lunes, 10 de abril de 2023

604. El éxito literario

 


La semana pasada volvió a hacerse viral un antiguo tuit en el que una escritora debutante mostraba su desazón porque a la presentación de su libro no había acudido absolutamente nadie. La anécdota ha servido para avivar el debate sobre la idea del éxito literario. Habrá quien defienda que el éxito literario es vender muchos libros, llenar librerías y auditorios, salir en los periódicos o que te entreviste Óscar López en Página 2. Y tendrá razón quien así argumente porque no cabe duda de que todos esos detalles dan cuenta objetiva de un éxito. Lo que no tengo claro es de que se trate de un éxito literario o, al menos, no en todos los casos. Que un escritor atesore decenas de miles de lectores puede ser indicativo de muchas cosas, pero no necesariamente de calidad literaria. Han podido contribuir a la estadística el oportunismo comercial al servicio de un tema de moda o una propuesta literaria eficaz por su enorme asequibilidad para una gran mayoría de personas. Sin embargo, el tipo de lectores y la calidad de los mismos puede tener un valor más importante que el número. Una forma de éxito literario es aquella en la que un libro atrae a lectores exigentes, experimentados, con un amplísimo bagaje de lecturas complejas y extraordinarias. Son los lectores que después de probar la carne de Kobe ya no pueden ir al McDonald’s. Y estos lectores siempre serán mucho menores en número, no por una vanidosa y mal entendida cuestión de elitismo cultural, sino por una realidad que obedece a una lógica bien fácil de entender: el esfuerzo intelectual siempre es inversamente proporcional en las estadísticas a la comodidad de una lectura meramente pasiva o facilona. Esto no significa que haya que caer en esa dicotomía nuevamente elitista que distingue entre buena y mala literatura. Todo es literatura. Y, en cualquier caso, ya me parece un mérito que un libro despierte en alguien el interés por la lectura, necesitados como estamos de incrementar en nuestra sociedad esa saludable actividad. Pero sí es cierto que existe otra literatura que trasciende su mera naturaleza mercantil, otra literatura que no es un producto de consumo que se olvida al día siguiente, sino que permanece en nosotros para siempre, dejando un poso perenne en la construcción espiritual e intelectual que nos constituye, interpelándonos en lo más hondo de lo que somos, y que supera modas y coyunturas porque la asiste una calidad incontestable en el uso del lenguaje (algo más que una prosa notarial) y en la profundidad de sus asuntos. Esto tampoco significa que un libro muy vendido no aúne todas esas virtudes y que no pueda existir una comunión entre el éxito comercial y la calidad de la obra, pero siempre serán felices excepciones. Ahora bien, hay que entender a la escritora del tuit. Todos los escritores desean tener público en las presentaciones y ventas. No seamos hipócritas arrimándonos a la bobada del malditismo. Pero esto es así, sobre todo, porque la literatura es un acto de comunicación y cuando alguien escribe un libro, desea un interlocutor con quien compartir aquello que ha querido contar. Incluso los autores de diarios secretos, meramente confesionales, deben de desear en lo más íntimo que alguien encuentre algún día el diario y pueda ver la luz. Lo demás es palabra que se muere y se pudre. Pero querer hallar el éxito en el número per se es una falacia. Al Premio Nobel que vi, aburrido y solitario tras su caseta, no hace tanto en una Feria del Libro, no creo que le hiciese mucha gracia ver las largas colas ante la caseta adyacente donde firmaba el último yotuber de turno. Pero tampoco ese era su público. Y, a fin de cuentas, el éxito o la derrota en literatura están, sobre todo, delante de un escritorio.

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