Entre
los múltiples homenajes que se prepararon el año pasado para conmemorar el
centenario del fallecimiento de Emilia Pardo Bazán, destaca la versión teatral
de Los pazos de Ulloa. La adaptación
del texto corre a cargo de Eduardo Galán, quien se enfrenta a una ardua labor
pues condensar una extensa novela y someterla a los mimbres del teatro, con una
duración que no excede las dos horas, es todo un reto. Helena Pimenta, quien
fuera directora de la CNTC, se encarga de la dirección de este otro clásico de
nuestra narrativa decimonónica.
El
resultado final de esta adaptación es, en líneas generales, correcto. En escena
aparece reflejado el hilo argumental básico de la novela: la llegada a los
pazos de don Julián, un clérigo apocado sin auténtica vocación que cumple
escrupulosamente los preceptos de la religión cristiana; el matrimonio de don Pedro
Moscoso con su prima Nucha y su tormentosa relación -en la que no faltan las
infidelidades con la criada Sabel, con la que tiene un hijo bastardo- y el
control que ejerce Primitivo por encima, incluso, del marqués de Ulloa.
Si
en la novela es don Julián uno de los personajes principales, en este nuevo
espectáculo actúa también como narrador que relata determinadas acciones que no
pueden representarse o bien resume y comenta ciertos aspectos que permiten que
la trama avance a grandes saltos. De hecho, la obra comienza con una suerte de
introito, de contenido innecesariamente pedagógico, en el que se compara con
don Fermín de Pas, el otro gran clérigo de la literatura del siglo XIX, con el
que comparte ciertos rasgos pero de quien lo separa un perfil psicológico
totalmente opuesto. La comparación, por tanto, resulta poco adecuada pues don
Julián es un personaje con entidad propia per
se, sin necesidad de tener que legitimarse al compararse con el de Clarín.
La
labor de condensación a la que se ha aludido anteriormente conlleva una serie
de desaciertos, como la rápida y abrupta caracterización inicial de los
personajes al inicio de la representación, en la que se apuntan ya dos de los
temas principales: la violencia que impera entre las relaciones de todos los
personajes y el contraste entre la rudeza del mundo gallego rural, caciquil y
analfabeto, y el refinamiento del entorno urbano (dicotomía perfectamente
representada en los personajes del marqués de Ulloa-Primitivo y don Julián).
Por
otra parte, la imposibilidad lógica de que aparezca Perucho en escena, el hijo
ilegítimo del marqués, resta también intensidad a la representación. Así, la
memorable y espeluznante escena en la que los brutos habitantes de los pazos
emborrachan al indefenso niño ante los escandalizados ojos de don Julián será
relatada por este sin llegar a alcanzar el clímax que hallamos en las páginas
de la novela.
Otros
aspectos importantes en la obra de Pardo Bazán son aquí esbozados o tenuemente
perfilados, como las reflexiones políticas y sociológicas, el analfabetismo, el
caciquismo, la escasa sensibilidad del marqués ante la belleza artística y
algunos momentos oníricos que atormentan a don Julián o Nucha. La adaptación
ofrece al espectador un lienzo inacabado, esbozado con pinceladas de brocha
gruesa, pero alejado del deleite que produce la lectura atenta de la novela, la
cual sí es una auténtica joya artística. Es, por tanto, una válida y digna
aproximación al universo creativo de doña Emilia mas no supone una auténtica
inmersión en él ya que, por ejemplo, el espectador conocedor de la novela
percibe la imposibilidad de recrear las escenas naturalistas que salpican la
novela y que generan una ambientación en la que el determinismo biológico, las
pasiones incontrolables, la rudeza, la animalización de ciertos personajes y
algunas descripciones escabrosas se enseñorean en las magníficas páginas de la
escritora gallega.
Para
este homenaje teatral, Pimenta se ha rodeado de un elenco de intérpretes que
realizan su labor con solvencia. Quizás don Julián podría haber sido encarnado
por un actor algo más joven que transmitiese más inocencia e inseguridad.
Sobresale Marcial Álvarez, el marqués de Ulloa, quien modula magistralmente su
registro interpretativo desde la crueldad más espeluznante cuando maltrata a
Sabel o a Nucha hasta un carácter más amable y jovial cuando viaja a Santiago de
Compostela para visitar a su tío y a sus primas. El resto de actores hacen una
buena ejecución, si bien algunos no pueden explotar la infinidad de matices
psicológicos de sus personajes por la limitación a la que se han visto
reducidos por exigencias de la versión teatral. De nuevo, la lectura de la
novela permitirá al lector disfrutar de, por ejemplo, la maldad y la capacidad
de manipulación de Primitivo o de la evolución de la pobre Nucha, cuyo
deterioro final es simplemente sugerido en las tablas.
La
puesta en escena es clásica y acertada, puesto que tanto el vestuario como la
escenografía nos sitúan claramente en el siglo XIX. El escenario representa una
casa rural en madera sin lujos, propia de esa nobleza gallega venida a menos,
aferrada a unos privilegios que se resiste a perder. Con solo una mesa, una
cama, un reclinatorio y una puerta central sobre la que se proyectan algunas
imágenes, los personajes nos llevan desde la ciudad a los pazos con naturalidad.
En
definitiva, Galán y Pimenta han conseguido una adaptación muy aceptable, que
respeta el espíritu de la obra original y que supone un homenaje digno de
encomio en cuanto que contribuye a reivindicar la figura de doña Emilia; pero
el resultado final no llega a las cotas de excelencia que logró la escritora
gallega. Es una forma válida de acercarse a su obra y de recordarla, pero no se
ha de perder de vista que el mejor homenaje para Pardo Bazán es leerla, dar
vida a sus personajes en cada bisbiseo y recrearnos en la ambientación
naturalista que impregna la obra.
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