José
Sanchis Sinisterra es uno de los dramaturgos contemporáneos más representados
en el teatro español. Buena prueba de ello es que El lector por horas,
obra escrita en 1996 y estrenada tres años después en el Teatro Nacional de Cataluña,
gira de nuevo por las tablas de nuestro país de la mano del director Carles
Alfaro, quien ha confiado en Mar Ulldemolins, Pere Ponce y Pep Cruz para dar
vida a los protagonistas de esta singular pieza. El propio dramaturgo confesó
su convencimiento de que El lector por horas sería una obra destinada a
un público minoritario. Erró en su afirmación, pues tuvo una gran acogida.
El
argumento de la pieza es aparentemente sencillo. Celso, un importante hombre de
negocios, contrata a Ismael para que lea novelas a su hija Lorena, quien ha
perdido la vista tras un trágico accidente. Condición sine qua non es
que sea capaz de hacer una lectura totalmente neutra, en la que no se atisbe
ningún tipo de emoción o de interpretación que pueda influir en la recepción de
los textos por parte de la joven invidente. Comienza así una extraña relación
entre los personajes, un juego de poder que terminará con un enigmático
intercambio de papeles. En el inicio es Celso quien selecciona las lecturas
para su hija y quien controla la acción. Se diría que la invalidez de la joven
le permite sentirse importante pues de nuevo es útil para ella. Cree que su rol
de padre está completo y lo ejerce con autoridad y con un espíritu controlador.
Lorena es una joven algo inestable, a veces caprichosa, voluble y rebelde que
mantiene con su padre una tensa relación marcada por la embriaguez de este y
por el maltrato al que sometió a la madre de Lorena. Ismael es un apocado señor
que se pone a disposición de esta familia y acepta con sumisión, al principio,
los deseos de Celso y Lorena, quien poco a poco va ejerciendo una influencia
mayor en el lector. Incluso se atreve a aventurar, tras varias sesiones de
lectura y gracias al desarrollo de su oído -tiene una capacidad especial para
descubrir secretos en la pronunciación de los verbos, los adjetivos, los
adverbios-, que Ismael es un profesor que oculta un oscuro pasado. Este, lejos
de desmentir las acusaciones, se muestra totalmente obediente a las órdenes y
caprichos de la joven. He aquí una de las claves de la obra. ¿Son reales las inculpaciones
que Lorena vierte sobre Ismael? A lo largo de la pieza no se sabrá con certeza.
Se abre, pues, una gran incógnita en cuya resolución debe participar el espectador.
No se ha de olvidar que la obra se asienta en los postulados de la Estética de
la Recepción, la cual concede una gran importancia al lector/espectador en el
proceso de comunicación literaria, quien debe rellenar los huecos argumentales.
El propio dramaturgo habla de la “Poética de lo translúcido” pues en esta pieza
juega con la ambigüedad constantemente, nada es opaco ni transparente sino que
se abre un abanico de sugestiones y posibilidades en las que el espectador
tiene un papel central. Ya Bernard Shaw había definido el teatro como una
“fábrica de pensamiento” en la que el espectador debe que reflexionar sobre la
función y en la que los finales han de ser abiertos para que el público se
involucre mucho más en las acciones representadas. Esto, sin duda, lo consigue
Sanchis Sinisterra. Al interrogante ya mencionado se suman otros, como quién
selecciona realmente los textos, qué finalidad tiene la lectura -¿salvar a la
joven o condenarla todavía más al sufrimiento que padece por su ceguera?-,
quién tiene realmente el poder en la casa, quiénes son seres dominados y
dominantes -tema característico en la producción de Harold Pinter, quien
influye en Sanchis Sinisterra-, si funciona o no el teléfono…
Las
lecturas de fragmentos de grandes obras de la literatura ocupan un lugar
central en la representación. En el montaje de Alfaro, una pantalla anuncia los
títulos de las obras para facilitar su reconocimiento al público. El
Gatopardo, Madame Bobary, El corazón de las tinieblas, Pedro Páramo, Relato
soñado y un último libro cuya autoría no desvelaremos en estas líneas, van
emocionando, entristeciendo, subyugando, inquietando, enfureciendo a Lorena,
pero también al espectador que sea capaz de reflexionar sobre los fragmentos
leídos. Se demuestra así cómo la experiencia literaria también es una
experiencia vital, cómo la lectura puede influir en la vida o ¿acaso no son lo
mismo?
La
puesta en escena es minimalista. Dos sofás, una lámpara de pie, un teléfono
supuestamente sin línea y un piano simulan el salón de la casa en el que hay
una nutrida biblioteca que hemos de imaginar en la denominada cuarta pared.
Predomina la penumbra, en la que vive también sumida Lorena, y los silencios
juegan un importante papel. Se crea, por tanto, una atmósfera inquietante, en
la que no hay nada claro ni para los personajes ni para el espectador. Notables
son también las interpretaciones de los tres actores que no deslucen en ningún
momento y que consiguen sumergir al espectador en este juego dramático plagado
de enigmas, de vacíos que rellenar que invitan a reflexionar. Puede gustar o no
la representación, pero lo que es cierto es que generará debate entre los
espectadores, a los que no dejará indiferentes. Y lograr esto ya es un éxito.
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