En el mundo de la
cetrería se entiende por yarak el
estado físico y mental de un ave de presa a la que se mantiene lo
suficientemente hambrienta para que desarrolle sus instintos predadores. Pareciera
que Álvaro Cortina hubiera vivido en ese estado de inanición durante meses a
tenor del furor expresivo con que aborda su última novela, Garravento, publicada por la zaragozana Jekyll & Jill.
Efectivamente, Cortina desata una verbosidad desaforada, especialmente durante
los primeros capítulos de la novela, habitando la desmesura retórica más allá
de lo conveniente. Llama la atención que alguien con la clara vocación
estilística de Cortina incurra, sin embargo, en algunas máculas estéticas como
las rimas internas, las cacofonías, los casos de leísmo, las discordancias
gramaticales, las perífrasis improcedentes o las repeticiones innecesarias. Es
como si el autor no hubiera sabido sujetar la brida de su prosa desbocada o,
más oportunamente, la pihuela de su halcón literario, y se hubiera sentido él
mismo desbordado por eso que en la faja de la novela llama Vila-Matas «una
fuerza primigenia desencadenada».
El planteamiento
argumental, no obstante, resulta atractivo. La publicación de una monografía donde
su autor, Manfredo, defiende la relación entre la filosofía kantiana y la
ufología provoca la reacción iracunda de sus tres amigos intelectuales, que le
replican en sendos artículos especializados, no exentos de cruel ironía, y cuya
lectura acaba postrando a Manfredo en una atonía física y mental de la que ya
no podrá recuperarse. Su mujer, Florinda Delmas, que se dedica a la mecánica y
a la cetrería, vengará el agravio preparando a su arpía para atacar a los ofensores.
No es de extrañar que las escenas que describen los ataques del águila hayan
hecho las delicias de Álex de la Iglesia, autor también de su laudataio en la faja, pues no escatiman
violencia y vísceras. De gran plasticidad y mérito sugestivo es la estampa de
la propia Florinda, ataviada con su máscara africana para no ser descubierta,
sujetando a Garravento, que así se llama el ave, en el brazo. Los asaltos, que
el narrador anticipa ya en las primeras páginas, no acabarán, sin embargo, como
Florinda había previsto. La novela se completa con dos codas, en las que se
incluyen unas sesudas reflexiones sobre la defensa de los artículos de
Manfredo, y la accidentada huida de Florinda en compañía de un peregrino grupo
de aficionados a la ufología, cuya admiración por el trabajo de Manfredo parece
redundar aún más en la humillación de este.
Además de las
historias personales de los personajes, que crean un interesante friso de
caracteres, mochilas emocionales y concepciones de la vida, lo que más me ha
interesado de la novela es ese contraste entre la huera y frívola sofisticación
del mundo ilustrado y del intelecto, representada por los amigos de Manfredo y
su prurito elitista, frente a la arrolladora fuerza de lo instintivo, de lo
salvaje y primitivo, encarnada en la saña irracional de Garravento y en el
temperamento práctico de Florinda puesto al servicio, también, de sus impulsos
animales, y espoleados por el poco ilustrado sentimiento de la venganza. Un
alegato sobre lo poco que puede el constructo moral e intelectual sobre el que
pretendemos hacernos fuertes como seres humano y sociedad, contra la pujanza de
la Naturaleza embravecida y de los impulsos más oscuros.
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