Quizás no exista, entre las
novedades editoriales del último año, libro más heteróclito que el que ha
escrito Javier Pérez Andújar para la editorial Anagrama. Si el señor Comajuán,
uno de los personajes de La noche
fenomenal, estableciera la taxonomía de la palabra “Anagrama” en su
particular corpus lexicográfico, quizás diría que se trata de una palabra camaleón.
Françoise Rabelais se escondió tras un alias anagramático cuando se hizo llamar
Alcofribas Nasier, y André Breton travistió sarcásticamente a Salvador Dalí con
su famoso Ávida Dollars. En La noche
fenomenal también hay gente disfrazada o, mejor dicho, transformada, según
estemos en la Barcelona de aquí o en la Barcelona de allá. Porque en la novela
de Pérez Andújar hay dos Barcelonas y en la del otro lado, en la Barcelona
paralela, la de la otra dimensión, las gentes están mudando sus rostros y estos
están adquiriendo enormes parecidos con personajes famosos. Una serie de
agujeros, a modo de portales, permiten el paso de una Barcelona a otra, y el
equipo de «La noche fenomenal», programa de la televisión local dedicado al
mundo paranormal, deberá investigar qué está ocurriendo.
La novela es una
pantagruélica pirotecnia (otra vez Rabelais) que explota en el cielo de las
páginas con la azarosa –y por eso mismo deliciosa– eventualidad libérrima del
caos, y la prosa de Javier es la traca torrencial e incontenible que la
acompaña. Hay resabios a Marsé y a su Barcelona de extrarradio, y a Mendoza y a
su descacharrante sentido del humor, y a Luis Mateo Díez en la construcción de
ese grupúsculo de intelectuales apasionados por lo esotérico que tanto me ha
recordado a la entrañable Cofradía del autor leonés. Y hay una lluvia
inmisericorde en cuya contumacia se cifran las señales de alguna calamidad, una
suerte de fin del mundo, que me evocó a la película El día de la bestia y a aquel plano cenital con la lluvia cayendo
sobre Álex Angulo.
Y tal vez no haya nada de eso
y lo que hay es, simple y llanamente, Javier Pérez Andújar. Porque el autor de
esa maravilla que es Los príncipes
valientes, hace ya mucho tiempo que demostró que va por libre. Y aunque
quisiéramos hacerle ahora una reseña sesuda a su novela y elucubrar alegorías
sociales, denuncias políticas, y hasta reflexiones ontológicas en ese plano en
espejo que son las dos Barcelonas de su libro, quizás estaría bien decir, sin
más, que Javier Pérez Andújar se lo ha pasado pipa escribiendo su novela. Que
le ha servido para rescatar a amigos como a José Batlló, el mítico editor de la
colección de poesía «El Bardo», fallecido hace 4 años, o para refocilarse en
sus referentes culturales (musicales, cinematográficos, literarios), que van
jalonando los diálogos surrealistas de los personajes. Que ha disfrutado
exprimiendo el zumo de las palabras para beber de su néctar redentor. Que él
mismo se ha convertido en un personaje de su propia ficción para vivir su
aventura delirante y para pasarse también al otro lado, huyendo de la
mezquindad de nuestros días, a través de ese otro portal salvífico que es y
será siempre la Literatura.
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