Desde 3.º de la ESO, mis
alumnos prescinden del libro de texto en las clases. Practico esa modalidad
pedagógica ya casi extinta que se dio en llamar «sesiones magistrales». Hoy no
puedes decir que impartes clases magistrales porque corres el riesgo de arder
en la pira que los buenistas educativos levantan para los heréticos. A mí,
además, alguien me ha tildado de engreído porque considera que atribuir a mis
clases la cualidad de «magistral» redunda en cierto narcisismo. El que así me
reconviene no conoce, claro, que el término no se refiere a la calidad de la
lección (otro término desterrado ya del nuevo gay-trinar) sino a su origen
etimológico: la clase que imparte el magister.
En las clases magistrales, el profesor es el protagonista del proceso de
enseñanza-aprendizaje y el alumno, el sujeto que recibe la información y que,
cuando conviene, interviene en el debate de ideas, que el propio profesor
promueve y gestiona. Esto es así porque el profesor es el que enseña y el
alumno el que aprende, una perogrullada que todavía hay que aclararle a
algunos. No se crean, yo también aprendo mucho de mis alumnos. Pero creo que
ellos aprenden un poquito más de su profesor. El caso es que en las clases
magistrales, yo hablo y mis alumnos toman apuntes a mano en sus libretas
(¡anatema!). No dicto las clases, claro: explico los contenidos, dando decenas
de vueltas sobre lo mismo, y ellos no copian literalmente lo que comento, sino
que, una vez que se quedan con la copla, trasladan a sus cuadernos con sus
propias palabras lo que han entendido. Y lo que no han entendido, se les repite
hasta que lo entiendan. Eso sí es para mí un aprendizaje significativo y no las
milongas que otros asocian al concepto pedagógico de marras. Y si se trata de
innovar, oigan, tomar apuntes a mano es la puta revolución. Porque nadie lo
hace ya. Lo nuevo es lo antiguo. El alumno está hasta las narices de los Power
Points y de las peliculitas y del Youtube y de «hagamos más guais las clases
creando un Instagram de Góngora». Pues no, oigan: a esta generación, que ya ha
nacido y crecido con todo el consabido repertorio digital, lo que le mola de
verdad (término viejuno) es llenar papeles a mano. Lo que oyen. La atención en
clase es total y se crea un silencio absoluto que beneficia el trabajo
intelectual porque saben que de la calidad de sus apuntes, dependerá su éxito
en el examen (¡sacrilegio!). Mientras toman sus notas, además, están ya
estudiando, porque el vínculo artesanal que se genera entre el bolígrafo, el
papel y su propio razonamiento cala en su discernimiento mucho más que el
atolondramiento visual de las pantallas. Cuando finaliza la clase, los chavales
se muestran los unos a los otros los tres o cuatro folios que han llenado con
el orgullo del trabajo bien hecho, y se masajean las muñecas, contentos y
risueños, como un aguerrido batallón del conocimiento satisfecho de sí mismo y
de su esfuerzo después de la lid. Se identifican con su propia caligrafía, como
con una patria, blanden sus hojas como una bandera, sienten que ellos mismos
están allí, en esos folios; han entrado en contacto con la paciencia y la
lentitud del orfebre en estos tiempos de prisa; se han relajado, han
establecido entre la psique y sus cuerpos una trabazón física merced a la
escritura; han enriquecido sus conexiones neuronales; los más creativos han
colocado títulos coloridos y originales. El día del examen recuerdan (porque lo
entienden) lo que se les pregunta, y evocan el rincón exacto de los apuntes
donde se hallaba aquel concepto por el que ahora se les requiere. Quizás en
aquella esquina donde se manchó de chocolate el papel durante la merienda o en aquel otro rincón
donde la compañera de pupitre accedió intrusamente con su bolígrafo en los
apuntes de él para dibujar un corazón.
9 comentarios:
Bravo
Precioso relato!!!
Exactamente. Yo también participo, desde hace decenios, de tales heréticas prácticas. Gracias por contarlo tan bien.
Pero si en vez de decir "clase magistral" dices "master class", cuela. Y queda chupiguay.
Magistral artículo compañero, enhorabuena.
Un regalo en los tiempos que corren.
Preciosa reflexión, defiendo esas clases magistrales y esa escritura que conecta la mente y el cuerpo, que crea raíces para seguir creciendo. Gracias por estas palabra.
*estas palabras.
Yo he aprendido leyendote
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