como uno de
nuestros más insignes narradores. Que Kiko Amat se dedique a la escritura y,
sin embargo, se preste a ese amarillismo extraliterario todavía convierte su
dicterio en más deleznable. O quizás no tenía tema para su columna de esa
semana lo que, siendo escritor, debería preocuparle un poco.
Rosa
Regás declaró no hace poco en el diario Información
de Alicante que «yo no existo en Cataluña porque escribo en castellano». He
aquí otro factor que nada tiene que ver con la literatura. De Pérez-Reverte,
quizás porque él también se lo ha trabajado a conciencia (en literatura, sobre
todo, hay que ser visible mediante el ardid que sea) todo el mundo habla de sus
tuits y poco de sus libros. Por no hablar de la instrumentalización política
ejercida sobre Miguel Hernández o Lorca. De este último dice el maestro Prieto
de Paula en su última antología sobre el autor granadino que la fama de Lorca
«ha desbordado no solo las fronteras geográficas, lingüísticas y culturales,
sino, sobre todo, su propia condición de poeta».
¿Para
qué seguir con la lista? El día que decidamos dejarnos de debates espurios y
hablemos solo de literatura, los envites serán de palabras forjadas en el ardor
intelectual y no en la fragua de las cosas que no importan. De las cosas que
nunca importaron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario